domingo, 6 de enero de 2013

De saberes y creencias


Desde que tuvo conciencia de si mismo, el hombre fue acumulando a través del tiempo algo que se dio en llamar conocimiento. Por lo tanto, podemos definirlo como un proceso psíquico que, en unidad individual, acontece dentro de la mente de un ser humano. Pero, he aquí, que este fenómeno no es patrimonio de nadie en especial, sino que también es un producto colectivo o social, compartido por muchos otros individuos.
El conocimiento responde a ciertos principios causales, que han sido objeto de estudio tanto de la psicología cuanto de la filosofía.

Las ciencias han elaborado en distintas épocas diferentes teorías que relacionan ciertos hechos con sus causas determinantes. De manera tal, que se buscará separar lo que es una simple creencia o convicción particular de lo que es un conocimiento verdadero. Para ello, habrá que justificar y fundamentar con elementos objetivos y concretos lo que es verdadero y lo que es falso, profundizando la búsqueda y dejando en un plano secundario lo que es causa y efecto.

En todo este proceso, debemos considerar que la filosofía no es específicamente una ciencia que busque el descubrimiento de nuevos hechos ni la procuración de leyes inmutables, sino más bien procura a través del análisis, promoviendo la discusión, poner bajo cuestionamiento, o a prueba, lo que se cree que se conoce.
La teoría del conocimiento se ha visto como objeto de debate entre el psicologismo y el sociologismo. El protagonismo del primero en estas discusiones ha sido fundamental, buscando variantes entre los análisis conceptuales y las especulaciones psicológicas precientíficas.

Todo ello fue llevado al marco del origen de las ideas generales, ya que previo a todo conocimiento, existe una idea o un preconcepto ideológico que le da vida y sustento, dando lugar a largas polémicas entre empiristas y racionalistas. El punto central estuvo referido al origen innato de un conocimiento potencial, es decir portado desde la concepción del ser, con el origen adquirido por el mismo ser, pero a través de su experiencia. En siglos pasados, la discusión y/o confusión psicologista generó muchas corrientes de opinión por caminos divergentes. En tiempos más modernos, la reflexión filosófica debió sustentarse en el aporte de ramas tanto de la psicología como de la sociología.

Con todo este movimiento intelectual se han ido clarificando algunos conceptos básicos o fundamentales como creencia, conducta, razón, intención, etcétera. El razonamiento filosófico, basado en el análisis, sirvió para generar una aproximación a los preceptos epistémicos. Por medio de la reflexión filosófica se va a poder arribar al análisis de los conceptos epistémicos, lo que va a generar un mejor planteamiento de las problemáticas, que a su vez va a llevar a que se establezcan ciertas teorías guiadas por el análisis filosófico. En base a ello se irán modernizando y adecuando las diferentes ideologías.

A partir del saber, se plantea la diferencia entre el saber verdadero y la creencia, es decir lo que se sabe con certidumbre y lo que se cree sin tener una demostración objetiva. Esta antinomia (saber-creer) se remonta, en los orígenes de la Filosofía, hasta el Teetetes de Platón, o Diálogo de la Ciencia. El creer se caracteriza por un sentido restringido que implica suponer, conjeturar, presumir en un sentido vacilante o de relativa inseguridad. En la creencia se da por sentado lo que es una convicción, pero sin tener a mano una demostración cabal de la misma. Las religiones, en general, constituyen un ejemplo típico de creencia.

Así como se puede creer a partir de una simple presunción, o dando por cierto un enunciado, o por confirmado un hecho, saber significa algo muy diferente, mucho más específico y, por sobre todo, real en un sentido de objetividad material. Cuando una creencia es demostrada como verdadera se transforma en conocimiento o saber.
El requisito fundamental es que la proposición sea verdadera, pues en ella la creencia encontrará su sustento lógico. Cuando una creencia queda libre de razones que permitan sustentarla, automáticamente queda fuera del ámbito del saber.

En otro de sus diálogos, el Menón, Platón considera la posibilidad de conocer a través de motivos o finalidades prácticas, diferenciándose del Teetetes que abarcaba aspectos puramente intelectuales o abstractos, en el Menón, el tema concreto es la virtud.
Tanto en uno (Teetetes) como en el otro análisis (Menón) el saber ocupa el lugar de una creencia demostrada y justificada., sin embargo, en el segundo de ellos, el camino conduce hacia la realidad práctica, que encuentra su justificación en razones puramente realistas.

Ambos diálogos (Teetetes y Menón) se basan fundamentalmente en la intuición, para el primero el saber implica una justificación suficiente, para el segundo el conocimiento implica un sentido de orientación de nuestra vida en el mundo, garantizando el acierto en la acción. El instrumento para ello es la virtud. En ambos casos, el sujeto se puede anclar en la realidad.

El enfoque del Teetetes puede ser considerado como de análisis tradicional, mientras que el Menón es un camino alternativo que ayuda a la orientación de la vida en el mundo. Pero esto, a su vez, genera problemas que se plantearon para la búsqueda de posibles soluciones interpretativas por parte de los estudiosos.

En primer término, el saber analizado como parte del género creencia. Este es un concepto difícil de definir por su vaguedad e imprecisión. La creencia es un nivel estratégico de conocimiento, alejado de la ciencia por su falta de procedimientos de verificación. En toda creencia hay percepción, imaginación e intuición, siendo formas intelectuales que operan a fuerza de analogías y paralelos.

La creencia de un individuo es parte de su personalidad y está ligada a otros elementos psíquicos como motivos, propósitos y razones personales. En todo esto hay que tener en cuenta también los esquemas culturales, que son los que vinculan a la antropología con estas problemáticas.

Siendo un estado interno de cada sujeto, es difícil conocer a priori una creencia, siendo más factible poder analizarla indirectamente, o comprenderla por el  comportamiento observable, o sea la conducta del individuo. Por medio de las creencias puede llegarse a intentar ordenar las experiencias, para intentar construir una realidad, pero las creencias siempre serán, en estado puro, formas de ilusión de la realidad, de las que ni aún el pensamiento paradigmático científico escapa, sobre todo en sus primeras fases.

En segundo lugar, siempre relacionado con el saber, se plantean otros interrogantes como la justificación del mismo y, a partir de ella, su garantía de verdad. Si bien se han desarrollado, a través del tiempo, distintas tesis de coexistencia, en los tiempos actuales y modernos hay una incompatibilidad de fondo entre las creencias y las experiencias reales, que separan lo que sería un realismo mágico de un realismo lógico. Para muchos filósofos, el problema es que siempre faltan razones suficientes para transformar un supuesto saber en un saber verdadero. No alcanza con las tres razones elementales o básicas sino que deberían tenerse en cuenta razones suplementarias.

Hay una definición tradicional que se aplica como el verbo saber acompañado de…por ejemplo: saber como se hace, saber que es lo que pasa, saber como viene la mano….El interés sobre estos aspectos evidencia distintos períodos y diferentes caminos, por una parte las orientaciones teóricas fenomenológicas, por otra parte los postulados funcionalistas y, más recientemente, los procesos de conversión a partir de nuevas derivaciones surgidas del avance de las ciencias biológicas y psicológicas. Frente a estas nuevas postulaciones, el histórico Teetetes solo se aplicaría a un tipo de conocimiento, mientras el Menón tendría implicaciones más amplias aplicables a varios tipos de conocimientos.

El conocimiento verdadero requiere, para su adquisición, de la aplicación de uno o varios métodos para llegar con certeza al núcleo de su saber. Para ello hay que pasar por distintas etapas como análisis, clarificación, conceptualización y sistematización de distintos elementos, que nos llevarán a la afirmación de un conocimiento válido.
Para el positivismo, el conocimiento debe ser reducido y sistematizado por el saber científico, aunque se haya levantado sobre la base de un conocimiento natural. Hay muchas divisiones y fronteras creadas artificialmente por el hombre y hoy ya hay escuelas, como las de psicología transpersonal, que vuelven a hablar de una unicidad, de un conocimiento más unitario y menos fragmentado, a partir de lo que Ken Wilber llama “una conciencia sin fronteras”.De esa forma, ciencia y procesos cognitivos no irían por caminos paralelos sino por un solo y único camino, en procura de la resolución de los problemas de la vida práctica, si se quiere, el objetivo final del Menón.

De todos modos, el saber científico no está al alcance de todos y una gran mayoría de las personas orientan sus caminos de vida por otras formas de conocimiento. Lo que no es para nada conveniente es reducir o concentrar el conocimiento en una actividad teórica, separada o divorciada de la práctica.

El estudio del conocimiento nos lleva a lo que son los “problemas epistémicos”, es decir una serie de actividades descriptivas, analíticas y sistematizadotas de los conceptos. Una tendencia prejuiciosa del positivismo es asimilar o reducir el conocimiento a todo lo que sea validado por la ciencia que, si bien es fuente de conocimientos verdaderos, el conocimiento científico es solo una forma más de conocimiento. Pero existen también otras formas no científicas de conocimiento, como son el sentido común, la moral y las religiones.

Otra tendencia prejuiciosa es limitar el conocimiento exclusivamente a una teoría o a su parte teórica, totalmente desligada de la práctica. Quizás una de las formas que permite sustentar conocimientos con mayor solvencia sea el análisis de las relaciones lógicas entre conceptos epistémicos, tal como lo proclama Jakko Hintikka, a partir y a través de un enfoque formal que discute y precisa los supuestos semánticos.
Muchas veces, la expresión de los conocimientos en el lenguaje común y corriente suele estar plagada de dificultades, quedando como algo impreciso y oscuro, porque este lenguaje es demasiado generalizador y en términos de conocimiento es necesario distinguir, clasificar y sistematizar.

De cada uno de esos pasos van a ir surgiendo los caracteres esenciales de cada objeto en particular. La importancia de la metodología, o del método, reside fundamentalmente en que el conocimiento no exige únicamente claridad de conceptos sino también una distinción y delimitación del mismo. De ahí que la especificidad de los términos utilizados sea muy importante, toda vez que el lenguaje popular u ordinario no siempre permite establecer distinciones reales. Y es sobre la base de estas distinciones que se efectuarán otras construcciones más complejas, producto de la sistematización de los conceptos epistémicos, tales como los fines del hombre en la sociedad y la ética de sus creencias.

La creencia es una experiencia íntima del ser humano, relacionada con sus ideas, significados y lo verdadero. Las esencias del creer llevan a formas de vida, a diferentes orientaciones y a distintas manifestaciones del ser. Una pregunta habitual es: ¿Por qué se cree en algo? Y una respuesta posible a dicho interrogante nos da tres pistas: por antecedentes,  por motivos y por razones. Los primeros se relacionan con la génesis de la creencia, los segundos son la base psicológica de la misma y las razones son las que llevan a la justificación de la creencia.

Por ejemplo….Platón creía en la inmortalidad del alma porque había antecedentes de ello en la gente de su clase social, porque la idea de rechazar la muerte del cuerpo le daba fundamento para creer en la vida eterna del alma y porque a la hora de encontrar una justificación era propiamente Sócrates, el gran maestro, quien se la daba.
No obstante la interacción de estos elementos no es tan sencilla como puede parecer sino que ha dado origen a un sinnúmero de discusiones filosóficas que han llevado no años, sino siglos. Por algo así es que nadie puede obligar a otra persona a creer en lo mismo que uno, si en el otro hay resistencias de algún tipo y género. Quien cree da por verdadero el núcleo de su creencia, aunque muchas veces las razones que esgrima no tengan el peso de lo real y verdadero materialmente hablando.

La Edad Media fue un período de la historia en el cual la fe y la razón dieron lugar no solo a discusiones sino también a hechos que tiñeron de sangre el pensar y el vivir de muchas personas. La razón verdadera debería ser la base y condición para toda creencia, pero la fe va mucho más allá de la razón pura.
La fe religiosa, por ejemplo, es una clase diferenciada de experiencia, es un modo especial de comprensión y explicación del caos original, es una proyección de la existencia humana en el cosmos, un redescubrimiento de la naturaleza, una transmutación de elementos profanos en sagrados.

Los escritos de San Agustín y de Santo Tomás de Aquino, son muestras de representaciones simbólicas, desde una lógica y un sentido discursivo y práctico, que vinculan el mundo cotidiano y temporal con instancias míticas y atemporales.
Pero el tema central de la disputa ideológica siempre será las razones, porque estas son las que le aseguran al sujeto que sus acciones están determinadas por la realidad. Las razones son la garantía de que lo que se hace tiene un fundamento racional y lógico.
La razón guarda una estrecha relación con el pensamiento lógico y formal, no aceptando como verdadero al pensamiento mágico o primitivo, ni tampoco a la sabiduría de un profeta iluminado. No obstante, un sabio como Blas Pascal se atrevió a decir: “El corazón tiene razones que la razón no conoce”. Y, aunque parezca un simple juego metafórico de palabras, encierra un contenido mucho más profundo, toda vez que está dando validez a cosas como la intuición y las emociones.

Actualmente, las corrientes psicológicas vanguardistas hablan de “inteligencia emocional”, para referirse a una rara mezcla de inteligencia racional proveniente del lóbulo frontal del cerebro humano e inteligencia irracional originada en el “cerebro límbico”, herencia que los humanos arrastran de los grandes reptiles prehistóricos y los primates.

La justificación es el eslabón fundamental, es aquello que transforma la probabilidad de una creencia en una certidumbre, si es posible total y absoluta. Pero los físicos cuánticos modernos han dicho y siguen sosteniendo que nuestro universo es un universo probabilística, en el cual rige soberano el principio de incertidumbre, de modo que la validez de toda razón es un fenómeno relativo.

De todos modos, justificar una acción es mostrar también un valor moral, sobre todo cuando se hace por medio de razones prácticas, aunque también las razones teóricas deben ocupar un lugar importante pese a que no siempre resulten visibles. El famoso “Bosón de Higgs”, la partícula o piedra filosofal del universo que nos abarca, tiene un fundamento y una justificación teórica que están hoy fuera de toda discusión, pero la partícula sigue siendo prácticamente invisible, como “la cara de Dios” y luego de una serie de  fracasos en la mayoría de los intentos directos por permitir su comprobación experimental, al fin se ha llegado a un punto en el cual el bosón sería visible.
Ver para creer es la esencia del pensamiento materialista…Creer para ver fue el principio básico que permitió a los chamanes convertirse en los primeros hombres de conocimiento de la Humanidad.

En su afán por justificar, muchas justificaciones terminaron siendo simplemente una creencia más. El inconsciente humano no admite muchas razones, como que no tiene cronología lineal y en él los opuestos no se excluyen. Como se ve, las acciones reflexivas tienen escaso o nulo lugar en el inconsciente de la mente humana.
De hecho, hay muchas creencias que carecen en absoluto de razones.

William James, cuyas deducciones sirvieron de base a lo que mucho más adelante sería la psicología transpersonal, con Roberto Assagioli, Abraham Maslow y Ken Wilber, entre otros, solía decir que “cualquier objeto que no es contradicho, es creído”. La natural capacidad perceptiva del ser le hace creer que todo lo que captan sus sentidos es cierto. Creemos espontáneamente en todo lo que percibimos, a priori. Luego se produce una intelectualización de esas sensaciones, que entran en el complejo campo de la memoria y las asociaciones de ideas, surgiendo nuevas formulaciones que adquirirán o no el carácter de creencias.

El campo de la duda no puede estar ausente de este terreno de formulaciones, sobre todo cuando uno se pregunta acerca de las razones que sustentan una creencia. El famoso escritor Gabriel García Márquez siembra la duda en todos los lectores de “Cien años de soledad”, desde su personaje José Arcadio Segundo Buendía, cuando este, testigo y partícipe de la matanza provocada por la Compañía Bananera, llega de vuelta al poblado convencido que fueron tres mil los muertos cuyos cadáveres cargaron en los vagones vacíos de un tren y los arrojaron al mar y se encuentra que en el poblado nadie vio morir a nadie y se comenta que la Compañía Bananera se fue tan silenciosamente como llegó.
No obstante lo cual, la creencia de que hubo muchos muertos se conservó pese a todas las dudas y hace pocos años el Congreso de la nación colombiana rindió público homenaje a los inocentes caídos en la matanza de la Compañía Bananera.

Las razones pueden ser de dos maneras: explícitas e implícitas. Las primeras son aquellas que están claramente expresadas o son visibles sin tener que efectuar deducciones de ninguna índole, en tanto las razones implícitas son aquellas que, sin estar a la vista o demostradas con absoluta claridad, surgen como fundamento cuando una creencia se hace reflexiva o, al pensar los fundamentos de la misma, aparecen esas razones. Pueden ser de tres tipos, en el primer caso, una creencia espontánea, la razón implícita es el factor causal, lo que la gestó y la produjo.

En segundo lugar, cuando adoptamos una creencia que luego olvidamos, la razón implícita fue aquella que nos hizo tomar como propia esta creencia. Nuestra vida está llena de creencias que alguna vez adquirimos, sin que tengamos siempre en la memoria las razones que nos llevaron a adoptarla.

En tercer lugar, todos los principios generales supuestos en nuestro sistema de creencias es algo que está implícito en la creencia misma. Por ejemplo, muchas personas creen que el acto de soñar está lleno de simbolismos que, de alguna manera, se ligan con la realidad vivida por el sujeto soñador. La teoría del psicoanálisis de los sueños se basa precisamente en una serie de razones implícitas que pueden tener una base empírica pero que no cumplen con los requisitos del conocimiento científico.

Las justificaciones de este tipo de razones son muy variadas y, la mayor parte de las veces, de carácter subjetivo. Nunca es fácil poner de manifiesto en una creencia la totalidad de las razones que han llevado a la misma. Toda creencia tiene razones implícitas susceptibles de ser puestas en cuestión. Ello nos obliga, a menudo, a hacer distinciones suplementarias. Las razones de una creencia no son siempre las que tenemos en nuestra conciencia sino que también suelen haber razones inconscientes de las que nos cuesta hacernos cargo.

Como vemos, toda creencia se nutre de razones implícitas y explícitas, pero hay razones que se basan también en otras creencias. De esa forma, en la justificación y en la fundamentación de una creencia vamos a llegar a razones obvias que no son ni implícitas ni explícitas. Son las llamadas razones básicas. Estas pueden ser de dos clases: 1) creencias con razones implícitas que no se ponen en cuestión y 2) razones que ya dejaron de ser creencias.

En el primer caso detenemos la justificación por “credibilidad espontánea”. En las razones básicas se suspende el cuestionamiento, porque este ya no puede dar lugar a otras razones. Un ejemplo de razón básica es el siguiente: Cuando uno se pregunta porqué uno cree que una planta está en determinado lugar. La respuesta es porque se ha visto a la planta allí o porque se sabe que está allí. Los datos que captan los órganos de nuestros sentidos, mientras su funcionamiento es normal, nos dan razones básicas. Las razones últimas de las cosas, por ejemplo la luz solar da vida al planeta Tierra, ya deja de ser una creencia porque uno se percata de que es la verdad.

Cuando se trata de razones básicas, la creencia puede reducirse a un dato sensorial, pero a veces, el dato sensorial simplemente da una cualidad al objeto, cualidad de la cual se podrán deducir otras razones. Una afirmación puede ser verdadera o falsa: “Creo que veo una luz roja”. No basta con la afirmación para confirmar que hay una luz roja, se debe constatarlo. La simple captación de un dato no implica necesariamente una creencia o una verdad, es un estado interno que responde a un estímulo.

En los sistemas formales de conocimiento, sus axiomas y definiciones funcionan como razones que dan validez a otros enunciados del mismo sistema. Pero también se puede interpretar que tales axiomas y definiciones no son ni verdaderos ni falsos, sino que son el resultado de una estipulación.

En síntesis: no hay creencias de las que no se puedan dar razones, razones que pueden ser otras creencias, o razones últimas que no necesitan ser convalidadas. Las razones últimas ya no son creencias, sino demostraciones surgidas a través del conocimiento analítico.

Un tema importante a considerar es como se relacionan las razones con las causas de las creencias. En primer término, puede haber una conexión causal que hace que la razón actúe como causa. En segundo lugar, puede haber una conexión lógica entre la razón y la causa, que actúa entre proposiciones.

En muchos casos, basta con dar las razones de una creencia para ofrecer una explicación satisfactoria de esa creencia. En ese caso, las razones de una creencia son suficientes para aceptarla como verdadera a la creencia.
En otros casos, lo creído es una creencia que actúa como razón de otra creencia y es el antecedente lógico de lo creído en esa segunda creencia. Por lo tanto, que haya una conexión causal entre creencias no impide que exista también una conexión lógica entre las razones de esas creencias.

Goldman y Swain, en los años 70, intentaron explicar el saber desde una teoría causal que haría del saber una especie de creencia. Para Goldman, una condición necesaria para el saber es la creencia en ese saber y que esa creencia esté conectada por una cadena causal. La conexión causal más simple es que la creencia esté causada por el hecho real a que se refiere la misma. Por ejemplo, algo que se percibe y luego se recuerda. Pero nada es tan simple ni tan sencillo.

Transformar en una creencia algo que llega al interior de la persona a través de cualquiera de los sentidos, o de todos en general, implica una complejo proceso de intelectualización de sensaciones y percepciones. Es todo un trabajo guiado por la mente; es actividad cerebral, pero es también convicción espiritual. ¿Dónde está el límite entre una y la otra? Esa es la gran pregunta y esa es también la incógnita principal. Quizás lo más sano y prudente sea dejar que la fusión entre la actividad racional pura y la influencia emocional se conviertan en un todo indivisible. Entonces….saber y creer podrían llegar a ser la misma cosa….o, al menos….un mismo substractum.

martes, 4 de diciembre de 2012

Yoga, sueños y recuerdos infantiles


En agosto del año 1982, yo tenía 33 años y hacía siete que ejercía la medicina en la especialidad de Psiquiatría, habiéndome también graduado como Diplomado en Salud Pública, lo que me daba un horizonte profesional más que promisorio. Sin embargo, sentía internamente la imperiosa necesidad de vivenciar algún proceso diferente que me sacara un poco de tanto trabajo intelectual y me diera la posibilidad de encontrarme cara a cara con mis memorias emocionales y otras tantas cosas que había leído se hallaban intactamente guardadas en el interior del ser personal, como en un archivo de vivencias desconocido y a la vez celosamente escondido en algún lugar de nuestra alma.

Por influencia de mi esposa y otras personas allegadas a mi familia política me incliné por iniciar el camino de trabajo interior que proponía la escuela de Yoga “El Sendero”, de la ciudad de Córdoba, con una sucursal en Buenos Aires. Y fue así como el día 4 de agosto del año 1982 me encontré vestido íntegramente de blanco, con una especie de kimono con botones que permitía amplia libertad al cuerpo en general y a los segmentos corporales en particular. Estaba ante mi primera clase de Yoga, dando el paso inicial de un largo viaje al interior de mi mismo.

En general, por lo que escuchaba fuera de “El Sendero”, mucha gente creía que el yoga era una gimnasia oriental destinada trabajar los huesos y las articulaciones para mitigar los efectos de la artrosis en la tercera edad, pero los que verdaderamente sabían algo comprendían que en la disciplina milenaria había algo muy diferente a eso y mucho más profundo.

El primer paso fue ir incorporando entre mis actos automáticos los de las asanas o  posturas de las clases prácticas, en las cuales uno se tomaba un tiempo para relajación muscular corporal previa y, al mismo tiempo, para ir poniendo la mente en sintonía, teniendo el “Sendero” lugares muy especiales para eso. Debo destacar que los maestros nos guiaban con suma pericia pero sin imponernos ni siquiera la rigidez de los movimientos técnicos que uno suponía debían ser lo más parecidos a un esquema pre determinado. Nada que ver, teníamos libertad de movimientos, siempre que se intentara respetar el sentido de las asanas, podíamos dejar de lado alguna de ellas, relajarnos más o menos durante la clase y, al término de la misma, desperezarnos como si recién iniciáramos el día después de un sueño reparador.

La respiración y el manejo muscular de nuestro cuerpo nos era explicada con sumo cuidado por el profesor José Molluso en clases especiales de técnica de yoga que, conforme fueron pasando los años incorporaron enseñanzas especiales anti estrés, de pranayama, umbral del dolor, sonidos, meditación, técnicas respiratorias, es decir una variada gama de elementos corporales y mentales que podíamos aplicar directamente sobre nuestros cuerpos, pero que por traslación intrínseca repercutían también en nuestra manera de pensar y sentir lo que estábamos viviendo.

Pero, volviendo sobre los pasos iniciales de esta verdadera travesía, “El Sendero” se caracterizaba por una metodología que, a través del otorgamiento de cinturones de distintos colores, como en las artes marciales, uno podía ir dándose cuenta de la profundidad del trabajo que se iba produciendo en el aprendizaje que se estaba siguiendo a partir del día que se inició el viaje peregrino en busca del si mismo.
El primer año, con dos clases semanales promedio en la parte práctica y otras dos clases teóricas al mes, transcurrió dentro del cinturón blanco, que nos daba el carácter de aprendices totales. Era en las clases teóricas donde el maestro Héctor Borrás y su hermana “Negrita” nos iban abriendo los ojos para la unificación total de mente y cuerpo, algo que uno leía como objetivo por ejemplo de la Organización Mundial de la Salud.  

En las clases teóricas nos reuníamos un grupo de aprendices de la misma graduación, es decir color semejante de cinturón, para preguntar acerca de lo que se empezaba a sentir dentro de uno, en la medida que íbamos avanzando en la toma de clases prácticas. De esa manera, iban apareciendo de a poco sueños que uno podía recordar íntegramente o por fragmentos entrecortados, recuerdos infantiles que a veces podían tener o no tener un mayor sentido lógico, es decir comenzaban a surgir aquellas cosas que de mucho tiempo atrás se habían mantenido guardadas en lo inconsciente.

Los maestros de teóricas contribuían con sus observaciones y señalamientos a irnos abriendo los ojos y la mente, como para que uno mismo de a poco y con pasos firmes y seguros fuera dándose cuenta de vivencias, recuerdos, experiencias, miedos, angustias y más cosas que nos pasaron en la primera infancia y que fueron a un depósito del inconciente donde no teníamos llegada por la vía del pensamiento o el razonamiento personal. Quiero destacar y agradecer la calidad de las respuestas que recibíamos de los maestros, para poder convertirnos a partir de lo que ellos nos señalaban y enseñaban, en los exploradores individuales de nuestras propias mentes.

Recuerdo como si fuera hoy el paso al cinturón amarillo, un verdadero logro que nos iba dando también la valorización que hacían los maestros de la disciplina acerca de nuestro trabajo, una tarea que muchas veces se veía entorpecida por las resistencias internas a movilizar el material inconsciente o porque a uno mismo le costaba aceptar la aparición de elementos que parecían provenir de un archivo de memorias no deseadas.
Pero aquí también es importante destacar que, en todas las clases teóricas y prácticas se nos alentaba a tener paciencia, a dejar que las cosas fluyeran en cada uno de acuerdo al ritmo personal y que no todos podíamos tener las mismas vivencias, porque la individualidad de cada ser es algo tan propio y característico que marca a fuego las raíces de nuestra propia identidad.

Después del cinto amarillo nos adentramos al anaranjado y fue un trecho, un tramo o una etapa muy difícil del camino porque a ese nivel de trabajo la movilización emocional empezaba a teñir nuestras sensaciones y percepciones, poniéndonos frente a sueños y recuerdos muy movilizadotes y a la vez esclarecedores de nuestros primeros conflictos inconscientes provenientes de la esfera afectiva. Pasar el cinto naranja fue todo un desafío porque implicó exponernos ante nosotros mismos en un trabajo que iba cobrando sentido en la medida que avanzábamos por un camino que, desde lo retrospectivo que veníamos trayendo de la primera infancia ahora teníamos la posibilidad de enfrentar una prospectiva de vida diferente, mucho más clara y evidente que lo que nosotros alguna vez pudimos sospechar con solo recordar el pasado.

En la escuela de yoga de El Sendero, todos sabíamos que pasar el cinto naranja no era tarea fácil ni desafío enfrentado por la totalidad de los alumnos, ya que siempre, como en cualquiera de las otras etapas, había gente que se iba, que dejaba la disciplina, por un motivo u otro, bien explicada la deserción desde lo consciente. Lo que la gente no sabe es que el material inconsciente es maestro en crear resistencias y represiones, en tanto animarse a elaborarlas nos obliga a liberarnos de condicionamientos internos desconocidos que los traemos desde la cuna, o desde el mismísimo vientre materno.

Pasar al cinto verde fue muy lindo no solo por el color en si, ya que habiendo salido de la turbulencia emocional del naranja, nos introducíamos ahora a vivencias que ya estábamos mejor preparados para enfrentar. No es que hubiera cintos más fáciles o más difíciles, si es que éramos alumnos que avanzábamos por un camino que, conforme se nos iba despejando, lo que venía por delante era algo que estábamos mejor preparados para ver y aceptar, por muy doloroso que fuera y, en algunos casos, así lo era, mientras en otros no lo era tanto.

El cinto azul fue otra etapa de avances significativos, despejando como las catáfilas de la cebolla o el clásico ejemplo de las “muñecas rusas” las capas del inconsciente, desde afuera hacia adentro. La mano conductora de los maestros en toda esta experiencia era la compañía de seguros que teníamos para poder soportar cosas que de otra manera nos hubiera resultado sumamente difícil de aceptar de nosotros mismos. Además, en las clases teóricas, donde rara vez éramos menos de veinte personas y escuchábamos más o menos una decena de testimonios, lo vivenciado por nuestros compañeros muchas veces nos servía en relación a lo nuestro, lo cual nos fue creando una  confraternidad en el respeto mutuo por lo que a cada uno le había tocado vivir en distintas instancias de su vida emocional afectiva, familiar y social.

Cuando llegamos al cinto morado, creo que fue el momento de fuego para adentrarnos de por vida y para siempre en la disciplina. En alguna medida, se revivieron muchas de aquellas experiencias que nos habían hecho tan difícil y doloroso el tránsito por el cinto naranja. Pero ahora estábamos a varios niveles más profundos de elaboración y desde  una base o plataforma que nos daba seguridad y confianza. Llevábamos ya más de cinco años de práctica continua, habíamos avanzado mucho en la técnica de las asanas, de a poco empezábamos a incorporar técnicas alternativas de ejercicios y de respiración, para autoclima, microclima y macroclima, una vibración energética muy efectiva corriendo desde lo más alto de las cervicales hasta lo más bajo de las vértebras sacras, una inspiración meditativa uniendo los dos hemisferios cerebrales, llevando el aire hacia el interior y dejándolo fluir lentamente sin ninguna presión, junto con una estimulación sensorial sobre los puntos de las sienes, todo lo cual nos daba herramientas físicas de trabajo para un descubrimiento mental de nosotros mismos.

Cuando un tiempo más adelante llegamos a la graduación del cinto negro, creímos tocar el cielo con las manos. Pensábamos que entraríamos en algo parecido a lo que había leído sobre el nirvana, o ciertas descripciones místicas relacionadas con el éxtasis, pero como muy bien nos fueron haciendo ver los maestros, esa era nuestra ilusión cuando empezamos a transitar el camino de la disciplina.

Quizás muchos estereotipamos la idea de que el camino era de sufrimiento al principio y de placer sagrado al final y que a través de los distintos colores de los cintos, blanco, amarillo, naranja, verde, azul, morado y ahora negro, había llegado el momento de descubrir la esencia de la filosofía oriental. Pero nada de ello pasó porque el sentido del camino, en sendero en si mismo no era eso, no era llegar a un oasis ni encontrarse con el jardín de las delicias.
El cinto negro fue la etapa que nos puso en nuestro lugar de practicantes de yoga avanzados, con experiencia que nadie nos contó sino que nosotros mismos fuimos capaces de adquirir. Entonces ya no podíamos creer en maravillas ni en paraísos interiores. Nosotros éramos lo que éramos, tenía razón la famosa canción inglesa que decía I am what I am y uno es nada más y nada menos que el fruto de su historia personal, pero una historia que, con el yoga, logramos depurar, para dejar de echar culpas sobre terceros acerca de lo que quisimos hacer y no pudimos, para poder asumir con sentido de realidad los éxitos y fracasos personales, para confirmarnos a través de una larga experiencia personal y única que nosotros mismos nos fabricamos nuestra ventura y que no hay alma que no sea capaz de levantarse de su asiento.

Nuestra práctica continua del yoga en nuestra querida escuela de El Sendero ya nos había inculcado la modestia de saber que teníamos que seguir remando, contra los fantasmas que quedaron encerrados dentro de nosotros en lo más profundo de lo inconsciente y que nuestra práctica del ritual físico, más todas las otras enseñanzas complementarias que se fueron incorporando en el tiempo formaban parte de una etapa del camino que creo yo no estuvo en nuestra imaginación pero si en nuestra realidad.

Como nos dijo un buen día el maestro José Molluso en una clase teórica: “Ustedes ya han pasado el momento de elaborar todo lo que tenían dentro de sus cuerpos y mentes y no podían hacerlo conciente por todas las represiones y esas cosas raras que tiene la mente. Ahora tienen que aprovechar todo eso para permitirse evolucionar. Recuerden que todo el camino recurrido ha sido para empezar la evolución”. Palabras más, palabras menos, yo entendí así lo que José nos dijo y tal vez algún compañero no lo haya sentido exactamente igual que yo, por suerte, porque siempre fuimos un grupo muy heterogéneo de personas que compartimos un aprendizaje, clases, maestros enseñanzas, pero nadie debió sacrificar un milímetro de si mismo para asimilarse o parecerse a un modelo pre establecido de conducta, comportamiento o pensamiento.
El Sendero fue para nosotros una escuela de libertad, pero de libertad en el sentido más amplio de la palabra, libertad de elegir seguir o retirarnos, libertad de tomarnos cuantas vacaciones quisiéramos, libertad de no tener que cumplir ningún horario rígido, libertad de respetar normas externas e internas, libertad, libertad, libertad…..

Después del cinto negro, cuando ya llevábamos varios años navegando el río del saber y el conocimiento interno, los maestros nos dieron una nueva sorpresa, la graduación Zen, es decir una raya roja sobre el cinto negro que, conforme fue pasando el tiempo y fuimos avanzando por la profundidad, llegaron a ser dos, tres, cuatro y cinco o más…..
Cada graduación zen llevaba de tres a cuatro años de trabajo profundo, de manera que las promociones más antiguas de alumnos que nunca claudicaron en su práctica ya tienen hasta seis marcas en sus cintos, siendo la mayoría de ellos practicantes que llevan más de treinta años en la disciplina y hay también de todas las graduaciones internedias, sea de avanzados o también de principiantes.

Hoy, El Sendero, más que una escuela de yoga se ha convertido en una escuela de evolución y desarrollo humano, con maestros que ofrecen una dinamia en permanente evolución para incorporar técnicas y prestaciones que nos lleven a la expresión de las potencialidades más profundas de nuestro ser.  A lo largo de estas tres décadas que llevo caminando por el sendero tengo para contarles todo lo que he vivido y lo que he visto vivir en muchos compañeros.
Creo que es una experiencia invalorable desde muchos puntos de vista, mucho más digna de ser vivida que de ser contada. Entre las cosas increíbles que he visto y compartido está el trabajo de por lo menos dos compañeros que, en algún momento de su vida se vieron internados en instituciones psiquiátricas de prestigio con diagnóstico de Esquizofrenia, lo que les significó una jubilación prematura por invalidez en sus respectivos trabajos, de modo que la patología mental se puso claramente de manifiesto tanto en instancias médicas cuanto en instancias legales o administrativas. Y esas personas, haciendo el mismo trabajo que yo y el resto de los alumnos fueron logrando recuperar su contacto con la realidad, llegaron a identificar las causas vivenciales de tanto padecimiento y lograron adaptarse normalmente a una vida natural, sin limitantes significativos y, por sobre todo, sin ese déficit “residual” que marcan todos los manuales sobre Esquizofrenia en que quedan la mayoría de los pacientes que, de alguna forma, logran estabilización y normalización de sus conductas.

Debo reconocer también que, además de todas estas cosas que he relatado con la mayor objetividad, aprecio en el día de hoy que, a diferencia de cuando yo empecé a transitar El Sendero, hace treinta años, ya no hay con la fuerza de aquel entonces tantas personas dispuestas a afrontar un desafío semejante. La forma como han proliferado las técnicas de terapias breves, la Programación Neuro Lingüística y otras aplicaciones psicoterapéuticas modernas, además de un sentido de la vida que lleva a que todo tenga que ser breve y poco duradero, me parece que restan desde afuera la posibilidad de que muchas personas, como los que nos lanzamos de lleno a este desafío en el despuntar de los años 80, se animen hoy a efectuar la travesía interior que hicimos nosotros en busca de nuestro destino trascendente.

Por eso creo que, los alumnos avanzados de El Sendero debemos hacer un esfuerzo para mostrar todo lo que nuestra escuela nos dio y todavía nos da para nuestro propio descubrimiento, crecimiento y evolución dentro del género humano. Por todo ello, muchas gracias a los maestros e instructores con quienes aprendimos que, el camino de la vida arranca mucho antes de nuestra concepción y termina mucho más allá del momento en el que al abandonar la presente dimensión nos abramos a un nuevo despertar….





domingo, 23 de septiembre de 2012

PRÒLOGO


El texto que conforma la presente obra no es precisamente el de un libro de autoayuda, aunque a algunos lectores, eventualmente, les pueda servir como tal. Creo que deberíamos verlo, más bien, como un intento serio de aproximación a un auto descubrimiento de las facultades ocultas que se albergan dentro de la mente humana.
Para ello, vamos a hacer un profundo recorrido que lo dividiremos en tres partes: una primera referida a la realidad desde el mundo interior; una segunda, en la que nos detendremos en lo que he dado en llamar luces y sombras de la mente; en tanto, la tercera, serán referencias del ayer hacia el mañana.
Cada una de estas partes se compone de siete capítulos independientes entre sí, pero interdependientes en el sentido general de la obra, que irá oscilando entre lo claramente explícito y lo que se manifiesta en un lenguaje simbólico, más fácil o más difícilmente detectable, según la sensibilidad del lector.
En todo este recorrido, que no será una línea recta siempre hacia el mismo lado, trabajaremos en principio con todo aquello que tiene que ver con el SER y trataremos de que se entienda con claridad la diferencia con la fachada que cubre o recubre nuestro ser, es decir el YO.
Será durante este segmento del trayecto que nos espera cuando retomaremos contacto con alguien que nació en los albores del Siglo XX, en 1908 y murió tempranamente en 1970, dejando una obra magnífica que les abrió el camino a muchos de sus discípulos y a otros tantos que, sin reconocerse alumnos de este verdadero maestro, incorporaron muchas de sus enseñanzas. Me estoy refiriendo a Abraham Maslow.
Pudiendo llegar a la comprensión clara y precisa del SER, entonces iremos teniendo una base desde donde poder interpretar los alcances de una mente milagrosa, que no es otra que aquella de que nos ha dotado nuestra intrínseca naturaleza humana.
Esa mentalidad sintonizada con los milagros solo podemos intuirla primero y descubrirla después a partir de ese gran hacedor de fenómenos cotidianos que es el amor en su forma más pura.
Siendo capaces de poner una conciencia tal en movimiento, habremos dado el primer paso hacia el suceso fundamental que marca un hito en la evolución de las especies, la manifestación de la creatividad. Y nos atreveremos a analizarla, tanto desde sus aspectos racionales cuanto desde su lado emocional.
Razón y emoción no son dos polos opuestos de la inteligencia, son dos formas diferentes de percibir el mundo de los objetos o la suma de todo lo creado. Son dos formas que se complementan y debemos tratar de armonizar, porque según como haya sido nuestro trayecto vital desde los primeros pasos que dimos en la vida, tendremos tendencias internas incorporadas para ser más racionales o más emocionales, cuando lo ideal es una relación equilibrada entre el campo puramente basado en el razonamiento y el universo de los sentimientos y las emociones.
En todo momento trabajaremos sobre dos parámetros esenciales, que son la espiritualidad y la evolución. Una nueva espiritualidad ha nacido a partir de los años ’80, movilizada por una masa crítica de personas que logró despegarse de los sentidos exclusivamente místicos que encerraba este concepto. James Redfield lo explicó muy bien en “La novena revelación”.
Permanentemente iremos y volveremos sobre la evolución, del ser humano en todo sentido y de las teorías que a él se refieren y tratan de explicar su conducta y su comportamiento en un mundo en constante movimiento y cambio dinámico.
Entendemos, desde aquí, que espiritualidad y evolución son los dos pilares en que se debe asentar todo atisbo de mente sanadora, comprendiendo por tal a una conciencia en movimiento y sin fronteras, abarcadora de todas las potencialidades que encierra el ser.
Pasada esta primera parte de nuestro viaje imaginario al interior de nosotros mismos, nos introduciremos en la segunda, es decir nos animaremos a bucear entre las luces y las sombras de la mente. Para muchos autores y estudiosos de la psicología contemporánea, la luz y la sombra del ser están indefectiblemente entrelazadas, siendo un objetivo básico del auto conocimiento poder apreciar la sombra para permitir el mejor brillo de la luz.
En el campo de las relaciones interpersonales y de pareja nos detendremos a reflexionar en la co-dependencia, un vínculo patológico que asfixia la existencia de muchas personas que no supieron o no pudieron construir su modo de vida en libertad.
Tomando un verdadero ícono de la historia del arte, como lo fue Salvador Dalí, el insigne y genial pintor catalán, nos permitiremos tomar algunos pasajes de su autobiografía “Confesiones inconfesables” para desarrollar a partir de sus memorias algo que, con sentido psicoanalítico, hemos denominado “metáforas de vida y muerte”.
Luego nos introduciremos en un análisis muy diferente a los que se han hecho en gran parte del mundo, en otra manifestación, ya del arte post-moderno, para tratar de desentrañar lo que para mí es “magia sucia”, a través de la vida del niño y adolescente Harry Potter, nacido del mundo mágico y oscuro de la mente de una mujer ya eternamente célebre, Joanne Rowling.
Entre las sombras del pensamiento encontraremos sin duda el mecanismo psíquico de la represión, magníficamente reconocido por Sigmund Freud en la última década del Siglo XIX. Sobre este tema, haremos referencia a su base orgánica, descubierta hace muy pocos años por un equipo múltiple de psicólogos norteamericanos de las Universidades de Stanford y Oregón, encabezados por John Gabrieli y Michael Anderson.
El sueño y el estrés son dos estados mentales que tienen una importancia de primer orden en la vida de casi todos los mortales, por eso me detendré en ellos tratando de hacer entendible para todos los lectores una relación muy compleja entre ambas partes.
Los psicofármacos se han convertido, desde la segunda mitad del Siglo XX hasta la actualidad, en el sostén de buena parte de los laboratorios de productos medicinales, una de las industrias más florecientes en el mundo contemporáneo. Nos preguntamos y trataremos de responden si son aliados o enemigos del cuerpo humano.
También nos ocuparemos de la musicoterapia, conocida desde hace mucho tiempo y que parece, frente a otras técnicas más modernas, haber perdido un poco de espacio.
Finalmente, nos detendremos en referencias del ayer que siguen siendo válidas hoy para el mañana.
Echaremos aquí una mirada diferente a la de sus discípulos psicoanalistas sobre la obra de Sigmund Freud, un verdadero visionario de lo que muy posteriormente de sus comienzos sería la llamada medicina psicosomática.
No dejaremos pasar por alto el legado del gran maestro, sin nunca proponerse serlo, Jiddu Krishnamurti, deteniéndonos en su conceptualización de la meditación, una forma de equilibrio mental única.
Además, me referiré con particular detalle a mis veinte años de experiencia continua en la Escuela de Yoga “El Sendero”, de la ciudad de Córdoba, República Argentina, , en el capítulo sobre yoga, sueños y recuerdos infantiles.
Luego analizaré los aportes importantísimos para una buena salud mental formulados por Wayne Dyer, a través de un verdadero abanico de obras, cuyos extremos yo ubico en “Tus zonas erróneas” y “Tus zonas mágicas”.
Del mismo modo, daré mi opinión sobre lo que yo he llamado “la espiritualidad cuántica” de ese excepcional especialista en fenómenos mentales y curaciones no convencionales, de origen hindú, Deepak Chopra.
En este sector de referencias del ayer hacia el mañana, no dejaré de lado una tendencia que se viene desarrollando desde hace un tiempo a esta parte y que no es otra que la utilización de de distintas corrientes del pensamiento filosófico, aplicadas por sus principios básicos en la solución de los problemas de la vida cotidiana de muchas personas, que no encontraron ni en la psicología ni en la psiquiatría un alivio para sus situaciones vitales conflictivas.
Y he dejado para el capítulo de cierre mi impresión personal, el corolario de todo lo tratado en estas páginas, en una conceptualización de mente y cuerpo como unidad ecológica, porque creo que va más allá de la fórmula ya tradicional de equilibrio biológico, psicológico y social, para apuntar en cambio a una integración total de la mente, el cuerpo individual y la sociedad entera con el medio ambiente general, desde un enfoque holístico que no sabe ni quiere hablar de fronteras.

                                                                             El autor