La vida cambia,
el mundo cambia, las costumbres toman otro rumbo y la sociedad también se ve
arrastrada por una ola de modificaciones que va cambiando el panorama
existencial de mucha gente. Ocurre con los adultos y por qué no con los
jóvenes. Ya lo predijo Alvin Toffler allá por 1966, cuando escribió “El shock
del futuro” y se anticipó en medio siglo a las cosas que sobrevendrían en las
sociedades humanas con una clarividencia que no todos le han reconocido.
En todos estos
apuntes que yo he venido tomando sobre la vida de los jóvenes a lo largo de
muchas décadas, no puedo ahora soslayar lo que ocurre en el ámbito de las
relaciones laborales y familiares con adolescentes que todavía no han cerrado
esa etapa de sus vidas y que se ven sometidos a tener que enfrentar situaciones
altamente estresantes.
Quiero detenerme
especialmente en algo que, en mi consulta profesional de todos los días del año
2011, recién iniciada la segunda década del Siglo XXI, estoy viendo cada vez
más a menudo, la situación personal y laboral altamente comprometida de jóvenes
que deben enfrentar un presente muy difícil y un futuro totalmente incierto.
Estoy observando
en número creciente a una cantidad importante de chicas entre 18 y 21 años que,
tempranamente en sus vidas se quedaron sin contención parental, toda vez que
tuvieron que soportar crisis violentas o no entre sus padres, que terminaron en
divorcios prematuros cuando todavía no habían cumplido 10 años de edad y
tuvieron que optar o aceptar quedarse con el padre o con la madre, una nueva
pareja de estos o situaciones muy desagradables para ellos.
Estas jovencitas
que, si se fueron con sus madres, en gran número debieron esquivar los intentos
de abuso o violación de las nuevas parejas de sus mamás, terminaron yéndose a
vivir solas, sin experiencia, sin dinero, sin trabajo y con mucho dolor en sus
cuerpos y en sus almas.
En ese devenir
histórico personal oscuro y sin perspectivas de seguridad, algunas encontraron
trabajos prometedores, en especial en centros de asistencia o atención a un
público ávido de consumo, los llamados “call centres”, donde las condiciones de
trabajo serían muy estresantes o rayanas en la explotación.
En ese prematuro
transitar por los caminos de la vida, esas jóvenes, porque en su mayoría son
mujercitas las que veo sumidas en esta problemática, se cruzaron con varones
que tenían iguales antecedentes en cuanto a experiencias de familia. Al calor
del compartir experiencias, o a la ebullición hormonal de sus cuerpos jóvenes,
se produjeron embarazos no deseados que raramente condujeron al aborto o a su
interrupción y si, en cambio, a la gestación de una nueva vida.
Esas jóvenes
mamás, sin padres a la vista para la contención familiar, con hermanos desperdigados
por el mundo o por distintas partes, tuvieron que hacerse cargo de sus propias
crías, a menudo abandonadas por los padres biológicos de esas criaturas. Ellas
no podían abandonar a sus hijos recién nacidos, pero sus co-gestores si podían
borrarse o poner cara de no entender nada.
Muchas de esas
chicas de apenas 20 años, madres de uno o dos hijos muy pequeños, sin
familiares a la vista y sin pareja estable o inestable que al menos les diera
una mano, tuvieron que conformarse con la posibilidad de trabajar por un puñado
de pesos o por unos pesos más en tareas muy diversas, en las cuales sufren todo
tipo de situaciones complicadas: acoso sexual si son bonitas, acoso laboral si
son feas, explotación, en fin, lo peor de lo peor.
No todas se
resignan con pasividad al padecimiento sino que muchas de ellas recurren a
abogados laboralistas para que se ocupen de la defensa de sus derechos,
pisoteados por patronales que solo buscan su negocio sin importarles lo más
mínimo de quienes son los medios de los cuales se valen para afianzar dicha
actividad, o sea el material humano de trabajo, la fuerza laboral.
Las situaciones
de estrés que se vivencian son extremas y esas jóvenes, madres de hijos
pequeños desprotegidos, sin soporte familiar que las contenga, con precarios
trabajos sostenidos merced a la amenaza de un juicio laboral, terminan
pululando por los consultorios de médicos psiquiatras y psicólogos que
advierten en ellas síntomas y signos de trastornos depresivos, ansiosos,
ataques de pánico, reacciones vivenciales anormales, etcétera, etcétera.
En mi
experiencia personal veo esto mucho más en las mujercitas que en los muchachos,
pero los varones no se salvan tampoco de estas situaciones de conflicto
personal, familiar, laboral y existencial, una problemática múltiple que les
dificulta enormemente sus vidas y las de sus pequeños hijos.
La sociedad de
nuestros días acepta esto como una realidad del medio que nos rodea. Yo me he
detenido a preguntarles a estas chicas y chicos que han pasado por mi
consultorio como imaginan su vida dentro de diez años, cuando apenas tengan 30
de edad. Y la respuesta ha sido un patético: “Doctor, nosotros apenas si
podemos imaginar el día de mañana, ni siquiera la semana que viene”.
En muchos de
ellos ha quedado la enorme frustración de estudios universitarios iniciados
pero no continuados, algo que en los tiempos modernos marca a fuego la vida de
los jóvenes que, al no poder seguir un camino de aprendizaje sistemático, ven
sus futuros hipotecados en una suerte de lotería que implique un golpe de
suerte que les permita encontrar el rumbo para ser considerados alguien.
Así, entre la
frustración y el miedo, entre la angustia y la incertidumbre, en medio de
conflictos multifacéticos transcurren sus días muchos jóvenes de ambos sexos,
pero especialmente mujeres con niños, en un mundo cambiante, cada vez más
exigente, donde las desigualdades de oportunidades u ocasiones para llegar a
enfrentar las demandas existenciales van poco a poco marginando a cantidades
cada vez mayores de adolescentes convertidos prematuramente en adultos.
Esta realidad se
vive a diario en las grandes ciudades argentinas y tal vez esté un poco más
atenuada en las pequeñas localidades del interior del país, donde los lazos
familiares e interpersonales son más fluidos y estables. Pero no por eso deja
de ser una situación preocupante para tantos jóvenes que buscan abrirse camino
hacia el futuro.
Todo esto nace
en la disolución prematura de los vínculos matrimoniales cuando hay hijos
pequeños de por medio y ellos casi siempre quedan a cargo de sus madres, con
padres poco colaboradores o que directamente se hacen a un costado de sus
obligaciones.
Esos jóvenes que
van creciendo en medio de carencias afectivas y que a su vez sufren en sus
primeras y prematuras relaciones de pareja el mismo o muy parecido abandono al
que tuvieron en su niñez, son los que tienen que hacerse cargo por anticipado
de su propio futuro, en un medio para nada favorable.
Muchos se
pierden en la droga, el alcohol o la prostitución. Pero otros buscan una salida
en trabajos precarios donde no son ni respetados ni valorados. Y la red de sus
conflictos se extiende al plano legal para intentar una precaria defensa de sus
derechos y al plano psicoterapéutico para buscar en psiquiatras y psicólogos la
luz que sus padres no supieron ni pudieron darles.
Esta situación
no recuerdo haberla vivido cuarenta años antes, cuando había muchos jóvenes de
ambos sexos que tenían la posibilidad de estudiar y trabajar. Yo mismo hice
toda mi carrera universitaria viviendo en el hogar de mis padres y trabajando
como periodista deportivo.
En aquel momento
era mucho menor la cantidad de madres adolescentes solteras o de parejas que
las habían abandonado, se mantenían vínculos familiares mucho más estables y
hasta la red social de trabajos era muy diferente.
A partir de la
última década del Siglo XX la transformación social y laboral fue muy grande y
en todo el mundo. Quizás la
Argentina no estaba preparada para asumir en tan poco tiempo
los cambios fundamentales que hubo que absorber. Y en ese devenir histórico en
catarata nos encontramos con esta situación que relato y observo para un sector
muy importante de la juventud de mi país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario