miércoles, 19 de septiembre de 2012

Luces y sombras


No hay otra etapa en la vida que ofrezca los contrastes que encontramos en la adolescencia, sobre todo en estos tiempos postmodernos, en los cuales los jóvenes han cambiado tanto las cosas con respecto a lo que se vivió apenas medio siglo antes que ellos.

En lo que a mi respecta y, por extensión, a toda mi generación, no fue etapa fácil ni muy agradable. Vivimos todas las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, nos tocó ir descubriendo el crecimiento de nuestro cuerpo en plena etapa de la Guerra Fría, viendo sin comprender como los rusos hacían estallar bombas atómicas en la atmósfera, los norteamericanos en la profundidad de tierras desérticas, los franceses en las aguas del Atolón de Mururoa, sin que nadie expresara otra cosa que no fuera terror, porque las imágenes fotográficas y televisivas, en blanco y negro, de Hiroshima y Nagasaki fueron para los jóvenes de mi tiempo un presagio de que el “fin del mundo” estaba cercano.

Nos tocó presenciar las protestas de figuras populares del cine y de la música, como James Dean, Elvis Presley, Los Beatles, los Rolling y todos los que siguieron su camino, como así también seguimos la prédica pacifista de Ghandi, hasta su asesinato y posteriormente las luchas por la liberación de los países africanos y las disputas raciales en los Estados Unidos y otras partes del mundo.  

Pero había algo que distinguía a los jóvenes de los años ’60: sus ideales antiimperialistas, de libertad, de justicia social, sin saber mucho de que se trataba, pero se sentía desde lo más profundo del alma y se expresaba a grito pelado.

Los sucesos de Francia en 1968, la inmolación de jóvenes en las calles de Hungría, Polonia y Checoslovaquia, ante las invasiones soviéticas, fueron hitos históricos de una juventud que no solo hablaba de ser libre sino que ofrendaba su vida en el intento.

Imposible olvidar la cantidad de jóvenes de nuestra tierra, compatriotas argentinos que, ante la sucesión interminable de dictaduras militares que se fueron produciendo a partir de 1955 hasta 1983, elevaron sus voces de protesta clamando por libertades individuales y colectivas que estaban completamente coartadas y fueron brutalmente reprimidos a sangre y fuego.

Fue toda una época y hoy nos toca vivir algo totalmente diferente. Nosotros no tuvimos ni la décima parte de los estímulos que tienen los chicos de hoy y, menos aún, del conocimiento que los jóvenes manejan en estos días. No teníamos ni las computadoras, ni las noticias instantáneas que hoy maneja cualquier chico o chica.

Recuerdo que, más o menos por setiembre u octubre del año 1975, recién recibido de médico, fui invitado a disertar en el ateneo profesional de Neuropsiquiatría del Hospital Privado de Córdoba, sobre lo más avanzado en lesiones y tratamientos del sistema nervioso central.

Y tengo muy claro haberme expresado, luego de consultar bibliografía muy específica, a un famoso caso referido a un obrero estadounidense de nombre Phineas Gage. Era toda una novedad para egresados universitarios con título de especialista.

Hoy, poco más de treinta años después, mi hijo menor, de 16 años, estudió el mismo caso en Cuarto Año del Secundario, en la cátedra de Biología. De modo que, lo que se ha extendido la posibilidad de adquirir conocimiento entre los jóvenes en las últimas décadas es realmente increíble.

No obstante lo cual, me preocupa ver que el espectro de la conciencia de la juventud actual es como un amplio abanico, donde en un extremo encontramos luces absolutamente brillantes y en el otro sombras de la más terrible negritud.

Lo brillante tiene que ver con toda la potencialidad que, de hecho, tienen un cuerpo biológico y un cerebro joven, capaces de las creaciones más increíbles y de irse manifestando en pasos constructivos.

Pero es notorio también como una gran cantidad de jóvenes desperdician todo ese potencial, lo tiran o lo mezclan con basura, sin siquiera darse cuenta de que es su patrimonio a futuro lo que están dilapidando de la manera más terrible.

Quizás la superabundancia de información los ha llevado a renegar de la misma o incluso despreciarla. Se quedan en la superficie de todas las cosas sin profundizar en la búsqueda de las verdades trascendentales que deberían empezar a ser objeto de su atención.

Se autoagreden con una facilidad pasmosa y, a la vez, agreden a los demás sin sentir la más mínima compasión, ni por si mismos ni por el prójimo. Es increíble como Anthony Burguess se anticipó con su “Naranja Mecánica” que, por las décadas de los ’60 y ’70 causó espanto en el mundo, al desarrollo de una conciencia absolutamente egoísta y perversa.

Una conciencia escondida o camouflada detrás de máscaras, como se ve en una juventud estadísticamente cada vez más significativa, que busca expresarse desde el alcohol, las drogas, la patota, los actos delictivos, la protesta y la rebeldía sin sentido, lo que es peor, teniendo todo el potencial de una inteligencia alimentada desde afuera como nunca lo fue antes.

Y todos quieren asumir las culpas, los padres, los tíos, los abuelos, etcétera, etcétera, o están quienes se liberan de culpa y cargo manifestando que es el sistema consumista y capitalista el que ha llevado al caos de la juventud actual.

Una juventud que cada vez participa menos en política porque, por lo menos en la Argentina, los viejos políticos ansiosos por eternizarse en cargos representativos del pueblo, los han ido echando afuera y marginando del sistema democrático.

Una juventud que calza remeras con la imagen del “Che” Guevara sin tener la más remota idea de quien fue esa persona ni que pensaba del mundo. Una juventud que quiere ser auténtica en si misma, pero que no sabe lo que quiere ser.

Una juventud que ya no tiene vocaciones ni influenciadas ni adquiridas y que necesita hacerse tests psicológicos para descubrir en qué estudio universitario puede tener alguna posibilidad. Una juventud que privilegia ante todo los placeres derivados del tener antes que del ser, del lucir antes que el saber, del sexo antes que el amor.

Todas estas sombras son las que van oscureciendo el horizonte de luz de la potencialidad pura del ser, que sigue estando ahí, en el cuerpo y en el alma de todos los adolescentes, porque no quiero ser un pesimista ni afirmar que toda la juventud está perdida, porque hay muchos ejemplos de jóvenes sensibles, piadosos, espirituales y dignos de una vida sana.

Pero me parece que son los menos, que hay muchos más conflictos que armonía en estos cuerpos y estas mentes que se van abriendo a la vida.

Lo importante de verdad es que la posibilidad de cambio está y no se necesita más que un pensamiento un poco más puro para empezar a generar la transformación positiva que solamente los jóvenes podrían traerle a este mundo cargado de tensiones negativas.

Quiero creer que todo eso es factible y que en definitiva privará la luz sobre la sombra. Algo o alguien ayudará a los jóvenes a utilizar esa herramienta potentísima que anida en sus cerebros y también en sus corazones, para aclararles la visión y mostrarles lo contrario de la destrucción, la cara verdadera del amor, del amor hacia si mismos y hacia los demás.

Es la reflexión que le quiero dejar a quienes sean lectores de estas líneas, surgidas de una necesidad interior que me ha llevado a detenerme en este período de la vida que creo es lo más parecido a la primavera. Y en esta estación, todo lo marchito vuelve a tomar vida, los brotes salen por doquier y se renuevan. Siempre y cuando no se hayan seccionado las raíces…, como decía “Mister Chance”, aquel inolvidable jardinero de ficción creado por Jerzy Kosinski en su eterna obra “Desde el Jardín”.

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