Es un complejo proceso que, según Ken
Wilber, para mi el autor más importante de la psicología transpersonal
contemporánea, ya que nadie podría negar la labor de apertura de esta corriente
del pensamiento de Roberto Assagioli, tiene cuatro etapas: la creencia, la fe,
la experiencia directa y la adaptación permanente. De manera tal que, siguiendo
dicho esquema conceptual, uno comienza creyendo en una dimensión espiritual que
forma parte de su vida; luego uno deposita su Fe en dicho Espíritu.
Conforme uno se va consustanciando con
esta dimensión que trasciende los límites de lo material se puede llegar a
experimentarla directamente y, por último, al término de la vida terrena, uno
deviene en Espíritu, alcanzando la cima de un proceso sostenido desde las bases
de la creencia y la fe.
El inicio del camino a partir de la etapa
de la Creencia
es muy importante porque requiere de imágenes, símbolos y conceptos que se
materializan en un fenómeno mental, mágico, mítico, racional o lógico,
dependiendo esto último de cada persona en particular.
No es lo mismo la creencia mágica que la
creencia mítica o religiosa, ni tampoco es igual cuando uno proyecta estas
cosas hacia el pensamiento racional o lógico. Pero, de cualquier manera, todas estas
creencias sustentadas desde el ser personal se pueden acompañar de sentimientos
o sensaciones emocionales muy intensas, que no necesariamente son resultado de
experiencias directas espirituales. En tal sentido, se trata de diferentes
modalidades de creer que poco o nada transforman el nivel de la conciencia
individual o colectiva.
Sin embargo, cuando estas primeras
creencias comienzan a elaborarse o madurarse, acaban desembocando en un
fenómeno más fuerte, que transforma la
creencia en Fe.
La creencia en si misma no es algo
espiritual, es solo la piedra fundamental, el basamento. Por lo tanto llegará
un momento en que esa creencia perderá consistencia y deberá evolucionar hacia
algo superior, o terminará perdiéndose como cualquier otro fenómeno puramente
mental y humano.
Nadie transformará su vida solamente a
partir de una creencia, pero movilizará desde ésta la intuición de los dominios
espirituales y trascendentales. El paso siguiente en esta evolución es la transformación
o proyección de la creencia en la
Fe.
La Fe, que todavía
carece de toda certidumbre, pero que se nutre de la Convicción, es un
terreno muy fértil para ir sembrando la espiritualidad. La Fe es la etapa de las múltiples
preguntas y las escasas respuestas, pero se sostiene en la intuición oculta de
que vamos por el camino adecuado para encontrar nuestra verdadera morada
espiritual.
El desarrollo de las etapas de Creencia y
Fe puede llevar años, existiendo muchas personas creyentes y de fe que no han
avanzado nada más que esas etapas, porque es todo lo que se propusieron en sus
vidas, o lo que pensaron que sus vidas les podían proveer. Parecería que, para
una enorme cantidad de personas, con un
poco de creencia y de fe está salvada la dimensión espiritual. Después
bastaría con leer algún libro que hable de eso y que les de un poco más de
sustento teórico.
La conciencia individual no puede quedar
atrapada en las redes de la
Creencia y la Fe
solamente, porque llega un momento en el cual uno se da cuenta de que con eso
solo jamás se logrará la tan ansiada transformación con que sueñan muchos
individuos, es decir el sentir verdadero de haberse manifestado en una
dimensión espiritual.
Aquí es cuando empieza el verdadero
camino hacia la trascendencia, cuando uno abre las compuertas de las creencias
y de su fe, amplía el campo de su conciencia y se deja llevar por esa intuición
creadora que permitirá el acceso al próximo escalón evolutivo, la vivencia
espiritual, lo que Abraham Maslow llamaba la “experiencia cumbre”. Aquí ya la
cuestión no es creer ni esperar, sino sentir y vivir una nueva dimensión más
allá de lo estrictamente material y orgánico.
Las experiencias cumbre no se viven a
cada rato en la vida ni las vive cualquiera de los mortales. La fe ha sido
solamente la puerta de acceso a lo supra mental y a lo trans personal. La
experiencia espiritual directa responde por si sola todas las dudas y preguntas
que uno haya podido formularse desde la fe, porque la fe implica por sobre todo
una esperanza, pero esa esperanza se transforma en realidad cuando se vive una
experiencia espiritual verdadera.
Esas experiencias cumbre se caracterizan
por ser muy intensas, breves, espontáneas y sumamente transformadoras. Hay
muchos tipos de experiencias cumbre, incluso hasta se puede ir estableciendo
una jerarquía entre ellas. Se comienza por las del nivel psíquico, cuando uno
advierte la unidad espiritual en las cosas cotidianas. Se sigue por un nivel
más sutil de comprensión, donde entrarían las experiencias de tipo místico, el
despertar de una santidad, por ejemplo.
Y, por último, se puede llegar a las
experiencias cumbre del nivel causal, cuando uno llega a comprender y alcanza
ese nivel llamado de “conciencia cósmica” o “universal”, sintiéndose parte de
la unidad de todas las cosas que componen el universo y no solamente el mundo
que nos rodea.
Roger Walsh ha señalado y con razón que,
cuanto más elevado es el nivel de las experiencias cumbre, más infrecuente es,
de modo que no es un camino de experiencias sencillas, en las que con un poco
de concentración y confianza en nosotros mismos vamos a encontrar la gran
verdad de todo lo que compone la vida ni tampoco se nos va a aclarar en el acto
el camino verdadero de nuestra vida individual.
Pero, la más pequeña y singular de estas
experiencias, es una introducción al mundo de lo superior, al mundo que está
más allá del instinto y la razón, del cuerpo y del alma vivida como sentir
corporal. La mayor parte de las personas se encuentran, comprensiblemente, en
las etapas de la creencia o de la fe, o entre la magia y el mito. De vez en
cuando, van apareciendo individuos que alcanzan experiencias personales
“cumbre”, hecho que los sacude muy profundamente, en ocasiones para bien pero a
veces también para mal.
En cualquiera de los casos, sin embargo,
ya no se trata de cosas que hayan leído en un libro, o de sesiones compartidas
en algún taller de búsqueda espiritual, sino de experiencias reales, internas,
que se relacionan con un dominio superior al de la materia y que en general permite
que, quien llegue a ese nivel, no vuelva nunca más a ser el mismo que era
antes.
Los grandes meditadores trascendentales y
otras personas que viven aisladas o en estados mentales muy apropiados para
estas experiencias, van extendiendo los tiempos de las experiencias “cumbre”,
que para ellos ya dejan de ser breves e instantáneas y se ven convirtiendo como
en un nuevo estado de conciencia sostenido por ellos mismos, transformando las
experiencias cumbre en experiencias meseta. Es lo que logran muchos de los que
meditan en los templos del Dalai Lama, tal como lo ha demostrado Daniel Goleman
en su libro sobre las emociones destructivas.
Muy importante también es el tipo de
experiencia que Carlos Castaneda refiere en su último escrito, “El arte de
ensoñar”, donde se trata de poder entrar consciente en el mundo de los sueños,
en el nivel sutil de la conciencia. Los orientales también lo hacen, llegando
incluso hasta el nivel causal de todas las cosas, es decir la Unidad, es decir el
Nirvana. Es lo que algunos místicos cristianos llamaron el llegar al Mundo de la Luz….
Pero, en realidad, no quiero ir tan lejos
porque el camino hacia el Espíritu no tiene fin. Simplemente, me gustaría hacer
un aporte hacia tanta gente que hoy vive en búsqueda de una espiritualidad que,
ni la tiene clara, ni sabe por donde la puede encontrar, con lo que un proceso
de verdadero crecimiento del ser se transforma en una búsqueda romántica sin
ton ni son…
Siguiendo con el desarrollo que venimos
realizando, siempre basados en la concepción de Wilber, debemos reconocer
diferentes niveles de conciencia y saber que cualquiera de nosotros estamos en
condiciones de acceder a la base, es decir la materia, el cuerpo y la mente.
Pero si realmente queremos tener posibilidades de llegar a los niveles
transpersonales, debemos adentrarnos en el campo de lo psíquico, lo sutil, lo
causal y lo no dual.
En el nivel psíquico vamos a encontrar,
siguiendo al ex catedrático de Oxford, Robert Charles Zaehner, el misticismo
natural, en el cual el alma se une con el mundo natural y el misticismo
monista, en el que el alma se funde con lo absoluto impersonal. Profundizando al nivel sutil, llegamos al
misticismo teísta donde el alma se encuentra don Dios. En el nivel causal ya
tenemos un misticismo sin forma y en el no dual a un misticismo integral que lo
abarca todo.
En el mundo oriental encontramos también
equivalentes de estos niveles que son sumamente complejos y cuya descripción
nos apartaría del camino que queremos transitar en este escrito, de conocimiento
básico y al alcance de cualquier lector.
Ahora bien, lo realmente difícil es poder
integrar dentro de uno mismo los distintos niveles de evolución hacia lo
espiritual con la vida cotidiana, porque el mismo Wilber ha dicho que “todos
conocemos a personas espiritualmente desarrolladas que, no obstante, son
bastante inmaduras en el ámbito sexual, en el de la salud física y en su
capacidad de establecer relaciones interpersonales profundas”.
La meditación es la gran llave, o el
camino, que permite alcanzar los dominios más elevados de la conciencia humana,
pero no por ello apunta a develar los niveles bajos del inconsciente reprimido,
donde asientan la mayor parte de las neurosis actuales.
Por eso, creo que cabe rescatar una
recomendación final de Ken Wilber, nuestro autor de referencia: “Si usted está
interesado en una espiritualidad auténticamente transformadora, busque un
maestro espiritual y comprométase con una práctica” (la que usted elija, pero
no como pasatiempo, sino como disciplina de vida). Sin una práctica constante,
nunca logrará el paso más importante, la evolución”. ….Y esto es muy
importante, porque a la vida venimos con dos misiones: aprender y evolucionar.
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