domingo, 23 de septiembre de 2012

Alquimia Emocional


La neurociencia social es una nueva rama del conocimiento científico que trata de aproximarnos a la comunicación grupal humana, a partir de los avances en el conocimiento del funcionamiento cerebral del Hombre. Los más recientes descubrimientos en el campo de las emociones y el razonamiento llevan o conducen a que la correlación biológica y psicológica no solo es demostrable sino también ponderable.
Si los seres humanos no se hubiesen encerrado tanto dentro de si mismos, fortaleciendo sus conciencias personales como trincheras de defensa, tal vez tendríamos mayores posibilidades de conocer y entablar cercanas relaciones afectivas con un número mucho mayor de personas, que aquellas con las que habitualmente interactuamos. Y, probablemente, enseguida nos daríamos cuenta que, con un simple intento de penetrar un poco en el corazón de cada una de ellas, podría descubrirse que, en mayor o menor medida, todas vienen soportando o padeciendo algún tipo de problema personal, de lo cual no escapamos ni siquiera nosotros mismos.
En los variados ámbitos por los cuales transcurre nuestra vida cotidiana, como familia, trabajo, amigos, conocidos, siempre hay algún aspecto que nos puede generar sufrimiento, dolor, preocupaciones, en una palabra, malestar. Las emociones, los síntomas de depresión en el Siglo XX y de ansiedad angustiosa en lo que va del Siglo XXI, están tan extendidos en la raza humana que de ser un virus, o una bacteria, sería inmediatamente declarada una pandemia.
De hecho, en la Provincia de Córdoba, República Argentina, el Ministro de Salud del primer gobierno de José Manuel De La Sota, el médico sanitarista Roberto Chuit, declaró en su momento que se estaban viviendo niveles epidémicos de trastornos mentales, o alteraciones de la salud mental, con una proyección a futuro realmente peligrosa.
Pareciera que, sin embargo, falta concientización no solo en la población general sino también en buena parte de las autoridades sanitarias para poner en marcha diferentes mecanismos educativos, desde la familia hasta la escuela, procurando ejercer desde temprana edad una profilaxis mental que intente reducir al máximo las situaciones psíquicamente traumatizantes de la infancia y genere un verdadero movimiento hacia una salud emocional que lleve hacia una madurez sana y limpia de complicidades con pasados oscuros.
También sería importante generar docencia a través de inserciones en las políticas educativas de asignaturas que pudiesen aportar, especialmente a partir de la niñez, la información y las herramientas necesarias para desarrollar todo el potencial humano creativo y evitar las muchas y frecuentes situaciones de violencia que hoy se viven en las aulas de los colegios primarios, a menudo como extensión de conflictos interpersonales que vienen desde el hogar y hacen eclosión en la escuela.
El sufrimiento y su graduación es la manifestación externa de un problema no siempre visto ni aceptado conscientemente  por la persona que lo padece. Aquí más importante que el sufrimiento en si y su forma de expresarse es el problema que lo causa, el cual puede y debe ser abordado, para de esa manera diagnosticarlo e intentar la solución del mismo.
De cualquier manera, para poder avanzar en este camino resulta o se hace imprescindible que antes encontremos la manera de reconocer el sufrimiento padecido por el sujeto que consulta o es objeto de observación, para luego reconocer quién tiene la responsabilidad principal sobre ese sufrimiento.
Lamentablemente, a menudo, introducirse en estas cuestiones se hace muy difícil debido a que no hace mucho tiempo se ha comenzado a trabajar sobre la inteligencia emocional y no son muchos los conocimientos que han trascendido al común de la gente. Otro problema es que la mayoría de los trastornos emocionales siguen supeditados a paradigmas psicológicos de manuales de diagnóstico y estadística, en muchos casos estigmatizantes, con sus temidas etiquetas, generalmente asociadas a interminables y dudosos tratamientos. Ello genera resistencia en muchas personas y hace que los conflictos, en lugar de ser libremente expuestos sigan su curso por dentro, rodeados de tabúes y temores que vienen de antiguas raíces ancestrales no superadas a pesar del avance del tiempo.

Reconocer el sufrimiento

Nuestros sistemas de referencia emocional, desde el seno del hogar hasta la escuela,  nos han ido condicionando sucesivamente en la idea de que el sufrimiento es algo así como una condición innata al ser humano. De esa manera, no se generó la producción de estrategias para elaborarlo psicológica y físicamente, dejando abierto solamente un camino de adaptación al mismo, del cual la expresión más cabal fue “aceptarlo con Cristiana resignación”.
Muchas frases como esa las hemos heredado de nuestros ancestros más cercanos, en especial padres y abuelos habiéndolas introyectado inconscientemente tal como si fuesen una verdad inmutable: " En la vida, el dolor es una escuela de aprendizaje", " A esta altura de mi existencia, soy como soy y a mi edad ya no se puede intentar cambiar lo que uno fue armando durante toda su vida", "el amor es muchas veces sinónimo de sufrimiento", "la felicidad como tal no existe, más bien es una utopía", etc.
Tales convicciones, íntimamente sustentadas por tradiciones familiares y sociales solo conducen a la inmovilidad, la resignación y la falta de esperanza. Lo que pareciera ser solo una frase armada, con el paso del tiempo se transforma en una creencia sustentada por experiencias anteriores, e incorporada al rasgo de la personalidad con el que se interpreta la vida.
Algo que se observa frecuentemente en la consulta privada es la persona que concurre en procura de la comprensión o solución de algún problema, por lo general pequeño, que lo perturba internamente.  Sin embargo, conforme avanza la psicoterapia a profundizar entre las capas del inconsciente reprimido, empiezan a aparecer las resistencias que se niegan a ver, lo que comienza a emitir sus primeros destellos de claridad. Y una de las formas que adopta el paciente es mostrar la punta de un iceberg que oculta lo verdaderamente significativo, a lo que Ken Wilber le ha llamado y con razón “las sombras negadas”.
Para poder borrar esas oscuras y negadas sombras de nuestro corazón y sacarlas a la luz del esclarecimiento es necesaria la sinceridad, habida cuenta de que podemos engañar a nuestros interlocutores y escuchas, pero jamás a nuestra propia conciencia, aunque pongamos diques de contención entre su parte profunda y lo superficial o lo conciente propiamente dicho.
Superar esas resistencias interiores es un hermoso acto de generosidad para con uno mismo, por medio o a través del cual reconocemos que algo no va bien en nuestro interior y nos ponemos en disposición de averiguar lo que es. Y es precisamente en nuestras sombras negadas, donde están todas las respuestas que necesitamos traer a la conciencia, superando represiones y otros mecanismos de defensa de la vivencia neurótica, que es la que nos altera y nos hace fracasar en la vida.
Un ejercicio muy importante para llegar hasta recónditos lugares de nuestra mente es la meditación y el silencio interior muy eficaces ambos para empezar a permitirnos obtener respuestas a los interrogantes fundamentales a los que nos lleva nuestra propia vida cotidiana.
Llegará un momento en que la pregunta fundamental pasará por si somos felices, o si estamos realmente mejor de cuando nos sentíamos mal, después de haber tomado en claro todo lo que encontramos dentro de nuestra mente y que nos llevó a creer que todo lo que no sea felicidad o paz es sufrimiento. Si uno es capaz de sumirse en la introspección y hace su ejercicio de alquimia mental correctamente, debe recordar que es solo un ejercicio de observación y puesta en contacto con el ser superior, no se trata de efectuar cálculos ni cuantificaciones, sino solo identificar e identificarnos con lo que en algún momento se convirtió en lo oculto, o lo desconocido que habita en nosotros.

Reconocer la responsabilidad

Ha quedado en claro, entonces, que todo proceso de alquimia emocional, o interior, se inicia a partir de un sincerarse con uno mismo. Ahora bien, otra de las actitudes personales que nos llevará a avanzar en el mismo sentido es la responsabilidad.
Seguramente, en nuestra formación personal, familiar y educacional, no nos han enseñado a plantearnos nuestras problemáticas interiores desde perspectivas como la sinceridad y la responsabilidad, sino que más bien nos han hecho sentir que nuestras falencias emocionales pueden ser ocultadas, a la luz de apariencias que nos acercan a un parecer ser, más que a un ser, o un deber ser.
La parte tóxica de nuestras emociones es la que nos lleva a que, en el momento fundamental en el cual un problema se manifiesta desde nuestro interior, en lugar de poder acercarnos a la verdadera fuente causal del mismo, nos sumergimos en un laberinto de circunstancias, situaciones acciones o actores presentes, con los cuales nos desviamos del camino que podría llevarnos al reconocimiento directo de la causa.
En realidad, nuestras vivencias no serían precisamente el núcleo del problema, sino que más bien pasaría por la interpretación que hacemos de él. Aquí entra a jugar el dolor como elemento de sostén de un sufrimiento interno y externo. Y cada vez que nos enfrentamos al dolor como vivencia caemos en la tentación de culpar a otro, a las circunstancias, a la vida, o a Dios que nos estaría poniendo frente a pruebas que no estamos capacitados a superar.
Nos cuesta muy mucho poder llegar a admitir que, la responsabilidad de lo que nos ocurre es solo nuestra, igualmente es un trabajo interno muy pesado reconocer con sinceridad que todas nuestras penas y olvidos se generan dentro de nosotros y por nosotros mismos, a partir de lo que sentimos y de todo el patrimonio emocional que nos acompaña desde el origen de nuestros días.
Solemos pasarnos buena parte de nuestra vida  esperando que otro o alguien de afuera repare el daño que creemos nos ha causado, sin admitir nuestra propia participación en el proceso creador de dolor que nos aflige.  
La culpabilidad que, con tanta facilidad le adjudicamos a factores externos a nuestro ser es lo que nos impide ejercer el sano y saludable crecimiento interior que nos hace evolucionar en la vida a partir de actitudes poco frecuentes o comunes como el perdón.
Pero, para poder llegar sanamente a esto debemos enarbolar una bandera que no siempre la tenemos al alcance de la mano, la bandera del compromiso con nosotros mismos y nuestra responsabilidad existencial.
Solo en un marco de profundo aprendizaje y evolución podremos liberarnos de las cargas que nos impiden aspirar al logro de nuestro destino trascendente, al que solo podremos acceder el día que seamos absolutamente libres e independientes de condicionamientos externos e internos y de proyecciones del adentro hacia el afuera. Es decir a partir del día que podamos hacernos cargo plenamente de nuestra libertad y de todas las consecuencias que ella traiga a nuestras vidas.

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