miércoles, 19 de septiembre de 2012

Adicciones:conflictos y potencialidades


El sube y baja afectivo, que es una de las características fundamentales de los adictos, resulta ser la ampliación, a niveles crónicamente exagerados, de una capacidad del espíritu del paciente. De modo que, al investigar su naturaleza, estamos profundizando en el entendimiento de los repliegues de su psiquismo. Por otra parte, al poner mayor énfasis en las virtudes potenciales del ser del adicto que en sus manifestaciones como un síntoma nefasto que hay que erradicar, nos colocamos en una perspectiva terapéutica diferente de las habituales, más cercana para la cura de este padecimiento. Además, bien vale la pena incluir la parte espiritual del enfermo, dándole la posibilidad de pensar que todo malestar que se sufre en esta vida tiene un significado en el proceso de evolución de su alma. Existe hoy una gran preocupación por las adicciones, interés que ha renacido en los últimos años, promovido por el crecimiento estadístico de los casos. Esto ha requerido la mayor dedicación a su estudio por parte de los profesionales de las diferentes áreas de salud. Así, distintos especialistas bucean en su etiología (causas), otros en sus manifestaciones clínicas y psíquicas, otros en su dinámica, para tratar, entre todos, de generar nuevos tratamientos y espacios de reflexión para los caminos de su prevención y de su cura. Como ha ocurrido con otras enfermedades, los pacientes han sido y deben ser activos colaboradores de estas nuevas situaciones, ya que sus demandas de curación han colocado a los investigadores en el lugar de ser motores importantes en la búsqueda de respuestas a estos padecimientos. Sin embargo, estamos en un punto donde parece que el progreso en la comprensión de la dinámica y de la cura de las adicciones se ha estancado. Tal bloqueo deviene, posiblemente, del hecho de que estemos entendiendo inadecuadamente la problemática particular del adicto. Los puntos de partida más actuales y modernos se basan en las siguientes preguntas: ¿Qué podemos hacer para detener la oscilación afectiva del adicto? ¿Cómo podemos estabilizar a este paciente? Pero, ¿son correctas esas preguntas? Tengo la impresión de que sí, pero también de que son insuficientes. Si queremos saber más sobre las adicciones y sus posibilidades de cura psicológica debemos ampliar los interrogantes que nos hacemos sobre ellas. Para lo cual habrá que tener en cuenta dos principios muy generales: 1) La adicción no será nunca superada mediante la lucha directa contra ella, sino sustituyéndola como pauta de conducta del enfermo por un bien opuesto. 2) Tampoco será nunca derrotada por medios exteriores a la persona enferma, sino convocando a la fuerza interior autocurativa que yace dormida dentro de todo ser humano. Es decir, hay que ampliar las virtudes contrarias a la inestabilidad emocional del adicto, tratando de conducirlo hacia la firmeza de sus determinaciones y en proporciones adecuadas. Además, no es cuestión de poner toda la confianza y toda la esperanza en los resultados de una química estabilizadora del carácter. Es mejor apelar a las energías del curador interno de cada uno, ese centro personal de todos nosotros que está en cada uno y que no se manifiesta a pesar de nosotros mismos. La adicción es la respuesta o una de las respuestas a un verdadero trastorno afectivo profundo de la persona, que oscila entre la extrema tristeza y desesperanza hasta la euforia y la exaltación que provoca la sustancia a la cual se es adicto. Quien toma conciencia de lo ficticio y momentáneo que es el efecto de una droga, de la que empero no puede separarse definitivamente, siente a posterioridad del episodio de ingestión como que ha descendido y habita en un infierno. Generalmente, esa parte del padecer no es comprendida ni percibida en toda su magnitud por la familia y el entorno social del enfermo. Después de la euforia de la consumición y recuperada la conciencia normal, los pensamientos catastróficos y culposos, la pérdida de la autoestima, la falta de energía y la desesperanza hacen ver todo negro y sin salida. Es como si el tiempo no transcurriera y el espacio se cerrara. Muchas veces la idea de muerte o el suicidio aparece como el único camino abierto para terminar con el sufrimiento. Por el contrario, en el estado de excitación inducido por la droga, el individuo siente un excesivo bienestar y no puede entender como los demás no lo perciben. Eufóricos, exaltados e hiperactivos, se sienten brillantes y creativos. Eso los puede llevar a tomar decisiones peligrosas y, de hecho, las toman. Cuando la ingesta se hace algo permanente, se puede gastar dinero desmedidamente en la consumición, se pierden el pudor y la vergüenza, se planean cosas irrealizables, pudiéndose llegar a la agresividad y la violencia. La exaltación de la ingestión prolongada del tóxico puede llevar a perder el control de la realidad y de la propia persona, desarrollándose incluso ideas delirantes. Por eso es muy importante empezar el primer paso de un tratamiento procurando descubrir o aproximarse a cuál es el sentido de la conducta del adicto. Y esto no se encuentra ahí nomás, en las capas superficiales de su psiquismo, esto suele estar enterrado y contenido en las profundidades más oscuras de la mente.

¿Qué sentido tienen estas escrituras? Intentan ser una ayuda dinámica donde se puedan encontrar respuestas novedosas, desde la clínica y la vivencia personal, para reconocer y enfrentar las adicciones. Al mismo tiempo, pretenden ser un estímulo para formularse y re-formularse algunas preguntas acerca de la consideración y tratamiento de este padecer, despertando y aumentando la conciencia de la necesidad de transformar y reencauzar por caminos correctos la energía puesta en la adicción.
Sé, por experiencias directas, que toda adicción es penosa, aunque podría ser una importante fuente de aprendizajes. La adicción es intransferible como vivencia, pero descriptible como sufrimiento, acunando en su seno una capacidad que, por mal encaminada, ha conducido al padecimiento. Anhelo de todo corazón que estos escritos puedan ayudar de alguna manera en la tarea de evitar, mitigar o curar, la destructividad de la condición adictiva. Siempre tengo muy en cuenta el aporte invalorable de algunos poetas y cantautores, quienes suelen sintetizar con belleza y sabiduría alguna reflexión sobre el tema. Esto me ha hecho pensar que todos los terapeutas que recibimos consultas de pacientes adictos debemos acompañarlos activamente en el proceso de su recuperación, reflexionando sobre la práctica y ampliando la actual visión sobre las herramientas con las que se puede contar para transmutar un dolor en un campo de posibilidades. Creo que es importante descubrir, junto al paciente adicto, que existe un universo propio del enfermo, desconocido por él, pero lleno de posibilidades potenciales o latentes. Aún cuando el paciente se sienta ahogado e inexplorado dentro de su padecer, es posible alumbrar y desarrollar con alegría la esperanza de un intento de renacer paulatinamente al mundo de la salud física, mental y espiritual, donde quizás por ese milagro que es el amor haya siempre unos brazos generosos dispuestos a recibir este mandato y hacerlo efectivo, cualquiera sea el resultado práctico que se obtenga. Es decir, el terapeuta debe visualizar y comprender ese universo que el paciente trae a la conducta, aprender a ver el mundo del adicto no solo en términos médicos como una enfermedad, como quien entra en una dimensión diferente de signo positivo, en la cual siempre habrá (aunque sea que buscar) otra forma de ser y de comunicarse.
También deseo señalar que, la cuestión fundamental que se nos plantea a los psicoterapeutas, no es solo el diagnóstico y el tratamiento del adicto, sino considerar sobre todo como es la persona que ha sucumbido ante una adicción. Porque esta es un camino que posee un sentido y transmite una enseñanza. La adicción debe ser vista como una escuela dolorosa que está en la vida para aprender y en la que el dolor es el maestro que nos hace darnos cuenta de aquellos que debemos conocer porque no lo conocíamos. Pero, que el dolor pueda llegar a tener una función sanadora no implica que debamos permanecer pegados a él, pués cada ser humano ha venido a la vida no a sufrir sino a ser feliz. Para ello debemos saber bien qué son los afectos y las emociones, sobre todo aquellos que nos sofocan y nos atoran, transformándose en dolor y en síntomas. No debemos perder nunca de vista la estructura central de la adicción, con su característica oscilación psico afectiva, la tristeza, depresión o melancolía de tomar conciencia del problema, frente los excesos y la exaltación a que nos llevan las drogas. Tampoco podemos ignorar el horizonte sobre el cual este padecer se recuesta, la pérdida de la capacidad de regular los matices, gradientes y tonos emocionales. Comprender que en toda adicción se esconde o refugia un conflicto emocional nos coloca en la perspectiva de poder intentar descubrirlo, para así procurar recuperar los motores esenciales de la vida.

Los afectos tienen mucho, pero mucho que ver, en la base psíquica de las adicciones y son algo que nos afecta. Y no es un mero juego de palabras. No existe otro registro posible en la conciencia de las personas, en relación con las emociones, que el vivirlas. Ya el poeta, teólogo y predicador inglés, contemporáneo de Shakespeare, John Donne, supo expresar esta cuestión de "bajar los afectos" al cuerpo y expresarlos: "También el alma de los amantes puros debe descender a facultades y afectos que los sentidos puedan alcanzar y aprehender, de otro modo, un gran príncipe yacerá encarcelado". Sin embargo, desde nuestra niñez, aprendemos a reprimir y disfrazar nuestras emociones, a mantener encarcelado al "gran príncipe" que habla en nuestro interior desde el centro de las emociones y que podría llegar a convertirse en rey, si nos atreviéramos a romper los barrotes de esa prisión. Al mismo tiempo que se ha avanzado muchísimo en la última década del Siglo XX y en la primera del Siglo XXI en el.conocimiento de los mecanismos biológicos que rigen las emociones, desde puntos cerebrales cada vez mejor conocidos, así paulatinamente, hemos ido perdiendo capacidad para expresar nuestras emociones y para darnos cuenta del auténtico sentir de nuestra alma.
Cada afecto que sofocamos produce la mutilación de una parte de nuestra vida, tal como lo señaló Sigmund Freud en el año 1895 cuando publicó sus primeros “Estudios sobre la Histeria” y “el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos”.. De tal modo que, así como hay personas discapacitadas físicas o mentales, las hay también afectivas. La discapacidad afectiva es un mal bastante general en nuestra época, además una de las causas que conduce a experimentar con drogas y luego convertirse en adicto, hasta tal punto que, como en ninguna otra, han surgido numerosos caminos de búsqueda para aprender a dar salida a esa energía sofocada, que desde el centro de las represiones, retorna en forma de síntomas que son equivalentes de angustia. En otro capítulo de esta obra veremos como hace muy pocos años, ya adentrados en el nuevo milenio, se ha comprobado el mecanismo biológico del fenómeno psíquico de la represión
Talleres de expresión corporal, grupos de encuentro y autoayuda, reuniones de sensibilización, son algunos de los ejemplos del gran abanico de posibilidades que dan testimonio, en estos días, del hambre del hombre moderno por poder contactarse con el mundo de la vivencia, que ha pasado hoy a ser la dimensión de lo perdido.
Del mismo modo en que el ahogo de los afectos conlleva, como consecuencia, la anestesia de segmentos de nuestra vida, su expresión coartada implica la generación del conformismo y la mediocridad. Al respecto, Abraham Maslow ha señalado con meridiana claridad los efectos negativos de la neurosis como mecanismo de defensa inconsciente.
No se puede tener medio orgasmo, ni medio embarazo, pero en cambio sí nos permitimos tener medio enojo, media depresión, un poco de celos, algo de insatisfacción (como “El extraño del pelo largo”….”y un poco de insatisfacción”), etcétera. El desenlace es que concluimos siendo mediocres emocionales.
Y, entre la represión y la mediocridad, los afectos que no expresamos pero que nos acosan desde lo inconsciente, en los cuales hemos quedado atrapados, regresan y se hacen síntomas ("Volveré y seré millones", dijo Eva Perón..."Retornaré desde lo reprimido y sabrás lo que es la angustia", dijo un sentimiento que no llegó a ver la luz porque nos podía dar vergüenza o no era adecuado a nuestra conciencia de realidad...
Así, la causa de muchos de nuestros síntomas mentales y de nuestros comportamientos adictivos, radica en nuestras propias emociones, atrapadas en un pasado sin salida, pero que siguen estando vigentes hoy, dado que lo que dejamos pendiente siempre retorna, como decíamos. Sin embargo, es bueno tener en cuenta que eso que nos hace sufrir no es pasado. Usamos este concepto temporal solo por una cuestión práctica, pero en realidad lo que nos hace doler hoy es algo que no hemos podido dejar atrás, más que una sombra que nos acosa desde el pasado. Es algo que, escondido por nosotros y dentro de nosotros, sigue siendo permanente actualidad. Que lo repetimos en este momento porque no lo "aprendimos" y no lo "aprendimos" porque no nos animamos a vivirlo con la intensidad suficiente. Si el dolor era tan grande que tenía que convertirse en olvida, pues había que animarse a sentir y a vivir ese dolor...pero no, preferimos ocultarnos bajo una máscara de indiferente suficiencia, cuando por dentro se nos desgarraba el alma. Curiosamente, este pasado es lo que nos queda por vivir, para desterrarlo definitivamente y para que deje de ser un fantasma persecutor.
De modo que, para sanar de raíz lo que claramente es un síntoma y a veces nos empecinamos en no ver como tal, lo que debemos hacer o, mejor dicho, animarnos a hacer, es curar las emociones que están en la base de nuestro ser, ya que los síntomas son el sustituto simbólico de un afecto reprimido. Y este proceso, sí ó sí, se ajusta a dos principios fundamentales:
1) No se puede sanar una emoción en ausencia de la misma (ley de la actualidad).
2) No se puede dejar atrás lo que primero no se vive intensamente (ley de la saciedad).
Ah...y hay que meterse bien metidito en la cabeza todo esto...lo que no implica aprendérselo de memoria ni mucho menos.

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