Uno de los temas que apasionó a Carlos
Castaneda, desde el comienzo de sus investigaciones antropológicas, fue
la definición del perfil del hombre de saber o de conocimiento. Al respecto, su
maestro, el nagual yaqui Juan Matus, le dejó clarísimas
enseñanzas en un diálogo que tuvo lugar el 15 de abril de 1962, hace ya más de
40 años, en el cual el brujo indio nativo le brindó al recién graduado de la Universidad de
California una verdadera clase magistral de esa psicología práctica que no
responde a ninguna de las ortodoxias occidentales, pero que tiene una validez
eterna en el tiempo sin tiempo.
Don
Juan empezó
aclarando que, cuando alguien se propone realmente aprender y comenzar a
transitar el camino hacia el conocimiento, nunca sabe a ciencia cierta lo que
va a encontrar. Los propósitos suelen ser vagos y las intenciones ligadas a
ellos no siempre gozan de la fuerza y las acciones necesarias. No obstante lo
cual, hay un aprendizaje básico que suele avanzar muy lentamente, hasta que
llega un momento en que aparece el primer enemigo.
Juan Matus
no duda en considerar que el miedo es la primera barrera que se encuentra en la
ruta hacia el saber, un enemigo traicionero que está siempre a la espera y al
acecho. Incorporar un nuevo conocimiento implica, casi con seguridad, modificar
alguna estructura preestablecida, además de romper algún condicionamiento. Y
son muy pocos los que se atreven a ello. Por eso, una gran cantidad de personas
se quedan detenidas en el proceso del aprendizaje, ya que no se animan a
profundizarlo. Se buscan mecanismos racionales o lógicos para apartarse de algo
que crea incertidumbre y saca de posiciones cómodas.
El miedo
casi siempre es inconsciente, rara vez se reconoce, actúa a menudo simbólicamente,
pero paraliza el potencial de desarrollo del ser. Obviamente que, la formación
familiar y educativa que reciben millones de niños y adolescentes, los llevará
con mucho más certeza hacia el miedo que al conocimiento. Solo los grandes
atrevidos de la historia pusieron su coraje y su voluntad al servicio de su
ideal y pudieron vencer al miedo.
Como bien
dice Juan Matus, derrotar a tal contrincante no es fácil. El maestro indio
yaqui no aconseja ni la huída ni la batalla, dejando totalmente descolocado al “fight
or fly” (luche o huya) de la filosofía existencial norteamericana. El hombre
debe plantarse ante el miedo y aguantarse a si mismo, lleno de miedo, sin
retirarse. Jamás hay que detenerse por el miedo, aunque ello implique avanzar
muerto de miedo. Con respeto y tolerancia se puede lograr que el miedo sea el
que se retire, de a poco y lentamente. Entonces el individuo gana seguridad en
si mismo y confianza, empezando a darse cuenta que aprender puede ser una tarea
aterradora, pero no necesariamente paralizante. Cuando llega ese momento, el
miedo ha sido vencido.
El hombre o
mujer que consiguió derrotar al miedo tiene ahora en sus manos un
importantísimo elemento: la claridad de sus propósitos y la fuerza de
convicción para llevarlos a cabo. Esa claridad es esencialmente mental y, según
Juan Matus, puede convertirse en el segundo enemigo en el camino hacia el
conocimiento. Porque esa claridad cuando es muy fuerte ciega la conciencia y la
percepción induciendo al error, a un error que nunca será reconocido.
Es el hombre
o mujer que hace lo que se le antoja, simplemente porque cree que lo tiene
claro, sin darse cuenta de que ha caído en una ilusión. Y si bien la ilusión y
la fantasía son necesarias para llegar al conocimiento, están muy lejos de la
esencia del saber y terminan obnubilando las mentes. El individuo que se quede
en esta etapa será torpe para aprender, equivocará los pasos y los ritmos, para
terminar en la incapacidad y, lo que es peor, convencido de su capacidad. En
cambio, el que sepa manejar con prudencia la claridad mental que da vencer al
miedo, el que logre regular esa capacidad y sea consciente todavía de sus
limitaciones, habrá podido dar un paso más en su camino hacia el saber.
El tercer
enemigo que se encuentra en esta verdadera ruta interior de cada uno es el
poder, ya que aquel que haya podido salir airoso de las dos etapas anteriores,
es decir que haya vencido al miedo y aprendido a usar prudentemente su claridad
mental, tendrá en sus manos y en su mente un poder altamente peligroso. Ese
poder, dice Don Juan, es el más temible de todos los enemigos, porque lo más
fácil es rendirse ante él. ¿Y de qué manera opera esa rendición? Pues
haciéndole creer al hombre que es invencible. Ejercer el mando, imponer reglas,
convertir su voluntad en ley, termina por hacer de ese hombre un esclavo de su
poder. Tal hombre, en lugar de ser sabio y respetado, será cruel y caprichoso.
Habrá perdido la batalla por el poder verdadero, que es el que legitima su
autoridad.
Juan
Matus agrega: “El
hombre vencido por el poder muere sin saber realmente como manejarlo. El poder
es solo una carga sobre su destino. Un hombre así no tiene dominio sobre si
mismo, ni puede decidir justamente como ni cuando usar su poder”.
El maestro
yaqui considera que la única forma de vencer al poder propio es desafiarlo con
toda la intención, para aprender que ese poder aparente que se ha conquistado
nunca es propiedad exclusiva de quien lo tiene. Solo así, con mucha mesura y
respeto, se sabrá de que manera utilizar el poder y en que circunstancias
emplearlo. Quien alcance esa virtud habrá derrotado al tercer gran enemigo del
conocimiento.
La enorme
sabiduría milenaria transmitida por Don Juan lo lleva a reconocer al cuarto y
definitivo enemigo, el más cruel, el implacable peor y el único invencible: la
vejez. La sentencia de Juan Matus lo dice todo: “La vejez jamás podrá ser
vencida por completo, solamente podrá ahuyentarse por instantes”. El hombre
viejo terminará inexorablemente arrollado por la fatiga, convertido en una
débil caricatura de si mismo, deseoso de retirarse y convencido de que perderá,
con la muerte, el último asalto de un combate con resultado anticipado.
Pero, aún
así, el verdadero hombre de conocimiento, dice Don Juan, tendrá momentos de
máxima grandeza y esplendor en los que podrá incluso ahuyentar transitoriamente
a su implacable enemigo. Son esos instantes de auténtica sabiduría acumulada a
lo largo de toda una vida, los que permitirán decir: He aquí un hombre de
conocimiento. Pero eso dura lo que un suspiro, aunque es suficiente. El deseo
de retirarse con la muerte vencerá siempre. Sin embargo, los últimos segundos
de lucidez y sabiduría son los más importantes de toda la existencia humana y
los que permitirán diferenciar a un hombre de conocimiento de otro que quedó varado
ante cualquiera de los enemigos intermedios, o que ni siquiera se animó a
batallar contra el miedo, como la mayoría de los mortales.
Dentro de la
cultura de los naguales mexicanos, llegar a ser un hombre de conocimiento
implica un largo camino de aprendizaje. Jamás podría ser una adquisición
inmediata, ni una gracia o dádiva otorgada por poderes sobrenaturales, sino por
el contrario el resultado final de un largo proceso. En ese contexto, cualquier
individuo podría intentar convertirse en hombre de conocimiento pero, en la
práctica, son los maestros y benefactores quienes seleccionan a sus aprendices.
La tarea por delante es muy larga y difícil, ya que el aprendizaje es una
continua búsqueda interminable, para lo cual hay una sola pauta de conducta que
es inflexible y pasa por poseer una intención rígida e inquebrantable. Solo una
voluntad estricta podrá soportar las pruebas inevitables de las que habrá que
rendir cuentas en este tortuoso camino.
Otro
requisito fundamental es la rectitud de juicio, algo mucho más profundo que el
simple sentido común. Convertirse en hombre de conocimiento implica una
esforzada labor, para hacer el esfuerzo, lograr eficacia y enfrentar el
desafío. Como todo esto conlleva a una lucha incesante, se lo ha comparado con
la vida de un guerrero. Es una autodisciplina regida por cuatro virtudes
fundamentales: el respeto, el miedo, la claridad de conciencia y la confianza
en si mismo. Ser un guerrero no significa necesariamente ir a una guerra, sino
haber evaluado profundamente todos los recursos propios para animarse a
enfrentar lo desconocido. El guerrero, pese al miedo, debe seguir con respeto
el curso de las propias acciones. Don Juan afirmaba que solo enfrentándose al
miedo podría uno conquistarlo.
Por último,
el camino del guerrero es un camino que debe ser seguido “de corazón”.
Este es un concepto sobre el cual Don Juan volverá a explayarse conforme avance
la obra de Carlos Castaneda. Poner corazón implica a priori hallar satisfacción
y cumplimiento personal no solo al escoger una alternativa viable sino al
identificarse por entero con ella.
En
definitiva, para llegar a ser un hombre de conocimiento se necesita no solo inteligencia
y predisposición, sino también una acción eficaz, presente, continua e
interminable.
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