La problemática
del adolescente sólo puede estudiarse en su interrelación con el medio familiar
y social. En los últimos años, los jóvenes han impuesto a la conciencia del
adulto la necesidad de comprenderlos, abandonando el viejo concepto de “edad
difícil”.
Hasta la década de los años 60, la literatura específica sobre el
tema fue muy pobre, sobre todo si se la compara con la profusión de trabajos
sobre infancia y adultez. Hoy, desde todos los campos de estudio del Hombre se
intentan comprender las modificaciones que ha sufrido el mundo y su influencia
sobre la relación de los jóvenes con la sociedad adulta.
La adolescencia
es una instancia crucial en la vida de las personas. Este momento clave en la
vida cotidiana de los jóvenes coincide con la aparición de la genitalidad,
siguiendo las pautas de la primera organización genital que aparece en el niño
a partir del instante en que se desprende del pecho materno.
Es precisamente
en la adolescencia cuando el desarrollo genital estimula al individuo a
relacionarse con el otro sexo y, al mismo tiempo, se empieza a definir el rol
procreador, mientras el adolescente inicia la búsqueda de objetos de amor en el
mundo externo, lo que se concretará en el hallazgo de la pareja si se logra el
desprendimiento interno de los padres.
Sólo la madurez
la permitirá más tarde al adolescente aceptarse independientemente pero dentro
de un marco de necesaria dependencia, ya en el ámbito del macroclima y en el
circuito de las relaciones interpersonales adultas.
Pero, al
comienzo de la adolescencia, el joven se moverá entre el impulso al
desprendimiento de su pasado infantil y la defensa que le impone el temor a la
pérdida de lo ya conocido.
Es, obviamente,
un período de contradicciones, confuso, ambivalente y doloroso, caracterizado
por fricciones con el medio familiar y el ambiente circundante.
Este cuadro o
situación psíquica, de características normales, es frecuentemente confundido
por los mayores con crisis y estados patológicos, lo que en ocasiones alarma al
adulto y suele llevarlo a buscar soluciones equivocadas.
Ocurre que
también los padres viven las situaciones de los hijos, pero desde otra
perspectiva regida por las diferencias generacionales. Vemos entonces que el
problema tiene una doble vertiente que puede resolverse en una fusión de
necesidades y soluciones, porque también los padres tienen que desprenderse del
hijo niño y evolucionar hacia una relación con el hijo adulto, lo que impone
muchas renuncias de su parte.
Al perder para siempre el cuerpo de su hijo niño, los padres se
enfrentan por primera vez con la aceptación del devenir histórico de su
persona, que no es otra cosa que su propio envejecimiento.
El padre y la madre deben abandonar la imagen de sí mismos que el
niño creó, porque el adolescente la cambia cuando no la destruye. Ya el padre
deja de funcionar como líder o ídolo de su hijo y debe en cambio aceptar una
nueva relación y debe en cambio aceptar una nueva relación, a veces llena de
críticas.
En ocasiones, la capacidad y los triunfos crecientes de los hijos
obligan a los padres a enfrentarse con sus propias capacidades (o incapacidades) y
evaluar sus logros y sus fracasos.
Hasta no hace
mucho tiempo, el estudio de la adolescencia se centró solamente sobre “el
adolescente”. Este enfoque fue y será siempre incompleto si no se toma en
cuenta la otra cara del problema, es decir la capacidad de los padres y de la
sociedad para aceptar el proceso de crecimiento de los jóvenes.
En ese aspecto,
la sociedad ofrece al joven, en esta etapa, una especie de “moratoria social”,
cargada de restricciones e incertidumbres. Esta “moratoria social” es la que
permite al adolescente abandonar su identidad infantil y tratar de adquirir una
identidad adulta que, cuando se logra, se encarna en una ideología con la cual
se enfrentará al mundo circundante.
Son dificultades
de los adultos para aceptar la maduración intelectual y sexual de los niños las
que llevaron alguna vez a calificar a la adolescencia como “edad difícil”,
olvidando puntualizar que es un período difícil para ambos, es decir hijos y
padres.
Es además
llamativo cómo se señalan muchas veces los aspectos ingratos del crecimiento,
dejándose a menudo de lado la felicidad y la creatividad que caracterizan
también a la adolescencia.
El artista adolescente
es una figura que la historia de la cultura ofrece repetidamente y, tanto en
artistas como en hombres de ciencia, se hallan testimonios de que toda su obra
de madurez no es sino la concreción de intuiciones y preocupaciones surgidas
durante esa “edad difícil”.
La aparición de
los caracteres sexuales secundarios son año a año más precoces, tanto en las
niñas cuanto en los niños. Sin embargo, durante mucho tiempo nuestra cultura se
empeñó en desexualizar a los jóvenes, mientras éstos, a su vez, trataban de
defender su vida instintiva a través de la rebeldía.
En esta etapa de
desarrollo biológico quiero destacar especialmente el papel de la masturbación,
que no es un vicio ni tampoco un tema tabú, sino que es un hito que marca el
establecimiento de una primacía genital, a través de la cual el adolescente
redescubre sus órganos reproductivos que, por la actividad hormonal creciente,
han adquirido a veces en muy poco tiempo nuevas características.
La masturbación
cumple una doble función: por una parte ayuda a aceptar el propio sexo y, por
otra, ayuda a luchar contra la tendencia inconsciente a consumar el incesto, lo
que constituye el verdadero nudo del drama edípico.
Para el
adolescente, la masturbación es una prueba, la primera, de su funcionamiento genital
y un reconocimiento que lo capacitará para enfrentarse posteriormente con la
relación sexual.
Cuando en el
joven se producen inhibiciones o trastornos en el plano psíquico, se
determinarán conflictos y deformaciones que pueden llevar al rechazo conciente
de la procreación, a la esterilidad por impotencia funcional, o a serias
dificultades en la asunción definitiva del rol masculino o femenino.
De ahí la importancia fundamental que tiene una resolución
satisfactoria y en término de la problemática de la adolescencia.
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