El mundo de los adolescentes ha sido un tema que siempre
ha estado, desde distintos ángulos, expresado en la literatura popular. Es más,
algunos de esos escritos, de gran valor, se han detenido en franjas muy
particulares de los adolescentes, describiendo historias relacionadas que han
quedado como documentos de gran valor, caso por ejemplo de “La naranja
mecánica”, de Anthony Burguess, ese testimonio fantástico de los “malchicos”
ingleses de la década del ’60, o el mismo relato minimalista de Brett Easton
Ellis, “Menos de cero”, que refleja aspectos muy repugnantes de los jóvenes de la
clase social más alta de la Costa Oeste
norteamericana.
Sin embargo, en lo que se refiere a consumo literario por
parte de los “teen agers” de todo el mundo, nada ha obtenido un éxito comercial
tan grande como la serie de libros editados por la señora Joanne Rowling. La
historia a la que me refiero surgió de la imaginación y el conocimiento de una
ignota escritora que, de repente, saltó a la fama y la popularidad. Todo ello gracias
a un personaje mítico que ya “vive” en nuestra sociedad y seguramente perdurará
en el tiempo, el jovencito Harry Potter.
Pero: ¿Alguien se puso a mirar, aunque sea un poquito por
debajo de la superficie, el ambiente que rodea a este héroe moderno? Seguro que
no…
.El suceso en ventas y en repercusión popular, sin
distinciones de razas ni de países, ha sido tan grande que ni el cine pudo
escapar a la tentación de hacer propia también esta historia escrita,
habiéndose traducido al mundo de la pantalla con un despliegue increíble de
tecnología y sin ahorrar gastos de ninguna índole.
Habiendo leído detenidamente cada uno de los numerosos
episodios de la vida de Harry Potter y tratando de analizar los múltiples
contenidos de las historias imaginarias relatadas por Rowling, no puedo menos
que preguntarme el por qué de un éxito tan rutilante, sobre todo en una franja
de lectores que podríamos llamar infanto-juvenil.
Creo sinceramente que, para encontrarle algún sentido a
semejante fascinación, traducida en millones y millones de libros vendidos, más
los millones de personas que han visto las películas, hay que aceptar que en el
inconsciente colectivo de mucha, de muchísima gente joven, la principal
consumidora de esta obra, hay un fondo morboso o siniestro (polimorfo perverso,
diría Freud) que le provoca deleite y que la autora ha sabido aprovechar muy
bien.
La historia de este héroe de novela nace en lo más
siniestro de lo siniestro, ya que es un niño huérfano, hijo de padre y madre
magos, miembros del mundo de una magia oscura, negra, cargada de maldades y
desprovista de bondades.
Una magia en la que, por intrincadas y tenebrosas luchas
de poder, el mejor amigo de los padres del niño es el asesino de la pareja y
también quiere serlo, a cualquier precio, del vástago de esa familia. Un
enemigo tan terrible al que ni siquiera se puede nombrar, pero se lo respeta y
se le teme profundamente por ser el “Príncipe de las Tinieblas” y llevar un
nombre precedido por el título nobiliario de Lord.
Con ese arranque, Rowling nos va introduciendo en un
mundillo perverso y dañino. Harry es recogido por unos tíos que lo odian y
maltratan en extremo. Es un niño totalmente carenciado de afectos hasta que,
del colegio de magia donde fueron sus padres, se acuerdan que ya debe andar por
los seis años y hay que introducirlo en esa escuela.
Y ahí comienza la trama verdadera de una historia sucia,
en la que Harry irá descubriendo paso a paso que, el motor más importante de
ese mundo fascinante de los magos, es la envidia y el ansia de poder para
dominar.
En esa perspectiva, Potter va tomando conocimiento de su
historia familiar y personal y de la existencia de un rey de los malvados,
innombrable por miedo, que ansía su muerte y que no descansará nunca hasta
conseguirla.
La trama entrelazada de los distintos volúmenes de libros
publicados va mostrando dos cosas: el crecimiento biológico y cronológico del
protagonista y sus avances en el aprendizaje de conjuros, palabras y pases
mágicos, cuyo único sentido pasa por poder neutralizar la fuerza y las
habilidades de su enemigo mayor y de sus enemigos menores aliados con él.
En ese ambiente de brujos y hechiceros hay dos cosas que
son una y otra vez remarcadas por su presencia. En primer término, la falta de
higiene o la suciedad. Piezas o habitaciones desacomodadas son lo más suave,
cocinas repletas de cucarachas y ratones lo más normal, bares inmundos llenos
de ratas y saturados de olores nauseabundos lo habitual.
En segundo lugar, la elegancia o la prolijidad en el
vestir pareciera ser satirizada. Cada uno de los personajes que habitan en las
páginas de los libros de Rowling son tan estrafalarios que no pueden serlo más,
cubriendo sus grotescos cuerpos con trapos rotos y roñosos, o con las más
absurdas combinaciones de colores. Pareciera que el mundo mágico que quiere
pintar la autora es una caricatura por defecto del mundo real.
Si las instituciones como los hospitales o las cárceles
son en muchos casos un caos en la vida cotidiana del mundo normal, en el
paralelo mágico de Joanne Rowling no pueden ser peor. La descripción de la “prisión de Azkabán” y
sus guardias, los “dementores” puede llegar a causar un efecto nauseabundo. Es
increíble como los lectores, en su mayoría chicos y adolescentes, se sumergen
en la trama sin reparar en detalles y solo movilizados por el suspenso de cómo
se resolverá la próxima escena.
Hay que reconocer, eso sí, una chispa genial en algunos
detalles que también son propiedad intelectual de la autora. Ese deporte del
“quiddich” es una muestra acabada no solo de ingenio sino de inteligencia.
Realmente una maravilla poder imaginar y desarrollar en la
escena un juego así. También ponerle vida activa a un simple vegetal, como el
“sauce boxeador”, es un detalle de distinción.
De la catadura moral de los magos, muy poco es lo que los
chicos pueden aprender. El padre de Harry no era ningún dechado de virtudes,
vanidoso como el que más, haciendo notar siempre su superioridad, descubriendo
permanentemente recursos mágicos para molestar al prójimo.
Llega un momento en la vida de Harry Potter que, enterado
de las cosas que hacía su padre, el niño realmente siente sentimientos muy
conflictivos hacia ese ser ideal que él imaginaba como un hombre bueno y
solidario, frente a la imagen real de un fanfarrón que siempre buscaba burlarse
de los más débiles.
Con ese argumento se fundamenta el profundo rencor y odio
hacia el niño mago por parte de uno de los profesores de su colegio, que había
sido una víctima permanente de los abusos de su padre, cuando ambos eran
estudiantes.
Rowling destaca mucho también, en ese mundo mágico para
nada envidiable ni mejor que el real, los sentimientos de inferioridad de los
socialmente más sumergidos. Una familia modesta, de ocho hijos, obligados a
compartir sus escasas posesiones, son en esta historia el objeto más frecuente
de burlas y desprecio, por su ropa remendada, sus libros de segunda mano, los
sweaters y las bufandas tejidos por la madre con lanas de distintos colores.
Y el día que el mayor de los hijos se apropia de una
pizca de poder, a través de un cargo público en el “Ministerio de la Magia”, lo primero que hace
es renegar de su familia y sepultarla en vida, como si el solo hecho de llevar
ese apellido fuera un estigma indestructible, ligado a la pobreza y la honradez.
Además, insta a sus hermanos menores a hacer lo mismo.
El periodismo mágico, que siempre está presente en esta
historia, es lo peor de lo peor: mentiroso, intrigante, vendido, apelando a
cualquier medio para inventar una noticia y hacerla circular.
Realmente, Joanne Rowling ha tenido la rara habilidad de
crear un mundo mágico, pero a la vez oscuro, sucio, siniestro, con gente que no
se higieniza, cargada de odios y envidias, donde los asesinatos son una
constante y las traiciones y mentiras están a la orden del día.
La amistad tiene su lugar desde el principio en la obra y
Harry encuentra buenos amigos con quienes compartir sus aventuras y
desventuras. Pero, salvo ese vínculo muy cerrado, con pocas personas, en la
escuela de magia impera un clima de desconfianza e incertidumbre.
El sentido de la competencia individual y colectiva está
presente en todos los libros de Rowling y, conforme Harry va creciendo, deberá
enfrentarse con situaciones cada vez más exigentes. La admiración hacia ciertos
ídolos se derrumba apenas se profundiza un poquito en la intimidad de sus
vidas.
El mundo mágico que describe la autora no empieza ni
termina en el colegio al que asiste Harry y que es el epicentro principal de
toda la obra. Hay otros establecimientos en distintos lugares con los cuales se
disputa el prestigio, tanto en gestas deportivas terriblemente fanatizadas,
cuanto en eventos culturales donde no faltan ni los arreglos ni los acomodos de
trastienda, siempre con un fin secundario que no es precisamente que gane el
mejor.
El ocultamiento de la verdad, bajo las formas más sutiles
o las más grotescas, pemanece siempre girando en la misma órbita del argumento.
De esa manera, Harry llega a creer que su propio padrino fue el entregador de
sus padres, cuando en realidad el verdadero traidor era otro gran amigo que se
hizo pasar también por víctima, manteniéndose durante años escondido bajo la
piel de una inocente ratita que era a la vez la mascota del mejor amigo varón
de Harry.
Evidentemente, hay que reconocerle a las neuronas de la Sra. Rowling una habilidad
fabulosa, como la de una araña humana,
capaz de tejer una red increíblemente cargada de filamentos retorcidos y
sinuosos.
Con esos argumentos salió al ruedo literario y provocó un
impacto increíble en la mente de los más jóvenes, justo en el momento que los adultos
empezaban a interesarse en materiales de lectura centralizados en un
espiritualismo nuevo, despojado de misticismo, apartado de las religiones y con
un giro conceptual de influencia proveniente de la India y regiones vecinas.
Tengo casi la certeza de que no han sido muchas las
personas mayores que se animaron a leer toda la historia de Harry Potter,
aunque hayan sido ellos mismos los que instaron a sus hijos a prestarle
atención, motivándolos a seguir las alternativas de la vida del muchacho
mágico.
La conflictiva de la preadolescencia y de la adolescencia
están muy bien pintadas, tanto en los varones cuanto en las chicas. Harry
Potter es un esquizotímico que se enamora por dentro pero no puede expresarse
hacia fuera y por eso las mujercitas lo admiran por su fama, pero casi ninguna
logra captar sus verdaderos sentimientos ni advertir que en el fondo es un
chico cargado de frustraciones. Y de las grandes.
Lo inaudito de Joanne Rowling es que a lo largo de su
obra y su personaje nos va introduciendo dentro de una magia casi diría yo
típica de la época de algunas creencias de comienzos del Siglo XX, cargada de
siniestras especulaciones y en escenarios característicos de esa época.
Cuando yo era niño, los padres de mi generación, la
primera que surgió después de la Segunda
Guerra Mundial, se preocupaban porque las lecturas dejaran en
sus hijos un margen de enseñanzas que sirvieran como linternas para alumbrar el
camino de la vida futura.
Yo he visto a muchos chicos llegar decepcionados a los
capítulos finales de Harry Potter y, sinceramente, de enseñanzas positivas que
pueda dejar semejante novelón, muy poco se podría rescatar. Aunque el campo de
las opiniones es tan amplio, que prefiero dejar abiertos todos los paréntesis
posibles…
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