Desde que tuvo conciencia de si mismo, el
hombre fue acumulando a través del tiempo algo que se dio en llamar
conocimiento. Por lo tanto, podemos definirlo como un proceso psíquico que, en
unidad individual, acontece dentro de la mente de un ser humano. Pero, he aquí,
que este fenómeno no es patrimonio de nadie en especial, sino que también es un
producto colectivo o social, compartido por muchos otros individuos.
El conocimiento responde a ciertos
principios causales, que han sido objeto de estudio tanto de la psicología
cuanto de la filosofía.
Las ciencias han elaborado en distintas
épocas diferentes teorías que relacionan ciertos hechos con sus causas
determinantes. De manera tal, que se buscará separar lo que es una simple
creencia o convicción particular de lo que es un conocimiento verdadero. Para
ello, habrá que justificar y fundamentar con elementos objetivos y concretos lo
que es verdadero y lo que es falso, profundizando la búsqueda y dejando en un
plano secundario lo que es causa y efecto.
En todo este proceso, debemos considerar
que la filosofía no es específicamente una ciencia que busque el descubrimiento
de nuevos hechos ni la procuración de leyes inmutables, sino más bien procura a
través del análisis, promoviendo la discusión, poner bajo cuestionamiento, o a
prueba, lo que se cree que se conoce.
La teoría del conocimiento se ha visto
como objeto de debate entre el psicologismo y el sociologismo. El protagonismo
del primero en estas discusiones ha sido fundamental, buscando variantes entre
los análisis conceptuales y las especulaciones psicológicas precientíficas.
Todo ello fue llevado al marco del origen
de las ideas generales, ya que previo a todo conocimiento, existe una idea o un
preconcepto ideológico que le da vida y sustento, dando lugar a largas
polémicas entre empiristas y racionalistas. El punto central estuvo referido al
origen innato de un conocimiento potencial, es decir portado desde la
concepción del ser, con el origen adquirido por el mismo ser, pero a través de
su experiencia. En siglos pasados, la discusión y/o confusión psicologista
generó muchas corrientes de opinión por caminos divergentes. En tiempos más
modernos, la reflexión filosófica debió sustentarse en el aporte de ramas tanto
de la psicología como de la sociología.
Con todo este movimiento intelectual se
han ido clarificando algunos conceptos básicos o fundamentales como creencia,
conducta, razón, intención, etcétera. El razonamiento filosófico, basado en el
análisis, sirvió para generar una aproximación a los preceptos epistémicos. Por
medio de la reflexión filosófica se va a poder arribar al análisis de los
conceptos epistémicos, lo que va a generar un mejor planteamiento de las
problemáticas, que a su vez va a llevar a que se establezcan ciertas teorías
guiadas por el análisis filosófico. En base a ello se irán modernizando y
adecuando las diferentes ideologías.
A partir del saber, se plantea la
diferencia entre el saber verdadero y la creencia, es decir lo que se sabe con
certidumbre y lo que se cree sin tener una demostración objetiva. Esta
antinomia (saber-creer) se remonta, en los orígenes de la Filosofía, hasta el
Teetetes de Platón, o Diálogo de la Ciencia.
El creer se caracteriza por un sentido restringido que
implica suponer, conjeturar, presumir en un sentido vacilante o de relativa
inseguridad. En la creencia se da por sentado lo que es una convicción, pero
sin tener a mano una demostración cabal de la misma. Las religiones, en
general, constituyen un ejemplo típico de creencia.
Así como se puede creer a partir de una
simple presunción, o dando por cierto un enunciado, o por confirmado un hecho,
saber significa algo muy diferente, mucho más específico y, por sobre todo,
real en un sentido de objetividad material. Cuando una creencia es demostrada
como verdadera se transforma en conocimiento o saber.
El requisito fundamental es que la
proposición sea verdadera, pues en ella la creencia encontrará su sustento
lógico. Cuando una creencia queda libre de razones que permitan sustentarla,
automáticamente queda fuera del ámbito del saber.
En otro de sus diálogos, el Menón, Platón
considera la posibilidad de conocer a través de motivos o finalidades
prácticas, diferenciándose del Teetetes que abarcaba aspectos puramente
intelectuales o abstractos, en el Menón, el tema concreto es la virtud.
Tanto en uno (Teetetes) como en el otro
análisis (Menón) el saber ocupa el lugar de una creencia demostrada y
justificada., sin embargo, en el segundo de ellos, el camino conduce hacia la
realidad práctica, que encuentra su justificación en razones puramente
realistas.
Ambos diálogos (Teetetes y Menón) se
basan fundamentalmente en la intuición, para el primero el saber implica una
justificación suficiente, para el segundo el conocimiento implica un sentido de
orientación de nuestra vida en el mundo, garantizando el acierto en la acción.
El instrumento para ello es la virtud. En ambos casos, el sujeto se puede
anclar en la realidad.
El enfoque del Teetetes puede ser
considerado como de análisis tradicional, mientras que el Menón es un camino
alternativo que ayuda a la orientación de la vida en el mundo. Pero esto, a su
vez, genera problemas que se plantearon para la búsqueda de posibles soluciones
interpretativas por parte de los estudiosos.
En primer término, el saber analizado
como parte del género creencia. Este es un concepto difícil de definir por su
vaguedad e imprecisión. La creencia es un nivel estratégico de conocimiento,
alejado de la ciencia por su falta de procedimientos de verificación. En toda
creencia hay percepción, imaginación e intuición, siendo formas intelectuales
que operan a fuerza de analogías y paralelos.
La creencia de un individuo es parte de
su personalidad y está ligada a otros elementos psíquicos como motivos,
propósitos y razones personales. En todo esto hay que tener en cuenta también
los esquemas culturales, que son los que vinculan a la antropología con estas
problemáticas.
Siendo un estado interno de cada sujeto,
es difícil conocer a priori una creencia, siendo más factible poder analizarla
indirectamente, o comprenderla por el
comportamiento observable, o sea la conducta del individuo. Por medio de
las creencias puede llegarse a intentar ordenar las experiencias, para intentar
construir una realidad, pero las creencias siempre serán, en estado puro,
formas de ilusión de la realidad, de las que ni aún el pensamiento
paradigmático científico escapa, sobre todo en sus primeras fases.
En segundo lugar, siempre relacionado con
el saber, se plantean otros interrogantes como la justificación del mismo y, a
partir de ella, su garantía de verdad. Si bien se han desarrollado, a través
del tiempo, distintas tesis de coexistencia, en los tiempos actuales y modernos
hay una incompatibilidad de fondo entre las creencias y las experiencias
reales, que separan lo que sería un realismo mágico de un realismo lógico. Para
muchos filósofos, el problema es que siempre faltan razones suficientes para
transformar un supuesto saber en un saber verdadero. No alcanza con las tres
razones elementales o básicas sino que deberían tenerse en cuenta razones
suplementarias.
Hay una definición tradicional que se
aplica como el verbo saber acompañado de…por ejemplo: saber como se hace, saber
que es lo que pasa, saber como viene la mano….El interés sobre estos aspectos
evidencia distintos períodos y diferentes caminos, por una parte las
orientaciones teóricas fenomenológicas, por otra parte los postulados
funcionalistas y, más recientemente, los procesos de conversión a partir de
nuevas derivaciones surgidas del avance de las ciencias biológicas y
psicológicas. Frente a estas nuevas postulaciones, el histórico Teetetes solo
se aplicaría a un tipo de conocimiento, mientras el Menón tendría implicaciones
más amplias aplicables a varios tipos de conocimientos.
El conocimiento verdadero requiere, para
su adquisición, de la aplicación de uno o varios métodos para llegar con
certeza al núcleo de su saber. Para ello hay que pasar por distintas etapas
como análisis, clarificación, conceptualización y sistematización de distintos
elementos, que nos llevarán a la afirmación de un conocimiento válido.
Para el positivismo, el conocimiento debe
ser reducido y sistematizado por el saber científico, aunque se haya levantado
sobre la base de un conocimiento natural. Hay muchas divisiones y fronteras
creadas artificialmente por el hombre y hoy ya hay escuelas, como las de
psicología transpersonal, que vuelven a hablar de una unicidad, de un
conocimiento más unitario y menos fragmentado, a partir de lo que Ken Wilber
llama “una conciencia sin fronteras”.De esa forma, ciencia y procesos
cognitivos no irían por caminos paralelos sino por un solo y único camino, en
procura de la resolución de los problemas de la vida práctica, si se quiere, el
objetivo final del Menón.
De todos modos, el saber científico no
está al alcance de todos y una gran mayoría de las personas orientan sus
caminos de vida por otras formas de conocimiento. Lo que no es para nada
conveniente es reducir o concentrar el conocimiento en una actividad teórica,
separada o divorciada de la práctica.
El estudio del conocimiento nos lleva a
lo que son los “problemas epistémicos”, es decir una serie de actividades
descriptivas, analíticas y sistematizadotas de los conceptos. Una tendencia
prejuiciosa del positivismo es asimilar o reducir el conocimiento a todo lo que
sea validado por la ciencia que, si bien es fuente de conocimientos verdaderos,
el conocimiento científico es solo una forma más de conocimiento. Pero existen
también otras formas no científicas de conocimiento, como son el sentido común,
la moral y las religiones.
Otra tendencia prejuiciosa es limitar el
conocimiento exclusivamente a una teoría o a su parte teórica, totalmente
desligada de la práctica. Quizás una de las formas que permite sustentar
conocimientos con mayor solvencia sea el análisis de las relaciones lógicas
entre conceptos epistémicos, tal como lo proclama Jakko Hintikka, a partir y a
través de un enfoque formal que discute y precisa los supuestos semánticos.
Muchas veces, la expresión de los
conocimientos en el lenguaje común y corriente suele estar plagada de
dificultades, quedando como algo impreciso y oscuro, porque este lenguaje es
demasiado generalizador y en términos de conocimiento es necesario distinguir,
clasificar y sistematizar.
De cada uno de esos pasos van a ir
surgiendo los caracteres esenciales de cada objeto en particular. La
importancia de la metodología, o del método, reside fundamentalmente en que el
conocimiento no exige únicamente claridad de conceptos sino también una
distinción y delimitación del mismo. De ahí que la especificidad de los
términos utilizados sea muy importante, toda vez que el lenguaje popular u
ordinario no siempre permite establecer distinciones reales. Y es sobre la base
de estas distinciones que se efectuarán otras construcciones más complejas,
producto de la sistematización de los conceptos epistémicos, tales como los
fines del hombre en la sociedad y la ética de sus creencias.
La creencia es una experiencia íntima del
ser humano, relacionada con sus ideas, significados y lo verdadero. Las
esencias del creer llevan a formas de vida, a diferentes orientaciones y a
distintas manifestaciones del ser. Una pregunta habitual es: ¿Por qué se cree
en algo? Y una respuesta posible a dicho interrogante nos da tres pistas: por
antecedentes, por motivos y por razones.
Los primeros se relacionan con la génesis de la creencia, los segundos son la
base psicológica de la misma y las razones son las que llevan a la justificación
de la creencia.
Por ejemplo….Platón creía en la
inmortalidad del alma porque había antecedentes de ello en la gente de su clase
social, porque la idea de rechazar la muerte del cuerpo le daba fundamento para
creer en la vida eterna del alma y porque a la hora de encontrar una
justificación era propiamente Sócrates, el gran maestro, quien se la daba.
No obstante la interacción de estos
elementos no es tan sencilla como puede parecer sino que ha dado origen a un
sinnúmero de discusiones filosóficas que han llevado no años, sino siglos. Por
algo así es que nadie puede obligar a otra persona a creer en lo mismo que uno,
si en el otro hay resistencias de algún tipo y género. Quien cree da por
verdadero el núcleo de su creencia, aunque muchas veces las razones que esgrima
no tengan el peso de lo real y verdadero materialmente hablando.
La Edad Media fue un
período de la historia en el cual la fe y la razón dieron lugar no solo a
discusiones sino también a hechos que tiñeron de sangre el pensar y el vivir de
muchas personas. La razón verdadera debería ser la base y condición para toda
creencia, pero la fe va mucho más allá de la razón pura.
La fe religiosa, por ejemplo, es una
clase diferenciada de experiencia, es un modo especial de comprensión y
explicación del caos original, es una proyección de la existencia humana en el
cosmos, un redescubrimiento de la naturaleza, una transmutación de elementos
profanos en sagrados.
Los escritos de San Agustín y de Santo
Tomás de Aquino, son muestras de representaciones simbólicas, desde una lógica
y un sentido discursivo y práctico, que vinculan el mundo cotidiano y temporal
con instancias míticas y atemporales.
Pero el tema central de la disputa
ideológica siempre será las razones, porque estas son las que le aseguran al
sujeto que sus acciones están determinadas por la realidad. Las razones son la
garantía de que lo que se hace tiene un fundamento racional y lógico.
La razón guarda una estrecha relación con
el pensamiento lógico y formal, no aceptando como verdadero al pensamiento
mágico o primitivo, ni tampoco a la sabiduría de un profeta iluminado. No
obstante, un sabio como Blas Pascal se atrevió a decir: “El corazón tiene
razones que la razón no conoce”. Y, aunque parezca un simple juego metafórico
de palabras, encierra un contenido mucho más profundo, toda vez que está dando
validez a cosas como la intuición y las emociones.
Actualmente, las corrientes psicológicas
vanguardistas hablan de “inteligencia emocional”, para referirse a una rara
mezcla de inteligencia racional proveniente del lóbulo frontal del cerebro
humano e inteligencia irracional originada en el “cerebro límbico”, herencia
que los humanos arrastran de los grandes reptiles prehistóricos y los primates.
La justificación es el eslabón
fundamental, es aquello que transforma la probabilidad de una creencia en una
certidumbre, si es posible total y absoluta. Pero los físicos cuánticos
modernos han dicho y siguen sosteniendo que nuestro universo es un universo
probabilística, en el cual rige soberano el principio de incertidumbre, de modo
que la validez de toda razón es un fenómeno relativo.
De todos modos, justificar una acción es
mostrar también un valor moral, sobre todo cuando se hace por medio de razones
prácticas, aunque también las razones teóricas deben ocupar un lugar importante
pese a que no siempre resulten visibles. El famoso “Bosón de Higgs”, la
partícula o piedra filosofal del universo que nos abarca, tiene un fundamento y
una justificación teórica que están hoy fuera de toda discusión, pero la
partícula sigue siendo prácticamente invisible, como “la cara de Dios” y luego
de una serie de fracasos en la mayoría
de los intentos directos por permitir su comprobación experimental, al fin se
ha llegado a un punto en el cual el bosón sería visible.
Ver para creer es la esencia del
pensamiento materialista…Creer para ver fue el principio básico que permitió a
los chamanes convertirse en los primeros hombres de conocimiento de la Humanidad.
En su afán por justificar, muchas
justificaciones terminaron siendo simplemente una creencia más. El inconsciente
humano no admite muchas razones, como que no tiene cronología lineal y en él
los opuestos no se excluyen. Como se ve, las acciones reflexivas tienen escaso
o nulo lugar en el inconsciente de la mente humana.
De hecho, hay muchas creencias que
carecen en absoluto de razones.
William James, cuyas deducciones
sirvieron de base a lo que mucho más adelante sería la psicología
transpersonal, con Roberto Assagioli, Abraham Maslow y Ken Wilber, entre otros,
solía decir que “cualquier objeto que no es contradicho, es creído”. La natural
capacidad perceptiva del ser le hace creer que todo lo que captan sus sentidos
es cierto. Creemos espontáneamente en todo lo que percibimos, a priori. Luego
se produce una intelectualización de esas sensaciones, que entran en el
complejo campo de la memoria y las asociaciones de ideas, surgiendo nuevas
formulaciones que adquirirán o no el carácter de creencias.
El campo de la duda no puede estar
ausente de este terreno de formulaciones, sobre todo cuando uno se pregunta
acerca de las razones que sustentan una creencia. El famoso escritor Gabriel
García Márquez siembra la duda en todos los lectores de “Cien años de soledad”,
desde su personaje José Arcadio Segundo Buendía, cuando este, testigo y
partícipe de la matanza provocada por la Compañía Bananera,
llega de vuelta al poblado convencido que fueron tres mil los muertos cuyos
cadáveres cargaron en los vagones vacíos de un tren y los arrojaron al mar y se
encuentra que en el poblado nadie vio morir a nadie y se comenta que la Compañía Bananera
se fue tan silenciosamente como llegó.
No obstante lo cual, la creencia de que
hubo muchos muertos se conservó pese a todas las dudas y hace pocos años el
Congreso de la nación colombiana rindió público homenaje a los inocentes caídos
en la matanza de la Compañía Bananera.
Las razones pueden ser de dos maneras:
explícitas e implícitas. Las primeras son aquellas que están claramente
expresadas o son visibles sin tener que efectuar deducciones de ninguna índole,
en tanto las razones implícitas son aquellas que, sin estar a la vista o
demostradas con absoluta claridad, surgen como fundamento cuando una creencia
se hace reflexiva o, al pensar los fundamentos de la misma, aparecen esas
razones. Pueden ser de tres tipos, en el primer caso, una creencia espontánea,
la razón implícita es el factor causal, lo que la gestó y la produjo.
En segundo lugar, cuando adoptamos una
creencia que luego olvidamos, la razón implícita fue aquella que nos hizo tomar
como propia esta creencia. Nuestra vida está llena de creencias que alguna vez
adquirimos, sin que tengamos siempre en la memoria las razones que nos llevaron
a adoptarla.
En tercer lugar, todos los principios
generales supuestos en nuestro sistema de creencias es algo que está implícito
en la creencia misma. Por ejemplo, muchas personas creen que el acto de soñar
está lleno de simbolismos que, de alguna manera, se ligan con la realidad
vivida por el sujeto soñador. La teoría del psicoanálisis de los sueños se basa
precisamente en una serie de razones implícitas que pueden tener una base
empírica pero que no cumplen con los requisitos del conocimiento científico.
Las justificaciones de este tipo de
razones son muy variadas y, la mayor parte de las veces, de carácter subjetivo.
Nunca es fácil poner de manifiesto en una creencia la totalidad de las razones
que han llevado a la misma. Toda creencia tiene razones implícitas susceptibles
de ser puestas en cuestión. Ello nos obliga, a menudo, a hacer distinciones
suplementarias. Las razones de una creencia no son siempre las que tenemos en
nuestra conciencia sino que también suelen haber razones inconscientes de las
que nos cuesta hacernos cargo.
Como vemos, toda creencia se nutre de
razones implícitas y explícitas, pero hay razones que se basan también en otras
creencias. De esa forma, en la justificación y en la fundamentación de una
creencia vamos a llegar a razones obvias que no son ni implícitas ni
explícitas. Son las llamadas razones básicas. Estas pueden ser de dos clases:
1) creencias con razones implícitas que no se ponen en cuestión y 2) razones
que ya dejaron de ser creencias.
En el primer caso detenemos la
justificación por “credibilidad espontánea”. En las razones básicas se suspende
el cuestionamiento, porque este ya no puede dar lugar a otras razones. Un
ejemplo de razón básica es el siguiente: Cuando uno se pregunta porqué uno cree
que una planta está en determinado lugar. La respuesta es porque se ha visto a
la planta allí o porque se sabe que está allí. Los datos que captan los órganos
de nuestros sentidos, mientras su funcionamiento es normal, nos dan razones
básicas. Las razones últimas de las cosas, por ejemplo la luz solar da vida al
planeta Tierra, ya deja de ser una creencia porque uno se percata de que es la
verdad.
Cuando se trata de razones básicas, la
creencia puede reducirse a un dato sensorial, pero a veces, el dato sensorial
simplemente da una cualidad al objeto, cualidad de la cual se podrán deducir
otras razones. Una afirmación puede ser verdadera o falsa: “Creo que veo una
luz roja”. No basta con la afirmación para confirmar que hay una luz roja, se
debe constatarlo. La simple captación de un dato no implica necesariamente una
creencia o una verdad, es un estado interno que responde a un estímulo.
En los sistemas formales de conocimiento,
sus axiomas y definiciones funcionan como razones que dan validez a otros
enunciados del mismo sistema. Pero también se puede interpretar que tales
axiomas y definiciones no son ni verdaderos ni falsos, sino que son el
resultado de una estipulación.
En síntesis: no hay creencias de las que
no se puedan dar razones, razones que pueden ser otras creencias, o razones
últimas que no necesitan ser convalidadas. Las razones últimas ya no son creencias,
sino demostraciones surgidas a través del conocimiento analítico.
Un tema importante a considerar es como
se relacionan las razones con las causas de las creencias. En primer término,
puede haber una conexión causal que hace que la razón actúe como causa. En
segundo lugar, puede haber una conexión lógica entre la razón y la causa, que
actúa entre proposiciones.
En muchos casos, basta con dar las
razones de una creencia para ofrecer una explicación satisfactoria de esa
creencia. En ese caso, las razones de una creencia son suficientes para
aceptarla como verdadera a la creencia.
En otros casos, lo creído es una creencia
que actúa como razón de otra creencia y es el antecedente lógico de lo creído
en esa segunda creencia. Por lo tanto, que haya una conexión causal entre
creencias no impide que exista también una conexión lógica entre las razones de
esas creencias.
Goldman y Swain, en los años 70,
intentaron explicar el saber desde una teoría causal que haría del saber una
especie de creencia. Para Goldman, una condición necesaria para el saber es la
creencia en ese saber y que esa creencia esté conectada por una cadena causal.
La conexión causal más simple es que la creencia esté causada por el hecho real
a que se refiere la misma. Por ejemplo, algo que se percibe y luego se
recuerda. Pero nada es tan simple ni tan sencillo.
Transformar en una creencia algo que
llega al interior de la persona a través de cualquiera de los sentidos, o de
todos en general, implica una complejo proceso de intelectualización de
sensaciones y percepciones. Es todo un trabajo guiado por la mente; es
actividad cerebral, pero es también convicción espiritual. ¿Dónde está el
límite entre una y la otra? Esa es la gran pregunta y esa es también la
incógnita principal. Quizás lo más sano y prudente sea dejar que la fusión
entre la actividad racional pura y la influencia emocional se conviertan en un
todo indivisible. Entonces….saber y creer podrían llegar a ser la misma
cosa….o, al menos….un mismo substractum.