Crece en todo el mundo la cantidad de menores que son
objeto de abusos de todo tipo. Las situaciones muchas veces arrancan desde el
seno mismo de la familia. A nivel público no se practica una prevención
efectiva ni se realizan siempre los tratamientos adecuados, tanto a los
abusados cuanto a los abusadores. Los frecuentes casos de encubrimiento agravan
una problemática en la que hay mucho por hacer todavía.
La Convención de
los Derechos del Niño con sus 44 artículos es, a los efectos prácticos, muy
poco más que una expresión de anhelos. Su aplicación en los casos que nos
muestra la vida cotidiana se hace muy difícil porque resulta casi imposible
amparar jurídicamente a un menor de edad sin introducirse en el seno de la
trama familiar. Y es precisamente en este microclima donde empiezan a
manifestarse las problemáticas relacionadas con el abuso de niños y
adolescentes, ya que muchos de estos jovencitos viven enclaustrados en tramas
familiares muy aglutinantes.
Los
hijos se transforman en una situación muy particular, porque son una parte de
los padres proyectada hacia el futuro o hacia la trascendencia, con todas las
implicancias que ello tiene. Esto genera, desde el comienzo mismo de la
relación padres-hijos, una posibilidad de abuso potencial hacia “lo que
pertenece”, es decir los hijos como una “propiedad” de sus padres, tutores
o encargados.
La
familia en sí puede tener distintos puntos de partida, siendo el más aceptado
el de la pareja estable legalmente unida. Pero hay otros modos de vínculos que
pueden dar lugar a la formación de grupos humanos para los que rigen los mismos
conceptos que para las familias típicas, aunque con diferencias.
Están
las uniones de hecho, inestables y transitorias muchas veces, cuando no también
cambiantes. Otro tipo lo constituyen las relaciones entre amantes que, a
menudo, terminan con el nacimiento de hijos no deseados, frecuentemente
ocultos. Una situación muy problemática la constituyen los nacimientos y crianzas
de niños que son hijos de madres prostitutas y que casi nunca llegan a conocer
a su padre. También existen, muy poco en nuestras áreas, pero relativamente
frecuentes en otros países del mundo, las relaciones tipo comunidad hippie o de
familia colectiva, donde se dan uniones múltiples entre hombres y mujeres con
hijos que no tienen claramente identificados a sus progenitores porque “todos
son de todos”.
En
estos grupos de personas, ligadas entre sí por lazos sanguíneos y afectivos, se
producen conflictos muy semejantes o parecidos a los que se ven en las familias
legalmente constituidas, pero con un agravante, cual es la falta del marco
referencial teórico y práctico que da “la familia”. Aquí es importante
destacar que la familia estable marca o debería marcar un proyecto maduro, que
no solo se acompaña de la vida sexual en común de la pareja sino que también se
proyecta en los hijos, especialmente en los hijos propios o, en su defecto, en
los hijos adoptivos, o en los obtenidos por técnicas y métodos de fecundación
artificial, que pueden ser propios o “ajenos biológicamente”.
Aunque
con excepciones, como en todo, las formas de unión y convivencia fuera de lo
que es la familia legalmente formada están marcando de entrada una tendencia a
la inestabilidad y a la fragilidad de los sistemas relacionales vinculares así
constituidos. De todos modos frente al problema que nos preocupa, el abuso de
menores, la violencia que suele ser su generadora se instala por lo común
primariamente entre los miembros de la pareja y pasa luego a los hijos.
El
abuso hacia los menores puede ir desde denigraciones por palabras hasta el
maltrato físico, llegando a extremos como el castigo emocional, el abuso sexual
y las golpizas o apaleamiento. El que tiene el “poder” puede aprovecharse
de ello y ejecutarlo sobre los más débiles. Por lo general, las mujercitas son
más receptoras del maltrato que los varones. En la actualidad, todas las formas
de maltrato son muy frecuentes, tanto las físicas como las psicológicas. El
llamado Síndrome de Apaleamiento fue descrito por primera vez en el año
1961 por un médico radiólogo de hospital que empezó a ver fracturas atípicas en
chicos que eran llevados a la consulta por adultos, muchas veces sus propios
padres, aduciendo accidentes caseros.
El
abuso sexual se conoce desde siempre, con una etapa de comienzo que suele estar
entre los cinco y los ocho años de edad, pero es un tema del cual se habla a
nivel público y masivamente desde hace poco más de dos décadas. Se calcula que,
solamente en Estados Unidos, que lleva un registro estadístico confiable, se
producen de 60 a
100 mil situaciones anuales de abuso sexual.
El incesto es muy frecuente en la trama familiar del
joven abusado. En un 97 por ciento de los casos se da entre padre e hija, un
dos por ciento madre-hijo y un uno por ciento entre hermanos. Pero también se
han comprobado situaciones de abuso sexual protagonizadas por abuelos,
parientes cercanos y allegados a la familia de los abusados.
Los abusadores
son, comúnmente, varones que a su vez fueron abusados por otros varones en su
infancia. En los casos de abusos, lo que se observa es que se sabe mucho más de
los jóvenes abusados que de los abusadores, ya que estos suelen ser encubiertos
y, en tal alternativa, no hay figuras legales intermedias para imputarlos.
Es
difícil también delimitar los alcances del concepto de abuso, ya que las
situaciones que se pueden dar, solamente en el abuso sexual por ejemplo, son
múltiples: actos sexuales sin contacto genital, exhibicionismo, proyección de
fotografías y películas eróticas o pornográficas, actos de tocar sin violencia,
caricias y manoseo de genitales, actos violentos, con castigos y sufrimiento
provocado, violaciones propiamente dichas con participación genital completa y
otras modalidades de sometimiento por amenazas y miedo.
Se
ve con bastante frecuencia que, el principal violentador puede quedar
desplazado, es decir fuera de la escena, en especial en el abuso sexual que
casi nunca se delata, sobre todo cuando proviene de familiares o conocidos. El
padre violador dice que son fantasías del chico y, la madre, por temor o
complicidad, suele encubrirlo de la misma manera que lo hace también con el
golpeador. Suele darse ese encubrimiento dentro de la pareja muchas veces en un
marco de violencia, sobre todo cuando se trata de adultos.
Cuando
los abusadores, hombres o mujeres, son detectados generalmente por los médicos
de los hospitales o servicios donde llevan los niños, rápidamente huyen y van
hacia otros centros asistenciales, tratando de pasar lo más desapercibidos
posible. Por otra parte, pareciera haber una suerte de complicidad social en
ocultar los casos en vez de denunciarlos. Esto se ha visto con frecuencia en
clubes y otras instituciones comunitarias, como inclusive colegios.
En
los últimos años venimos notando una actitud más abierta hacia el enfoque y el
tratamiento de la problemática de los jóvenes abusados. Un chico abusado casi
seguramente será un abusador cuando llegue a adulto, si en su desarrollo adolescente no se le hace una
buena terapia que le permita elaborar los traumas físicos y psíquicos vividos.
Lamentablemente,
todavía en los casos de abuso juvenil las situaciones recién se conocen después
de que han pasado. No se han aplicado aún medidas preventivas específicas ni
existen planes generalizados de detección precoz para seguir un curso de acción
determinado. Los propios encargados de descubrir estos casos, profesionales o
docentes por ejemplo, tratan muchas veces de disminuir la gravedad de las
situaciones, refugiándose en preconceptos de dudosa eficacia como: ah...si no
hubo penetración no hubo abuso sexual, entonces no pasó nada grave...
Quienes
sean los primeros en detectar abusos, de cualquier tipo no solamente sexual,
deberían denunciarlos cosa que no siempre hacen. Y, como decía, al no haber
nada organizado institucionalmente en la prevención, estas patologías llegan a
conocerse ya consumadas. Los chicos, cuanto más grandecitos son menos cuentan.
Los más pequeños suelen tener grandes cambios de carácter, bruscas oscilaciones
de conducta, gritos, insomnio, miedos. Son chicos a los que les gustaría jugar
con armas verdaderas, que se desorganizan en la casa y en la escuela.
Hay
chicos que son abusados en los gimnasios de sus colegios y los padres deberían
captar esas situaciones y no tomarlas, como a menudo lo hacen, como caprichos
del menor. Las alteraciones de los jóvenes abusados se van agravando con el
transcurrir del tiempo. A veces, los mismos padres se niegan a la consulta
especializada y a la denuncia jurídica porque no siempre se encuentran las
pruebas si no se hace la denuncia en el acto.
En
las frecuentes situaciones de encubrimiento, los jóvenes pierden la posibilidad
de ser tratados precozmente. Al no haber una prevención organizada, ni recursos
humanos suficientes al servicio de esta problemática, no sería extraño ir
pensando en dar desde los primeros pasos de la educación algún tipo de
información o enseñanza para que los niños mismos, desde pequeños, vayan
ganando confianza y se atrevan a plantear sus problemas de abuso.
Una
forma sería preparar grupos de estudio interdisciplinarios para aplicar luego
sus conocimientos en grupos de trabajo, los que a través de sus acciones
podrían captar y esclarecer situaciones de violencia encubierta, verdadera
matriz donde se gestan los abusos. Los medios de comunicación podrían también
ayudar en cierto modo, al acaparar la atención del público pero, con acciones
aisladas, no se hace nada.
El
abuso de cualquier índole tiene consecuencias de corto, mediano y largo plazo. Al
principio son síntomas agudos e inespecíficos pero que llaman la atención.
Luego se producen desórdenes en la personalidad con alteraciones de los rasgos
de carácter. Por último, las secuelas pueden llegar a crear verdaderas
personalidades psicopáticas que dificultan e interfieren las relaciones
interpersonales normales.
Observando
estos desarrollos, los tres niveles de la prevención serían aplicables. Y,
según la gravedad de abuso, se emplearían las estrategias de prevención y
tratamiento, desde una atención psiquiátrica y psicológica hasta la aplicación
de las figuras penales correspondientes a los abusadores.
Es
grande la problemática detectada, aunque se la niegue en gran medida; es poco
lo que se ha hecho a nivel público al respecto, salvo esfuerzos aislados pero
ponderables y es mucho lo que queda por hacer.
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