William James,
uno de los maestros más importantes de la escuela norteamericana de psicología,
solía decir: Nuestra conciencia normal de vigilia no es más que un tipo
especial de conciencia.
Alrededor de
ella se extienden formas de conciencia totalmente diferentes. Nuestra
percepción habitual de la realidad no es más que una isla insignificante,
rodeada por un vasto océano de conciencia insospechada y sin descubrir.
En ocasiones
especiales, espontánea o provocadamente, ese océano inunda la pequeña isla de
la conciencia vigil, con el conocimiento de un nuevo mundo tan vasto como
inexplorado, pero tan intenso como real.
El aspecto más
fascinante de la iluminación interior es que el individuo llega a sentir que él
es UNO con el universo, con todos los mundos, superiores o inferiores, sagrados
o profanos. Mundos y sistemas, todo se combina en una armoniosa totalidad.
Cuando ese
sentimiento de “identidad universal” se expande mucho más allá de los estrechos
confines de la mente y el cuerpo humano, ingresamos en el campo de la
“conciencia cósmica”, o identidad suprema con el Todo.
Abundan este
tipo de experiencias en el núcleo central de todas las religiones importantes y
en las creencias de muchos pueblos primitivos, en especial las civilizaciones
chamánicas.
La incógnita de
quienes somos ha atormentado a la
Humanidad desde el amanecer de la civilización y sigue siendo
uno de los interrogantes humanos más perturbadores.
Las múltiples
respuestas que se han propuesto para el enigma del ser van de lo sagrado a lo
profano, de lo complejo a lo simple, de lo científico a lo mágico. Pero, en vez
de examinar una multitud de respuestas posibles, preguntémonos internamente:
¿Quién soy? ¿En qué consiste mi verdadero ser?
Uno es un ser
humano, una persona única, un organismo viviente dotado de potencialidades
múltiples, como lo destaca Depak Chopra en su Ley de la Potencialidad Pura.
Somos más, mucho
más, de lo que puede llegar a decir un “yo soy”. En realidad, somos lo que
somos y somos también lo que no somos. En lo que nosotros reconocemos como que
“no somos”, está todo lo negado por nosotros mismos. O sea que, vivimos creando
separaciones o porciones diferentes dentro de lo que debería ser nuestra
unidad.
Para aceptar una
visión diferente, mucho más integradora, es necesario y fundamental abolir la
primera frontera que nos fracciona, la que separa mente y cuerpo, debiendo
sustituirla por una aceptación clara y precisa de la unidad biológica,
psicológica y social. Porque nos identificamos con nosotros mismos a partir de
una imagen puramente mental y podemos llegar a escindirnos totalmente de
nuestro cuerpo y de nuestro medio ambiente.
Al no
identificarnos concretamente con la totalidad de nuestro organismo, mente y
cuerpo, sentimos que somos un yo o un ego y como que estamos adheridos o
“cabalgando” sobre un cuerpo que nos pertenece.
Una escisión que
frecuentemente hacemos a nivel mental es la que se refiere a los fenómenos
personales, o la conciencia del yo, separados de los fenómenos transpersonales,
o aquellos que van más allá del individuo.
La psicología
transpersonal, a la cual han hecho tan importantes aportes Roberto Assagioli en
la primera mitad del Siglo XX y Ken Wilber en la segunda, estudia fenómenos como
las percepciones extrasensoriales.
Entre ellos
encontramos la telepatía, la clarividencia, la precognición, la retrocognición,
las experiencias extra corporales y las llamadas experiencias cumbre , a las
que se refirió Abraham Maslow.
Todos estos fenómenos
trascienden las fronteras del organismo humano corporalizado. Se han acumulado
pruebas abrumadoras sobre la existencia de estos fenómenos transpersonales.
Cuando una
persona está conflicto consigo misma es porque los distintos niveles de su yo están
en desarmonía. Cuando el Yo se divide o se escinde, como en las psicosis, cada
nivel de la conciencia ve diferentes procesos como extraños a él.
Una gran
cantidad de escuelas espirituales y técnicas psicoterapéuticas se ocupan por su
parte de diversos aspectos de la conciencia. Lo que todas tienen en común es
que intentan producir cambios en la conciencia de una persona.
El individuo
sinceramente interesado en aumentar y enriquecer el conocimiento de si mismo,
encuentra una enorme variedad de técnicas psicológicas y prácticas
espirituales, incluso algunas que se contradicen entre si.
Las disciplinas
relacionadas con el budismo zen impulsan a olvidarse del ego; el psicoanálisis,
en cambio, ayuda a reforzar, fortalecer y consolidar el ego.
Lo que pasa es
que se apunta a distintos niveles de la conciencia de una persona. Es mejor
convertir a estas prácticas espirituales y técnicas psicológicas en enfoques
complementarios sobre diferentes niveles del individuo.
Así, la mayoría
de las técnicas psicoterapéuticas procuran reunificar la persona, lo conciente
con lo inconciente y la mente con el cuerpo.
En cambio, las
disciplinas orientales e hindúes se encaminan hacia la identidad con el
universo entero, o unidad suprema.
Entre los
niveles de conciencia de organismo total y conciencia de unidad suprema, se
encuentran todas las bandas transpersonales, supraindividuales o colectivas.
A medida que el
ser humano (profano o terapeuta) se vaya familiarizando con el amplio espectro
de la conciencia en sus diversos niveles, más capacitado estará para orientarse
en el viaje que lleva a la comprensión y el desarrollo de uno mismo.
El desarrollo
del ser debe entenderse como un ensanchamiento, como una expansión de los
propios horizontes, como una ampliación de los límites personales, sea en
perspectiva externa o en profundidad interna.
El crecimiento
es, en primera instancia, un reconocimiento y después un enriquecimiento hacia
los niveles más profundos y vastos de lo que uno es.
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