domingo, 6 de enero de 2013

De saberes y creencias


Desde que tuvo conciencia de si mismo, el hombre fue acumulando a través del tiempo algo que se dio en llamar conocimiento. Por lo tanto, podemos definirlo como un proceso psíquico que, en unidad individual, acontece dentro de la mente de un ser humano. Pero, he aquí, que este fenómeno no es patrimonio de nadie en especial, sino que también es un producto colectivo o social, compartido por muchos otros individuos.
El conocimiento responde a ciertos principios causales, que han sido objeto de estudio tanto de la psicología cuanto de la filosofía.

Las ciencias han elaborado en distintas épocas diferentes teorías que relacionan ciertos hechos con sus causas determinantes. De manera tal, que se buscará separar lo que es una simple creencia o convicción particular de lo que es un conocimiento verdadero. Para ello, habrá que justificar y fundamentar con elementos objetivos y concretos lo que es verdadero y lo que es falso, profundizando la búsqueda y dejando en un plano secundario lo que es causa y efecto.

En todo este proceso, debemos considerar que la filosofía no es específicamente una ciencia que busque el descubrimiento de nuevos hechos ni la procuración de leyes inmutables, sino más bien procura a través del análisis, promoviendo la discusión, poner bajo cuestionamiento, o a prueba, lo que se cree que se conoce.
La teoría del conocimiento se ha visto como objeto de debate entre el psicologismo y el sociologismo. El protagonismo del primero en estas discusiones ha sido fundamental, buscando variantes entre los análisis conceptuales y las especulaciones psicológicas precientíficas.

Todo ello fue llevado al marco del origen de las ideas generales, ya que previo a todo conocimiento, existe una idea o un preconcepto ideológico que le da vida y sustento, dando lugar a largas polémicas entre empiristas y racionalistas. El punto central estuvo referido al origen innato de un conocimiento potencial, es decir portado desde la concepción del ser, con el origen adquirido por el mismo ser, pero a través de su experiencia. En siglos pasados, la discusión y/o confusión psicologista generó muchas corrientes de opinión por caminos divergentes. En tiempos más modernos, la reflexión filosófica debió sustentarse en el aporte de ramas tanto de la psicología como de la sociología.

Con todo este movimiento intelectual se han ido clarificando algunos conceptos básicos o fundamentales como creencia, conducta, razón, intención, etcétera. El razonamiento filosófico, basado en el análisis, sirvió para generar una aproximación a los preceptos epistémicos. Por medio de la reflexión filosófica se va a poder arribar al análisis de los conceptos epistémicos, lo que va a generar un mejor planteamiento de las problemáticas, que a su vez va a llevar a que se establezcan ciertas teorías guiadas por el análisis filosófico. En base a ello se irán modernizando y adecuando las diferentes ideologías.

A partir del saber, se plantea la diferencia entre el saber verdadero y la creencia, es decir lo que se sabe con certidumbre y lo que se cree sin tener una demostración objetiva. Esta antinomia (saber-creer) se remonta, en los orígenes de la Filosofía, hasta el Teetetes de Platón, o Diálogo de la Ciencia. El creer se caracteriza por un sentido restringido que implica suponer, conjeturar, presumir en un sentido vacilante o de relativa inseguridad. En la creencia se da por sentado lo que es una convicción, pero sin tener a mano una demostración cabal de la misma. Las religiones, en general, constituyen un ejemplo típico de creencia.

Así como se puede creer a partir de una simple presunción, o dando por cierto un enunciado, o por confirmado un hecho, saber significa algo muy diferente, mucho más específico y, por sobre todo, real en un sentido de objetividad material. Cuando una creencia es demostrada como verdadera se transforma en conocimiento o saber.
El requisito fundamental es que la proposición sea verdadera, pues en ella la creencia encontrará su sustento lógico. Cuando una creencia queda libre de razones que permitan sustentarla, automáticamente queda fuera del ámbito del saber.

En otro de sus diálogos, el Menón, Platón considera la posibilidad de conocer a través de motivos o finalidades prácticas, diferenciándose del Teetetes que abarcaba aspectos puramente intelectuales o abstractos, en el Menón, el tema concreto es la virtud.
Tanto en uno (Teetetes) como en el otro análisis (Menón) el saber ocupa el lugar de una creencia demostrada y justificada., sin embargo, en el segundo de ellos, el camino conduce hacia la realidad práctica, que encuentra su justificación en razones puramente realistas.

Ambos diálogos (Teetetes y Menón) se basan fundamentalmente en la intuición, para el primero el saber implica una justificación suficiente, para el segundo el conocimiento implica un sentido de orientación de nuestra vida en el mundo, garantizando el acierto en la acción. El instrumento para ello es la virtud. En ambos casos, el sujeto se puede anclar en la realidad.

El enfoque del Teetetes puede ser considerado como de análisis tradicional, mientras que el Menón es un camino alternativo que ayuda a la orientación de la vida en el mundo. Pero esto, a su vez, genera problemas que se plantearon para la búsqueda de posibles soluciones interpretativas por parte de los estudiosos.

En primer término, el saber analizado como parte del género creencia. Este es un concepto difícil de definir por su vaguedad e imprecisión. La creencia es un nivel estratégico de conocimiento, alejado de la ciencia por su falta de procedimientos de verificación. En toda creencia hay percepción, imaginación e intuición, siendo formas intelectuales que operan a fuerza de analogías y paralelos.

La creencia de un individuo es parte de su personalidad y está ligada a otros elementos psíquicos como motivos, propósitos y razones personales. En todo esto hay que tener en cuenta también los esquemas culturales, que son los que vinculan a la antropología con estas problemáticas.

Siendo un estado interno de cada sujeto, es difícil conocer a priori una creencia, siendo más factible poder analizarla indirectamente, o comprenderla por el  comportamiento observable, o sea la conducta del individuo. Por medio de las creencias puede llegarse a intentar ordenar las experiencias, para intentar construir una realidad, pero las creencias siempre serán, en estado puro, formas de ilusión de la realidad, de las que ni aún el pensamiento paradigmático científico escapa, sobre todo en sus primeras fases.

En segundo lugar, siempre relacionado con el saber, se plantean otros interrogantes como la justificación del mismo y, a partir de ella, su garantía de verdad. Si bien se han desarrollado, a través del tiempo, distintas tesis de coexistencia, en los tiempos actuales y modernos hay una incompatibilidad de fondo entre las creencias y las experiencias reales, que separan lo que sería un realismo mágico de un realismo lógico. Para muchos filósofos, el problema es que siempre faltan razones suficientes para transformar un supuesto saber en un saber verdadero. No alcanza con las tres razones elementales o básicas sino que deberían tenerse en cuenta razones suplementarias.

Hay una definición tradicional que se aplica como el verbo saber acompañado de…por ejemplo: saber como se hace, saber que es lo que pasa, saber como viene la mano….El interés sobre estos aspectos evidencia distintos períodos y diferentes caminos, por una parte las orientaciones teóricas fenomenológicas, por otra parte los postulados funcionalistas y, más recientemente, los procesos de conversión a partir de nuevas derivaciones surgidas del avance de las ciencias biológicas y psicológicas. Frente a estas nuevas postulaciones, el histórico Teetetes solo se aplicaría a un tipo de conocimiento, mientras el Menón tendría implicaciones más amplias aplicables a varios tipos de conocimientos.

El conocimiento verdadero requiere, para su adquisición, de la aplicación de uno o varios métodos para llegar con certeza al núcleo de su saber. Para ello hay que pasar por distintas etapas como análisis, clarificación, conceptualización y sistematización de distintos elementos, que nos llevarán a la afirmación de un conocimiento válido.
Para el positivismo, el conocimiento debe ser reducido y sistematizado por el saber científico, aunque se haya levantado sobre la base de un conocimiento natural. Hay muchas divisiones y fronteras creadas artificialmente por el hombre y hoy ya hay escuelas, como las de psicología transpersonal, que vuelven a hablar de una unicidad, de un conocimiento más unitario y menos fragmentado, a partir de lo que Ken Wilber llama “una conciencia sin fronteras”.De esa forma, ciencia y procesos cognitivos no irían por caminos paralelos sino por un solo y único camino, en procura de la resolución de los problemas de la vida práctica, si se quiere, el objetivo final del Menón.

De todos modos, el saber científico no está al alcance de todos y una gran mayoría de las personas orientan sus caminos de vida por otras formas de conocimiento. Lo que no es para nada conveniente es reducir o concentrar el conocimiento en una actividad teórica, separada o divorciada de la práctica.

El estudio del conocimiento nos lleva a lo que son los “problemas epistémicos”, es decir una serie de actividades descriptivas, analíticas y sistematizadotas de los conceptos. Una tendencia prejuiciosa del positivismo es asimilar o reducir el conocimiento a todo lo que sea validado por la ciencia que, si bien es fuente de conocimientos verdaderos, el conocimiento científico es solo una forma más de conocimiento. Pero existen también otras formas no científicas de conocimiento, como son el sentido común, la moral y las religiones.

Otra tendencia prejuiciosa es limitar el conocimiento exclusivamente a una teoría o a su parte teórica, totalmente desligada de la práctica. Quizás una de las formas que permite sustentar conocimientos con mayor solvencia sea el análisis de las relaciones lógicas entre conceptos epistémicos, tal como lo proclama Jakko Hintikka, a partir y a través de un enfoque formal que discute y precisa los supuestos semánticos.
Muchas veces, la expresión de los conocimientos en el lenguaje común y corriente suele estar plagada de dificultades, quedando como algo impreciso y oscuro, porque este lenguaje es demasiado generalizador y en términos de conocimiento es necesario distinguir, clasificar y sistematizar.

De cada uno de esos pasos van a ir surgiendo los caracteres esenciales de cada objeto en particular. La importancia de la metodología, o del método, reside fundamentalmente en que el conocimiento no exige únicamente claridad de conceptos sino también una distinción y delimitación del mismo. De ahí que la especificidad de los términos utilizados sea muy importante, toda vez que el lenguaje popular u ordinario no siempre permite establecer distinciones reales. Y es sobre la base de estas distinciones que se efectuarán otras construcciones más complejas, producto de la sistematización de los conceptos epistémicos, tales como los fines del hombre en la sociedad y la ética de sus creencias.

La creencia es una experiencia íntima del ser humano, relacionada con sus ideas, significados y lo verdadero. Las esencias del creer llevan a formas de vida, a diferentes orientaciones y a distintas manifestaciones del ser. Una pregunta habitual es: ¿Por qué se cree en algo? Y una respuesta posible a dicho interrogante nos da tres pistas: por antecedentes,  por motivos y por razones. Los primeros se relacionan con la génesis de la creencia, los segundos son la base psicológica de la misma y las razones son las que llevan a la justificación de la creencia.

Por ejemplo….Platón creía en la inmortalidad del alma porque había antecedentes de ello en la gente de su clase social, porque la idea de rechazar la muerte del cuerpo le daba fundamento para creer en la vida eterna del alma y porque a la hora de encontrar una justificación era propiamente Sócrates, el gran maestro, quien se la daba.
No obstante la interacción de estos elementos no es tan sencilla como puede parecer sino que ha dado origen a un sinnúmero de discusiones filosóficas que han llevado no años, sino siglos. Por algo así es que nadie puede obligar a otra persona a creer en lo mismo que uno, si en el otro hay resistencias de algún tipo y género. Quien cree da por verdadero el núcleo de su creencia, aunque muchas veces las razones que esgrima no tengan el peso de lo real y verdadero materialmente hablando.

La Edad Media fue un período de la historia en el cual la fe y la razón dieron lugar no solo a discusiones sino también a hechos que tiñeron de sangre el pensar y el vivir de muchas personas. La razón verdadera debería ser la base y condición para toda creencia, pero la fe va mucho más allá de la razón pura.
La fe religiosa, por ejemplo, es una clase diferenciada de experiencia, es un modo especial de comprensión y explicación del caos original, es una proyección de la existencia humana en el cosmos, un redescubrimiento de la naturaleza, una transmutación de elementos profanos en sagrados.

Los escritos de San Agustín y de Santo Tomás de Aquino, son muestras de representaciones simbólicas, desde una lógica y un sentido discursivo y práctico, que vinculan el mundo cotidiano y temporal con instancias míticas y atemporales.
Pero el tema central de la disputa ideológica siempre será las razones, porque estas son las que le aseguran al sujeto que sus acciones están determinadas por la realidad. Las razones son la garantía de que lo que se hace tiene un fundamento racional y lógico.
La razón guarda una estrecha relación con el pensamiento lógico y formal, no aceptando como verdadero al pensamiento mágico o primitivo, ni tampoco a la sabiduría de un profeta iluminado. No obstante, un sabio como Blas Pascal se atrevió a decir: “El corazón tiene razones que la razón no conoce”. Y, aunque parezca un simple juego metafórico de palabras, encierra un contenido mucho más profundo, toda vez que está dando validez a cosas como la intuición y las emociones.

Actualmente, las corrientes psicológicas vanguardistas hablan de “inteligencia emocional”, para referirse a una rara mezcla de inteligencia racional proveniente del lóbulo frontal del cerebro humano e inteligencia irracional originada en el “cerebro límbico”, herencia que los humanos arrastran de los grandes reptiles prehistóricos y los primates.

La justificación es el eslabón fundamental, es aquello que transforma la probabilidad de una creencia en una certidumbre, si es posible total y absoluta. Pero los físicos cuánticos modernos han dicho y siguen sosteniendo que nuestro universo es un universo probabilística, en el cual rige soberano el principio de incertidumbre, de modo que la validez de toda razón es un fenómeno relativo.

De todos modos, justificar una acción es mostrar también un valor moral, sobre todo cuando se hace por medio de razones prácticas, aunque también las razones teóricas deben ocupar un lugar importante pese a que no siempre resulten visibles. El famoso “Bosón de Higgs”, la partícula o piedra filosofal del universo que nos abarca, tiene un fundamento y una justificación teórica que están hoy fuera de toda discusión, pero la partícula sigue siendo prácticamente invisible, como “la cara de Dios” y luego de una serie de  fracasos en la mayoría de los intentos directos por permitir su comprobación experimental, al fin se ha llegado a un punto en el cual el bosón sería visible.
Ver para creer es la esencia del pensamiento materialista…Creer para ver fue el principio básico que permitió a los chamanes convertirse en los primeros hombres de conocimiento de la Humanidad.

En su afán por justificar, muchas justificaciones terminaron siendo simplemente una creencia más. El inconsciente humano no admite muchas razones, como que no tiene cronología lineal y en él los opuestos no se excluyen. Como se ve, las acciones reflexivas tienen escaso o nulo lugar en el inconsciente de la mente humana.
De hecho, hay muchas creencias que carecen en absoluto de razones.

William James, cuyas deducciones sirvieron de base a lo que mucho más adelante sería la psicología transpersonal, con Roberto Assagioli, Abraham Maslow y Ken Wilber, entre otros, solía decir que “cualquier objeto que no es contradicho, es creído”. La natural capacidad perceptiva del ser le hace creer que todo lo que captan sus sentidos es cierto. Creemos espontáneamente en todo lo que percibimos, a priori. Luego se produce una intelectualización de esas sensaciones, que entran en el complejo campo de la memoria y las asociaciones de ideas, surgiendo nuevas formulaciones que adquirirán o no el carácter de creencias.

El campo de la duda no puede estar ausente de este terreno de formulaciones, sobre todo cuando uno se pregunta acerca de las razones que sustentan una creencia. El famoso escritor Gabriel García Márquez siembra la duda en todos los lectores de “Cien años de soledad”, desde su personaje José Arcadio Segundo Buendía, cuando este, testigo y partícipe de la matanza provocada por la Compañía Bananera, llega de vuelta al poblado convencido que fueron tres mil los muertos cuyos cadáveres cargaron en los vagones vacíos de un tren y los arrojaron al mar y se encuentra que en el poblado nadie vio morir a nadie y se comenta que la Compañía Bananera se fue tan silenciosamente como llegó.
No obstante lo cual, la creencia de que hubo muchos muertos se conservó pese a todas las dudas y hace pocos años el Congreso de la nación colombiana rindió público homenaje a los inocentes caídos en la matanza de la Compañía Bananera.

Las razones pueden ser de dos maneras: explícitas e implícitas. Las primeras son aquellas que están claramente expresadas o son visibles sin tener que efectuar deducciones de ninguna índole, en tanto las razones implícitas son aquellas que, sin estar a la vista o demostradas con absoluta claridad, surgen como fundamento cuando una creencia se hace reflexiva o, al pensar los fundamentos de la misma, aparecen esas razones. Pueden ser de tres tipos, en el primer caso, una creencia espontánea, la razón implícita es el factor causal, lo que la gestó y la produjo.

En segundo lugar, cuando adoptamos una creencia que luego olvidamos, la razón implícita fue aquella que nos hizo tomar como propia esta creencia. Nuestra vida está llena de creencias que alguna vez adquirimos, sin que tengamos siempre en la memoria las razones que nos llevaron a adoptarla.

En tercer lugar, todos los principios generales supuestos en nuestro sistema de creencias es algo que está implícito en la creencia misma. Por ejemplo, muchas personas creen que el acto de soñar está lleno de simbolismos que, de alguna manera, se ligan con la realidad vivida por el sujeto soñador. La teoría del psicoanálisis de los sueños se basa precisamente en una serie de razones implícitas que pueden tener una base empírica pero que no cumplen con los requisitos del conocimiento científico.

Las justificaciones de este tipo de razones son muy variadas y, la mayor parte de las veces, de carácter subjetivo. Nunca es fácil poner de manifiesto en una creencia la totalidad de las razones que han llevado a la misma. Toda creencia tiene razones implícitas susceptibles de ser puestas en cuestión. Ello nos obliga, a menudo, a hacer distinciones suplementarias. Las razones de una creencia no son siempre las que tenemos en nuestra conciencia sino que también suelen haber razones inconscientes de las que nos cuesta hacernos cargo.

Como vemos, toda creencia se nutre de razones implícitas y explícitas, pero hay razones que se basan también en otras creencias. De esa forma, en la justificación y en la fundamentación de una creencia vamos a llegar a razones obvias que no son ni implícitas ni explícitas. Son las llamadas razones básicas. Estas pueden ser de dos clases: 1) creencias con razones implícitas que no se ponen en cuestión y 2) razones que ya dejaron de ser creencias.

En el primer caso detenemos la justificación por “credibilidad espontánea”. En las razones básicas se suspende el cuestionamiento, porque este ya no puede dar lugar a otras razones. Un ejemplo de razón básica es el siguiente: Cuando uno se pregunta porqué uno cree que una planta está en determinado lugar. La respuesta es porque se ha visto a la planta allí o porque se sabe que está allí. Los datos que captan los órganos de nuestros sentidos, mientras su funcionamiento es normal, nos dan razones básicas. Las razones últimas de las cosas, por ejemplo la luz solar da vida al planeta Tierra, ya deja de ser una creencia porque uno se percata de que es la verdad.

Cuando se trata de razones básicas, la creencia puede reducirse a un dato sensorial, pero a veces, el dato sensorial simplemente da una cualidad al objeto, cualidad de la cual se podrán deducir otras razones. Una afirmación puede ser verdadera o falsa: “Creo que veo una luz roja”. No basta con la afirmación para confirmar que hay una luz roja, se debe constatarlo. La simple captación de un dato no implica necesariamente una creencia o una verdad, es un estado interno que responde a un estímulo.

En los sistemas formales de conocimiento, sus axiomas y definiciones funcionan como razones que dan validez a otros enunciados del mismo sistema. Pero también se puede interpretar que tales axiomas y definiciones no son ni verdaderos ni falsos, sino que son el resultado de una estipulación.

En síntesis: no hay creencias de las que no se puedan dar razones, razones que pueden ser otras creencias, o razones últimas que no necesitan ser convalidadas. Las razones últimas ya no son creencias, sino demostraciones surgidas a través del conocimiento analítico.

Un tema importante a considerar es como se relacionan las razones con las causas de las creencias. En primer término, puede haber una conexión causal que hace que la razón actúe como causa. En segundo lugar, puede haber una conexión lógica entre la razón y la causa, que actúa entre proposiciones.

En muchos casos, basta con dar las razones de una creencia para ofrecer una explicación satisfactoria de esa creencia. En ese caso, las razones de una creencia son suficientes para aceptarla como verdadera a la creencia.
En otros casos, lo creído es una creencia que actúa como razón de otra creencia y es el antecedente lógico de lo creído en esa segunda creencia. Por lo tanto, que haya una conexión causal entre creencias no impide que exista también una conexión lógica entre las razones de esas creencias.

Goldman y Swain, en los años 70, intentaron explicar el saber desde una teoría causal que haría del saber una especie de creencia. Para Goldman, una condición necesaria para el saber es la creencia en ese saber y que esa creencia esté conectada por una cadena causal. La conexión causal más simple es que la creencia esté causada por el hecho real a que se refiere la misma. Por ejemplo, algo que se percibe y luego se recuerda. Pero nada es tan simple ni tan sencillo.

Transformar en una creencia algo que llega al interior de la persona a través de cualquiera de los sentidos, o de todos en general, implica una complejo proceso de intelectualización de sensaciones y percepciones. Es todo un trabajo guiado por la mente; es actividad cerebral, pero es también convicción espiritual. ¿Dónde está el límite entre una y la otra? Esa es la gran pregunta y esa es también la incógnita principal. Quizás lo más sano y prudente sea dejar que la fusión entre la actividad racional pura y la influencia emocional se conviertan en un todo indivisible. Entonces….saber y creer podrían llegar a ser la misma cosa….o, al menos….un mismo substractum.