Cambios muy significativos se han
producido en la rama psiquiátrica de la medicina, donde el avance en el
conocimiento de la biología cerebral y los adelantos en el campo de los
psicofármacos le han dado un nuevo perfil. A lo hay que agregarle el desarrollo
de manuales de diagnóstico y estadística que han venido como a reemplazar los
viejos métodos de detección y semiología de los síntomas. Pero, cabe
preguntarse, si todo esto ayuda realmente a los pacientes de nuestros días.
En
los últimos tiempos, la psiquiatría convencional viene presentando dos
características que responden a un modelo médico en el cual se han impuesto,
por una parte, la química como fundamento casi exclusivo del tratamiento y, por
otra, la estadística y los agrupamientos sintomáticos haciendo la base
fundamental del diagnóstico.
Esta
tendencia ha avanzado en forma muy significativa en la última década del Siglo
XX y ello tiene su explicación en hechos que pueden deberse a un mayor
conocimiento orgánico de la mente humana, pero también a apreciaciones cargadas
de subjetividad que intentan responder a criterios objetivos a ultranza.
Durante
muchos años se sostuvo desde distintos ángulos de apreciación que la
psiquiatría era una ciencia muy discutible en cuanto a la validez de sus
observaciones, ya que resultaba sumamente difícil aplicar sobre ella los
postulados del denominado método científico, el cual se fue convirtiendo con el
correr de los años en algo así como la piedra filosofal de todo fundamento en
el cual quisiera basarse un conocimiento supuestamente cierto.
Una
ola de objetividad cientificista se fue depositando sobre la psiquiatría,
impulsada por el avance paralelo de otras disciplinas que, de ser
complementarias, se fueron convirtiendo en competidoras, caso de las
denominadas neurociencias. Paralelamente, aires biologistas empezaron a nutrir
la psicología tradicional y ni qué hablar de la psicología experimental., con
lo cual se ha construido un nuevo perfil, tanto de observación cuanto de
tratamiento, en el vasto campo de las enfermedades mentales, la mayoría de las
cuales tienen ahora nuevas denominaciones, que reemplazan a las que fueron
clásicas en la época de las mejores descripciones clínicas.
Sin manual, no hay diagnóstico
En
los últimos 20 años no sólo ha cambiado el perfil de numerosas afecciones que
alteran el psiquismo normal, sino que también se han introducido nuevas formas
de elaborar el diagnóstico y, obviamente, se han abierto otros caminos
terapéuticos inducidos por la elaboración de nuevas generaciones de
psicofármacos, donde los laboratorios juegan un papel determinante.
Por
lo pronto, la introducción masiva en la Argentina, durante los primeros años de la década
de los 80, del DSM III (sigla abreviada en inglés de la tercera edición del
Manual de Diagnósticos y Estadísticas de la Sociedad Americana
de Psiquiatría), sentó las bases para que, manual en mano, cualquiera fuera
capaz de arriesgar un diagnóstico.
Dicho
libro, una recopilación de síntomas y signos sistematizados y ordenados, de
acuerdo a la opinión y la experiencia de comités de expertos ad-hoc, cambió
radicalmente la tradicional nomenclatura psiquiátrica y su tendencia, como su
invasión al mundo latino, arrasaron los viejos criterios con la tercera edición
revisada a comienzos de los 90, la cuarta en la segunda mitad de esa década y
la quinta ya en los años 2000.
La
implosión del DSM se hizo sentir en todos los ámbitos de la psiquiatría,
incluso en la parte forense, pese a que desde sus páginas se recomendaba
especialmente su utilización en el ámbito de la investigación científica y el
ordenamiento estadístico, estando contraindicado su uso en casos psiquiátricos
legales. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS), para no ser menos
o no quedar descolocada, sacó también su manual actualizado de diagnósticos, el
ya muy conocido CIE10.
Cambio de mentalidad
Con
la introducción de estos ordenamientos sintomáticos sistematizados se le dio un
golpe de gracia a la tradicional y clásica semiología psiquiátrica, que se
basaba en criterios más o menos unificados, pero que dejaba un margen muy
amplio para una serie de virtudes individuales del examinador médico, que iban
desde su intuición hasta su experiencia, pasando por un conocimiento individual
que podía resumirse en la recordada expresión que hablaba del “ojo clínico”.
Obras de singular valor, como “La entrevista psiquiátrica”, de Harry Stack
Sullivan, pasaron a convertirse en textos fósiles o ejemplares de bibliotecas
históricas. Prácticamente toda la documentación médico psiquiátrica clínica de
la actualidad se convirtió en un verdadero galimatías que mezcla letras y
números, porque pareciera que en nuestros días los diagnósticos son
innombrables y sólo se pueden transmitir, en forma escrita, a través de sus
códigos. Pobre de aquel psiquiatra que no tenga en sus manos un ejemplar
sintético del DSM IV o del IC10 porque puede quedar muy descolocado en
cualquier momento en que se discuta cualquier item de lo que considera su
especialidad. Así como hoy es inconcebible un sacerdote católico sin la Biblia, es inimaginable un
psiquiatra clínico sin alguno o los dos códigos de diagnóstico.
La química avanza
Paralelamente,
el avance en el campo de los psicofármacos ha sido realmente avasallante y, si
se considera que los de primera generación ser remontan en su aparición a los
años 50 y se recuerda de aquella época la figura de Henri Laboritt, hoy
circulan por las farmacias psicofármacos de segunda y de tercera generación,
que forman parte de todo un nuevo arsenal terapéutico al alcance de la mano de
cualquier psiquiatra clínico.
La
guerra de los laboratorios por imponer sus productos tuvo y tiene mucho que ver
con todo esto, fomentándose desde los mismos una profusión impresionante de
trabajos “científicos” que, a lo único que apuntan, es a destacar la
efectividad de tal o cual producto ante tal o cual enfermedad.
Hoy
la psiquiatría clínica es algo muy distinto a lo que fue no hace tanto tiempo
(desde luego que el mundo también es algo muy diferente a lo que fue ayer
nomás). Se ha perdido sobre todo, en este avance arrollador de la química para
el cerebro y los diagnósticos estandarizados, algo que durante mucho tiempo fue
si se quiere privativo de la psiquiatría. El hecho de tratar de llegar al interior
del paciente, de interpretar sus síntomas y signos externos en función de un
sentir interno, de alcanzar de alguna forma una comprensión del mundo
particular del paciente, eso ya no sirve frente a este nuevo esquema. Al
preguntarme si la psiquiatría clínica actual es una buena psiquiatría no quiero
poner en duda sus alcances ni sus avances; simplemente me parece que, siguiendo
la corriente de los tiempos actuales, en los que no se sabe si la vida te
acompaña o te corre, este nuevo impulso provocado por una psicofarmacología en expansión y una
metodología del diagnóstico puramente estadística se ha olvidado de algo
fundamental: que el paciente es una persona que vive, siente y piensa por sí
mismo, por muy alienado que esté o pueda estar.
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