miércoles, 19 de septiembre de 2012

Los jòvenes conflictuados


La vida cambia, el mundo cambia, las costumbres toman otro rumbo y la sociedad también se ve arrastrada por una ola de modificaciones que va cambiando el panorama existencial de mucha gente. Ocurre con los adultos y por qué no con los jóvenes. Ya lo predijo Alvin Toffler allá por 1966, cuando escribió “El shock del futuro” y se anticipó en medio siglo a las cosas que sobrevendrían en las sociedades humanas con una clarividencia que no todos le han reconocido.

En todos estos apuntes que yo he venido tomando sobre la vida de los jóvenes a lo largo de muchas décadas, no puedo ahora soslayar lo que ocurre en el ámbito de las relaciones laborales y familiares con adolescentes que todavía no han cerrado esa etapa de sus vidas y que se ven sometidos a tener que enfrentar situaciones altamente estresantes.

Quiero detenerme especialmente en algo que, en mi consulta profesional de todos los días del año 2011, recién iniciada la segunda década del Siglo XXI, estoy viendo cada vez más a menudo, la situación personal y laboral altamente comprometida de jóvenes que deben enfrentar un presente muy difícil y un futuro totalmente incierto.

Estoy observando en número creciente a una cantidad importante de chicas entre 18 y 21 años que, tempranamente en sus vidas se quedaron sin contención parental, toda vez que tuvieron que soportar crisis violentas o no entre sus padres, que terminaron en divorcios prematuros cuando todavía no habían cumplido 10 años de edad y tuvieron que optar o aceptar quedarse con el padre o con la madre, una nueva pareja de estos o situaciones muy desagradables para ellos.

Estas jovencitas que, si se fueron con sus madres, en gran número debieron esquivar los intentos de abuso o violación de las nuevas parejas de sus mamás, terminaron yéndose a vivir solas, sin experiencia, sin dinero, sin trabajo y con mucho dolor en sus cuerpos y en sus almas.

En ese devenir histórico personal oscuro y sin perspectivas de seguridad, algunas encontraron trabajos prometedores, en especial en centros de asistencia o atención a un público ávido de consumo, los llamados “call centres”, donde las condiciones de trabajo serían muy estresantes o rayanas en la explotación.

En ese prematuro transitar por los caminos de la vida, esas jóvenes, porque en su mayoría son mujercitas las que veo sumidas en esta problemática, se cruzaron con varones que tenían iguales antecedentes en cuanto a experiencias de familia. Al calor del compartir experiencias, o a la ebullición hormonal de sus cuerpos jóvenes, se produjeron embarazos no deseados que raramente condujeron al aborto o a su interrupción y si, en cambio, a la gestación de una nueva vida.

Esas jóvenes mamás, sin padres a la vista para la contención familiar, con hermanos desperdigados por el mundo o por distintas partes, tuvieron que hacerse cargo de sus propias crías, a menudo abandonadas por los padres biológicos de esas criaturas. Ellas no podían abandonar a sus hijos recién nacidos, pero sus co-gestores si podían borrarse o poner cara de no entender nada.

Muchas de esas chicas de apenas 20 años, madres de uno o dos hijos muy pequeños, sin familiares a la vista y sin pareja estable o inestable que al menos les diera una mano, tuvieron que conformarse con la posibilidad de trabajar por un puñado de pesos o por unos pesos más en tareas muy diversas, en las cuales sufren todo tipo de situaciones complicadas: acoso sexual si son bonitas, acoso laboral si son feas, explotación, en fin, lo peor de lo peor.

No todas se resignan con pasividad al padecimiento sino que muchas de ellas recurren a abogados laboralistas para que se ocupen de la defensa de sus derechos, pisoteados por patronales que solo buscan su negocio sin importarles lo más mínimo de quienes son los medios de los cuales se valen para afianzar dicha actividad, o sea el material humano de trabajo, la fuerza laboral.

Las situaciones de estrés que se vivencian son extremas y esas jóvenes, madres de hijos pequeños desprotegidos, sin soporte familiar que las contenga, con precarios trabajos sostenidos merced a la amenaza de un juicio laboral, terminan pululando por los consultorios de médicos psiquiatras y psicólogos que advierten en ellas síntomas y signos de trastornos depresivos, ansiosos, ataques de pánico, reacciones vivenciales anormales, etcétera, etcétera.

En mi experiencia personal veo esto mucho más en las mujercitas que en los muchachos, pero los varones no se salvan tampoco de estas situaciones de conflicto personal, familiar, laboral y existencial, una problemática múltiple que les dificulta enormemente sus vidas y las de sus pequeños hijos.

La sociedad de nuestros días acepta esto como una realidad del medio que nos rodea. Yo me he detenido a preguntarles a estas chicas y chicos que han pasado por mi consultorio como imaginan su vida dentro de diez años, cuando apenas tengan 30 de edad. Y la respuesta ha sido un patético: “Doctor, nosotros apenas si podemos imaginar el día de mañana, ni siquiera la semana que viene”.

En muchos de ellos ha quedado la enorme frustración de estudios universitarios iniciados pero no continuados, algo que en los tiempos modernos marca a fuego la vida de los jóvenes que, al no poder seguir un camino de aprendizaje sistemático, ven sus futuros hipotecados en una suerte de lotería que implique un golpe de suerte que les permita encontrar el rumbo para ser considerados alguien.

Así, entre la frustración y el miedo, entre la angustia y la incertidumbre, en medio de conflictos multifacéticos transcurren sus días muchos jóvenes de ambos sexos, pero especialmente mujeres con niños, en un mundo cambiante, cada vez más exigente, donde las desigualdades de oportunidades u ocasiones para llegar a enfrentar las demandas existenciales van poco a poco marginando a cantidades cada vez mayores de adolescentes convertidos prematuramente en adultos.

Esta realidad se vive a diario en las grandes ciudades argentinas y tal vez esté un poco más atenuada en las pequeñas localidades del interior del país, donde los lazos familiares e interpersonales son más fluidos y estables. Pero no por eso deja de ser una situación preocupante para tantos jóvenes que buscan abrirse camino hacia el futuro.

Todo esto nace en la disolución prematura de los vínculos matrimoniales cuando hay hijos pequeños de por medio y ellos casi siempre quedan a cargo de sus madres, con padres poco colaboradores o que directamente se hacen a un costado de sus obligaciones.

Esos jóvenes que van creciendo en medio de carencias afectivas y que a su vez sufren en sus primeras y prematuras relaciones de pareja el mismo o muy parecido abandono al que tuvieron en su niñez, son los que tienen que hacerse cargo por anticipado de su propio futuro, en un medio para nada favorable.

Muchos se pierden en la droga, el alcohol o la prostitución. Pero otros buscan una salida en trabajos precarios donde no son ni respetados ni valorados. Y la red de sus conflictos se extiende al plano legal para intentar una precaria defensa de sus derechos y al plano psicoterapéutico para buscar en psiquiatras y psicólogos la luz que sus padres no supieron ni pudieron darles.

Esta situación no recuerdo haberla vivido cuarenta años antes, cuando había muchos jóvenes de ambos sexos que tenían la posibilidad de estudiar y trabajar. Yo mismo hice toda mi carrera universitaria viviendo en el hogar de mis padres y trabajando como periodista deportivo.

En aquel momento era mucho menor la cantidad de madres adolescentes solteras o de parejas que las habían abandonado, se mantenían vínculos familiares mucho más estables y hasta la red social de trabajos era muy diferente.

A partir de la última década del Siglo XX la transformación social y laboral fue muy grande y en todo el mundo. Quizás la Argentina no estaba preparada para asumir en tan poco tiempo los cambios fundamentales que hubo que absorber. Y en ese devenir histórico en catarata nos encontramos con esta situación que relato y observo para un sector muy importante de la juventud de mi país.








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