martes, 18 de septiembre de 2012

PSICOFÁRMACOS: ¿Aliados o Enemigos?


En el vasto campo de la psiquiatría y las demás ciencias que se ocupan de la mente humana, los psicofármacos constituyen un capítulo muy especial, ya que más allá de todas sus contribuciones para el alivio y el tratamiento de la mayoría de las enfermedades psíquicas, hay una industria enorme que moviliza un poder incalculable.
Desde su aparición como arma terapéutica de la medicina hasta nuestros días (prometo en sucesivas entregas irme ocupando de los hitos fundamentales de este proceso), los psicofármacos han tropezado con actitudes diferentes, tanto por parte de los pacientes como de los profesionales encargados de prescribirlos.
En líneas muy globales, el público en general los consume en cantidades altas, pero con mucha reserva e ignorancia de su parte. Llama la atención como los psiquiatras en particular no han podido revertir ese temor tan presente en una gran cantidad de enfermos que consumen estas drogas, en el sentido de oponer una resistencia a las mismas, sobre todo inspirados en el miedo a adquirir dependencia. Y este es un fenómeno que no se da con la misma frecuencia entre los consumidores de medicamentos que procuran aliviar enfermedades clínicas, muchas de ellas de carácter crónico.
He podido observar en mi práctica médica de un cuarto de siglo que es muy difícil que un paciente hipertenso que realmente se preocupe de su afección vaya a resistirse a tomar la medicación que se le prescribió para mantener la tensión arterial dentro de límites normales.-
La mujer hipotiroidea tampoco opone ninguna resistencia a ingerir los comprimidos de las numerosas variantes que se venden de extractos o compuestos de glándula toroidea. Todos aquellos que dicen “sufrir del hígado” son consumidores crónicos de productos que ayudan a una mejor función biliar; los reumáticos y los artrósicos no suelen medir las consecuencias que puede tener la administración demasiado prolongada de una cantidad de productos con efectos secundarios importantes a largo plazo.
Y así podríamos seguir con una cantidad muy grande de pacientes, alérgicos, constipados, con dermatitis, dermatosis, acné, cefaleas, etcétera, ninguno de los cuales pone reparos o resistencias a los fármacos que se les prescriben; es más, muchas veces sin que ni siquiera se los receten. Por ejemplo, en los últimos años se ha extendido tanto el concepto de que los antioxidantes son algo así como una panacea que garantiza o prolonga la juventud, que se compran y se toman sin considerar siquiera si son o no necesarios para quien se decide a ingerirlos como si fueran un complemento normal de su dieta habitual.
Pero muy distinta es la actitud cuando se trata de psicofármacos. Mi larga experiencia en la práctica psiquiátrica me indica que, tanto el paciente institucionalizado como el ambulatorio, ponen toda clase de resistencias, como si en realidad los psicofármacos fueran más sus enemigos que sus aliados.
Cuando los pacientes son psicóticos, no es raro que, en el propio internado, si el enfermero no es observador, simulen tomar el medicamento y, si hay descuido, lo tiren a un costado. Ni qué hablar cuando esos mismos enfermos vuelven a sus hogares y un familiar cercano se tiene que hacer cargo de brindarle el tratamiento. Es muy frecuente que haya que recurrir a gotas o molido de comprimidos para introducirlos subrepticiamente mezclados con los alimentos o las bebidas.
Los ansiosos, por el contrario, suelen oscilar entre dos polos; o se manejan con dosis mínimas que muy poco efecto pueden hacerle, ya que no quieren acostumbrarse, o en su defecto, ingieren cantidades muy superiores a las terapéuticas, provocando la mayor cantidad de cuadros por intoxicación con psicofármacos.
El paciente depresivo busca una salida a su cuadro patológico y es, la mayor parte de las veces, el más “obediente” a las indicaciones de su médico tratante. Pero, en cuanto mejora un poco su cuadro de deterioroanímico, empieza a pedir reducción de la dosis o piensa, equivocadamente, que él mismo va a poder regularla de acuerdo a su estado de ánimo.
Cabe consignar también que, a menudo, los médicos se preocupan poco por dar explicaciones que son fundamentales para que haya una adecuada relación entre el paciente y el psicofármaco prescripto. De una forma u otra, el paciente psiquiátrico es por regla general el que mayor resistencia suele oponer a que se le indiquen drogas que actuarán sobre su conducta o su esfera emotiva, tanto más cuanto mayor es la gravedad del cuadro que lo afecta. Muchos de ellos eluden el tratamiento psiquiátrico precisamente por eso, prefiriendo concurrir a la consulta de un psicólogo, aún en casos que por la intensidad de los síntomas requieren indiscutiblemente ser medicados.
Son actitudes que las percibe el psiquiatra en su consultorio, ya que si nos manejamos exclusivamente con cifras estadísticas frías, desprovistas de un análisis contextual, nos vamos a encontrar seguramente con que cuantitativamente los psicofármacos constituyen una familia de productos que se consumen más que cualquier otra. Es que la cifra de trastornos psíquicos se ha incrementado a valores altísimos en los últimos tiempos, ya sea por cuadros psiquiátricos puros o secundarios a enfermedades clínicas.
Y los psicofármacos son quizás el aliado más cercano y al alcance de la mano que encuentra el psiquiatra. Lástima que, para el paciente, en tiempos de crisis económica como la que vive nuestro país, los productos de última generación son casi prohibitivos por sus costos, lo que hace que sea difícil su utilización masiva o que, en muchos casos, se ingieran en dosis subterapéuticas para que la caja dure unos días más.
Pero, a no dudar, que los psicofármacos prescriptos y controlados por un profesional especialista, son los responsables de una gran revolución en el tratamiento sintomático de los  principales desórdenes mentales, cuya erradicación definitiva también necesita del aporte de un trabajo psicológico profundo.

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