El estudio de los aspectos conductuales, tanto del
hombre como de la mujer, sólo puede efectuarse objetivamente en función del
momento histórico que se vive. La sociedad ha ido cambiando a través del tiempo
para caer, en los últimos años del siglo XX y en los primeros del Siglo XXI, en
una verdadera vorágine que alteró, en muy corto período, los usos y costumbres
que se mantuvieron más ó menos constantes durante décadas, en el pasado. A lo
largo de toda la historia, la mujer ha tenido que experimentar conflictos y
dificultades por el solo hecho de su femineidad y por tener la responsabilidad
biológica de ser la gestora de los nuevos
seres vivientes que marcarán la continuidad genética de la especie.
Desde las escuelas psicoanalíticas, en particular,
se ha prestado especial atención a los trastornos psicológicos de la mujer, muchos
de ellos dependientes de la constitución anatómica y fisiológica de su cuerpo, cuya
comprensión teórica movilizó estudios y escritos clásicos muy valiosos como los
de Helene Deutsch , Melanie Klein y Karen Horney, sólo para citar
algunos de los que marcaron elementos que ayudaron a comprender sobre todo los
factores mentales y culturales.
Durante largo tiempo y en parte siguiendo una
tendencia alimentada desde las principales religiones formales, a partir de sus
textos claves, se pensó y se practicó en casi todo el mundo la creencia de que
el papel fundamental de la mujer en la vida era su rol reproductivo y la
crianza de los hijos.
Salvo
sociedades muy particulares y escasas, muy bien descriptas en el libro de Riane
Eisler "El cáliz y la
Espada", dónde las mujeres y los hombres se
repartían los trabajos cotidianos y compartían los fines primordiales de la
vida, cualquier tipo de tareas que no tenían que ver con su maternidad y
responsabilidades derivadas, era un obstáculo en la vida de la mujer.
Privaba, por
sobre toda las cosas, el criterio meramente biológico de que la mujer estaba
capacitada "por naturaleza" para tener un hijo cada uno o dos
años y que todos sus instintos e impulsos vitales pasaban por este determinismo
genético que les daba el hecho natural de pertenecer al sexo femenino .
El papel esencial maternal de la mujer en las
sociedades de antaño era tan restrictivo y específico que les imponía ante todo
una función puramente maternal, incluso con severas restricciones en todo
aquello que fuera sexual pero que no se relacionara con la maternidad.
La consecuencia más directa de éste modelo de
conducta o de pauta cultural fue la gran frecuencia del desarrollo de cuadros
psicopatológicos típicos como fueron las distintas manifestaciones de la
histeria y la neurastenia en el Siglo XIX y los comienzos del XX. Incluso, en
algunas civilizaciones, especialmente aquellas regidas por los textos
religiosos árabes, el sexo por placer, o incluso simplemente por amor, no tenía
cabida frente a lo que, desde un arranque, se consideraba como una simple
función necesaria para perpetuar la especia.
En las sociedades más primitivas, como algunas
africanas e incluso otras orientales, se practicaron y se practican aun
mutilaciones en las niñas para impedirles todo gozo genital y reducir esas
áreas para la función concreta y específica de procrear.
Mientras tanto, en el mundo occidental, la
psicología de la mujer fue rompiendo los moldes de lo duramente establecido
como rígida moral, no sólo en la histeria y la neurastenia, enfermedades
cargadas de simbolismos sexuales obligadamente reprimidos en la vida real, sino
que, hasta en las que tenían la posibilidad de ser madres y, de hecho, lo eran,
se daban con frecuencia manifestaciones de lo que Sigmund Freud llamó "voluntad
contraria histérica".
Al respecto, es muy conocido dentro de la
literatura freudiana el caso de una joven madre que no podía alimentar desde su
seno a un hijo recién nacido, pese a tener las mamas rebosantes de leche
materna. Freud consiguió su curación mediante la sugestión hipnótica, en lo que
puede considerarse como uno de los primeros casos descriptos de trastornos
psicosomáticos en la maternidad.
También fueron muy frecuentes las crisis depresivas
de tipo psicosis post parto, donde en lugar de sentir la mujer la plenitud de
ser madre, caía presa de una de las formas de melancolía más terribles, en la
que hasta el suicido o el infanticidio podían tener cabida, como que la
tuvieron en muchos casos descriptos en los textos clásicos.
La mayoría de las sociedades civilizadas fueron
eminentemente patriarcales y centradas en la masculinidad, donde la mujer era
un objeto para el hombre. Incluso la literatura clásica así lo demuestra con
toda claridad y, un ejemplo típico, lo tenemos en "La Ilíada", donde la
posesión de Helena generó un conflicto épico y, en la misma obra, la humillación
de Aquiles cuando perdió a Briseida, que la había "ganado" en el
campo de batalla.
Para aquella concepción clásica y antigua, la mujer
era el objeto que le podía dar al hombre tanto placer cuanto los hijos que
marcaran su descendencia y le aseguraran también el mantenimiento de ese poder,
en especial los hijos varones, mientras que las hijas mujeres, cuanto más,
apenas si podían servir para materia de negociación con potenciales enemigos, a
los que se entregaban las doncellas para matrimonios arreglados, sin la más
mínima consideración hacia su voluntad de ser en el mundo.
Recién con la Revolución Francesa,
donde la mujer tuvo una participación más o menos activa, y enarbolando entre
otros el lema de la igualdad, se puso en duda que la supeditación total de la
mujer al hombre fuera un hecho natural y lógico. No obstante lo cual, en las
clases elevadas de la sociedad parisina de entonces, no se produjo ningún
cambio inmediato en la concepción masculina clásica, pero si se empezaron a ver
cambios en las mujeres de los artesanos y campesinos, que compartían los
trabajos de los hombres y que verdaderamente los sustentaban en esas tareas, a
más obviamente, de parir y criar hijos.
Al estar la mujer incluida en la dinámica común de
la vida cotidiana se produjo un real cambio en la concepción de que los límites
de lo femenino pasaban por la atención de la familia, la crianza y la educación
de los hijos.
Durante la época de Napoleón no variaron
sustancialmente esas costumbres, pero la reclusión de miles y miles de hombres
por parte del Emperador, para sustentar sus conquistas guerreras, hizo que una
gran cantidad de mujeres francesas tuvieran que tomar las riendas de sus
ganados, sus artesanías o sus cultivos, pasando a realizar tareas que habían
sido patrimonio exclusivo de los hombres.
Y esto arrancó no de una rebelión de las mujeres
sino de una necesidad, mientras el hombre partía hacia el frente de guerra.
Algo parecido había ocurrido anteriormente durante las Cruzadas, pero aquí, el
espíritu de posición masculina sobre las mujeres quedó patentizado en hechos
tan anecdóticos como reales, como los llamados "cinturones de
castidad", que no sólo impedían a la mujer ejercer su función biológica
reproductiva y su sexualidad, sino que eran un símbolo del poder propietario
del hombre.
En las comunidades
campesinas de los albores de la
Edad Moderna, la maternidad y la crianza de los hijos eran
algo así como procesos paralelos, porque tanto la mujer como los hijos se
integraban alrededor del hombre jefe de la familia, en torno a las tareas
rurales, fueran estas de cultivo de tierras cuanto de cuidado de ganado. Había
también una situación política especial, en el sentido de que el campesino,
varón, mujer o menor de edad, gozaban de muy limitados Derechos Civiles,
viviendo mucho más interesados en la producción casera que en los
acontecimientos ciudadanos.
Los viejos temas de la Revolución Francesa, de libertad e igualdad,
recién pudieron hacerse "operativos" para la mujer cuando en
plena Edad Moderna se empieza a producir y extender en el mundo la llamada "revolución
industrial", que tuvo grandes consecuencias para la vida familiar
e individual. Con las transformaciones técnicas que se fueron incorporando,
unidas a un desarrollo industrial incipiente que tuvo al establecimiento fabril
como sede y símbolo, muchos hombres abandonaron sus procesos familiares de
producción casera o artesanal, para emplearse en las líneas de las nuevas
factorías.
Las mujeres de estos hombres no fueron indiferentes ni dejaron de
participar en ese cambio que afectó tanto a la familia como a la sociedad en
general. Las mujeres, muy de a poco, ya que todavía pesaba sobre ellas una
especie de complejo de inferioridad intelectual y emotiva respecto del hombre,
empezaron a trabajar en relación de dependencia en esos grandes establecimientos
que cimentaban y afianzaban día a día la revolución industrial.
Es esa mujer trabajadora, más por necesidad que por otra causa, la que
rompe con la tradición clásica de mujer hogareña, deja su casa y se pone al
lado (casi siempre en posiciones inferiores) del hombre, escapando un poco a
esa obligación histórica de ser meramente madre y criadora de hijos.
La mujer trabajadora no pudo darse el lujo de desentenderse por
completo del hogar, porque luego de sus horas laborales debía tomar el comando
de la casa, pero fue una mujer que ya empezó a poner limitaciones, por ejemplo,
a su número de hijos. Obviamente que no podía trabajar y tener una parición
cada dos años, ya que además tampoco existían en esos tiempos leyes protectoras
de la mujer.
Todo este cambio que fue afectando lentamente a la mujer campesina y de
la clase obrera se produjo a un ritmo creciente a lo largo de los siglos XVIII
y XIX, pero en las clases sociales medias y altas sólo se empezó a gestar
durante la primera mitad del siglo XX, en especial después de las
transformaciones políticas y sociales que se produjeron como consecuencia de la Primera Guerra
Mundial.
En los años 60, la mujer siguió luchando por su liberación y fue
ganando posiciones no sólo sociales sino también políticas. Paulatinamente,
aumentó el número de mujeres interesadas en el curso de carreras universitarias
con miras al ejercicio de profesiones independientes. Ello trajo aparejado una
postergación de la maternidad para cuando se hubiera cumplido la aspiración de
un desarrollo intelectual y laboral completo.
Ese modelo, tomado especialmente por las clases sociales más pudientes,
tuvo su contrapartida, en esa época, con el nacimiento de los movimientos
mixtos de protesta, entre ellos los “hippies”, los predicadores de la paz y el
amor libre, los fundadores de comunidades donde las parejas y los hijos eran "colectivos".
No pasaron de ser grupos relativamente marginales, pero de cualquier manera
impusieron un sello en la historia, en contra de las sociedades capitalistas y
competitivas.
Debe destacarse que, todos estos movimientos políticos y sociales que
hicieron a un contexto histórico mundial tuvieron su repercusión en la Argentina, un pueblo
siempre abierto a incorporar modas que llegaban de otros lugares. En ese aspecto,
nuestro país, con una fuerte raigambre religiosa católica, mantuvo durante
largo tiempo las pautas tradicionales de la mujer multípara y hogareña, aunque
en los últimos cincuenta años esas concepciones han cambiado por completo y hoy
la mujer privilegia su desarrollo personal, laboral o profesional, por sobre la
maternidad, en especial en las clases medias y altas.
La tendencia mundial del presente se manifiesta en el sentido de dos
corrientes claramente identificables. Por una parte, la de los países
desarrollados o algunos de Oriente (China y Japón) dónde los índices de
crecimiento demográfico han caído a niveles mínimos. El aumento de la población
de tercera edad tiene su contrapartida en el escaso número de nacimientos y la
mayoría de las parejas no desea tener más de uno o dos hijos. Esto no ha sido
una imposición masculina sino que la mujer ha sido y es activa partícipe en esta
realidad.
Paralelamente, en los países subdesarrollados y en los sectores
marginales de los países desarrollados, como el nuestro, se viene observando un
fenómeno preocupante, es el de las madres niñas o madres adolescentes, una
verdadera realidad de nuestro tiempo.
La mayoría de ellas, iniciadas en una sexualidad precoz por sus propios
familiares, o en ambientes donde las convivencias forzadas entre niños y
adultos provocan estas situaciones, son jóvenes que aún no completaron su
desarrollo físico y se ven enfrentadas a maternidades precoces cargadas de
riesgos, tanto para la vida de las madres cuanto para el futuro de esos hijos,
muchos de ellos fruto de violencias, o engaños y abusos.
La maternidad sigue siendo, al término de la primera década del Siglo
XXI en el rasgo esencial y diferencial de la mujer, pero el avance de una
sociedad basada en valores egoístas hacen que se den grandes paradojas,
situaciones muy diferenciadas según las clases sociales de que se trate.
Así, en nuestros días, las maternidades públicas alertan con sus
estadísticas de madres niñas y adolescentes, sin pareja estable, sin
instrucción y sin posibilidades económicas de criar a sus hijos. Por otra
parte, los hospitales privados destacan la maternidad por encima de los
cuarenta años de edad como todo un logro de los avances en la medicina y la
biología, ya que por tratamientos normales y de otro tipo se ha logrado reducir
los riesgos que durante tantos años fueron un motivo de dramáticas
preocupaciones en madres añosas. Es más, también se observan un crecimiento en
la maternidad natural o "asistida" en mujeres cuya edad oscila
en los 50 años, todo lo cual requiere de cuidados y atenciones especiales.
En los países desarrollados, el tema de la maternidad se ha convertido
más en un problema legal que en una cosa natural. Desde que se inventó la
inseminación artificial, muchas mujeres pudieron gestar hijos, cosa que hasta
entonces había sido absolutamente imposible. Pero ése fue solamente un primer
paso. En las últimas décadas ha proliferado la técnica de la fertilización “in Vitro”,
en la cual la fecundación se lleva a cabo fuera del útero materno y se implanta
en este el embrión para su posterior desarrollo.
En las cortes de Justicia de los Estados Unidos se han dado casos de
mujeres con esterilidad por problemas de útero o trompas, que permitieron la
fecundación “in vitro” de sus óvulos, con esperma de su pareja o de un donante,
alquilaron un vientre donde se desarrolló ese embrión y llegaron de es forma a
la "maternidad".
Los cambios psicológicos producidos por la invasión de estas
tecnologías no se han podido evaluar estadísticamente todavía en las mujeres,
por los relativamente pocos años que llevan en aplicación estas técnicas, muy
recientemente incorporadas en nuestro país y no todas sino alguna de
ellas.
De todos modos, la maternidad hoy vuelve a ser
un tema fundamental, por las implicancias políticas y sociales que está
teniendo. La mayor paradoja la constituye la desigual situación de las “niñas
madres” por una parte, con todo el lastre de desprotección que arrastran y las “abuelas
madres” gracias a tecnologías invasivas y manipuladoras que han alterado
completamente el sentido de la maternidad.
Pero, aún así, habiendo sido y siendo cada vez
más manipulado el sentido biológico de ser mujer…hoy tal concepto ha tenido una
ampliación tan grande, que la función maternal, si bien esencia y distinción de
la mujer, no es sino un aspecto más, fundamental por cierto, pero no excluyente,
de la condición de mujer, que se amplía día a día y gana espacios cada vez más
importantes.
De todos modos, es innegable que, ser mujer y
madre, nunca fue fácil y hoy, menos que menos.
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