martes, 18 de septiembre de 2012

Psiquiatrìa Quìmica


Cambios muy significativos se han producido en la rama psiquiátrica de la medicina, donde el avance en el conocimiento de la biología cerebral y los adelantos en el campo de los psicofármacos le han dado un nuevo perfil. A lo hay que agregarle el desarrollo de manuales de diagnóstico y estadística que han venido como a reemplazar los viejos métodos de detección y semiología de los síntomas. Pero, cabe preguntarse, si todo esto ayuda realmente a los pacientes de nuestros días.

En los últimos tiempos, la psiquiatría convencional viene presentando dos características que responden a un modelo médico en el cual se han impuesto, por una parte, la química como fundamento casi exclusivo del tratamiento y, por otra, la estadística y los agrupamientos sintomáticos haciendo la base fundamental del diagnóstico.
Esta tendencia ha avanzado en forma muy significativa en la última década del Siglo XX y ello tiene su explicación en hechos que pueden deberse a un mayor conocimiento orgánico de la mente humana, pero también a apreciaciones cargadas de subjetividad que intentan responder a criterios objetivos a ultranza.
Durante muchos años se sostuvo desde distintos ángulos de apreciación que la psiquiatría era una ciencia muy discutible en cuanto a la validez de sus observaciones, ya que resultaba sumamente difícil aplicar sobre ella los postulados del denominado método científico, el cual se fue convirtiendo con el correr de los años en algo así como la piedra filosofal de todo fundamento en el cual quisiera basarse un conocimiento supuestamente cierto.
Una ola de objetividad cientificista se fue depositando sobre la psiquiatría, impulsada por el avance paralelo de otras disciplinas que, de ser complementarias, se fueron convirtiendo en competidoras, caso de las denominadas neurociencias. Paralelamente, aires biologistas empezaron a nutrir la psicología tradicional y ni qué hablar de la psicología experimental., con lo cual se ha construido un nuevo perfil, tanto de observación cuanto de tratamiento, en el vasto campo de las enfermedades mentales, la mayoría de las cuales tienen ahora nuevas denominaciones, que reemplazan a las que fueron clásicas en la época de las mejores descripciones clínicas.

 

Sin manual, no hay diagnóstico


En los últimos 20 años no sólo ha cambiado el perfil de numerosas afecciones que alteran el psiquismo normal, sino que también se han introducido nuevas formas de elaborar el diagnóstico y, obviamente, se han abierto otros caminos terapéuticos inducidos por la elaboración de nuevas generaciones de psicofármacos, donde los laboratorios juegan un papel determinante.
Por lo pronto, la introducción masiva en la Argentina, durante los primeros años de la década de los 80, del DSM III (sigla abreviada en inglés de la tercera edición del Manual de Diagnósticos y Estadísticas de la Sociedad Americana de Psiquiatría), sentó las bases para que, manual en mano, cualquiera fuera capaz de arriesgar un diagnóstico.
Dicho libro, una recopilación de síntomas y signos sistematizados y ordenados, de acuerdo a la opinión y la experiencia de comités de expertos ad-hoc, cambió radicalmente la tradicional nomenclatura psiquiátrica y su tendencia, como su invasión al mundo latino, arrasaron los viejos criterios con la tercera edición revisada a comienzos de los 90, la cuarta en la segunda mitad de esa década y la quinta ya en los años 2000.
La implosión del DSM se hizo sentir en todos los ámbitos de la psiquiatría, incluso en la parte forense, pese a que desde sus páginas se recomendaba especialmente su utilización en el ámbito de la investigación científica y el ordenamiento estadístico, estando contraindicado su uso en casos psiquiátricos legales. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS), para no ser menos o no quedar descolocada, sacó también su manual actualizado de diagnósticos, el ya muy conocido CIE10.

 

Cambio de mentalidad


Con la introducción de estos ordenamientos sintomáticos sistematizados se le dio un golpe de gracia a la tradicional y clásica semiología psiquiátrica, que se basaba en criterios más o menos unificados, pero que dejaba un margen muy amplio para una serie de virtudes individuales del examinador médico, que iban desde su intuición hasta su experiencia, pasando por un conocimiento individual que podía resumirse en la recordada expresión que hablaba del “ojo clínico”. Obras de singular valor, como “La entrevista psiquiátrica”, de Harry Stack Sullivan, pasaron a convertirse en textos fósiles o ejemplares de bibliotecas históricas. Prácticamente toda la documentación médico psiquiátrica clínica de la actualidad se convirtió en un verdadero galimatías que mezcla letras y números, porque pareciera que en nuestros días los diagnósticos son innombrables y sólo se pueden transmitir, en forma escrita, a través de sus códigos. Pobre de aquel psiquiatra que no tenga en sus manos un ejemplar sintético del DSM IV o del IC10 porque puede quedar muy descolocado en cualquier momento en que se discuta cualquier item de lo que considera su especialidad. Así como hoy es inconcebible un sacerdote católico sin la Biblia, es inimaginable un psiquiatra clínico sin alguno o los dos códigos de diagnóstico.

La química avanza

Paralelamente, el avance en el campo de los psicofármacos ha sido realmente avasallante y, si se considera que los de primera generación ser remontan en su aparición a los años 50 y se recuerda de aquella época la figura de Henri Laboritt, hoy circulan por las farmacias psicofármacos de segunda y de tercera generación, que forman parte de todo un nuevo arsenal terapéutico al alcance de la mano de cualquier psiquiatra clínico.
La guerra de los laboratorios por imponer sus productos tuvo y tiene mucho que ver con todo esto, fomentándose desde los mismos una profusión impresionante de trabajos “científicos” que, a lo único que apuntan, es a destacar la efectividad de tal o cual producto ante tal o cual enfermedad.
Hoy la psiquiatría clínica es algo muy distinto a lo que fue no hace tanto tiempo (desde luego que el mundo también es algo muy diferente a lo que fue ayer nomás). Se ha perdido sobre todo, en este avance arrollador de la química para el cerebro y los diagnósticos estandarizados, algo que durante mucho tiempo fue si se quiere privativo de la psiquiatría. El hecho de tratar de llegar al interior del paciente, de interpretar sus síntomas y signos externos en función de un sentir interno, de alcanzar de alguna forma una comprensión del mundo particular del paciente, eso ya no sirve frente a este nuevo esquema. Al preguntarme si la psiquiatría clínica actual es una buena psiquiatría no quiero poner en duda sus alcances ni sus avances; simplemente me parece que, siguiendo la corriente de los tiempos actuales, en los que no se sabe si la vida te acompaña o te corre, este nuevo impulso provocado por una  psicofarmacología en expansión y una metodología del diagnóstico puramente estadística se ha olvidado de algo fundamental: que el paciente es una persona que vive, siente y piensa por sí mismo, por muy alienado que esté o pueda estar.

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