martes, 18 de septiembre de 2012

Wayne Dyer De zonas erróneas A zonas “mágicas”


El nombre de Wayne Dyer, en la psicología contemporánea, es una referencia obligada toda vez que se toca el tema relacionado con lo que se ha dado en llamar movimiento de autoayuda. La filosofía de esta corriente del pensamiento tiene que ver con el suministro de herramientas sencillas para que cada persona, a partir de una lectura, o la escucha de un casete, o su reflexión después de una conferencia, pueda sacar por sí mismo elementos que le ayuden a ver y aclarar aspectos desconocidos de su ser, los cuales seguramente han venido actuando en forma inconsciente, obstruyendo o dificultando la posibilidad de concreción de todas sus potencialidades.
Wayne Dyer dio un paso inicial en tal sentido en el año 1976 cuando publicó la primera edición de un libro cuya impresión habría de continuarse hasta nuestros días y que es, a la vez, medio de consulta fundamental para una gran cantidad de profesionales que trabajan en la psicoterapia, sobre todo aquellos que tratan de apartarse de viejas ortodoxias para incorporar en su tarea nuevas formas de ver las cosas (pensamientos, emociones, acciones, etcétera). Tal obra se llamó “Tus zonas erróneas” y, pese a haber pasado más de un cuarto de siglo de su salida a la luz, todavía sigue ocupando un lugar importante en bibliotecas y librerías, porque sin duda significó un aporte magnífico para la auto comprensión de la conducta humana.
Con un lenguaje sencillo y mediante mensajes directos, Wayne Dyer se encarga de hacer ver que, en el diario quehacer de cada individuo, actúan como fuerzas ocultas lo que él llama “zonas erróneas”, las cuales son fuente inacabable de reacciones y comportamientos neuróticos, que llevan mucho más al fracaso y la frustración que al éxito o la autorrealización.
El primer señalamiento que marca Dyer indica que, cada uno, debe hacerse cargo de sí mismo y asumir con responsabilidad propia todo lo que le ocurre en la vida. Fustiga esa tendencia innata de justificar los fracasos en hechos como “yo no pude, no tuve los medios, las circunstancias me fallaron” y dice claramente que, ante esas explicaciones de un yo enfermo hay que reconocer que, el yo no pude puede ser un yo no quise o no me animé, el no tuve los medios equivale a un no supe buscarlos y, el que las circunstancias me fallaron, en realidad fui yo mismo quien falló ante determinada circunstancia.
En síntesis, una verdadera primera regla de la autocrítica. Luego insiste Dyer en que, el primer amor que debe cultivar todo ser humano, es el amor a sí mismo. Destaca que la sociedad está llena de mensajes que llevan, desde niño, a renunciar a tal derecho, lo que por reafirmación a medida que avanza la vida conduce, inconscientemente, a una muy amplia gama de veladas auto agresiones. Bajo ningún concepto justifica el egoísmo desmedido o esa figura mítica del narcisismo, pero insiste en que una dosis adecuada de amor propio no sólo es sana sino también necesaria imprescindiblemente en el camino hacia la realización humana en la vida.
Otra “zona errónea” importantísima está dada por la tendencia de muchos seres a buscar permanentemente la aprobación de lo que hacen en la opinión de los demás, desvalorizando su propio sentir y pensar, en función de lo que manifiestan otros. Tú no necesitas la aprobación de nadie, sentencia Dyer y sienta las bases para que uno siga los dictados de su propia conciencia, o de su propio corazón cuando de algo sentimental se trata.
Pero quizás el capítulo más importante de este libro sea el referido a la culpa como vínculo con el pasado y la ansiedad respecto del porvenir. El sentimiento de culpabilidad es algo inculcado y utilizado para manipular a las personas, no remedia absolutamente nada y es totalmente inútil en cuanto a su posibilidad de cambiar algo de lo que ya aconteció. El pasado es inmutable y, con la culpa, no hacemos más que cargarlo hacia el presente. De igual modo, considera el autor, el futuro es absolutamente impredecible y tampoco la ansiedad nos ayuda a atenuar para nada lo que seguramente tendrá que ocurrir en su momento.
El miedo a lo desconocido, o no animarse a explorar áreas inexploradas, es otro elemento que Wayne Dyer indica como negativo, de la misma manera que lo es caer en lo que él llama la “trampa de la justicia” en forma de un idealismo exagerado y ridículo. Invita, hacia el final, a cada uno de sus lectores a proclamar su auto independencia, con una vida libre de ataduras al pasado o regida por fantasmas inexistentes, proclamando la transmutación de la ira en un amor verdadero, único camino válido para el desarrollo del ser.
Este era, en apretadísima síntesis, el pensamiento con el cual Wayne Dyer causó, a mediados de la década de los años 70, una verdadera revolución a partir del libro que comentamos y que fue, para su autor, un verdadero trampolín para convertirlo en una de las figuras más populares de la psicología popular contemporánea, porque los medios académicos siempre lo miraron de soslayo.
En 1992, es decir 16 años después de la aparición de “Tus zonas erróneas” y entre medio de una profusión de trabajos, escritos y conferencias, Wayne Dyer volvió a sacudir la mente de sus seguidores con un nuevo libro al que tituló “Tus zonas mágicas”. Creo sinceramente que, esta última realización marca fundamentalmente el camino evolutivo interior del autor que, de un libro puramente psicológico como el de las zonas erróneas, pasa ahora al poder mágico del pensamiento. “Tus zonas mágicas” debería ser una lectura obligada para todo aquel afecto a la literatura de autoayuda.
Es un mensaje cargado de optimismo que asienta su fundamento sobre una base muy sólida y poco “trabajada”, cual es la potencialidad del ser. Esa potencia que viene desde su germinación como semilla viviente y que se va desarrollando a lo largo de la vida. Una potencia que es lo absoluto, pero en un estado que requiere ser puesto en movimiento. Y la llave para hacer real en términos materiales esa tremenda fuerza innegable en el plano espiritual está en una conciencia clara y libre de principios neurotizantes. Es absolutamente imposible pensar siquiera en términos de realidad mágica si no se han eliminado antes todas las zonas erróneas, es decir si no se han elaborado profundamente los núcleos neuróticos y psicóticos que asientan en el fondo de cada individuo.
“Tus zonas mágicas” es un libro magnífico que lo puede tomar cualquiera, desde un niño que recién haya aprendido a leer hasta un adulto de edad avanzada, pero su comprensión verdadera requiere de un camino previo, de una reflexión anterior. Seguramente los iniciados en el arte de la meditación, los cultores de disciplinas orientales, los que se han apartado un tanto del racionalismo puro y frío, seguramente son los que mejor lo van a entender y podrán sacar de esas páginas nuevos y mayores bríos para seguir en una búsqueda interior que no es otra cosa que apertura hacia el exterior y logro de posibilidades de realización. Es la búsqueda que está guiada por el adentro y que se aplica sobre el afuera, sin otros condicionantes que los que surgen de los propios miedos y otras ligaduras paralizantes que cada uno arrastra en sí mismo, como restos de mensajes castradores parentales o educacionales, de los que está llena la vida.
Evidentemente, la obra de Wayne Dyer no se agota ni mucho menos en estas dos publicaciones que marcan un antes y un después, que son a mi entender, el polo material y el polo espiritual de un autor muy rico. Pero creo que su aporte más grande en el campo de la psicología de autoayuda pasa precisamente por estos dos meridianos o paralelos, dentro de los cuales queda encerrado el resto de su producción. Si esto sirve o no a profesionales que trabajan en la psicoterapia, ello dependerá fundamentalmente del grado de apertura que el psicólogo o el psiquiatra tengan.
Wayne Dyer no es un autor para pasarlo por la saranda de rígidas concepciones ni para analizarlo con una metodología puramente racionalista. Es un hombre para entenderlo y comprenderlo desde lo profundo, lo cual para un psicólogo o un psiquiatra convencional es un trabajo harto dificultoso.
Creo que, tanto las zonas erróneas como las zonas mágicas están ahí. No basta con la simple lectura para reconocerlas, hay que animarse a verlas y…a vivirlas.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario