La especie humana, como organismo viviente del planeta Tierra, ha
recorrido un largo y extenso camino que le fue permitiendo, en forma lenta y
progresiva, la manifestación de una enorme potencialidad, que ha sido y es
patrimonio original de todos y cada uno de los seres, aún de aquellos que nacen
con serias o graves anormalidades o limitaciones congénitas.
Hoy, cuando se mantiene a nivel educativo una fuerte polémica
acerca de lo que debe enseñarse y lo que tiene que borrarse en la enseñanza a
los jóvenes, yo particularmente me inclino por rescatar la sabia visión de un
jesuita y hombre de ciencia fuera de lo común, el clérigo Pierre Teilhard de
Chardin.
Creía este buen hombre, en todo el sentido de la palabra, en un
proceso evolutivo biológico que se fue dando a través del tiempo, no muy
diferente del que señalaba Charles Darwin en su época, pero con el agregado de
que la guía de todo ese camino evolutivo estaba señalada por la mano
omnipotente de Dios.
El gran Teilhard, como le llamaron muchos de sus contemporáneos,
logró conjugar o poner en una misma corriente, la teoría evolutiva de las
especies de organismos vivos con la creencia espiritual sostenida por el
Cristianismo. Pero fue bastante poco comprendido por sus pares, quienes primero
lo condenaron desde la religiosidad, para luego perdonarlo en una especie de
acto de piedad antes de su muerte. Todo lo cual fue aceptado como designio
divino por el autor de “El fenómeno humano”.
En ese prolongado trayecto temporal, mitad biológico puro y mitad
espiritual, el rasgo esencial o diferencial fue un desarrollo continuo y
progresivo de la inteligencia humana.
Pero incrementar la inteligencia no consiste únicamente en hacer
descubrimientos trascendentes, o en resolver problemas cada vez más complejos.
El tema esencial pasa por la aplicación de los nuevos conocimientos
incorporados al acervo de la especie.
No basta solamente en el mundo con lo que el pensamiento racional
nos permita hacer o programar. Hay que darle un sentido y una orientación al
flujo permanente de nuevas ideas, en el campo de sus posibles aplicaciones. Y
aquí volvemos a recurrir a la ayuda de un gran maestro que ya nos sirvió de
mucho en el capítulo anterior.
Abraham Maslow, uno de los grandes precursores de lo que
posteriormente se convertiría en psicología de autoayuda, solía decir que, el
primer gran problema de nuestro tiempo es la formación de buenas personas. En
su opinión, persona buena era aquella que evolucionaba siendo responsable de sí
misma y de su propia evolución, plenamente esclarecida, despierta o lúcida y
autorrealizada. Pero, como él mismo señalaba, una buena persona necesita de una
buena sociedad y recíprocamente.
Siguiendo las pautas del pensamiento de este gran escritor, podemos
decir que el hecho de que las personas sean malas o buenas depende, en gran
parte, de las instituciones y los dispositivos sociales en que se encuentran
involucradas tales personas. En las culturas industriales que se fueron
desarrollando desde el auge del industrialismo hasta bien avanzado el Siglo XX,
encontramos tendencias sociales egoístas que enfrentaban a las personas entre
sí. De esa manera, los adelantos tecnológicos, en manos de malas personas o en
sistemas perversos, es más el daño que el beneficio que causaron en muchos
casos.
Por eso, una advertencia que hacía Maslow y que hoy cobra más
vigencia que nunca, nos indicaba que una ciencia neutral e indiferente a los
grandes valores humanos no sólo es errónea sino también peligrosa.
La insatisfacción de las necesidades básicas de seguridad,
protección, pertenencia, amor, respeto, autoestima y autorrealización genera
enfermedades "carenciales".
Ese fue un concepto muy importante, introducido precisamente por
este autor, basado esencialmente en lo psicológico, ya que hasta entonces toda
vez que se hablaba de trastornos carenciales se sobreentendía que estaban
referidos a la dieta alimentaria y en particular a la falta de vitaminas entre
los nutrientes.
Con las “necesidades básicas” satisfechas, se puede entonces
empezar a pensar en motivaciones más elevadas, como la verdad, la bondad, la
belleza, el arte, la justicia, el orden, la unidad, etcétera.
La mayoría de la bibliografía futurista habla de cambios
tecnológicos, informáticos, organizacionales e incluso armamentistas. Reitero
que, una ciencia que ignora los valores humanos fundamentales es una ciencia
que se detiene en el mejoramiento de los medios, pero no de los fines. Y ello
crea otra vez el peligro de destrucción masiva que ya varias veces amenazó a la Humanidad y hoy vuelve a
estar presente como una verdadera espada de Damocles sobre el género humano y
su desarrollo a futuro.
La petulante ingenuidad de los discursos predictivos, basados en
meras extrapolaciones y proyecciones de tendencias actuales, no son más que un
producto de la concepción puramente descriptiva y no valorativa de la ciencia.
Desde el nacimiento, los seres humanos venimos dotados de una fuerza activa
hacia la salud, un impulso hacia el crecimiento o el desarrollo de las potencialidades
humanas. Pero muy pocos son los seres que lo logran. Los hechos de la vida son
señalizaciones que nos hacen sugerencias, que nos empujan en un sentido o en
otro. A medida que la gente más sabe, elige a conciencia y resuelve mejor sus
problemas.
En todo este desarrollo del ser psíquico, son muy importantes
ciertas facultades intrapsíquicas o subjetivas de la conciencia, como disfrutar
la música, meditar, contemplar, saborear, en pocas palabras, ser sensible a las
"voces interiores". Llevarse bien con el mundo interior puede
ser tan importante como la competencia social o real.
En cambio la neurosis, como reacción vivencial anormal de aquellas
personas que no soportan o no pueden adaptarse a sus cambiantes situaciones
vitales, es una verdadera "disminución humana", es una falta
de actualización de las facultades y posibilidades humanas.
Pero, mucho más graves, son todas las atrofias, mutilaciones e
inhibiciones, derivadas de la pobreza, la explotación, la insuficiente
educación y la esclavitud.
Las psicopatías, toxicomanías, el autoritarismo y la criminalidad
en general, son también grados distintos de "disminución humana".
Todos estos apartamientos de la plena humanidad, impedimentos de la eclosión
total de la naturaleza humana, constituyen pérdidas muchas veces irrecuperables
del potencial humano.
El camino hacia la
autorrealización y la autotrascendencia pasa inevitablemente por la toma de
conciencia de la propia identidad. Es decir, adquirir conciencia de nuestros
instintos, impulsos, necesidades, tensiones, depresiones, gustos y ansiedades;
de nuestro propio cuerpo, de nuestra propia animalidad, de nuestra pertenencia
a la especie. Una
vez conocido el carácter instintivo básico de algunas de nuestras emociones o
impulsos, debemos pasar a una etapa posterior y superior del desarrollo, cual
es el paso hacia los valores personales supremos, a la vida espiritual o
filosófica, a esa suerte de axiología personal. Esta forma de
pensar nos obliga a prestar atención a las "voces impulso",
esa especie de "señales internas", en forma de indicios o
estímulos. Las personas internamente vacías, carentes de esas directrices
interiores, de esas voces del verdadero Yo (el Yo interior o profundo) deben
recurrir y de hecho recurren a indicios exteriores: horarios, agendas,
calendarios, etcétera. En las neurosis, las señales internas se debilitan o
desaparecen. La
neurosis, término médico en vías de extinción dentro del lenguaje de la
psiquiatría moderna, pero que expresa mejor que ningún otro acuñado en los
últimos tiempos la naturaleza del desequilibrio psíquico, marca el primero y
más importante fracaso para el desarrollo personal, o sea no llegar a ser lo
que hubiéramos podido ser o hubiéramos debido ser. La
neurosis es una de las grandes provocadoras de pérdidas de las posibilidades
humanas y personales; para el neurótico el mundo se empequeñece y la conciencia
también, porque sus facultades potenciales se han inhibido. Perder
el gusto por los placeres, las alegrías, la incapacidad para relajarse, el debilitamiento
de la voluntad y el miedo a las nuevas responsabilidades son todas
manifestaciones de esa disminución de las condiciones humanas que caracteriza a
las neurosis. En
este marco, los conflictos pueden llegar a ser un signo de salud relativa,
siempre que no se haya renunciado a la esperanza, al esfuerzo y a la
confrontación. Desde tal punto de vista, la neurosis tratada a tiempo, en una
persona asustada, que desconfía de sí misma, que tiene una pobre autoimagen, es
un proceso reversible. Y la terapia será el esfuerzo por conseguir la
autorrealización o sea la plena humanidad . Todos los
grandes maestros siempre impulsaron a sus discípulos o alumnos a ser lo máximo
que pudieran llegar a ser, a proponerse objetivos altos y a comprometerse con
los mismos. El
temor a lo supremo es como el miedo a una confrontación directa con Dios, o con
la Divina
Providencia. Solamente nuestras percepciones profundas nos
podrán ayudar a descubrir nuestra verdadera grandeza, bondad, sabiduría o
talento. Las experiencias cumbre,
los momentos de éxtasis, suelen ser muy breves, pero nos dan el conocimiento
del ser que todo lo puede, o que puede al menos intentarlo, porque lo difícil
cuesta un poco y lo imposible un poco más. Lo más importante es continuar el camino del
descubrimiento personal, superando todas las dudas que uno tenga sobre sí
mismo. A menudo, evadimos el crecimiento personal, con bajos niveles de
aspiración, automutilándonos voluntariamente con una falsa modestia. Nunca habrá trabajo
creativo, desde nosotros, sin una integración adecuada de humildad y orgullo.
Debemos ser conscientes tanto de nuestras posibilidades cuanto de nuestras
limitaciones. Debemos reírnos de nuestras pretensiones humanas exageradas y
encontrar divertido al pequeño "pigmeo" que se esconde en
nuestro interior y que intenta ser un dios. Aldous
Huxley, un gran hombre, un gran sabio, siempre destacaba su perpetuo
asombro ante lo interesante y fascinante que era todo lo común. Se maravillaba
como un niño ante el carácter mágico de las cosas naturales. Sabía contemplar
el mundo con inocencia, con reverencia y fascinación, sin miedo. Tal como en
nuestros días recomienda hacerlo David Spangler, observando y reconociendo los
pequeños milagros cotidianos. Es muy importante
romper ciertas paradojas, como el amor a la belleza y nuestro desasosiego ante
ella, o nuestra búsqueda de la excelencia y nuestra tendencia a destruirla.
Nuestro esfuerzo mayor debe ser transmutar la envidia, los celos y las bajezas
en general, por admiración humilde, gratitud y aprecio. El día que lo logremos,
estaremos transitando con tranquilidad el camino del ser
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