martes, 4 de diciembre de 2012

Yoga, sueños y recuerdos infantiles


En agosto del año 1982, yo tenía 33 años y hacía siete que ejercía la medicina en la especialidad de Psiquiatría, habiéndome también graduado como Diplomado en Salud Pública, lo que me daba un horizonte profesional más que promisorio. Sin embargo, sentía internamente la imperiosa necesidad de vivenciar algún proceso diferente que me sacara un poco de tanto trabajo intelectual y me diera la posibilidad de encontrarme cara a cara con mis memorias emocionales y otras tantas cosas que había leído se hallaban intactamente guardadas en el interior del ser personal, como en un archivo de vivencias desconocido y a la vez celosamente escondido en algún lugar de nuestra alma.

Por influencia de mi esposa y otras personas allegadas a mi familia política me incliné por iniciar el camino de trabajo interior que proponía la escuela de Yoga “El Sendero”, de la ciudad de Córdoba, con una sucursal en Buenos Aires. Y fue así como el día 4 de agosto del año 1982 me encontré vestido íntegramente de blanco, con una especie de kimono con botones que permitía amplia libertad al cuerpo en general y a los segmentos corporales en particular. Estaba ante mi primera clase de Yoga, dando el paso inicial de un largo viaje al interior de mi mismo.

En general, por lo que escuchaba fuera de “El Sendero”, mucha gente creía que el yoga era una gimnasia oriental destinada trabajar los huesos y las articulaciones para mitigar los efectos de la artrosis en la tercera edad, pero los que verdaderamente sabían algo comprendían que en la disciplina milenaria había algo muy diferente a eso y mucho más profundo.

El primer paso fue ir incorporando entre mis actos automáticos los de las asanas o  posturas de las clases prácticas, en las cuales uno se tomaba un tiempo para relajación muscular corporal previa y, al mismo tiempo, para ir poniendo la mente en sintonía, teniendo el “Sendero” lugares muy especiales para eso. Debo destacar que los maestros nos guiaban con suma pericia pero sin imponernos ni siquiera la rigidez de los movimientos técnicos que uno suponía debían ser lo más parecidos a un esquema pre determinado. Nada que ver, teníamos libertad de movimientos, siempre que se intentara respetar el sentido de las asanas, podíamos dejar de lado alguna de ellas, relajarnos más o menos durante la clase y, al término de la misma, desperezarnos como si recién iniciáramos el día después de un sueño reparador.

La respiración y el manejo muscular de nuestro cuerpo nos era explicada con sumo cuidado por el profesor José Molluso en clases especiales de técnica de yoga que, conforme fueron pasando los años incorporaron enseñanzas especiales anti estrés, de pranayama, umbral del dolor, sonidos, meditación, técnicas respiratorias, es decir una variada gama de elementos corporales y mentales que podíamos aplicar directamente sobre nuestros cuerpos, pero que por traslación intrínseca repercutían también en nuestra manera de pensar y sentir lo que estábamos viviendo.

Pero, volviendo sobre los pasos iniciales de esta verdadera travesía, “El Sendero” se caracterizaba por una metodología que, a través del otorgamiento de cinturones de distintos colores, como en las artes marciales, uno podía ir dándose cuenta de la profundidad del trabajo que se iba produciendo en el aprendizaje que se estaba siguiendo a partir del día que se inició el viaje peregrino en busca del si mismo.
El primer año, con dos clases semanales promedio en la parte práctica y otras dos clases teóricas al mes, transcurrió dentro del cinturón blanco, que nos daba el carácter de aprendices totales. Era en las clases teóricas donde el maestro Héctor Borrás y su hermana “Negrita” nos iban abriendo los ojos para la unificación total de mente y cuerpo, algo que uno leía como objetivo por ejemplo de la Organización Mundial de la Salud.  

En las clases teóricas nos reuníamos un grupo de aprendices de la misma graduación, es decir color semejante de cinturón, para preguntar acerca de lo que se empezaba a sentir dentro de uno, en la medida que íbamos avanzando en la toma de clases prácticas. De esa manera, iban apareciendo de a poco sueños que uno podía recordar íntegramente o por fragmentos entrecortados, recuerdos infantiles que a veces podían tener o no tener un mayor sentido lógico, es decir comenzaban a surgir aquellas cosas que de mucho tiempo atrás se habían mantenido guardadas en lo inconsciente.

Los maestros de teóricas contribuían con sus observaciones y señalamientos a irnos abriendo los ojos y la mente, como para que uno mismo de a poco y con pasos firmes y seguros fuera dándose cuenta de vivencias, recuerdos, experiencias, miedos, angustias y más cosas que nos pasaron en la primera infancia y que fueron a un depósito del inconciente donde no teníamos llegada por la vía del pensamiento o el razonamiento personal. Quiero destacar y agradecer la calidad de las respuestas que recibíamos de los maestros, para poder convertirnos a partir de lo que ellos nos señalaban y enseñaban, en los exploradores individuales de nuestras propias mentes.

Recuerdo como si fuera hoy el paso al cinturón amarillo, un verdadero logro que nos iba dando también la valorización que hacían los maestros de la disciplina acerca de nuestro trabajo, una tarea que muchas veces se veía entorpecida por las resistencias internas a movilizar el material inconsciente o porque a uno mismo le costaba aceptar la aparición de elementos que parecían provenir de un archivo de memorias no deseadas.
Pero aquí también es importante destacar que, en todas las clases teóricas y prácticas se nos alentaba a tener paciencia, a dejar que las cosas fluyeran en cada uno de acuerdo al ritmo personal y que no todos podíamos tener las mismas vivencias, porque la individualidad de cada ser es algo tan propio y característico que marca a fuego las raíces de nuestra propia identidad.

Después del cinto amarillo nos adentramos al anaranjado y fue un trecho, un tramo o una etapa muy difícil del camino porque a ese nivel de trabajo la movilización emocional empezaba a teñir nuestras sensaciones y percepciones, poniéndonos frente a sueños y recuerdos muy movilizadotes y a la vez esclarecedores de nuestros primeros conflictos inconscientes provenientes de la esfera afectiva. Pasar el cinto naranja fue todo un desafío porque implicó exponernos ante nosotros mismos en un trabajo que iba cobrando sentido en la medida que avanzábamos por un camino que, desde lo retrospectivo que veníamos trayendo de la primera infancia ahora teníamos la posibilidad de enfrentar una prospectiva de vida diferente, mucho más clara y evidente que lo que nosotros alguna vez pudimos sospechar con solo recordar el pasado.

En la escuela de yoga de El Sendero, todos sabíamos que pasar el cinto naranja no era tarea fácil ni desafío enfrentado por la totalidad de los alumnos, ya que siempre, como en cualquiera de las otras etapas, había gente que se iba, que dejaba la disciplina, por un motivo u otro, bien explicada la deserción desde lo consciente. Lo que la gente no sabe es que el material inconsciente es maestro en crear resistencias y represiones, en tanto animarse a elaborarlas nos obliga a liberarnos de condicionamientos internos desconocidos que los traemos desde la cuna, o desde el mismísimo vientre materno.

Pasar al cinto verde fue muy lindo no solo por el color en si, ya que habiendo salido de la turbulencia emocional del naranja, nos introducíamos ahora a vivencias que ya estábamos mejor preparados para enfrentar. No es que hubiera cintos más fáciles o más difíciles, si es que éramos alumnos que avanzábamos por un camino que, conforme se nos iba despejando, lo que venía por delante era algo que estábamos mejor preparados para ver y aceptar, por muy doloroso que fuera y, en algunos casos, así lo era, mientras en otros no lo era tanto.

El cinto azul fue otra etapa de avances significativos, despejando como las catáfilas de la cebolla o el clásico ejemplo de las “muñecas rusas” las capas del inconsciente, desde afuera hacia adentro. La mano conductora de los maestros en toda esta experiencia era la compañía de seguros que teníamos para poder soportar cosas que de otra manera nos hubiera resultado sumamente difícil de aceptar de nosotros mismos. Además, en las clases teóricas, donde rara vez éramos menos de veinte personas y escuchábamos más o menos una decena de testimonios, lo vivenciado por nuestros compañeros muchas veces nos servía en relación a lo nuestro, lo cual nos fue creando una  confraternidad en el respeto mutuo por lo que a cada uno le había tocado vivir en distintas instancias de su vida emocional afectiva, familiar y social.

Cuando llegamos al cinto morado, creo que fue el momento de fuego para adentrarnos de por vida y para siempre en la disciplina. En alguna medida, se revivieron muchas de aquellas experiencias que nos habían hecho tan difícil y doloroso el tránsito por el cinto naranja. Pero ahora estábamos a varios niveles más profundos de elaboración y desde  una base o plataforma que nos daba seguridad y confianza. Llevábamos ya más de cinco años de práctica continua, habíamos avanzado mucho en la técnica de las asanas, de a poco empezábamos a incorporar técnicas alternativas de ejercicios y de respiración, para autoclima, microclima y macroclima, una vibración energética muy efectiva corriendo desde lo más alto de las cervicales hasta lo más bajo de las vértebras sacras, una inspiración meditativa uniendo los dos hemisferios cerebrales, llevando el aire hacia el interior y dejándolo fluir lentamente sin ninguna presión, junto con una estimulación sensorial sobre los puntos de las sienes, todo lo cual nos daba herramientas físicas de trabajo para un descubrimiento mental de nosotros mismos.

Cuando un tiempo más adelante llegamos a la graduación del cinto negro, creímos tocar el cielo con las manos. Pensábamos que entraríamos en algo parecido a lo que había leído sobre el nirvana, o ciertas descripciones místicas relacionadas con el éxtasis, pero como muy bien nos fueron haciendo ver los maestros, esa era nuestra ilusión cuando empezamos a transitar el camino de la disciplina.

Quizás muchos estereotipamos la idea de que el camino era de sufrimiento al principio y de placer sagrado al final y que a través de los distintos colores de los cintos, blanco, amarillo, naranja, verde, azul, morado y ahora negro, había llegado el momento de descubrir la esencia de la filosofía oriental. Pero nada de ello pasó porque el sentido del camino, en sendero en si mismo no era eso, no era llegar a un oasis ni encontrarse con el jardín de las delicias.
El cinto negro fue la etapa que nos puso en nuestro lugar de practicantes de yoga avanzados, con experiencia que nadie nos contó sino que nosotros mismos fuimos capaces de adquirir. Entonces ya no podíamos creer en maravillas ni en paraísos interiores. Nosotros éramos lo que éramos, tenía razón la famosa canción inglesa que decía I am what I am y uno es nada más y nada menos que el fruto de su historia personal, pero una historia que, con el yoga, logramos depurar, para dejar de echar culpas sobre terceros acerca de lo que quisimos hacer y no pudimos, para poder asumir con sentido de realidad los éxitos y fracasos personales, para confirmarnos a través de una larga experiencia personal y única que nosotros mismos nos fabricamos nuestra ventura y que no hay alma que no sea capaz de levantarse de su asiento.

Nuestra práctica continua del yoga en nuestra querida escuela de El Sendero ya nos había inculcado la modestia de saber que teníamos que seguir remando, contra los fantasmas que quedaron encerrados dentro de nosotros en lo más profundo de lo inconsciente y que nuestra práctica del ritual físico, más todas las otras enseñanzas complementarias que se fueron incorporando en el tiempo formaban parte de una etapa del camino que creo yo no estuvo en nuestra imaginación pero si en nuestra realidad.

Como nos dijo un buen día el maestro José Molluso en una clase teórica: “Ustedes ya han pasado el momento de elaborar todo lo que tenían dentro de sus cuerpos y mentes y no podían hacerlo conciente por todas las represiones y esas cosas raras que tiene la mente. Ahora tienen que aprovechar todo eso para permitirse evolucionar. Recuerden que todo el camino recurrido ha sido para empezar la evolución”. Palabras más, palabras menos, yo entendí así lo que José nos dijo y tal vez algún compañero no lo haya sentido exactamente igual que yo, por suerte, porque siempre fuimos un grupo muy heterogéneo de personas que compartimos un aprendizaje, clases, maestros enseñanzas, pero nadie debió sacrificar un milímetro de si mismo para asimilarse o parecerse a un modelo pre establecido de conducta, comportamiento o pensamiento.
El Sendero fue para nosotros una escuela de libertad, pero de libertad en el sentido más amplio de la palabra, libertad de elegir seguir o retirarnos, libertad de tomarnos cuantas vacaciones quisiéramos, libertad de no tener que cumplir ningún horario rígido, libertad de respetar normas externas e internas, libertad, libertad, libertad…..

Después del cinto negro, cuando ya llevábamos varios años navegando el río del saber y el conocimiento interno, los maestros nos dieron una nueva sorpresa, la graduación Zen, es decir una raya roja sobre el cinto negro que, conforme fue pasando el tiempo y fuimos avanzando por la profundidad, llegaron a ser dos, tres, cuatro y cinco o más…..
Cada graduación zen llevaba de tres a cuatro años de trabajo profundo, de manera que las promociones más antiguas de alumnos que nunca claudicaron en su práctica ya tienen hasta seis marcas en sus cintos, siendo la mayoría de ellos practicantes que llevan más de treinta años en la disciplina y hay también de todas las graduaciones internedias, sea de avanzados o también de principiantes.

Hoy, El Sendero, más que una escuela de yoga se ha convertido en una escuela de evolución y desarrollo humano, con maestros que ofrecen una dinamia en permanente evolución para incorporar técnicas y prestaciones que nos lleven a la expresión de las potencialidades más profundas de nuestro ser.  A lo largo de estas tres décadas que llevo caminando por el sendero tengo para contarles todo lo que he vivido y lo que he visto vivir en muchos compañeros.
Creo que es una experiencia invalorable desde muchos puntos de vista, mucho más digna de ser vivida que de ser contada. Entre las cosas increíbles que he visto y compartido está el trabajo de por lo menos dos compañeros que, en algún momento de su vida se vieron internados en instituciones psiquiátricas de prestigio con diagnóstico de Esquizofrenia, lo que les significó una jubilación prematura por invalidez en sus respectivos trabajos, de modo que la patología mental se puso claramente de manifiesto tanto en instancias médicas cuanto en instancias legales o administrativas. Y esas personas, haciendo el mismo trabajo que yo y el resto de los alumnos fueron logrando recuperar su contacto con la realidad, llegaron a identificar las causas vivenciales de tanto padecimiento y lograron adaptarse normalmente a una vida natural, sin limitantes significativos y, por sobre todo, sin ese déficit “residual” que marcan todos los manuales sobre Esquizofrenia en que quedan la mayoría de los pacientes que, de alguna forma, logran estabilización y normalización de sus conductas.

Debo reconocer también que, además de todas estas cosas que he relatado con la mayor objetividad, aprecio en el día de hoy que, a diferencia de cuando yo empecé a transitar El Sendero, hace treinta años, ya no hay con la fuerza de aquel entonces tantas personas dispuestas a afrontar un desafío semejante. La forma como han proliferado las técnicas de terapias breves, la Programación Neuro Lingüística y otras aplicaciones psicoterapéuticas modernas, además de un sentido de la vida que lleva a que todo tenga que ser breve y poco duradero, me parece que restan desde afuera la posibilidad de que muchas personas, como los que nos lanzamos de lleno a este desafío en el despuntar de los años 80, se animen hoy a efectuar la travesía interior que hicimos nosotros en busca de nuestro destino trascendente.

Por eso creo que, los alumnos avanzados de El Sendero debemos hacer un esfuerzo para mostrar todo lo que nuestra escuela nos dio y todavía nos da para nuestro propio descubrimiento, crecimiento y evolución dentro del género humano. Por todo ello, muchas gracias a los maestros e instructores con quienes aprendimos que, el camino de la vida arranca mucho antes de nuestra concepción y termina mucho más allá del momento en el que al abandonar la presente dimensión nos abramos a un nuevo despertar….





domingo, 23 de septiembre de 2012

PRÒLOGO


El texto que conforma la presente obra no es precisamente el de un libro de autoayuda, aunque a algunos lectores, eventualmente, les pueda servir como tal. Creo que deberíamos verlo, más bien, como un intento serio de aproximación a un auto descubrimiento de las facultades ocultas que se albergan dentro de la mente humana.
Para ello, vamos a hacer un profundo recorrido que lo dividiremos en tres partes: una primera referida a la realidad desde el mundo interior; una segunda, en la que nos detendremos en lo que he dado en llamar luces y sombras de la mente; en tanto, la tercera, serán referencias del ayer hacia el mañana.
Cada una de estas partes se compone de siete capítulos independientes entre sí, pero interdependientes en el sentido general de la obra, que irá oscilando entre lo claramente explícito y lo que se manifiesta en un lenguaje simbólico, más fácil o más difícilmente detectable, según la sensibilidad del lector.
En todo este recorrido, que no será una línea recta siempre hacia el mismo lado, trabajaremos en principio con todo aquello que tiene que ver con el SER y trataremos de que se entienda con claridad la diferencia con la fachada que cubre o recubre nuestro ser, es decir el YO.
Será durante este segmento del trayecto que nos espera cuando retomaremos contacto con alguien que nació en los albores del Siglo XX, en 1908 y murió tempranamente en 1970, dejando una obra magnífica que les abrió el camino a muchos de sus discípulos y a otros tantos que, sin reconocerse alumnos de este verdadero maestro, incorporaron muchas de sus enseñanzas. Me estoy refiriendo a Abraham Maslow.
Pudiendo llegar a la comprensión clara y precisa del SER, entonces iremos teniendo una base desde donde poder interpretar los alcances de una mente milagrosa, que no es otra que aquella de que nos ha dotado nuestra intrínseca naturaleza humana.
Esa mentalidad sintonizada con los milagros solo podemos intuirla primero y descubrirla después a partir de ese gran hacedor de fenómenos cotidianos que es el amor en su forma más pura.
Siendo capaces de poner una conciencia tal en movimiento, habremos dado el primer paso hacia el suceso fundamental que marca un hito en la evolución de las especies, la manifestación de la creatividad. Y nos atreveremos a analizarla, tanto desde sus aspectos racionales cuanto desde su lado emocional.
Razón y emoción no son dos polos opuestos de la inteligencia, son dos formas diferentes de percibir el mundo de los objetos o la suma de todo lo creado. Son dos formas que se complementan y debemos tratar de armonizar, porque según como haya sido nuestro trayecto vital desde los primeros pasos que dimos en la vida, tendremos tendencias internas incorporadas para ser más racionales o más emocionales, cuando lo ideal es una relación equilibrada entre el campo puramente basado en el razonamiento y el universo de los sentimientos y las emociones.
En todo momento trabajaremos sobre dos parámetros esenciales, que son la espiritualidad y la evolución. Una nueva espiritualidad ha nacido a partir de los años ’80, movilizada por una masa crítica de personas que logró despegarse de los sentidos exclusivamente místicos que encerraba este concepto. James Redfield lo explicó muy bien en “La novena revelación”.
Permanentemente iremos y volveremos sobre la evolución, del ser humano en todo sentido y de las teorías que a él se refieren y tratan de explicar su conducta y su comportamiento en un mundo en constante movimiento y cambio dinámico.
Entendemos, desde aquí, que espiritualidad y evolución son los dos pilares en que se debe asentar todo atisbo de mente sanadora, comprendiendo por tal a una conciencia en movimiento y sin fronteras, abarcadora de todas las potencialidades que encierra el ser.
Pasada esta primera parte de nuestro viaje imaginario al interior de nosotros mismos, nos introduciremos en la segunda, es decir nos animaremos a bucear entre las luces y las sombras de la mente. Para muchos autores y estudiosos de la psicología contemporánea, la luz y la sombra del ser están indefectiblemente entrelazadas, siendo un objetivo básico del auto conocimiento poder apreciar la sombra para permitir el mejor brillo de la luz.
En el campo de las relaciones interpersonales y de pareja nos detendremos a reflexionar en la co-dependencia, un vínculo patológico que asfixia la existencia de muchas personas que no supieron o no pudieron construir su modo de vida en libertad.
Tomando un verdadero ícono de la historia del arte, como lo fue Salvador Dalí, el insigne y genial pintor catalán, nos permitiremos tomar algunos pasajes de su autobiografía “Confesiones inconfesables” para desarrollar a partir de sus memorias algo que, con sentido psicoanalítico, hemos denominado “metáforas de vida y muerte”.
Luego nos introduciremos en un análisis muy diferente a los que se han hecho en gran parte del mundo, en otra manifestación, ya del arte post-moderno, para tratar de desentrañar lo que para mí es “magia sucia”, a través de la vida del niño y adolescente Harry Potter, nacido del mundo mágico y oscuro de la mente de una mujer ya eternamente célebre, Joanne Rowling.
Entre las sombras del pensamiento encontraremos sin duda el mecanismo psíquico de la represión, magníficamente reconocido por Sigmund Freud en la última década del Siglo XIX. Sobre este tema, haremos referencia a su base orgánica, descubierta hace muy pocos años por un equipo múltiple de psicólogos norteamericanos de las Universidades de Stanford y Oregón, encabezados por John Gabrieli y Michael Anderson.
El sueño y el estrés son dos estados mentales que tienen una importancia de primer orden en la vida de casi todos los mortales, por eso me detendré en ellos tratando de hacer entendible para todos los lectores una relación muy compleja entre ambas partes.
Los psicofármacos se han convertido, desde la segunda mitad del Siglo XX hasta la actualidad, en el sostén de buena parte de los laboratorios de productos medicinales, una de las industrias más florecientes en el mundo contemporáneo. Nos preguntamos y trataremos de responden si son aliados o enemigos del cuerpo humano.
También nos ocuparemos de la musicoterapia, conocida desde hace mucho tiempo y que parece, frente a otras técnicas más modernas, haber perdido un poco de espacio.
Finalmente, nos detendremos en referencias del ayer que siguen siendo válidas hoy para el mañana.
Echaremos aquí una mirada diferente a la de sus discípulos psicoanalistas sobre la obra de Sigmund Freud, un verdadero visionario de lo que muy posteriormente de sus comienzos sería la llamada medicina psicosomática.
No dejaremos pasar por alto el legado del gran maestro, sin nunca proponerse serlo, Jiddu Krishnamurti, deteniéndonos en su conceptualización de la meditación, una forma de equilibrio mental única.
Además, me referiré con particular detalle a mis veinte años de experiencia continua en la Escuela de Yoga “El Sendero”, de la ciudad de Córdoba, República Argentina, , en el capítulo sobre yoga, sueños y recuerdos infantiles.
Luego analizaré los aportes importantísimos para una buena salud mental formulados por Wayne Dyer, a través de un verdadero abanico de obras, cuyos extremos yo ubico en “Tus zonas erróneas” y “Tus zonas mágicas”.
Del mismo modo, daré mi opinión sobre lo que yo he llamado “la espiritualidad cuántica” de ese excepcional especialista en fenómenos mentales y curaciones no convencionales, de origen hindú, Deepak Chopra.
En este sector de referencias del ayer hacia el mañana, no dejaré de lado una tendencia que se viene desarrollando desde hace un tiempo a esta parte y que no es otra que la utilización de de distintas corrientes del pensamiento filosófico, aplicadas por sus principios básicos en la solución de los problemas de la vida cotidiana de muchas personas, que no encontraron ni en la psicología ni en la psiquiatría un alivio para sus situaciones vitales conflictivas.
Y he dejado para el capítulo de cierre mi impresión personal, el corolario de todo lo tratado en estas páginas, en una conceptualización de mente y cuerpo como unidad ecológica, porque creo que va más allá de la fórmula ya tradicional de equilibrio biológico, psicológico y social, para apuntar en cambio a una integración total de la mente, el cuerpo individual y la sociedad entera con el medio ambiente general, desde un enfoque holístico que no sabe ni quiere hablar de fronteras.

                                                                             El autor

Alquimia Emocional


La neurociencia social es una nueva rama del conocimiento científico que trata de aproximarnos a la comunicación grupal humana, a partir de los avances en el conocimiento del funcionamiento cerebral del Hombre. Los más recientes descubrimientos en el campo de las emociones y el razonamiento llevan o conducen a que la correlación biológica y psicológica no solo es demostrable sino también ponderable.
Si los seres humanos no se hubiesen encerrado tanto dentro de si mismos, fortaleciendo sus conciencias personales como trincheras de defensa, tal vez tendríamos mayores posibilidades de conocer y entablar cercanas relaciones afectivas con un número mucho mayor de personas, que aquellas con las que habitualmente interactuamos. Y, probablemente, enseguida nos daríamos cuenta que, con un simple intento de penetrar un poco en el corazón de cada una de ellas, podría descubrirse que, en mayor o menor medida, todas vienen soportando o padeciendo algún tipo de problema personal, de lo cual no escapamos ni siquiera nosotros mismos.
En los variados ámbitos por los cuales transcurre nuestra vida cotidiana, como familia, trabajo, amigos, conocidos, siempre hay algún aspecto que nos puede generar sufrimiento, dolor, preocupaciones, en una palabra, malestar. Las emociones, los síntomas de depresión en el Siglo XX y de ansiedad angustiosa en lo que va del Siglo XXI, están tan extendidos en la raza humana que de ser un virus, o una bacteria, sería inmediatamente declarada una pandemia.
De hecho, en la Provincia de Córdoba, República Argentina, el Ministro de Salud del primer gobierno de José Manuel De La Sota, el médico sanitarista Roberto Chuit, declaró en su momento que se estaban viviendo niveles epidémicos de trastornos mentales, o alteraciones de la salud mental, con una proyección a futuro realmente peligrosa.
Pareciera que, sin embargo, falta concientización no solo en la población general sino también en buena parte de las autoridades sanitarias para poner en marcha diferentes mecanismos educativos, desde la familia hasta la escuela, procurando ejercer desde temprana edad una profilaxis mental que intente reducir al máximo las situaciones psíquicamente traumatizantes de la infancia y genere un verdadero movimiento hacia una salud emocional que lleve hacia una madurez sana y limpia de complicidades con pasados oscuros.
También sería importante generar docencia a través de inserciones en las políticas educativas de asignaturas que pudiesen aportar, especialmente a partir de la niñez, la información y las herramientas necesarias para desarrollar todo el potencial humano creativo y evitar las muchas y frecuentes situaciones de violencia que hoy se viven en las aulas de los colegios primarios, a menudo como extensión de conflictos interpersonales que vienen desde el hogar y hacen eclosión en la escuela.
El sufrimiento y su graduación es la manifestación externa de un problema no siempre visto ni aceptado conscientemente  por la persona que lo padece. Aquí más importante que el sufrimiento en si y su forma de expresarse es el problema que lo causa, el cual puede y debe ser abordado, para de esa manera diagnosticarlo e intentar la solución del mismo.
De cualquier manera, para poder avanzar en este camino resulta o se hace imprescindible que antes encontremos la manera de reconocer el sufrimiento padecido por el sujeto que consulta o es objeto de observación, para luego reconocer quién tiene la responsabilidad principal sobre ese sufrimiento.
Lamentablemente, a menudo, introducirse en estas cuestiones se hace muy difícil debido a que no hace mucho tiempo se ha comenzado a trabajar sobre la inteligencia emocional y no son muchos los conocimientos que han trascendido al común de la gente. Otro problema es que la mayoría de los trastornos emocionales siguen supeditados a paradigmas psicológicos de manuales de diagnóstico y estadística, en muchos casos estigmatizantes, con sus temidas etiquetas, generalmente asociadas a interminables y dudosos tratamientos. Ello genera resistencia en muchas personas y hace que los conflictos, en lugar de ser libremente expuestos sigan su curso por dentro, rodeados de tabúes y temores que vienen de antiguas raíces ancestrales no superadas a pesar del avance del tiempo.

Reconocer el sufrimiento

Nuestros sistemas de referencia emocional, desde el seno del hogar hasta la escuela,  nos han ido condicionando sucesivamente en la idea de que el sufrimiento es algo así como una condición innata al ser humano. De esa manera, no se generó la producción de estrategias para elaborarlo psicológica y físicamente, dejando abierto solamente un camino de adaptación al mismo, del cual la expresión más cabal fue “aceptarlo con Cristiana resignación”.
Muchas frases como esa las hemos heredado de nuestros ancestros más cercanos, en especial padres y abuelos habiéndolas introyectado inconscientemente tal como si fuesen una verdad inmutable: " En la vida, el dolor es una escuela de aprendizaje", " A esta altura de mi existencia, soy como soy y a mi edad ya no se puede intentar cambiar lo que uno fue armando durante toda su vida", "el amor es muchas veces sinónimo de sufrimiento", "la felicidad como tal no existe, más bien es una utopía", etc.
Tales convicciones, íntimamente sustentadas por tradiciones familiares y sociales solo conducen a la inmovilidad, la resignación y la falta de esperanza. Lo que pareciera ser solo una frase armada, con el paso del tiempo se transforma en una creencia sustentada por experiencias anteriores, e incorporada al rasgo de la personalidad con el que se interpreta la vida.
Algo que se observa frecuentemente en la consulta privada es la persona que concurre en procura de la comprensión o solución de algún problema, por lo general pequeño, que lo perturba internamente.  Sin embargo, conforme avanza la psicoterapia a profundizar entre las capas del inconsciente reprimido, empiezan a aparecer las resistencias que se niegan a ver, lo que comienza a emitir sus primeros destellos de claridad. Y una de las formas que adopta el paciente es mostrar la punta de un iceberg que oculta lo verdaderamente significativo, a lo que Ken Wilber le ha llamado y con razón “las sombras negadas”.
Para poder borrar esas oscuras y negadas sombras de nuestro corazón y sacarlas a la luz del esclarecimiento es necesaria la sinceridad, habida cuenta de que podemos engañar a nuestros interlocutores y escuchas, pero jamás a nuestra propia conciencia, aunque pongamos diques de contención entre su parte profunda y lo superficial o lo conciente propiamente dicho.
Superar esas resistencias interiores es un hermoso acto de generosidad para con uno mismo, por medio o a través del cual reconocemos que algo no va bien en nuestro interior y nos ponemos en disposición de averiguar lo que es. Y es precisamente en nuestras sombras negadas, donde están todas las respuestas que necesitamos traer a la conciencia, superando represiones y otros mecanismos de defensa de la vivencia neurótica, que es la que nos altera y nos hace fracasar en la vida.
Un ejercicio muy importante para llegar hasta recónditos lugares de nuestra mente es la meditación y el silencio interior muy eficaces ambos para empezar a permitirnos obtener respuestas a los interrogantes fundamentales a los que nos lleva nuestra propia vida cotidiana.
Llegará un momento en que la pregunta fundamental pasará por si somos felices, o si estamos realmente mejor de cuando nos sentíamos mal, después de haber tomado en claro todo lo que encontramos dentro de nuestra mente y que nos llevó a creer que todo lo que no sea felicidad o paz es sufrimiento. Si uno es capaz de sumirse en la introspección y hace su ejercicio de alquimia mental correctamente, debe recordar que es solo un ejercicio de observación y puesta en contacto con el ser superior, no se trata de efectuar cálculos ni cuantificaciones, sino solo identificar e identificarnos con lo que en algún momento se convirtió en lo oculto, o lo desconocido que habita en nosotros.

Reconocer la responsabilidad

Ha quedado en claro, entonces, que todo proceso de alquimia emocional, o interior, se inicia a partir de un sincerarse con uno mismo. Ahora bien, otra de las actitudes personales que nos llevará a avanzar en el mismo sentido es la responsabilidad.
Seguramente, en nuestra formación personal, familiar y educacional, no nos han enseñado a plantearnos nuestras problemáticas interiores desde perspectivas como la sinceridad y la responsabilidad, sino que más bien nos han hecho sentir que nuestras falencias emocionales pueden ser ocultadas, a la luz de apariencias que nos acercan a un parecer ser, más que a un ser, o un deber ser.
La parte tóxica de nuestras emociones es la que nos lleva a que, en el momento fundamental en el cual un problema se manifiesta desde nuestro interior, en lugar de poder acercarnos a la verdadera fuente causal del mismo, nos sumergimos en un laberinto de circunstancias, situaciones acciones o actores presentes, con los cuales nos desviamos del camino que podría llevarnos al reconocimiento directo de la causa.
En realidad, nuestras vivencias no serían precisamente el núcleo del problema, sino que más bien pasaría por la interpretación que hacemos de él. Aquí entra a jugar el dolor como elemento de sostén de un sufrimiento interno y externo. Y cada vez que nos enfrentamos al dolor como vivencia caemos en la tentación de culpar a otro, a las circunstancias, a la vida, o a Dios que nos estaría poniendo frente a pruebas que no estamos capacitados a superar.
Nos cuesta muy mucho poder llegar a admitir que, la responsabilidad de lo que nos ocurre es solo nuestra, igualmente es un trabajo interno muy pesado reconocer con sinceridad que todas nuestras penas y olvidos se generan dentro de nosotros y por nosotros mismos, a partir de lo que sentimos y de todo el patrimonio emocional que nos acompaña desde el origen de nuestros días.
Solemos pasarnos buena parte de nuestra vida  esperando que otro o alguien de afuera repare el daño que creemos nos ha causado, sin admitir nuestra propia participación en el proceso creador de dolor que nos aflige.  
La culpabilidad que, con tanta facilidad le adjudicamos a factores externos a nuestro ser es lo que nos impide ejercer el sano y saludable crecimiento interior que nos hace evolucionar en la vida a partir de actitudes poco frecuentes o comunes como el perdón.
Pero, para poder llegar sanamente a esto debemos enarbolar una bandera que no siempre la tenemos al alcance de la mano, la bandera del compromiso con nosotros mismos y nuestra responsabilidad existencial.
Solo en un marco de profundo aprendizaje y evolución podremos liberarnos de las cargas que nos impiden aspirar al logro de nuestro destino trascendente, al que solo podremos acceder el día que seamos absolutamente libres e independientes de condicionamientos externos e internos y de proyecciones del adentro hacia el afuera. Es decir a partir del día que podamos hacernos cargo plenamente de nuestra libertad y de todas las consecuencias que ella traiga a nuestras vidas.