El desarrollo psicoemocional del niño y el
adolescente es un proceso muy complejo, cuyas principales etapas se cumplen en
el hogar y en el medio social en que los inserta su nacimiento. En esa etapa
tan importante para el futuro del ser, la mujer es uno de los pilares básicos,
o la piedra fundamental, que sostiene la estructura constitutiva del primer
núcleo familiar o social que se encuentra en la vida.
Los tiempos han cambiado, las costumbres
tradicionales han sido en gran parte sepultadas por una avalancha de nuevas
modalidades, que nunca se termina y que marcan una evolución acelerada del
proceso vital individual y colectivo. Pero, más allá de todos estos cambios y
“revoluciones” liberadoras o coartadoras, el rol de la mujer no ha perdido
importancia, sino que se ha mantenido en la cresta de la ola.
Ya hemos analizado en capítulos anteriores aspectos fundamentales de
esa evolución, a veces más lenta, a veces más rápida, que ha llevado a la mujer
actual a tener que compartir funciones de todo tipo, al lado, por debajo y por
encima, de sus congéneres humanos del sexo masculino. Sin embargo, más allá de
todos los sacudones propios de un modernismo a ultranza, la función de la mujer
como soporte familiar, sea sola o sea acompañada, no ha perdido vigencia ni
actualidad.
Pero no todas las mujeres llegan
a sentirse plenamente realizadas, pese a las innumerables posibilidades que les
brinda la vida contemporánea, especialmente en sus aspectos emocionales y
mentales, ya que están aquellas, que no son pocas, que sufren maltrato físico y
psicológico por parte del hombre, su compañero, el “príncipe” que alguna vez
entró en sus sueños y que después se convirtió en un maltratador, hombre
violento, que no la dejará en paz hasta que ella corte con ese lazo que la
tiene amarrada al ídolo que alguna vez conquistó su corazón.
La violencia familiar, sobre todo en la pareja, ha
sido como una oveja negra, algo secreto que, a menudo, los investigadores
sociológicos y psicológicos negaron, sosteniendo en cambio que la familia era
un lugar sagrado y pleno de amor. Fue difícil vencer las resistencias y
admitirlo, ya que durante mucho tiempo se prefirió silenciar esta temática,
aunque poco a poco se fue admitiendo con dolor que esto se encontraba y que se
lo debía enfocar desde varias disciplinas en su tratamiento.
El abuso sobre la mujer se manifiesta tanto en los
estratos sociales muy altos como en la pobreza más absoluta, se encuentra por
igual en los hogares muy respetables cuanto en uniones no legalizadas y el
problema abarca no solamente a la mujer sino también a los niños maltratados, a
los ancianos y discapacitados agredidos
No se trata de peleas esporádicas que pueden
acontecer en cualquier medio de convivencia, son situaciones que se
caracterizan por su frecuencia y el grado de la violencia movilizada, dando
lugar a cuadros o síndromes hoy claramente identificados por los estudiosos de
la materia.
No solo hallamos mujeres maltratadas, sino que
también hay hombres que son agredidos; las estadísticas dicen que un uno por
ciento corresponde a esposas maltratadoras, en un 23 por ciento de las parejas
las agresiones son mutuas y el 76 por ciento de los casos corresponden a
hombres castigadores.
Los elementos que dañan y que conlleva la víctima
son: miedo, desorganización de la conducta, incredulidad, negación de lo
vivido, conmoción, angustia, depresión, sentimientos de pérdida, de
culpabilidad, pesadillas, crisis de llanto, cambios afectivos bruscos e ideas
paranoides, en casos extremos cuando se dan brotes psicóticos.
A la mayor parte de las mujeres maltratadas se les
hace difícil pedir ayuda y más problemático aún denunciar porque se apodera de
ellas la culpa de ocasionar la desintegración familiar, aunque en los años más
recientes ha habido una gran toma de conciencia y hasta las estructuras
gubernamentales han tomado cartas en la problemática.
El hombre golpeador tiene también, por lo general,
una historia familiar característica, donde siempre ha existido un padre o una
madre que lo han golpeado en la niñez lo cual, al ser revivido y reflotado en
la edad adulta, lo lleva a repetir el modelo que observó en su hogar. En el
accionar de todo golpeador se actualizan conflictos pasados de los cuales
fueron testigos o víctimas, actuándolos en el presente como protagonistas
centrales de dramáticas historias familiares que son meras repeticiones unas de
otras.
La violencia sobre la mujer puede ser ejercida
desde el aspecto físico, como bofetadas, golpes de puño, puntapiés, lesiones
con armas blancas, amenazas con armas de fuego, o desde el aspecto psicológico,
donde el hombre la somete a humillaciones de todo tipo y descarga también su
violencia y frustración sobre ella.
También se está dando desde la sexualidad, donde la
mayoría de las veces hay un sometimiento obligado a mantener relaciones en
contra de la voluntad, a menudo con actos y gestos que no se quieren compartir,
siempre humillantes y atentatorios contra la autoestima de la mujer.
La violencia
psicológica suele adquirir, en ocasiones, una manifestación sutil y encubierta
en forma de críticas cargadas de elementos que desvalorizan su persona o sus
acciones, frente a los hijos o delante de otros hombres y mujeres, integrantes
de la familia o del entorno social.
Otra forma de esta patología es el maltrato
emocional, que se da en el silencio obligado, en las actitudes de no hablar a
la mujer, de ignorarla en su presencia, de no contestar a sus demandas, de no
dialogar por ningún tema.
Son las típicas mujeres obligadas a callarse por imposición
de sus maridos, incapaces de dar una opinión dentro o fuera de la casa y
descalificadas en público cuando se atreven a hacerlo o a intentarlo.
Una manera de sometimiento es también impedir el
desarrollo de las cualidades de una mujer, por ejemplo cerrándole toda vía de
acceso al trabajo, impidiéndoles estudiar bajo la certeza de que no tienen
capacidad, haciéndoles ver que no se merecen nada.
En otro extremo está el maltratador que se jacta
ante su mujer de que ella es una "cornuda" y que se lo merece.
Además, si la mujer trabaja o tiene ingresos propios la obliga a entregárselos
bajo amenazas e insultos.
La actitud de este tipo de maltratadotes es
persistir en adjetivos descalificantes que rebajan, como gorda, fea, sucia,
vieja, puta, inútil. La mayoría de las mujeres que viven cualquiera de esas
realidades suelen tener con frecuencia ideas de suicidio, pero muy pocas veces
las concretan porque siempre están de por medio los hijos u otras ligaduras
indisolubles a la vida.
El hombre golpeador puede y suele contarle a su
esposa detalles de sus aventuras extramatrimoniales, o compararla negativamente
con otras mujeres que con él intiman, siendo el objetivo central menoscabar la
autoestima de la víctima.
La mayoría de de estas mujeres viene de un clima
familiar violento, de padres adictos al alcohol, o a las drogas, o abusadores
de distinto tipo. La pregunta principal es por qué ellas siguen atadas a esos
hombres.
Es que muchas veces son engañadas, porque los
hombres las convencen fácilmente que nunca más volverá a pasar eso, algunos
hasta llegan a suplicar por nuevas oportunidades. Otros basan su agresión en el
miedo que provocan, otros especulan con sus recursos económicos, en especial
frente a aquellas mujeres que no tienen un trabajo, o a dónde ir. La ignorancia
de los derechos de la mujer contribuye a alimentar este tipo de situaciones,
como también el sometimiento voluntario, o por razones de religiosidad.
El abusador psicológico ataca a la mujer por el
flanco emocional y afectivo. Su modo de actuar es sumamente sutil,
profundamente hiriente y pasa por lo general totalmente inadvertido para
terceros e incluso familiares cercanos.
En este tipo de maltrato son muy frecuentes, por
parte del hombre, las actitudes paradojales: delante de los hijos o los
familiares simulan respeto y consideración por la mujer, apelando con
frecuencia a maniobras de seducción, como alabarla o regalarle una flor u otro
presente.
Pero, tan pronto quedan ambos en la intimidad,
comienzan a descargar su diatriba destructora: lo que tú haces no está bien y
todo el mundo se da cuenta; si yo no estuviera a tu lado tú te morirías de
hambre porque eres incapaz de sobrevivir por ti misma; si no estudiaste no es
porque no tuviste posibilidades sino porque no te dio la cabeza; si eres
profesional, tus potenciales clientes te van a dejar y elegirán a otro porque
tú no podrás solucionarle sus problemas.
Todo ello va creando inconscientemente en la mujer
una sensación de minusvalía que, a la vez, acrecienta su dependencia hacia
quien la maltrata y humilla, porque la mujer maltratada en general, lejos de
reafirmarse en sí misma, termina aceptando como ciertos los argumentos de su
verdugo y el resultado final suele ser su caída en cuadros de depresión
profunda. Los pasos para superar estas situaciones de maltrato son numerosos:
A)
Buscar ayuda profesional para tomar conciencia del problema.
B)
Hacer que la recuperación de su dignidad sea la primera prioridad a partir de
ese momento.
C)
Procurar y encontrar un grupo de autoayuda, con personas que la entiendan.
D)
Desarrollar su lado espiritual mediante prácticas diarias.
E) Aprender
a no "engancharse" en el juego perverso, sutil y violento del
maltratador.
F) Enfrentar
con coraje sus propios problemas y defectos.
G)
Cultivar lo que se necesita desarrollar dentro de si misma.
H)
Volver la conciencia hacia su propio interior y, desde allí, actuar en
consecuencia.
En síntesis, el problema mayor y esencial es que la
mujer maltratada, especialmente en lo psicológico, tome conciencia de su
condición de tal. A partir de entonces deberá tener deseo y voluntad para
enfrentar la situación. Una vez logrado esto llega el momento de actuar y los
caminos son múltiples y directamente proporcionales a la gravedad de cada caso.
Pero, en cada mujer maltratada que se decide a actuar hay un rayo de luz que
ilumina la esperanza de un futuro mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario