Los cambios psicológicos que se producen en
este período de la vida y que son correlativos a los cambios corporales llevan
a los jóvenes a una nueva relación con los padres y con el mundo,
estableciéndose inclusive nuevas pautas de convivencia.
Durante el proceso, muchas veces el
adolescente se muestra diferente de lo que había sido hasta ese momento, con
actitudes súbitamente provocadoras, omnipotente desde su pensamiento,
condicionando a veces crisis de rebeldía que lo llevan a menudo a
comportamientos que podrían parecer hasta antisociales.
Sin duda, la fluctuación entre la niñez y la
adolescencia es dolorosa. Suele dar la impresión de que los adolescentes
querrían ser adultos de golpe o no crecer nunca. También para los padres,
aceptar las progresiones y regresiones típicas en la adolescencia de sus hijos
es un proceso conflictivo.
En este marco, uno de los mayores
malentendidos es aquel que conduce a los padres y a la sociedad a empujar o a
retener, a fomentar excesivamente o a reprimir los logros del adolescente.
Esto se dramatiza en la vida diaria del joven
que, por un lado, debe someterse a una disciplina escolar o doméstica y, por
otro, quiere participar activamente en la vida, cual si fuera un adulto, para
lo cual necesita libertad.
La conducta del adolescente fluctúa entonces entre comportamientos
que van desde las fugas, o fantasías de fuga, hasta el encierro en sus cuartos,
o la inercia total, en un aparente aislamiento del mundo exterior.
Son frecuentes también en esta etapa las huídas,
"rabonas" o "chupinas" al colegio, cuyo desencadenante
según se ha postulado psicoanalíticamente sería una evitación fóbica del
trayecto de su casa a la escuela.
Las condiciones familiares y culturales podrán mitigar, favorecer,
demorar o precipitar este desarrollo, pero no podrán impedir que el adolescente
deba elaborar por sí mismo problemas tan importantes como los señalados.
A veces, hechos triviales son muy significativos para ellos; por
ejemplo, aquellos padres que no aceptan que el hijo o la hija empiecen a elegir
su propia ropa, demuestran en esa actitud su incomprensión.
Por el contrario, las excesivas dádivas y la falta de interés en
el mundo del joven son vividas por éste como una sensación de abandono y
rechazo. Entonces, los hijos buscan figuras sustitutivas de los padres: en el
grupo, en el bar, en la calle, quebrándose la armonía y el circuito
familiar.
La inserción en el mundo social del adulto es
lo que va decidiendo paulatinamente el perfil que adquirirá la personalidad del
joven. Su nuevo plan de vida, tanto biológico como psicológico, le exige
plantearse el problema de una gama hasta entonces desconocida de valores,
éticos, intelectuales, afectivos, e implica el nacimiento de sus nuevos ideales
y la adquisición de la capacidad de lucha suficiente para conseguirlos.
La hostilidad frente a los padres y el mundo
en general se expresa en su desconfianza, en la idea de no ser comprendido y en
su rechazo de la "realidad" que le ofrecen los mayores. Todo este
proceso exige un lento desarrollo, donde sus principios son negados y
afirmados, donde el joven lucha entre su necesidad de independencia y su
necesaria seguridad que casi siempre depende de sus padres.
El conocimiento de la adolescencia comporta un acercamiento hacia
lo que es la adolescencia y una vista al mundo en que evoluciona. El mundo del
adolescente está descripto en una tríada clásica: 1º separación relativa del
ambiente familiar, 2º toma de conciencia de un Yo libre y autónomo y 3º ensayo
de realización de esta autonomía.
Es el conocimiento de lo que "es" el adolescente en
estas diferentes fases lo que permite un escuchar permanente y una respuesta
adaptada, sea por parte de los padres y familiares como también educadores y
pedagogos.
En esta etapa de la vida se plantea un doble problema social muy
importante: el de los adolescentes que trabajan y el de los que estudian. Por
lo general, el adolescente no entra en el mundo del trabajo organizado antes de
los 14 ó 15 años; generalmente, los que egresan de escuelas técnicas suelen
hacerlo entre los 17 y los 18 años.
Cuando los jóvenes tienen que salir a trabajar, lo ideal sería que
pudieran elegir un empleo conforme a sus motivaciones. Sin embargo, esto no es
nada fácil de conseguir, porque las posibilidades de trabajo son escasas y
entonces no hay lugar para las vocaciones ni los deseos particulares.
En estas situaciones de crisis al joven se le plantea a menudo el
dilema de tener que ganarse el pan, no importa con qué, ni dónde ni cómo. Se
cree que más de un 50 por ciento de los trabajadores entre 14 y 21 años son
insatisfechos o "resignados".
A las condiciones difíciles de los empleos, hay que agregar las de
los horarios, alquileres y salarios, que corresponden casi siempre mal a los
deseos del joven de ser libre, de llenar su propia vida y tener tiempo para sí
mismo.
Como consecuencia de ello, se altera el equilibrio
psicofisiológico, aparecen síntomas como insomnio, fatiga y depresión. La ayuda
psicológica a los jóvenes que trabajan está tan justificada como la que se
ofrece a los jóvenes estudiantes.
El ausentismo de los adolescentes al trabajo es cada vez más
elevado porque les falta gusto por las actividades que se les ofrecen. A veces,
el trabajo corresponde a una motivación conflictual, como fuga de la familia o
"fuga de sí mismo".
En cuanto a los jóvenes que estudian, la
problemática no es menos compleja. La elección de una carrera universitaria
está muy condicionada por restricciones numéricas y criterios de selectividad,
que elevan considerablemente los casos de frustración en jóvenes que no pueden
acceder a las universidades.
Este es un problema que repercute no
solamente en las familias sino en la comunidad, sobre todo por las escasas
perspectivas futuras de progreso que el sistema ofrece a esos jóvenes que
quedan marginados de sus aspiraciones.
Hoy su número está creciendo en forma
considerable, no sólo entre los que no consiguen empezar una carrera
universitaria sino entre los que, habiendo podido superar la etapa del ingreso,
quedan luego relegados ante las exigencias que les incrementan en su formación
específica. Y esto debiera ser motivo de preocupación, porque el número de
jóvenes "desplazados" es demasiado elevado para ignorar tal
situación.
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