martes, 18 de septiembre de 2012

Unidad de los opuestos


Morir puede ser: adentrarse con calma en una hermosa noche o clamar con sorda furia contra la extinción de la luz. Es decir, le hemos dado a la mayoría de las cosas de la vida un sentido bipolar de conflicto: bien contra mal, luz contra oscuridad, vanidad contra modestia y así sucesivamente.

De esa manera, hemos creado un mundo de conflictos y oposiciones, demarcado por fronteras. Salvador Dalí solía decir que una línea muy delgada, en la navegación de la vida, separaba las olas de la locura del mar calmo de la razón.

Y agregaba que, el buen timonel era el que sabía llevar bien derecha la barca tanto en un lado como en el otro de esa delgada línea. El cielo y el infierno son los dos polos de la bipolaridad religiosa que nos espera después de la muerte.

La humanidad en general y muchas personas en particular han tratado de avanzar a través del tiempo siguiendo lo que podríamos llamar polos positivos, a consecuencia de practicar la virtud y procurando alejarse de los polos negativos, o resultados de la maldad.

En esa senda, hemos considerado a esos extremos como irreconciliables. No nos hemos dado cuenta, o nos cuesta mucho aceptar, que todos los opuestos, absolutamente todos, comparten una identidad implícita.

Es decir, estamos dándole razón a uno de los viejos y fundamentales postulados psicoanalíticos que dice que, en el inconciente, los opuestos no se excluyen, de la misma manera que en el mismo no hay cronología.

Por más que nos impresionen las diferencias entre dichas polaridades, las mismas suelen ser inseparables en ciertas esencias que las unen y, a la vez, recíprocamente dependientes, por la sencilla razón de que ninguna de ellas podría existir sola por si misma, sin la presencia de su opuesto.

“Si algún día hemos de ser santos, primero seamos pecadores”, me manifestó una vez, con meridiana claridad, el Padre Barroca, un sacerdote católico, cura párroco de la ciudad de Oliva, en la Provincia de Córdoba, a comienzos de la década de los `80.

Quienes solo quieren tener lo justo, sin conocer lo injusto, no podrán captar nunca en su dimensión total o completa los grandes principios de la creación y la naturaleza.
La unidad interna de los opuestos está lejos de ser una idea exclusiva de los místicos o de los meditadores orientales. Einstein dio un gran paso desde la física, en la comprensión de estas cosas, cuando desde su Teoría de la Relatividad, dos conjuntos opuestos, el reposo y el movimiento, llegan a ser totalmente indistinguibles, o “cada uno es ambos”.

Osho, un gran pensador oriental transplantado a occidente, lo ha pensado también desde lo masculino y lo fenmenino, dos opuestos biológicos, cuando dijo que la unión sexual era la conjunción de dos cuerpos diferentes en una sola alma.

La teoría guestáltica de la percepción nos dice que jamás comprenderemos ningún objeto o acontecimiento si no lo relacionamos con su fondo de contraste: lo claro sobre lo oscuro, la paz sobre la guerra, lo dominante sobre lo recesivo, lo que es sobre lo que no es….

Cuando en una noche estrellada nos deslumbra el brillo de un astro, no es solamente su luz lo que impresiona nuestra retina, sino la luminosidad que provoca su efecto específico y el fondo oscuro que completa el marco y destaca el contraste.

La “paradoja de Osborn” nos recuerda a un astrónomo de la antigüedad, Osborn, que creía que, cuanto más avanzáramos en la visualización del infinito, con mayor cantidad de luz nos encontraríamos, al extremo de pensar en un punto donde todo sería luz. Sin embargo, en lugar de tanta luz, la investigación astronómica descubrió en la mayor de las lejanías los “agujeros negros”.

El placer y el dolor nunca van solos y por un camino único, se entrecruzan y se alternan, porque solo así puede ser reconocida la existencia de cada uno de ellos. El cancionero popular argentino es muy rico en este tipo de metáforas. Atahualpa Yupanki, uno de los referentes más clásicos del folclore nacional lo reflejó así: “Las penas y las vaquitas se van por la misma senda, las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”….

El reconocimiento de los opuestos como un todo inseparable es algo que nos cuesta creer y entender, porque en realidad estamos y vivimos muy pendientes de la demarcación de esos opuestos para tratar de aferrarnos a lo positivo y alejarnos de lo negativo.

El concepto fundamental pasa por poder llegar a percibir y aceptar que la realidad verdadera es una unidad de opuestos. Todas las demarcaciones y separaciones que hemos construido son también líneas de unión y de contacto, aunque habitualmente no lo veamos así.

El “borderline” de la patología psiquiátrica no solo actúa como línea demarcatoria entre lo normal y lo patológico, entre una neurosis grave y una psicosis, sino que puede llegar a ser un terreno común donde se entremezclan los síntomas de una y otra enfermedad mental.

Cuando transformamos una línea en una frontera estamos rompiendo dicha unidad. Lo interior y lo exterior son una unidad pero los hemos convertido en dos hemisferios diferentes, como al cerebro humano en izquierdo y derecho, circuito alto o circuito bajo, o lo emocional y lo racional.

El dualismo bien y mal, encarado separadamente, nunca nos va a dar la dimensión exacta de lo real y nos va a llevar hacia una batalla, cuando en realidad lo que habría que buscar es el equilibrio, la integración y no la separación.

La mayor parte de nuestros problemas vitales se basan en creer que es posible aislar y separar los opuestos, negando una sola realidad subyacente. En la vida religiosa o mística, los seres liberados son los que están más allá del bien y del mal, de la vida y de la muerte, pero incluidos en un proyecto unitario, la existencia cósmica del ser.

También las personas, en su vida cotidiana, deberían dejar de separar tanto el éxito del fracaso y comprender que éxito y fracaso van de la mano. Lo mismo pasa con ganar y perder, en toda victoria se pierde algo y en toda derrota se gana algo.

El secreto metafísico más importante es que no hay fronteras en el universo. Cada cosa y cada acontecimiento del universo están interconectados. “Cuando vibra un electrón (la partícula más pequeña de materia) tiembla todo el universo”, dice el enunciado del Teorema de Bell, del año 1969.

Todo en uno y uno en todo, es la gran verdad universal. El universo es una trama de diseños imposibles de separar, un entretejido sin costuras ni demarcaciones.


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