Todos los seres
humanos disponen, por naturaleza, de un potencial infinito: su capacidad
creativa. Sin embargo, muy pocos lo sienten así y, menos aún, lo ponen en
práctica. Una condición que viene desde lo más profundo del inconsciente, el
estado de conciencia pura o potencialidad infinita y que debe articularse
armónicamente con el saber racional adquirido. La importancia de equilibrar el
pensamiento mágico con el pensamiento lógico, se hace evidente aquí más que en
cualquier otra parte.
La pregunta existe desde siempre y pasa por si la creatividad es algo
heredado, puramente interno, o si puede modelarse desde el afuera.
Aparentemente, mucha gente cree o siente que la creatividad es algo así como
una idea brillante que aparece de improviso.
Otros imaginan al acto creativo como un momento de gloria en el que
pareciera que un rayo mágico cae sobre la cabeza. Pero atención, que ni siempre
es así ni todo ocurre de esa manera, ya que hay un alto número de personas
consideradas creativas que, analizadas bien, no son más que buenos trabajadores
comunes.
Por lo general, el individuo creativo de verdad es una suerte de lobo
solitario, una especie de revolucionario que le da la espalda a lo que ya
existe o se sabe y que no está satisfecho con la realidad vigente.
De cualquier manera, hay algo que no se puede negar: la gestación de
ideas realmente nuevas es algo que se encuentra en las raíces de la naturaleza
humana, en el campo de las posibilidades múltiples.
Ese inconsciente más profundo, ese yo real o verdadero, es algo que,
por lo general, no sólo no conocemos sino que tememos conocer y con mucha
frecuencia nos resistimos a conocerlo o incluso a aceptarlo.
Pero es precisamente de ahí, de esa parte menos conocida de nuestro
inconsciente, de donde surge la creatividad primaria, la que es fuente de
nuevos descubrimientos originales y la que provoca esas ideas que se apartan de
lo que existe hasta ese momento.
A menudo se ha asociado la creatividad con la ciencia y, en realidad,
no siempre es preciso ni fácil encontrar paralelos entre una cosa y la otra. En
el ámbito científico es frecuente encontrarse con personas rígidas y estrechas
de mente, no creativas, pero capaces de hacer descubrimientos a través de
complejos trabajos e investigaciones en equipo. Es lo que podríamos llamar
creatividad secundaria.
La verdadera creatividad primaria es la que brota del inconsciente y es
la clase de creatividad que se viene transmitiendo por herencia en toda la
especie humana. Su potencialidad no deja de abarcar a nadie, ya que es
patrimonio de todos los seres.
Es universal, todos los niños sanos la poseen en su forma más pura y,
al crecer, muchos la van perdiendo por la serie de condicionamientos que les
imponen sus conocimientos adquiridos a partir de la educación sistemática.
A lo largo de la vida se interponen bloqueos mayores y menores a esta
creatividad original, la cual puede volver a ser despierta más adelante a
través de experiencias liberadoras.
Eliminar gradualmente las distintas represiones que uno se ha ido
imponiendo (o le han impuesto desde afuera) ayuda a recuperar una herencia
ancestral que todos tenemos y la mayoría hemos perdido.
El temor a ese inconsciente profundo suele manifestarse en un ansia
exagerada de mantener todo en la vida bajo un estricto control del yo
consciente. Esta actitud, llevada al límite, puede llegar a convertirse en una
neurosis obsesiva. La capacidad de jugar, fantasear, reír y ser espontáneo es
lo que va a permitir la creatividad más auténtica, esa especie de juego
intelectual, de malabarismo mental, ese permiso interno que debemos darnos para
ser nosotros mismos.
Jamás hay que renunciar, y renunciamos tal vez muy pronto en la vida, a
esa creatividad primaria, a esa posibilidad artística, a esa poesía, a ese
infantilismo sano, que todos tenemos por naturaleza y que sacrificamos (no
siempre sin dolor) al imperio de la dura realidad y la lógica materialista.
Ser realistas, tener sentido común, ser maduros, asumir
responsabilidades, son algunas de las máscaras a las que apelamos con
frecuencia para no tener que afrontar el “ridículo” de ser diferentes o “ir a
contramano del mundo”.
Es tarea ardua tratar de ser ordenados frente al desorden y racionales
ante la irracionalidad, pero ello no implica necesariamente atrincherarse en
una estructura neurótica que nos anule o desvíe todos los impulsos vitales,
reales o imaginarios.
El exceso de racionalidad o lógica puede provocar importantes
escisiones en el yo de las personas excesivamente objetivas. Una conciencia
saturada de ego y de yo consciente puede llegar a ser enfermiza, ignorando
incluso aspectos esenciales de la vida, como que desde lo más profundo de
nosotros mismos vemos al mundo a partir de tres perspectivas: el deseo, el
miedo y la gratificación.
Los procesos primarios, los más profundos del inconsciente, son
ilógicos en el sentido de no tener contradicciones, identidades escindidas,
antagonismos y exclusiones mutuas.
Son independientes de todo control, carecen de tabúes de disciplina, de
inhibiciones, de demoras, de planes y de cálculos de probabilidades. No tienen
nada que ver con el tiempo y el espacio, con las secuencias, con la causalidad
material, con el orden o con las leyes del mundo físico.
Aristóteles no existe para los procesos primarios, cuyo mundo es muy
distinto al de los procesos secundarios, regidos por un puro racionalismo.
El proceso primario puede, como los sueños, condensar varios objetos en
uno, desplazar las emociones de su verdadero objeto a otros, puede ser pura simbolización,
puede ser omnipotente, omnipresente y omnisciente.
No tiene nada que ver con la acción, porque puede hacer que algo suceda
sin actuar ni hacer nada, simplemente articulando la fantasía. El proceso
primario es pre verbal, habitualmente visual, es pre valorativo, pre moral, pre
ético y pre cultural. Está antes del bien y del mal.
Justamente, por haber sido excluidos de esa dicotomía, los procesos
primarios son considerados infantiles, peligrosos, inmaduros y hasta
demenciales y temibles.
Su opuesto total son los procesos secundarios de razón, orden, lógica y
control. Está tan enfermo el que pierde su contacto con los procesos primarios
como el que sufre la alteración de los procesos secundarios, especialmente en
la esquizofrenia.
La persona sana y creativa es la que, de algún modo, ha logrado una
fusión y una síntesis entre los procesos primarios y secundarios, entre lo
inconsciente y lo consciente, entre el sí mismo más profundo y el ego.
Aunque no sea muy común, esto es posible y el camino para lograrlo pasa
fundamentalmente por un trabajo interior que permita la elaboración psíquica de
los conflictos interiores.
En ese aspecto, las disciplinas orientales marcan un camino hacia la
depuración interna. Cuando una persona adulta es capaz de “convivir” con su
inconsciente, sus fantasías, sus deseos primitivos, su imaginación, su poesía y
puede darle un sentido a su “locura”, es posible lograr un nivel de creatividad
muy interesante.
Obviamente, en todo este proceso se necesita un nivel de autocontrol y
seriedad que hacen a la dignidad de los descubrimientos, de manera tal que una
fantasía sana y una racionalidad pura puedan ayudarse mutuamente y fundirse en
una integración.
Son dos niveles simultáneos y complementarios, el de la lógica y la
razón junto al de la ilusión y la fantasía. Madurez no es lo contrario de
diversión, ni responsabilidad lo opuesto a alegría.
La persona realmente integrada puede ser emocional y racional a la vez;
esa conjunción es la mejor forma de poner en marcha algo que, en la mayoría de
nosotros, vive en estado potencial y pocas veces se concretiza: la creatividad.
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