Uno de los mayores peligros a
que puede verse empujado un adolescente es la manipulación psicológica, hecho
que adquiere caracteres dramáticos cuando el manipulador, con frecuencia, es un
psicópata.
¿Qué
es un psicópata?
El término psicópata, muy empleado en nuestros días en el lenguaje popular,
tiene que ver con una persona que padece lo que se llama una psicopatía. Esta
expresión, que aparentemente parece muy clara y concreta, no lo es tanto cuando
uno quiere analizar sus perspectivas de aplicación práctica. ¿Por qué? Porque
no comprende a una unidad sintomática y estructural, sino que más bien abarca a
un grupo bastante heterogéneo de manifestaciones psíquicas y conductuales
patológicas, en personas que tienen comprensión de sus actos, es decir
conciencia de realidad.
Aquí está la diferencia
fundamental con las psicosis, en las cuales el síntoma cardinal es la pérdida
del contacto vital con la realidad. La psicopatía, núcleo esencial sobre el que
se desarrolla la vida de un psicópata, es básicamente un trastorno de
personalidad. Y así, desde esta perspectiva, hay diferentes tipos de
personalidades psicopáticas, cuya identificación corresponde a los
especialistas en psiquiatría y psicología. De modo que, a priori, un psicópata
es un individuo que tiene un trastorno de personalidad, que lo ha estructurado
sobre su ser psíquico, por múltiples y variadas causas.
El tema de la psicopatía, en
general, es analizado y viene cargado de ambigüedades y de límites muy amplios.
Tan amplios, que van desde sujetos que violan sistemáticamente las normas de
convivencia hasta verdaderos perversos, agresores sexuales, ladrones,
criminales, etcétera. Muchos autores clásicos y tradicionales de las ciencias
de la conducta lo han enfocado desde el punto de vista de las perversiones en
general y de las perversiones sexuales en particular (sadismo, masoquismo,
fetichismo, travestismo, exhibicionismo, etcétera).
Decíamos al principio que el
psicópata tiene conciencia de realidad, es decir sabe lo que hace. En segundo
lugar, el psicópata carece de sentimientos de culpa y ese es otro de sus rasgos
diferenciales. Tampoco ha desarrollado la conciencia moral como un elemento
orientador de su conducta ni de sus deseos.
El psicópata es, casi siempre,
un trasgresor de las de las clásicas normas del comportamiento humano. Y eso lo
hace sin remordimientos. Desde su posición subjetiva ante la vida derrumba las
barreras entre lo prohibido y lo permitido y se guía por sus propios códigos.
El psicópata es muy impulsivo,
demanda, impone formas sutiles de exigencia e incita permanentemente a la
acción y a la satisfacción inmediata de sus pulsiones. A menudo presenta rasgos
sádicos, sobre todo cuando centra su goce en la angustia que provoca, o puede
llegar a provocar en los demás.
Estas características
generales de los psicópatas (que existen tanto entre los hombres cuanto en las
mujeres), son las que hacen que, con mucha frecuencia, sean muy inmaduras las
personas con las cuales establezcan vínculos afectivos enfermos. Es muy común
que, la pareja de un psicópata, homo o heterosexual, aparezca ante todos
como una víctima, aunque en realidad sea un cómplice de las acciones del
psicópata, a través de una empatía muy especial y patológica que se establece
entre ambos. El psicópata manipula, es un manipulador nato y su pareja sin
experiencia propia ni personalidad afianzada se deja manipular con toda
facilidad, con lo que se complementan casi a la perfección.
La relación entre un psicópata
y su partenaire no necesariamente debe ser de pareja, puede ser un vínculo
puramente ocasional e instantáneo. Un antiguo, clásico y magnífico film del año
1962, dirigido por Dino Risi, “Il Sorpasso”, con dos grandes actores de la
pantalla, Vittorio Gassman como protagonista (el psicópata) y Jean Louis
Trintignant, su acompañante, pinta magníficamente lo que puede ser el accionar
de uno de estos psicópatas de apariencia normal y a la vez resalta aspectos
específicos de una relación amistosa entre un psicópata y un inmaduro.
Las escenas iniciales de la película
muestran al actor principal entrando con su auto convertible, un Lancia Aurelia
B24 último modelo, por las calles de acceso a Roma. Pocos segundos después, se
ve una señal de contramano que no impide para nada que el sujeto entre por el
lugar con la mayor naturalidad y también celeridad.
La violación de las reglas de
tránsito será a partir de ahí parte de la trama permanente de la acción
fílmica. “Il Sorpasso”, la expresión que dio el título a esta comedia
dramática, significa adelantarse, pasar a otro auto en la ruta o en una pista.
Pero, por obra y gracia del modo de ser del primer actor, en esta película, “Il
Sorpasso” se transforma en un avanzar y adelantarse en calles y rutas atestadas
de tráfico, haciendo sonar una estridente bocina musical, de la manera más
irregular e imprudente que se pueda concebir, aprovechando la gran potencia del
Lancia Aurelia y una total y absoluta indiferencia hacia los derechos del otro
transeúnte.
Es un domingo de verano en una
Roma vacía, no hay nadie, todas las persianas de los negocios están cerradas.
Ello exaspera al psicópata (Gassman), ya que la soledad es el peor castigo para
estos individuos. En medio de esa ciudad desierta por el calor agobiante,
aparece un tipo único mirando por una ventana (Trintignant, el partenaire
inmaduro). Representa en el papel a un estudiante de Derecho, un adolescente en
su paso transicional a la adultez, encerrado en un departamento, preparando
obsesivamente el examen de una materia.
Sin pérdida de tiempo, el
psicópata entabla diálogo con el estudiante, este lo invita a pasar a su
departamento, donde el protagonista se adueña de la escena inmediatamente.
Empieza a hacer llamados telefónicos, se sienta confortablemente en el sofá,
toma todo lo que puede del refrigerador, usa las instalaciones de la cocina y
el baño, ante un atónito espectador que no sabe ni siquiera qué hacer,
paralizado por sus trabas interiores y la inmadurez de su personalidad, propia
de quienes aún con edad biológica suficiente, no han salido del período
adolescente.
Rápidamente, el psicópata lo
convence de que es un absurdo estar estudiando un día de sol de verano,
enclaustrado en una habitación, y no lo invita, más bien se lo lleva por la
fuerza, a dar una vuelta en el Lancia Aurelia. El joven estudiante se instala
en el puesto de acompañante y empieza un viaje realmente alucinante.
Guiando a toda velocidad y
aturdiendo con su bocina musical, El Lancia conducido por el psicópata se
transforma en una máquina de cometer infracciones. Pasa por la izquierda
cruzando la línea entera que prohibe el sobrepaso, pasa por las banquinas donde
la circulación no está permitida, cruza los semáforos en rojo como viene.
Cuando encuentra obreros trabajando en una ruta, disminuye la velocidad, llama
su atención y los insulta, los trata de serviles, los insta a rebelarse de su
yugo, los rebaja y sale disparado a toda marcha, antes de que los otros
reaccionen.
Al encontrar a ciclistas que
van pedaleando cuesta arriba les tira el auto encima, les frena a la par, los
pasa a milímetros, se burla de ellos. Cuando ve a un pobre anciano esperando un
transporte público a la orilla de un camino, frena más adelante el Lancia
Aurelia y le hace señas como invitándolo a subir. El viejo corre y se agita,
cuando llega al Lancia, pone primera y sale a fondo. Después lo sube y se
vuelve a burlar de él.
El estudiante adolescente e
inmaduro, a todo esto, es un espectador asombrado, mudo, que se pregunta
interiormente qué está haciendo ahí, pero que no puede ni hacer oír su opinión
ni tampoco abandonar la situación a la que se ha visto forzado por su
particular indecisión.
Luego se suceden varios
episodios familiares y sociales que van implicando poco a poco la caída de las
defensas no estructuradas del partenaire. El estudiante internamente quiere
resistirse, se autocensura por qué aceptó venir, se propone volver a su casa a
estudiar. Pero termina siempre quedándose, dominado por la lógica aplastante
del psicópata. O amaga con irse y abandonarlo, pero se vuelve carcomido por sus
propias dudas.
Al principio, el joven
estudiante reacciona con cierta indignación ante las burlas que a todos les
hace el psicópata, o le protesta ante las violaciones a las leyes de tránsito,
o intenta resistirse a la velocidad descontrolada del vehículo. Pero, lenta y
paulatinamente, va entrando en el juego perverso del psicópata.
Sobre el final de la película
el estudiante se ha convertido totalmente en cómplice del psicópata, se ha
desprovisto de todas sus inhibiciones naturales y entrega su consentimiento a
esas formas patológicas de goce. “Dale, anda más rápido, pásalo ya”, es él
ahora quien le dice eso al conductor desaprensivo. Y va sepultando en el olvido
la fecha de su examen y su obligación de estudiar para presentarse a rendir en
condiciones.
El estudiante se alegra de las
vicisitudes de esos días, que han transcurrido sin la constricción de un
programa previo ni límites de ninguna naturaleza. “Estos son los días más
lindos de mi vida”, dice.
El final es trágico, el Lancia
termina destrozado en un accidente carretero, con el joven muerto y el psicópata ileso. Quedan para el análisis los
mecanismos psíquicos de los protagonistas de la película. El psicópata, que
siempre funciona guiado por el estatuto de lo prohibido, el cual permanentemente
debe ser transgredido. El inmaduro partenaire, envuelto en sus restricciones
juveniles, va rompiendo esta caparazón, permitiéndose el consentimiento para el
goce sin límites.
Este notable film muestra
además uno de los modos típicos de relación que establece el psicópata, la
relación tangencial, es decir un encuentro puntual donde el psicópata ejerce su
acción sobre una víctima ocasional. Pero, en este caso particular, se va dando
también un tipo de relación complementario, en el cual el psicópata establece
un contacto con una personalidad no definida donde se satisfacen necesidades
mutuas.
Este juego que se da con el
complementario, un juego perverso de sufrimientos y satisfacciones, de rechazos
y apegos, tiene su anclaje en lo irracional y escapa al entendimiento de todo
aquel que intente analizarlo desde una lógica simple o desde los parámetros
comunes.
El
terreno de las psicopatías es uno de los campos más fértiles que han encontrado
la psiquiatría y la psicología. Apenas hemos rozado uno de sus tantos aspectos,
el más leve y lo relacionamos con una película de hace más de cuarenta
años, que sin pretender ser una obra psicológica en su momento (quiso ser solo
una comedia dramática), dio una muestra magnífica de lo que puede ofrecer el
arte cinematográfico en su relación con la psicopatología de la vida cotidiana
y los adolescentes o jóvenes inmaduros inmersos dentro de ella.
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