El nombre de Wayne
Dyer, en la psicología contemporánea, es una referencia obligada toda vez
que se toca el tema relacionado con lo que se ha dado en llamar movimiento de
autoayuda. La filosofía de esta corriente del pensamiento tiene que ver con el
suministro de herramientas sencillas para que cada persona, a partir de una
lectura, o la escucha de un casete, o su reflexión después de una conferencia,
pueda sacar por sí mismo elementos que le ayuden a ver y aclarar aspectos
desconocidos de su ser, los cuales seguramente han venido actuando en forma
inconsciente, obstruyendo o dificultando la posibilidad de concreción de todas
sus potencialidades.
Wayne Dyer dio un paso inicial en tal sentido en el
año 1976 cuando publicó la primera edición de un libro cuya impresión habría de
continuarse hasta nuestros días y que es, a la vez, medio de consulta
fundamental para una gran cantidad de profesionales que trabajan en la
psicoterapia, sobre todo aquellos que tratan de apartarse de viejas ortodoxias
para incorporar en su tarea nuevas formas de ver las cosas (pensamientos,
emociones, acciones, etcétera). Tal obra se llamó “Tus zonas erróneas” y, pese
a haber pasado más de un cuarto de siglo de su salida a la luz, todavía sigue
ocupando un lugar importante en bibliotecas y librerías, porque sin duda
significó un aporte magnífico para la auto comprensión de la conducta humana.
Con un lenguaje sencillo y mediante mensajes
directos, Wayne Dyer se encarga de hacer ver que, en el diario quehacer de cada
individuo, actúan como fuerzas ocultas lo que él llama “zonas erróneas”, las
cuales son fuente inacabable de reacciones y comportamientos neuróticos, que
llevan mucho más al fracaso y la frustración que al éxito o la autorrealización.
El primer señalamiento que marca Dyer indica que,
cada uno, debe hacerse cargo de sí mismo y asumir con responsabilidad propia
todo lo que le ocurre en la vida. Fustiga esa tendencia innata de justificar
los fracasos en hechos como “yo no pude, no tuve los medios, las circunstancias
me fallaron” y dice claramente que, ante esas explicaciones de un yo enfermo
hay que reconocer que, el yo no pude puede ser un yo no quise o no me animé, el
no tuve los medios equivale a un no supe buscarlos y, el que las circunstancias
me fallaron, en realidad fui yo mismo quien falló ante determinada
circunstancia.
En síntesis, una verdadera primera regla de la
autocrítica. Luego insiste Dyer en que, el primer amor que debe cultivar todo
ser humano, es el amor a sí mismo. Destaca que la sociedad está llena de
mensajes que llevan, desde niño, a renunciar a tal derecho, lo que por
reafirmación a medida que avanza la vida conduce, inconscientemente, a una muy
amplia gama de veladas auto agresiones. Bajo ningún concepto justifica el
egoísmo desmedido o esa figura mítica del narcisismo, pero insiste en que una
dosis adecuada de amor propio no sólo es sana sino también necesaria
imprescindiblemente en el camino hacia la realización humana en la vida.
Otra “zona errónea” importantísima está dada por la
tendencia de muchos seres a buscar permanentemente la aprobación de lo que
hacen en la opinión de los demás, desvalorizando su propio sentir y pensar, en
función de lo que manifiestan otros. Tú no necesitas la aprobación de nadie, sentencia
Dyer y sienta las bases para que uno siga los dictados de su propia conciencia,
o de su propio corazón cuando de algo sentimental se trata.
Pero quizás el capítulo más importante de este libro
sea el referido a la culpa como vínculo con el pasado y la ansiedad respecto
del porvenir. El sentimiento de culpabilidad es algo inculcado y utilizado para
manipular a las personas, no remedia absolutamente nada y es totalmente inútil
en cuanto a su posibilidad de cambiar algo de lo que ya aconteció. El pasado es
inmutable y, con la culpa, no hacemos más que cargarlo hacia el presente. De
igual modo, considera el autor, el futuro es absolutamente impredecible y
tampoco la ansiedad nos ayuda a atenuar para nada lo que seguramente tendrá que
ocurrir en su momento.
El miedo a lo desconocido, o no animarse a explorar
áreas inexploradas, es otro elemento que Wayne Dyer indica como negativo, de la
misma manera que lo es caer en lo que él llama la “trampa de la justicia” en
forma de un idealismo exagerado y ridículo. Invita, hacia el final, a cada uno
de sus lectores a proclamar su auto independencia, con una vida libre de
ataduras al pasado o regida por fantasmas inexistentes, proclamando la
transmutación de la ira en un amor verdadero, único camino válido para el desarrollo
del ser.
Este era, en apretadísima síntesis, el pensamiento
con el cual Wayne Dyer causó, a mediados de la década de los años 70, una
verdadera revolución a partir del libro que comentamos y que fue, para su
autor, un verdadero trampolín para convertirlo en una de las figuras más
populares de la psicología popular contemporánea, porque los medios académicos
siempre lo miraron de soslayo.
En 1992, es decir 16 años después de la aparición de
“Tus zonas erróneas” y entre medio de una profusión de trabajos, escritos y
conferencias, Wayne Dyer volvió a sacudir la mente de sus seguidores con un
nuevo libro al que tituló “Tus zonas mágicas”. Creo sinceramente que, esta
última realización marca fundamentalmente el camino evolutivo interior del
autor que, de un libro puramente psicológico como el de las zonas erróneas,
pasa ahora al poder mágico del pensamiento. “Tus zonas mágicas” debería ser una
lectura obligada para todo aquel afecto a la literatura de autoayuda.
Es un mensaje cargado de optimismo que asienta su
fundamento sobre una base muy sólida y poco “trabajada”, cual es la
potencialidad del ser. Esa potencia que viene desde su germinación como semilla
viviente y que se va desarrollando a lo largo de la vida. Una potencia que es
lo absoluto, pero en un estado que requiere ser puesto en movimiento. Y la
llave para hacer real en términos materiales esa tremenda fuerza innegable en
el plano espiritual está en una conciencia clara y libre de principios
neurotizantes. Es absolutamente imposible pensar siquiera en términos de
realidad mágica si no se han eliminado antes todas las zonas erróneas, es decir
si no se han elaborado profundamente los núcleos neuróticos y psicóticos que
asientan en el fondo de cada individuo.
“Tus zonas mágicas” es un libro magnífico que lo
puede tomar cualquiera, desde un niño que recién haya aprendido a leer hasta un
adulto de edad avanzada, pero su comprensión verdadera requiere de un camino
previo, de una reflexión anterior. Seguramente los iniciados en el arte de la
meditación, los cultores de disciplinas orientales, los que se han apartado un
tanto del racionalismo puro y frío, seguramente son los que mejor lo van a
entender y podrán sacar de esas páginas nuevos y mayores bríos para seguir en
una búsqueda interior que no es otra cosa que apertura hacia el exterior y
logro de posibilidades de realización. Es la búsqueda que está guiada por el
adentro y que se aplica sobre el afuera, sin otros condicionantes que los que
surgen de los propios miedos y otras ligaduras paralizantes que cada uno
arrastra en sí mismo, como restos de mensajes castradores parentales o
educacionales, de los que está llena la vida.
Evidentemente, la obra de Wayne Dyer no se agota ni
mucho menos en estas dos publicaciones que marcan un antes y un después, que son
a mi entender, el polo material y el polo espiritual de un autor muy rico. Pero
creo que su aporte más grande en el campo de la psicología de autoayuda pasa
precisamente por estos dos meridianos o paralelos, dentro de los cuales queda
encerrado el resto de su producción. Si esto sirve o no a profesionales que
trabajan en la psicoterapia, ello dependerá fundamentalmente del grado de
apertura que el psicólogo o el psiquiatra tengan.
Wayne Dyer no es un autor para pasarlo por la
saranda de rígidas concepciones ni para analizarlo con una metodología
puramente racionalista. Es un hombre para entenderlo y comprenderlo desde lo
profundo, lo cual para un psicólogo o un psiquiatra convencional es un trabajo
harto dificultoso.
Creo que, tanto las zonas erróneas como las zonas
mágicas están ahí. No basta con la simple lectura para reconocerlas, hay que
animarse a verlas y…a vivirlas.
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