La
neurociencia social es una nueva rama del conocimiento científico que trata de
aproximarnos a la comunicación grupal humana, a partir de los avances en el
conocimiento del funcionamiento cerebral del Hombre. Los más recientes descubrimientos
en el campo de las emociones y el razonamiento llevan o conducen a que la
correlación biológica y psicológica no solo es demostrable sino también
ponderable.
Si los
seres humanos no se hubiesen encerrado tanto dentro de si mismos, fortaleciendo
sus conciencias personales como trincheras de defensa, tal vez tendríamos
mayores posibilidades de conocer y entablar cercanas relaciones afectivas con
un número mucho mayor de personas, que aquellas con las que habitualmente
interactuamos. Y, probablemente, enseguida nos daríamos cuenta que, con un
simple intento de penetrar un poco en el corazón de cada una de ellas, podría
descubrirse que, en mayor o menor medida, todas vienen soportando o padeciendo
algún tipo de problema personal, de lo cual no escapamos ni siquiera nosotros
mismos.
En los
variados ámbitos por los cuales transcurre nuestra vida cotidiana, como familia,
trabajo, amigos, conocidos, siempre hay algún aspecto que nos puede generar
sufrimiento, dolor, preocupaciones, en una palabra, malestar. Las emociones,
los síntomas de depresión en el Siglo XX y de ansiedad angustiosa en lo que va
del Siglo XXI, están tan extendidos en la raza humana que de ser un virus, o
una bacteria, sería inmediatamente declarada una pandemia.
De hecho,
en la Provincia
de Córdoba, República Argentina, el Ministro de Salud del primer gobierno de
José Manuel De La Sota,
el médico sanitarista Roberto Chuit, declaró en su momento que se estaban
viviendo niveles epidémicos de trastornos mentales, o alteraciones de la salud
mental, con una proyección a futuro realmente peligrosa.
Pareciera
que, sin embargo, falta concientización no solo en la población general sino
también en buena parte de las autoridades sanitarias para poner en marcha
diferentes mecanismos educativos, desde la familia hasta la escuela, procurando
ejercer desde temprana edad una profilaxis mental que intente reducir al máximo
las situaciones psíquicamente traumatizantes de la infancia y genere un
verdadero movimiento hacia una salud emocional que lleve hacia una madurez sana
y limpia de complicidades con pasados oscuros.
También
sería importante generar docencia a través de inserciones en las políticas
educativas de asignaturas que pudiesen aportar, especialmente a partir de la
niñez, la información y las herramientas necesarias para desarrollar todo el potencial
humano creativo y evitar las muchas y frecuentes situaciones de violencia que
hoy se viven en las aulas de los colegios primarios, a menudo como extensión de
conflictos interpersonales que vienen desde el hogar y hacen eclosión en la
escuela.
El
sufrimiento y su graduación es la manifestación externa de un problema no
siempre visto ni aceptado conscientemente
por la persona que lo padece. Aquí más importante que el sufrimiento en
si y su forma de expresarse es el problema que lo causa, el cual puede y debe
ser abordado, para de esa manera diagnosticarlo e intentar la solución del
mismo.
De
cualquier manera, para poder avanzar en este camino resulta o se hace
imprescindible que antes encontremos la manera de reconocer el sufrimiento
padecido por el sujeto que consulta o es objeto de observación, para luego reconocer
quién tiene la responsabilidad principal sobre ese sufrimiento.
Lamentablemente,
a menudo, introducirse en estas cuestiones se hace muy difícil debido a que no
hace mucho tiempo se ha comenzado a trabajar sobre la inteligencia emocional y
no son muchos los conocimientos que han trascendido al común de la gente. Otro
problema es que la mayoría de los trastornos emocionales siguen supeditados a paradigmas
psicológicos de manuales de diagnóstico y estadística, en muchos casos
estigmatizantes, con sus temidas etiquetas, generalmente asociadas a
interminables y dudosos tratamientos. Ello genera resistencia en muchas
personas y hace que los conflictos, en lugar de ser libremente expuestos sigan su
curso por dentro, rodeados de tabúes y temores que vienen de antiguas raíces
ancestrales no superadas a pesar del avance del tiempo.
Reconocer
el sufrimiento
Nuestros
sistemas de referencia emocional, desde el seno del hogar hasta la escuela, nos han ido condicionando sucesivamente en la
idea de que el sufrimiento es algo así como una condición innata al ser humano.
De esa manera, no se generó la producción de estrategias para elaborarlo
psicológica y físicamente, dejando abierto solamente un camino de adaptación al
mismo, del cual la expresión más cabal fue “aceptarlo con Cristiana
resignación”.
Muchas
frases como esa las hemos heredado de nuestros ancestros más cercanos, en
especial padres y abuelos habiéndolas introyectado inconscientemente tal como
si fuesen una verdad inmutable: " En la vida, el dolor es una escuela de
aprendizaje", " A esta altura de mi existencia, soy como soy y a mi
edad ya no se puede intentar cambiar lo que uno fue armando durante toda su
vida", "el amor es muchas veces sinónimo de sufrimiento",
"la felicidad como tal no existe, más bien es una utopía", etc.
Tales
convicciones, íntimamente sustentadas por tradiciones familiares y sociales
solo conducen a la inmovilidad, la resignación y la falta de esperanza. Lo que
pareciera ser solo una frase armada, con el paso del tiempo se transforma en
una creencia sustentada por experiencias anteriores, e incorporada al rasgo de
la personalidad con el que se interpreta la vida.
Algo que
se observa frecuentemente en la consulta privada es la persona que concurre en
procura de la comprensión o solución de algún problema, por lo general pequeño,
que lo perturba internamente. Sin
embargo, conforme avanza la psicoterapia a profundizar entre las capas del
inconsciente reprimido, empiezan a aparecer las resistencias que se niegan a
ver, lo que comienza a emitir sus primeros destellos de claridad. Y una de las
formas que adopta el paciente es mostrar la punta de un iceberg que oculta lo
verdaderamente significativo, a lo que Ken Wilber le ha llamado y con razón
“las sombras negadas”.
Para poder
borrar esas oscuras y negadas sombras de nuestro corazón y sacarlas a la luz del
esclarecimiento es necesaria la sinceridad, habida cuenta de que podemos
engañar a nuestros interlocutores y escuchas, pero jamás a nuestra propia
conciencia, aunque pongamos diques de contención entre su parte profunda y lo
superficial o lo conciente propiamente dicho.
Superar
esas resistencias interiores es un hermoso acto de generosidad para con uno
mismo, por medio o a través del cual reconocemos que algo no va bien en nuestro
interior y nos ponemos en disposición de averiguar lo que es. Y es precisamente
en nuestras sombras negadas, donde están todas las respuestas que necesitamos
traer a la conciencia, superando represiones y otros mecanismos de defensa de
la vivencia neurótica, que es la que nos altera y nos hace fracasar en la vida.
Un
ejercicio muy importante para llegar hasta recónditos lugares de nuestra mente
es la meditación y el silencio interior muy eficaces ambos para empezar a permitirnos
obtener respuestas a los interrogantes fundamentales a los que nos lleva
nuestra propia vida cotidiana.
Llegará un
momento en que la pregunta fundamental pasará por si somos felices, o si
estamos realmente mejor de cuando nos sentíamos mal, después de haber tomado en
claro todo lo que encontramos dentro de nuestra mente y que nos llevó a creer
que todo lo que no sea felicidad o paz es sufrimiento. Si uno es capaz de
sumirse en la introspección y hace su ejercicio de alquimia mental
correctamente, debe recordar que es solo un ejercicio de observación y puesta
en contacto con el ser superior, no se trata de efectuar cálculos ni
cuantificaciones, sino solo identificar e identificarnos con lo que en algún
momento se convirtió en lo oculto, o lo desconocido que habita en nosotros.
Reconocer
la responsabilidad
Ha quedado
en claro, entonces, que todo proceso de alquimia emocional, o interior, se
inicia a partir de un sincerarse con uno mismo. Ahora bien, otra de las
actitudes personales que nos llevará a avanzar en el mismo sentido es la responsabilidad.
Seguramente,
en nuestra formación personal, familiar y educacional, no nos han enseñado a
plantearnos nuestras problemáticas interiores desde perspectivas como la
sinceridad y la responsabilidad, sino que más bien nos han hecho sentir que
nuestras falencias emocionales pueden ser ocultadas, a la luz de apariencias
que nos acercan a un parecer ser, más que a un ser, o un deber ser.
La parte
tóxica de nuestras emociones es la que nos lleva a que, en el momento
fundamental en el cual un problema se manifiesta desde nuestro interior, en
lugar de poder acercarnos a la verdadera fuente causal del mismo, nos
sumergimos en un laberinto de circunstancias, situaciones acciones o actores
presentes, con los cuales nos desviamos del camino que podría llevarnos al
reconocimiento directo de la causa.
En
realidad, nuestras vivencias no serían precisamente el núcleo del problema,
sino que más bien pasaría por la interpretación que hacemos de él. Aquí entra a
jugar el dolor como elemento de sostén de un sufrimiento interno y externo. Y
cada vez que nos enfrentamos al dolor como vivencia caemos en la tentación de
culpar a otro, a las circunstancias, a la vida, o a Dios que nos estaría
poniendo frente a pruebas que no estamos capacitados a superar.
Nos cuesta
muy mucho poder llegar a admitir que, la responsabilidad de lo que nos ocurre
es solo nuestra, igualmente es un trabajo interno muy pesado reconocer con
sinceridad que todas nuestras penas y olvidos se generan dentro de nosotros y
por nosotros mismos, a partir de lo que sentimos y de todo el patrimonio
emocional que nos acompaña desde el origen de nuestros días.
Solemos
pasarnos buena parte de nuestra vida
esperando que otro o alguien de afuera repare el daño que creemos nos ha
causado, sin admitir nuestra propia participación en el proceso creador de
dolor que nos aflige.
La
culpabilidad que, con tanta facilidad le adjudicamos a factores externos a nuestro
ser es lo que nos impide ejercer el sano y saludable crecimiento interior que
nos hace evolucionar en la vida a partir de actitudes poco frecuentes o comunes
como el perdón.
Pero, para
poder llegar sanamente a esto debemos enarbolar una bandera que no siempre la
tenemos al alcance de la mano, la bandera del compromiso con nosotros mismos y
nuestra responsabilidad existencial.
Solo en un
marco de profundo aprendizaje y evolución podremos liberarnos de las cargas que
nos impiden aspirar al logro de nuestro destino trascendente, al que solo
podremos acceder el día que seamos absolutamente libres e independientes de
condicionamientos externos e internos y de proyecciones del adentro hacia el
afuera. Es decir a partir del día que podamos hacernos cargo plenamente de
nuestra libertad y de todas las consecuencias que ella traiga a nuestras vidas.
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