martes, 18 de septiembre de 2012

El desarrollo espiritual


Es un complejo proceso que, según Ken Wilber, para mi el autor más importante de la psicología transpersonal contemporánea, ya que nadie podría negar la labor de apertura de esta corriente del pensamiento de Roberto Assagioli, tiene cuatro etapas: la creencia, la fe, la experiencia directa y la adaptación permanente. De manera tal que, siguiendo dicho esquema conceptual, uno comienza creyendo en una dimensión espiritual que forma parte de su vida; luego uno deposita su Fe en dicho Espíritu.
Conforme uno se va consustanciando con esta dimensión que trasciende los límites de lo material se puede llegar a experimentarla directamente y, por último, al término de la vida terrena, uno deviene en Espíritu, alcanzando la cima de un proceso sostenido desde las bases de la creencia y la fe.
El inicio del camino a partir de la etapa de la Creencia es muy importante porque requiere de imágenes, símbolos y conceptos que se materializan en un fenómeno mental, mágico, mítico, racional o lógico, dependiendo esto último de cada persona en particular.
No es lo mismo la creencia mágica que la creencia mítica o religiosa, ni tampoco es igual cuando uno proyecta estas cosas hacia el pensamiento racional o lógico.  Pero, de cualquier manera, todas estas creencias sustentadas desde el ser personal se pueden acompañar de sentimientos o sensaciones emocionales muy intensas, que no necesariamente son resultado de experiencias directas espirituales. En tal sentido, se trata de diferentes modalidades de creer que poco o nada transforman el nivel de la conciencia individual o colectiva.
Sin embargo, cuando estas primeras creencias comienzan a elaborarse o madurarse, acaban desembocando en un fenómeno más fuerte,  que transforma la creencia en Fe.
La creencia en si misma no es algo espiritual, es solo la piedra fundamental, el basamento. Por lo tanto llegará un momento en que esa creencia perderá consistencia y deberá evolucionar hacia algo superior, o terminará perdiéndose como cualquier otro fenómeno puramente mental y humano.
Nadie transformará su vida solamente a partir de una creencia, pero movilizará desde ésta la intuición de los dominios espirituales y trascendentales. El paso siguiente en esta evolución es la transformación o proyección de la creencia en la Fe.
La Fe, que todavía carece de toda certidumbre, pero que se nutre de la Convicción, es un terreno muy fértil para ir sembrando la espiritualidad. La Fe es la etapa de las múltiples preguntas y las escasas respuestas, pero se sostiene en la intuición oculta de que vamos por el camino adecuado para encontrar nuestra verdadera morada espiritual.
El desarrollo de las etapas de Creencia y Fe puede llevar años, existiendo muchas personas creyentes y de fe que no han avanzado nada más que esas etapas, porque es todo lo que se propusieron en sus vidas, o lo que pensaron que sus vidas les podían proveer. Parecería que, para una enorme cantidad de personas, con un  poco de creencia y de fe está salvada la dimensión espiritual. Después bastaría con leer algún libro que hable de eso y que les de un poco más de sustento teórico.
La conciencia individual no puede quedar atrapada en las redes de la Creencia y la Fe solamente, porque llega un momento en el cual uno se da cuenta de que con eso solo jamás se logrará la tan ansiada transformación con que sueñan muchos individuos, es decir el sentir verdadero de haberse manifestado en una dimensión espiritual.
Aquí es cuando empieza el verdadero camino hacia la trascendencia, cuando uno abre las compuertas de las creencias y de su fe, amplía el campo de su conciencia y se deja llevar por esa intuición creadora que permitirá el acceso al próximo escalón evolutivo, la vivencia espiritual, lo que Abraham Maslow llamaba la “experiencia cumbre”. Aquí ya la cuestión no es creer ni esperar, sino sentir y vivir una nueva dimensión más allá de lo estrictamente material y orgánico.
Las experiencias cumbre no se viven a cada rato en la vida ni las vive cualquiera de los mortales. La fe ha sido solamente la puerta de acceso a lo supra mental y a lo trans personal. La experiencia espiritual directa responde por si sola todas las dudas y preguntas que uno haya podido formularse desde la fe, porque la fe implica por sobre todo una esperanza, pero esa esperanza se transforma en realidad cuando se vive una experiencia espiritual verdadera.
Esas experiencias cumbre se caracterizan por ser muy intensas, breves, espontáneas y sumamente transformadoras. Hay muchos tipos de experiencias cumbre, incluso hasta se puede ir estableciendo una jerarquía entre ellas. Se comienza por las del nivel psíquico, cuando uno advierte la unidad espiritual en las cosas cotidianas. Se sigue por un nivel más sutil de comprensión, donde entrarían las experiencias de tipo místico, el despertar de una santidad, por ejemplo.
Y, por último, se puede llegar a las experiencias cumbre del nivel causal, cuando uno llega a comprender y alcanza ese nivel llamado de “conciencia cósmica” o “universal”, sintiéndose parte de la unidad de todas las cosas que componen el universo y no solamente el mundo que nos rodea.
Roger Walsh ha señalado y con razón que, cuanto más elevado es el nivel de las experiencias cumbre, más infrecuente es, de modo que no es un camino de experiencias sencillas, en las que con un poco de concentración y confianza en nosotros mismos vamos a encontrar la gran verdad de todo lo que compone la vida ni tampoco se nos va a aclarar en el acto el camino verdadero de nuestra vida individual.
Pero, la más pequeña y singular de estas experiencias, es una introducción al mundo de lo superior, al mundo que está más allá del instinto y la razón, del cuerpo y del alma vivida como sentir corporal. La mayor parte de las personas se encuentran, comprensiblemente, en las etapas de la creencia o de la fe, o entre la magia y el mito. De vez en cuando, van apareciendo individuos que alcanzan experiencias personales “cumbre”, hecho que los sacude muy profundamente, en ocasiones para bien pero a veces también para mal.
En cualquiera de los casos, sin embargo, ya no se trata de cosas que hayan leído en un libro, o de sesiones compartidas en algún taller de búsqueda espiritual, sino de experiencias reales, internas, que se relacionan con un dominio superior al de la materia y que en general permite que, quien llegue a ese nivel, no vuelva nunca más a ser el mismo que era antes.
Los grandes meditadores trascendentales y otras personas que viven aisladas o en estados mentales muy apropiados para estas experiencias, van extendiendo los tiempos de las experiencias “cumbre”, que para ellos ya dejan de ser breves e instantáneas y se ven convirtiendo como en un nuevo estado de conciencia sostenido por ellos mismos, transformando las experiencias cumbre en experiencias meseta. Es lo que logran muchos de los que meditan en los templos del Dalai Lama, tal como lo ha demostrado Daniel Goleman en su libro sobre las emociones destructivas.
Muy importante también es el tipo de experiencia que Carlos Castaneda refiere en su último escrito, “El arte de ensoñar”, donde se trata de poder entrar consciente en el mundo de los sueños, en el nivel sutil de la conciencia. Los orientales también lo hacen, llegando incluso hasta el nivel causal de todas las cosas, es decir la Unidad, es decir el Nirvana. Es lo que algunos místicos cristianos llamaron el llegar al Mundo de la Luz….
Pero, en realidad, no quiero ir tan lejos porque el camino hacia el Espíritu no tiene fin. Simplemente, me gustaría hacer un aporte hacia tanta gente que hoy vive en búsqueda de una espiritualidad que, ni la tiene clara, ni sabe por donde la puede encontrar, con lo que un proceso de verdadero crecimiento del ser se transforma en una búsqueda romántica sin ton ni son…
Siguiendo con el desarrollo que venimos realizando, siempre basados en la concepción de Wilber, debemos reconocer diferentes niveles de conciencia y saber que cualquiera de nosotros estamos en condiciones de acceder a la base, es decir la materia, el cuerpo y la mente. Pero si realmente queremos tener posibilidades de llegar a los niveles transpersonales, debemos adentrarnos en el campo de lo psíquico, lo sutil, lo causal y lo no dual.
En el nivel psíquico vamos a encontrar, siguiendo al ex catedrático de Oxford, Robert Charles Zaehner, el misticismo natural, en el cual el alma se une con el mundo natural y el misticismo monista, en el que el alma se funde con lo absoluto impersonal.  Profundizando al nivel sutil, llegamos al misticismo teísta donde el alma se encuentra don Dios. En el nivel causal ya tenemos un misticismo sin forma y en el no dual a un misticismo integral que lo abarca todo.
En el mundo oriental encontramos también equivalentes de estos niveles que son sumamente complejos y cuya descripción nos apartaría del camino que queremos transitar en este escrito, de conocimiento básico y al alcance de cualquier lector.
Ahora bien, lo realmente difícil es poder integrar dentro de uno mismo los distintos niveles de evolución hacia lo espiritual con la vida cotidiana, porque el mismo Wilber ha dicho que “todos conocemos a personas espiritualmente desarrolladas que, no obstante, son bastante inmaduras en el ámbito sexual, en el de la salud física y en su capacidad de establecer relaciones interpersonales profundas”.
La meditación es la gran llave, o el camino, que permite alcanzar los dominios más elevados de la conciencia humana, pero no por ello apunta a develar los niveles bajos del inconsciente reprimido, donde asientan la mayor parte de las neurosis actuales.
Por eso, creo que cabe rescatar una recomendación final de Ken Wilber, nuestro autor de referencia: “Si usted está interesado en una espiritualidad auténticamente transformadora, busque un maestro espiritual y comprométase con una práctica” (la que usted elija, pero no como pasatiempo, sino como disciplina de vida). Sin una práctica constante, nunca logrará el paso más importante, la evolución”. ….Y esto es muy importante, porque a la vida venimos con dos misiones: aprender y evolucionar.




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