domingo, 23 de septiembre de 2012

PRÒLOGO


El texto que conforma la presente obra no es precisamente el de un libro de autoayuda, aunque a algunos lectores, eventualmente, les pueda servir como tal. Creo que deberíamos verlo, más bien, como un intento serio de aproximación a un auto descubrimiento de las facultades ocultas que se albergan dentro de la mente humana.
Para ello, vamos a hacer un profundo recorrido que lo dividiremos en tres partes: una primera referida a la realidad desde el mundo interior; una segunda, en la que nos detendremos en lo que he dado en llamar luces y sombras de la mente; en tanto, la tercera, serán referencias del ayer hacia el mañana.
Cada una de estas partes se compone de siete capítulos independientes entre sí, pero interdependientes en el sentido general de la obra, que irá oscilando entre lo claramente explícito y lo que se manifiesta en un lenguaje simbólico, más fácil o más difícilmente detectable, según la sensibilidad del lector.
En todo este recorrido, que no será una línea recta siempre hacia el mismo lado, trabajaremos en principio con todo aquello que tiene que ver con el SER y trataremos de que se entienda con claridad la diferencia con la fachada que cubre o recubre nuestro ser, es decir el YO.
Será durante este segmento del trayecto que nos espera cuando retomaremos contacto con alguien que nació en los albores del Siglo XX, en 1908 y murió tempranamente en 1970, dejando una obra magnífica que les abrió el camino a muchos de sus discípulos y a otros tantos que, sin reconocerse alumnos de este verdadero maestro, incorporaron muchas de sus enseñanzas. Me estoy refiriendo a Abraham Maslow.
Pudiendo llegar a la comprensión clara y precisa del SER, entonces iremos teniendo una base desde donde poder interpretar los alcances de una mente milagrosa, que no es otra que aquella de que nos ha dotado nuestra intrínseca naturaleza humana.
Esa mentalidad sintonizada con los milagros solo podemos intuirla primero y descubrirla después a partir de ese gran hacedor de fenómenos cotidianos que es el amor en su forma más pura.
Siendo capaces de poner una conciencia tal en movimiento, habremos dado el primer paso hacia el suceso fundamental que marca un hito en la evolución de las especies, la manifestación de la creatividad. Y nos atreveremos a analizarla, tanto desde sus aspectos racionales cuanto desde su lado emocional.
Razón y emoción no son dos polos opuestos de la inteligencia, son dos formas diferentes de percibir el mundo de los objetos o la suma de todo lo creado. Son dos formas que se complementan y debemos tratar de armonizar, porque según como haya sido nuestro trayecto vital desde los primeros pasos que dimos en la vida, tendremos tendencias internas incorporadas para ser más racionales o más emocionales, cuando lo ideal es una relación equilibrada entre el campo puramente basado en el razonamiento y el universo de los sentimientos y las emociones.
En todo momento trabajaremos sobre dos parámetros esenciales, que son la espiritualidad y la evolución. Una nueva espiritualidad ha nacido a partir de los años ’80, movilizada por una masa crítica de personas que logró despegarse de los sentidos exclusivamente místicos que encerraba este concepto. James Redfield lo explicó muy bien en “La novena revelación”.
Permanentemente iremos y volveremos sobre la evolución, del ser humano en todo sentido y de las teorías que a él se refieren y tratan de explicar su conducta y su comportamiento en un mundo en constante movimiento y cambio dinámico.
Entendemos, desde aquí, que espiritualidad y evolución son los dos pilares en que se debe asentar todo atisbo de mente sanadora, comprendiendo por tal a una conciencia en movimiento y sin fronteras, abarcadora de todas las potencialidades que encierra el ser.
Pasada esta primera parte de nuestro viaje imaginario al interior de nosotros mismos, nos introduciremos en la segunda, es decir nos animaremos a bucear entre las luces y las sombras de la mente. Para muchos autores y estudiosos de la psicología contemporánea, la luz y la sombra del ser están indefectiblemente entrelazadas, siendo un objetivo básico del auto conocimiento poder apreciar la sombra para permitir el mejor brillo de la luz.
En el campo de las relaciones interpersonales y de pareja nos detendremos a reflexionar en la co-dependencia, un vínculo patológico que asfixia la existencia de muchas personas que no supieron o no pudieron construir su modo de vida en libertad.
Tomando un verdadero ícono de la historia del arte, como lo fue Salvador Dalí, el insigne y genial pintor catalán, nos permitiremos tomar algunos pasajes de su autobiografía “Confesiones inconfesables” para desarrollar a partir de sus memorias algo que, con sentido psicoanalítico, hemos denominado “metáforas de vida y muerte”.
Luego nos introduciremos en un análisis muy diferente a los que se han hecho en gran parte del mundo, en otra manifestación, ya del arte post-moderno, para tratar de desentrañar lo que para mí es “magia sucia”, a través de la vida del niño y adolescente Harry Potter, nacido del mundo mágico y oscuro de la mente de una mujer ya eternamente célebre, Joanne Rowling.
Entre las sombras del pensamiento encontraremos sin duda el mecanismo psíquico de la represión, magníficamente reconocido por Sigmund Freud en la última década del Siglo XIX. Sobre este tema, haremos referencia a su base orgánica, descubierta hace muy pocos años por un equipo múltiple de psicólogos norteamericanos de las Universidades de Stanford y Oregón, encabezados por John Gabrieli y Michael Anderson.
El sueño y el estrés son dos estados mentales que tienen una importancia de primer orden en la vida de casi todos los mortales, por eso me detendré en ellos tratando de hacer entendible para todos los lectores una relación muy compleja entre ambas partes.
Los psicofármacos se han convertido, desde la segunda mitad del Siglo XX hasta la actualidad, en el sostén de buena parte de los laboratorios de productos medicinales, una de las industrias más florecientes en el mundo contemporáneo. Nos preguntamos y trataremos de responden si son aliados o enemigos del cuerpo humano.
También nos ocuparemos de la musicoterapia, conocida desde hace mucho tiempo y que parece, frente a otras técnicas más modernas, haber perdido un poco de espacio.
Finalmente, nos detendremos en referencias del ayer que siguen siendo válidas hoy para el mañana.
Echaremos aquí una mirada diferente a la de sus discípulos psicoanalistas sobre la obra de Sigmund Freud, un verdadero visionario de lo que muy posteriormente de sus comienzos sería la llamada medicina psicosomática.
No dejaremos pasar por alto el legado del gran maestro, sin nunca proponerse serlo, Jiddu Krishnamurti, deteniéndonos en su conceptualización de la meditación, una forma de equilibrio mental única.
Además, me referiré con particular detalle a mis veinte años de experiencia continua en la Escuela de Yoga “El Sendero”, de la ciudad de Córdoba, República Argentina, , en el capítulo sobre yoga, sueños y recuerdos infantiles.
Luego analizaré los aportes importantísimos para una buena salud mental formulados por Wayne Dyer, a través de un verdadero abanico de obras, cuyos extremos yo ubico en “Tus zonas erróneas” y “Tus zonas mágicas”.
Del mismo modo, daré mi opinión sobre lo que yo he llamado “la espiritualidad cuántica” de ese excepcional especialista en fenómenos mentales y curaciones no convencionales, de origen hindú, Deepak Chopra.
En este sector de referencias del ayer hacia el mañana, no dejaré de lado una tendencia que se viene desarrollando desde hace un tiempo a esta parte y que no es otra que la utilización de de distintas corrientes del pensamiento filosófico, aplicadas por sus principios básicos en la solución de los problemas de la vida cotidiana de muchas personas, que no encontraron ni en la psicología ni en la psiquiatría un alivio para sus situaciones vitales conflictivas.
Y he dejado para el capítulo de cierre mi impresión personal, el corolario de todo lo tratado en estas páginas, en una conceptualización de mente y cuerpo como unidad ecológica, porque creo que va más allá de la fórmula ya tradicional de equilibrio biológico, psicológico y social, para apuntar en cambio a una integración total de la mente, el cuerpo individual y la sociedad entera con el medio ambiente general, desde un enfoque holístico que no sabe ni quiere hablar de fronteras.

                                                                             El autor

Alquimia Emocional


La neurociencia social es una nueva rama del conocimiento científico que trata de aproximarnos a la comunicación grupal humana, a partir de los avances en el conocimiento del funcionamiento cerebral del Hombre. Los más recientes descubrimientos en el campo de las emociones y el razonamiento llevan o conducen a que la correlación biológica y psicológica no solo es demostrable sino también ponderable.
Si los seres humanos no se hubiesen encerrado tanto dentro de si mismos, fortaleciendo sus conciencias personales como trincheras de defensa, tal vez tendríamos mayores posibilidades de conocer y entablar cercanas relaciones afectivas con un número mucho mayor de personas, que aquellas con las que habitualmente interactuamos. Y, probablemente, enseguida nos daríamos cuenta que, con un simple intento de penetrar un poco en el corazón de cada una de ellas, podría descubrirse que, en mayor o menor medida, todas vienen soportando o padeciendo algún tipo de problema personal, de lo cual no escapamos ni siquiera nosotros mismos.
En los variados ámbitos por los cuales transcurre nuestra vida cotidiana, como familia, trabajo, amigos, conocidos, siempre hay algún aspecto que nos puede generar sufrimiento, dolor, preocupaciones, en una palabra, malestar. Las emociones, los síntomas de depresión en el Siglo XX y de ansiedad angustiosa en lo que va del Siglo XXI, están tan extendidos en la raza humana que de ser un virus, o una bacteria, sería inmediatamente declarada una pandemia.
De hecho, en la Provincia de Córdoba, República Argentina, el Ministro de Salud del primer gobierno de José Manuel De La Sota, el médico sanitarista Roberto Chuit, declaró en su momento que se estaban viviendo niveles epidémicos de trastornos mentales, o alteraciones de la salud mental, con una proyección a futuro realmente peligrosa.
Pareciera que, sin embargo, falta concientización no solo en la población general sino también en buena parte de las autoridades sanitarias para poner en marcha diferentes mecanismos educativos, desde la familia hasta la escuela, procurando ejercer desde temprana edad una profilaxis mental que intente reducir al máximo las situaciones psíquicamente traumatizantes de la infancia y genere un verdadero movimiento hacia una salud emocional que lleve hacia una madurez sana y limpia de complicidades con pasados oscuros.
También sería importante generar docencia a través de inserciones en las políticas educativas de asignaturas que pudiesen aportar, especialmente a partir de la niñez, la información y las herramientas necesarias para desarrollar todo el potencial humano creativo y evitar las muchas y frecuentes situaciones de violencia que hoy se viven en las aulas de los colegios primarios, a menudo como extensión de conflictos interpersonales que vienen desde el hogar y hacen eclosión en la escuela.
El sufrimiento y su graduación es la manifestación externa de un problema no siempre visto ni aceptado conscientemente  por la persona que lo padece. Aquí más importante que el sufrimiento en si y su forma de expresarse es el problema que lo causa, el cual puede y debe ser abordado, para de esa manera diagnosticarlo e intentar la solución del mismo.
De cualquier manera, para poder avanzar en este camino resulta o se hace imprescindible que antes encontremos la manera de reconocer el sufrimiento padecido por el sujeto que consulta o es objeto de observación, para luego reconocer quién tiene la responsabilidad principal sobre ese sufrimiento.
Lamentablemente, a menudo, introducirse en estas cuestiones se hace muy difícil debido a que no hace mucho tiempo se ha comenzado a trabajar sobre la inteligencia emocional y no son muchos los conocimientos que han trascendido al común de la gente. Otro problema es que la mayoría de los trastornos emocionales siguen supeditados a paradigmas psicológicos de manuales de diagnóstico y estadística, en muchos casos estigmatizantes, con sus temidas etiquetas, generalmente asociadas a interminables y dudosos tratamientos. Ello genera resistencia en muchas personas y hace que los conflictos, en lugar de ser libremente expuestos sigan su curso por dentro, rodeados de tabúes y temores que vienen de antiguas raíces ancestrales no superadas a pesar del avance del tiempo.

Reconocer el sufrimiento

Nuestros sistemas de referencia emocional, desde el seno del hogar hasta la escuela,  nos han ido condicionando sucesivamente en la idea de que el sufrimiento es algo así como una condición innata al ser humano. De esa manera, no se generó la producción de estrategias para elaborarlo psicológica y físicamente, dejando abierto solamente un camino de adaptación al mismo, del cual la expresión más cabal fue “aceptarlo con Cristiana resignación”.
Muchas frases como esa las hemos heredado de nuestros ancestros más cercanos, en especial padres y abuelos habiéndolas introyectado inconscientemente tal como si fuesen una verdad inmutable: " En la vida, el dolor es una escuela de aprendizaje", " A esta altura de mi existencia, soy como soy y a mi edad ya no se puede intentar cambiar lo que uno fue armando durante toda su vida", "el amor es muchas veces sinónimo de sufrimiento", "la felicidad como tal no existe, más bien es una utopía", etc.
Tales convicciones, íntimamente sustentadas por tradiciones familiares y sociales solo conducen a la inmovilidad, la resignación y la falta de esperanza. Lo que pareciera ser solo una frase armada, con el paso del tiempo se transforma en una creencia sustentada por experiencias anteriores, e incorporada al rasgo de la personalidad con el que se interpreta la vida.
Algo que se observa frecuentemente en la consulta privada es la persona que concurre en procura de la comprensión o solución de algún problema, por lo general pequeño, que lo perturba internamente.  Sin embargo, conforme avanza la psicoterapia a profundizar entre las capas del inconsciente reprimido, empiezan a aparecer las resistencias que se niegan a ver, lo que comienza a emitir sus primeros destellos de claridad. Y una de las formas que adopta el paciente es mostrar la punta de un iceberg que oculta lo verdaderamente significativo, a lo que Ken Wilber le ha llamado y con razón “las sombras negadas”.
Para poder borrar esas oscuras y negadas sombras de nuestro corazón y sacarlas a la luz del esclarecimiento es necesaria la sinceridad, habida cuenta de que podemos engañar a nuestros interlocutores y escuchas, pero jamás a nuestra propia conciencia, aunque pongamos diques de contención entre su parte profunda y lo superficial o lo conciente propiamente dicho.
Superar esas resistencias interiores es un hermoso acto de generosidad para con uno mismo, por medio o a través del cual reconocemos que algo no va bien en nuestro interior y nos ponemos en disposición de averiguar lo que es. Y es precisamente en nuestras sombras negadas, donde están todas las respuestas que necesitamos traer a la conciencia, superando represiones y otros mecanismos de defensa de la vivencia neurótica, que es la que nos altera y nos hace fracasar en la vida.
Un ejercicio muy importante para llegar hasta recónditos lugares de nuestra mente es la meditación y el silencio interior muy eficaces ambos para empezar a permitirnos obtener respuestas a los interrogantes fundamentales a los que nos lleva nuestra propia vida cotidiana.
Llegará un momento en que la pregunta fundamental pasará por si somos felices, o si estamos realmente mejor de cuando nos sentíamos mal, después de haber tomado en claro todo lo que encontramos dentro de nuestra mente y que nos llevó a creer que todo lo que no sea felicidad o paz es sufrimiento. Si uno es capaz de sumirse en la introspección y hace su ejercicio de alquimia mental correctamente, debe recordar que es solo un ejercicio de observación y puesta en contacto con el ser superior, no se trata de efectuar cálculos ni cuantificaciones, sino solo identificar e identificarnos con lo que en algún momento se convirtió en lo oculto, o lo desconocido que habita en nosotros.

Reconocer la responsabilidad

Ha quedado en claro, entonces, que todo proceso de alquimia emocional, o interior, se inicia a partir de un sincerarse con uno mismo. Ahora bien, otra de las actitudes personales que nos llevará a avanzar en el mismo sentido es la responsabilidad.
Seguramente, en nuestra formación personal, familiar y educacional, no nos han enseñado a plantearnos nuestras problemáticas interiores desde perspectivas como la sinceridad y la responsabilidad, sino que más bien nos han hecho sentir que nuestras falencias emocionales pueden ser ocultadas, a la luz de apariencias que nos acercan a un parecer ser, más que a un ser, o un deber ser.
La parte tóxica de nuestras emociones es la que nos lleva a que, en el momento fundamental en el cual un problema se manifiesta desde nuestro interior, en lugar de poder acercarnos a la verdadera fuente causal del mismo, nos sumergimos en un laberinto de circunstancias, situaciones acciones o actores presentes, con los cuales nos desviamos del camino que podría llevarnos al reconocimiento directo de la causa.
En realidad, nuestras vivencias no serían precisamente el núcleo del problema, sino que más bien pasaría por la interpretación que hacemos de él. Aquí entra a jugar el dolor como elemento de sostén de un sufrimiento interno y externo. Y cada vez que nos enfrentamos al dolor como vivencia caemos en la tentación de culpar a otro, a las circunstancias, a la vida, o a Dios que nos estaría poniendo frente a pruebas que no estamos capacitados a superar.
Nos cuesta muy mucho poder llegar a admitir que, la responsabilidad de lo que nos ocurre es solo nuestra, igualmente es un trabajo interno muy pesado reconocer con sinceridad que todas nuestras penas y olvidos se generan dentro de nosotros y por nosotros mismos, a partir de lo que sentimos y de todo el patrimonio emocional que nos acompaña desde el origen de nuestros días.
Solemos pasarnos buena parte de nuestra vida  esperando que otro o alguien de afuera repare el daño que creemos nos ha causado, sin admitir nuestra propia participación en el proceso creador de dolor que nos aflige.  
La culpabilidad que, con tanta facilidad le adjudicamos a factores externos a nuestro ser es lo que nos impide ejercer el sano y saludable crecimiento interior que nos hace evolucionar en la vida a partir de actitudes poco frecuentes o comunes como el perdón.
Pero, para poder llegar sanamente a esto debemos enarbolar una bandera que no siempre la tenemos al alcance de la mano, la bandera del compromiso con nosotros mismos y nuestra responsabilidad existencial.
Solo en un marco de profundo aprendizaje y evolución podremos liberarnos de las cargas que nos impiden aspirar al logro de nuestro destino trascendente, al que solo podremos acceder el día que seamos absolutamente libres e independientes de condicionamientos externos e internos y de proyecciones del adentro hacia el afuera. Es decir a partir del día que podamos hacernos cargo plenamente de nuestra libertad y de todas las consecuencias que ella traiga a nuestras vidas.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Mujer ayer hoy y siempre


El estudio de los aspectos conductuales, tanto del hombre como de la mujer, sólo puede efectuarse objetivamente en función del momento histórico que se vive. La sociedad ha ido cambiando a través del tiempo para caer, en los últimos años del siglo XX y en los primeros del Siglo XXI, en una verdadera vorágine que alteró, en muy corto período, los usos y costumbres que se mantuvieron más ó menos constantes durante décadas, en el pasado. A lo largo de toda la historia, la mujer ha tenido que experimentar conflictos y dificultades por el solo hecho de su femineidad y por tener la responsabilidad biológica de ser la gestora en su interior de los nuevos seres vivientes que marcarían la continuidad genética de la especie. 
Desde las escuelas psicoanalíticas, en particular, se ha prestado especial atención a los trastornos procreativos de la mujer, cuya comprensión teórica movilizó estudios y escritos clásicos muy valiosos como los de Helene Deutsch y Melanie Klein, sólo para citar algunos de los que marcaron elementos que ayudaron a comprender sobre todos los factores psicológicos y culturales.
Durante larguísimo tiempo y en parte siguiendo una tendencia alimentada desde las principales religiones formales, a partir de sus textos claves, se pensó y se practicó en casi todo el mundo la creencia de que el papel fundamental de la mujer en la vida era su rol reproductivo y la crianza de los hijos. Salvo sociedades muy particulares y escasas, muy bien descriptas en el libro de Riane Eisler "El cáliz y la Espada", dónde las mujeres y los hombres se repartían las tareas y compartían los fines primordiales de la vida, cualquier tipo de tareas que no tenían que ver con su maternidad y responsabilidades derivadas, era un obstáculo en la vida de la mujer. Privaba, por sobre toda las cosas , el criterio meramente biologista de que la mujer estaba capacitada "por naturaleza" para tener un hijo cada uno o dos años y que todos sus instintos e impulsos vitales pasaban por éste determinismo genético que les daba el hecho natural de pertenecer al sexo femenino .
El papel esencial maternal de la mujer en las sociedades de antaño era tan restrictivo y específico que les imponía ante todo una función puramente maternal, incluso con severas restricciones en todo aquello que fuera sexual pero que no se relacionara con la maternidad. 
La consecuencia más directa de éste modelo de conducta o de pauta cultural fue la gran frecuencia del desarrollo de cuadros psicopatológicos típicos como fueron las distintas manifestaciones de la histeria y la neurastenia en el siglo pasado y los comienzos del último período centenario. Incluso, en algunas civilizaciones, especialmente aquellas regidas por los textos religiosos árabes, el sexo por placer o incluso simplemente por amor no tenía cabida frente a lo que, desde un arranque, se consideraba para la especie hembra como una simple función proliferativa de la especie.
En las sociedades más primitivas, como algunas africanas e incluso árabes, se practicaron y se practican aun mutilaciones en las niñas para impedirles todo gozo genital y reducir ésas áreas para la función concreta y específica de procrear.
Mientras tanto, en el mundo occidental, la psicología de la mujer rompía los moldes de lo duramente establecido como rígida moral, no sólo en la histeria y la neurastenia, enfermedades cargadas de simbolismos sexuales obligadamente reprimidos en la vida real, sino que, hasta en las que tenían la posibilidad de ser madres y, de hecho, lo eran, se daban con frecuencia manifestaciones de lo que Sigmund Freud llamó "voluntad contraria histérica". Al respecto, es muy conocido dentro de la literatura freudiana el caso de una joven madre que no podía alimentar desde su seno a un hijo recién nacido, pese a tener las mamas inflamadas de leche. Freud consiguió su curación mediante la sugestión hipnótica, en lo que puede considerarse como uno de los primeros casos descriptos de trastornos psicosomáticos en la maternidad. 
También fueron muy frecuentes las crisis depresivas de tipo psicótico post parto, donde en lugar de sentir la mujer la plenitud de ser madre, caía presa de una de las formas de melancolía más terribles, en la que hasta el suicido o el infanticidio podían tener cabida, como que la tuvieron en casos descriptos en los textos clásicos.
La mayoría de las sociedades civilizadas fueron eminentemente patriarcales y falocéntricas, donde la mujer era un objeto para el hombre. Incluso la literatura clásica así lo demuestra con toda claridad y, un ejemplo típico, lo tenemos en "La Ilíada", donde la posesión de Helena generó un conflicto épico y, en la misma obra, la humillación de Aquiles cuando pierde a Briseida, que la había "ganado" en el campo de batalla. Para aquella concepción clásica y antigua, la mujer era el objeto que le podía dar al hombre tanto placer cuanto los hijos que marcaran su descendencia y le aseguraran también el mantenimiento de ese poder, en especial los hijos varones, mientras que las hijas mujeres, cuanto más, apenas si podían servir para materia de negociación con potenciales enemigos, a los que se entregaban las doncellas para matrimonios arreglados, sin la más mínima consideración hacia su voluntad de ser en el mundo. 
Recién con la Revolución Francesa, donde la mujer tuvo una participación más o menos activa, y enarbolando entre otros el lema de la igualdad, se puso en duda que la supeditación total de la mujer al hombre fuera un hecho natural y lógico. No obstante lo cual, en las clases elevadas de la sociedad parisina de entonces, no se produjo ningún cambio inmediato en la concepción masculinista clásica, pero si se empezaron a ver cambios en las mujeres de los artesanos y campesinos, que compartían los trabajos de los hombres y que verdaderamente los sustentaban en esas tareas, a más obviamente, de parir y criar hijos.
Al estar la mujer incluída en la dinámica común de la vida cotidiana se produjo un real cambio en la concepción de que los límites de lo femenino pasaban por la atención de la familia, la crianza y la educación de los hijos.
Durante la época de Napoleón no variaron sustancialmente esas costumbres, pero la reclusión de miles y miles de hombres por parte del Emperador, para sustentar sus conquistas guerreras, hizo que una gran cantidad de mujeres francesas tuvieran que tomar las riendas de sus ganados, sus artesanías o sus cultivos, pasando a realizar tareas que habían sido patrimonio exclusivo de los hombres. Y esto arrancó no de una rebelión de las mujeres sino de una necesidad, mientras el hombre partía hacia el frente de guerra. Algo parecido había ocurrido anteriormente durante las Cruzadas, pero aquí, el espíritu de posición masculina sobre las mujeres quedó patentizado en hechos tan anecdóticos como reales, como los llamados "cinturones de castidad", que no sólo impedían a la mujer ejercer su función biológica reproductiva y su sexualidad, sino que eran un símbolo del poder propietario del hombre. 
En las comunidades campesinas de los albores de la Edad Moderna, la maternidad y la crianza de los hijos eran algo así como procesos paralelos, porque tanto la mujer como los hijos se integraban alrededor del hombre jefe de la familia, en torno a las tareas rurales, fueran estas de cultivo de tierras cuanto de cuidado de ganado. Había también una situación política especial, en el sentido de que el campesino, varón, mujer o menor de edad, gozaban de muy limitados Derechos Civiles, viviendo mucho más interesados en la producción casera que en los acontecimientos ciudadanos. 

Los viejos temas de la Revolución Francesa, de libertad e igualdad, recién pudieron hacerse "operativos" para la mujer cuando en plena Edad Moderna se empieza a producir y extender en el mundo la llamada "revolución industrial", que tuvo grandes consecuencias para la vida familiar e individual. Con las transformaciones técnicas que se fueron incorporando, unidas a un desarrollo industrial incipiente que tuvo al establecimiento fabril como sede y símbolo, muchos hombres abandonaron sus procesos familiares de producción casera o artesanal, para emplearse en las líneas de las nuevas factorías. 
Las mujeres de estos hombres no fueron indiferentes ni dejaron de participar en ese cambio que afectó tanto a la familia como a la sociedad en general. Las mujeres, muy de a poco, ya que todavía pesaba sobre ellas una especie de complejo de inferioridad intelectual y emotiva respecto del hombre, empezaron a trabajar en relación de dependencia en esos grandes establecimientos que cimentaban y afianzaban día a día la revolución industrial. Es esa mujer trabajadora, más por necesidad que por otra causa, la que rompe con la tradición clásica de mujer hogareña, deja su casa y se pone al lado (casi siempre en posiciones inferiores) del hombre, escapando un poco a esa obligación histórica de ser meramente madre y criadora de hijos. 
La mujer trabajadora no pudo darse el lujo de desentenderse por completo del hogar, porque luego de sus horas laborales debía tomar el comando de la casa, pero fue una mujer que ya empezó a poner limitaciones, por ejemplo, a su número de hijos. Obviamente que no podía trabajar y tener una parición cada dos años, ya que además tampoco existían en esos tiempos pioneros, leyes protectoras de la mujer.
Todo este cambio que fue afectando lentamente a la mujer campesina y de la clase obrera se produjo a un ritmo creciente a lo largo de los siglos XVIII y XIX, pero en las clases sociales medias y altas sólo se empezó a gestar durante la primera mitad del siglo XX, en especial después de las transformaciones políticas y sociales que se produjeron como consecuencia de la Primera Guerra Mundial.
En los años 60, la mujer sigue luchando por su liberación y va ganando posiciones no sólo sociales sino también políticas. Paulatinamente, va en aumento el número de mujeres interesadas en el curso de una carrera universitaria con miras al ejercicio de una profesión independiente. Ello traerá aparejado una postergación de la maternidad para cuando se haya cumplido primero las aspiraciones de un desarrollo intelectual y laboral completo. 
Ese modelo tomado especialmente por las clases sociales altas tuvo su contrapartida en esa época con el nacimiento de los movimientos mixtos de protesta, es decir los hippies, los predicadores de la paz y el amor libre, los fundadores de comunidades donde las parejas y los hijos eran "colectivos". No pasaron de ser grupos relativamente marginales, pero de cualquier manera impusieron un sello en la historia.
Debe destacarse que, todos éstos movimientos políticos y sociales que hacen a un contexto histórico mundial tuvieron su repercusión en la Argentina, un país siempre abierto a incorporar modas que llegaban de otros lugares. En ese aspecto, nuestro país, con una fuerte raigambre religiosa católica mantuvo durante largo tiempo las pautas tradicionales de la mujer multípara y hogareña, aunque en los últimos treinta años esas concepciones han cambiado por completo y hoy la mujer privilegia su desarrollo personal, laboral o profesional por sobre la maternidad, en especial en las clases medias y altas. 
La tendencia mundial del presente se manifiesta en el sentido de dos corrientes claramente identificables. Por una parte, la de los países desarrollados o algunos de Oriente (China y Japón) dónde los índices de crecimiento demográfico han caído a niveles mínimos. El aumento de la población de tercera edad tiene su contrapartida en el escaso número de nacimientos y la mayoría de las parejas no desea tener más de dos o tres hijos, en tanto en algunos lugares apenas con un hijo basta y sobra. Esto no ha sido una imposición masculina sino que la mujer ha sido y es activa partícipe en ésta realidad.
Paralelamente, en los países subdesarrollados y en los sectores marginales de los países desarrollados, como el nuestro, se viene observando un fenómeno preocupante, es el de las madres niñas o madres adolescente, una verdadera realidad de nuestro tiempo.
La mayoría de ellas iniciadas en una sexualidad precoz por sus propios familiares, o en ambientes donde las convivencias forzadas entre niños y adultos provocan estas situaciones, jóvenes que aún no completaron su desarrollo físico se ven enfrentadas a maternidades precoces cargadas de riesgos tanto para la vida de las madres cuanto para el futuro de esos hijos, muchos de ellos fruto de violencias o engaños y abusos.
La maternidad sigue siendo, en los albores del siglo XXI en el rasgo esencial y diferencial de la mujer, pero el avance de una sociedad basada en valores egoístas hacen que se den grandes paradojas situaciones muy diferenciadas según las clases sociales de que se trate. 
Así, en nuestros días, las maternidades públicas alertan con sus estadísticas de madres niñas y adolescentes, sin pareja estable, sin instrucción y sin posibilidades económicas de criar a sus hijos. Por otra parte, los hospitales privados destacan la maternidad por encima de los cuarenta años de edad como todo un logro de los avances en la medicina y la biología, ya que por tratamientos normales y de otro tipo se ha logrado reducir los riesgos que durante tanto años fueron un motivo de dramáticas preocupaciones en madres añosas. Es más, también se observan un crecimiento en la maternidad natural o "asistida" en mujeres cuya edad oscila en los 50 años, todo lo cual requiere de cuidados y atenciones especiales.  
En los países desarrollados, el tema de la maternidad se ha convertido más en un problema legal que en una cosa natural. Desde que se inventó la inseminación artificial, muchas mujeres pudieron gestar hijos, cosa que hasta entonces había sido absolutamente imposible. Pero ése fue solamente un primer paso. En la última década ha proliferado la técnica de la fertilización in vitro, en la cual la fecundación se lleva a cabo fuera del útero materno y se implanta en éste el embrión para su posterior desarrollo. 
En las cortes de Justicia de los Estados Unidos se han dado casos de mujeres con esterilidad por problemas de útero o trompas que permitieron la fecundación in vitro de sus óvulos con esperma de su pareja o de un donante, alquilaron un vientre donde se desarrolló ese embrión fecundado in vitro y llegaron de es forma a la "maternidad"
Los cambios psicológicos producidos por la invasión de éstas tecnologías no se han podido evaluar todavía en las mujeres por los pocos años que llevan en aplicación estas técnicas, muy recientemente incorporadas en nuestro país y no todas sino alguna de ellas. 
De todos modos, la maternidad hoy vuelve a ser un tema fundamental, por las implicancias políticas y sociales que está teniendo. La mayor paradoja la constituye la desigual situación de las niñas madres por una parte, con todo el lastre de desprotección que arrastran y las abuelas madres gracias a tecnologías invasivas y manipuladoras que han alterado completamente el sentido de la maternidad.

Pero, aún así, habiendo sido invadido y alterado el sentido biológico de ser mujer…hoy tal concepto ha tenido una ampliación tan grande, que la función maternal, si bien esencia y distinción de la mujer, no es sino un aspecto más, fundamental por cierto, pero no excluyente de la condición de mujer, que se amplía día a día y gana espacios cada vez más importantes.