martes, 18 de septiembre de 2012

El final del materialismo como esencia de la Ciencia


Durante mucho tiempo se sostuvo que la realidad material era el verdadero y único sustento de la ciencia y a ello apuntaba el método científico tradicional. Sin embargo, desarrollos realmente fascinantes de la física cuántica y otras disciplinas modernas han hecho variar completamente aquellas afirmaciones. David Spangler lo muestra con claridad y simpleza en su libro “Pequeños milagros cotidianos”. Cobran nuevamente relevancia las concepciones que elaboraron, a su tiempo, los místicos iluminados de todas las épocas y maestros primitivos como los chamanes y naguales.

En la vida se producen muchas veces coincidencias significativas, producto de la sincronía de variados factores, que dejan confundidos o perplejos a quienes son testigos o protagonistas de ellas. Al respecto, nuestra cultura tiene una cosmovisión mecanizada, regular como un reloj, que deja poco lugar para el milagro o la magia.
Por fortuna, la ciencia moderna ha profundizado en el estudio de la realidad cuántica, de la ecología, del caos y de la complejidad de las relaciones múltiples, lo que propone una imagen del mundo mucho más diversa que la ofrecida por las ciencias duras de fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX.
Para David Spangler, estamos asistiendo al nacimiento de una nueva cosmología científica y, hasta si se quiere, metafórica. Se trata de una ciencia que está caminando los primeros pasos de una nueva prospectiva, que abarca desde la realidad física hasta el misticismo.
En el curso de los últimos dos decenios se han escrito numerosos libros que se atreven a mostrar analogías sobre las visiones del mundo que tienen las creencias místicas y los más modernos desarrollos teóricos basados en la física cuántica.
De este modo, se han ido creando nuevos principios fundamentales de conocimiento, a partir de los campos de fuerza o de energía, por ejemplo “todo lo que es sólido se funde con el aire”. Para la visión filosófica tradicional, esto podría llegar a ser interpretado casi como un contrasentido o un absurdo.
A partir de un pensamiento científico renovado podemos inferir que, el advenimiento más importante que nos ha traído el Siglo XXI es la desmitificación de la materia, al mismo tiempo que el descubrimiento del enorme poder potencial y real de la mente humana frente a la sola fuerza bruta de la cosa o la máquina.
El reino de la física cuántica es un reino de informaciones y el átomo cuántico es un átomo de información, símbolo de esta época. Aquello que, hasta no hace mucho tiempo, era considerado como materia o sustancia inerte, hoy en parte se revela al menos como información y, desde ahí, como probabilidad, un concepto dinámico opuesto a un estático como materia inerte.
Todo esto tiene que ver con el pasaje de un macrocosmos a un microcosmos, lo que no es sino un feliz tránsito de un mundo material compuesto de partículas inertes a un reino radiante, rico en energía informativa. Estructuras, probabilidades, átomos de información, campos de fuerza, son nuevos términos con los que la moderna ciencia va describiendo un universo insólito y diverso. Un universo que, analizado desde un paradigma materialista y con modelos de pensamiento y razonamiento basados únicamente en la lógica materialista, sólo puede aproximarse a la superficie de la realidad, pero nunca siquiera acercarse a los niveles profundos de la misma.
Esta imagen de un universo rico en posibilidades y conocimiento, que nace de una interacción dinámica de campos de fuerza energéticos, no es nueva en si misma. Pero, gracias a los conocimientos aportados por la mecánica cuántica, la teoría del caos, la biología molecular, las ciencias informáticas y la tecnología computarizada, hoy podemos verla de un modo distinto y novedoso.
Ahora bien, si a la palabra campo la sustituimos por la palabra presencia y, a la palabra energía o fuerza la cambiamos por vida, nos estaríamos aproximando muy rápidamente a la visión del mundo que tenían los conocedores primitivos de aquellos misterios insondables que pasaron a formar parte de eso que se dio en llamar misticismo y que las hoy viejas concepciones del saber opusieron a la ciencia.
Desde esta nueva visión todo está vivo y nosotros habitamos un universo en el cual interactuamos en distintos niveles con presencias vivas y no con cosas inertes. Retomando pensamientos de épocas muy lejanas, existiría una unidad primordial o de espíritu, de la cual se habrían originado todas las cosas.
El físico David Bohm habla de la existencia de un status primigenio, al que llama “el orden implícito”, que comprende el todo. Este orden es una totalidad de la cual nace y evoluciona el universo; cada elemento individual del universo contiene esta totalidad, forma parte del orden global y cada uno de nosotros comprende la totalidad del cosmos. Dentro de este orden global, el tiempo y el espacio no existen como los conocemos habitualmente.
En este nivel de totalidad, todo es parte de todo. Tal descripción del universo viene de una interpretación de la mecánica cuántica, aunque es sustancialmente idéntica a aquella que describieron los místicos de distintas épocas.

De acuerdo a la cosmología y la física moderna, el universo está constituido de energía y campos de fuerza de donde se origina la materia. La energía puede asumir cualquier forma, mientras el campo de fuerza es el que organiza a la energía. Pero, la energía y el campo de fuerza forman una unidad, que sería el equivalente al orden implícito o intrínseco de Bohm. Y, si podemos entender este criterio de unidad, también podemos comprender la Trinidad de la Iglesia Católica como “tres personas distintas y un solo Dios verdadero”.
La acción recíproca entre la energía y los campos de fuerzas crea los diferentes sistemas, sus comportamientos y sus interacciones. Todo lo que conocemos puede considerarse como un sistema, parte de un todo integrado. Un sistema, en última instancia, no es más que un modo de describir en forma holística un objeto o una condición. Cada sistema elabora su energía y la información de un modo tal  que pueda trascender el “presente”.
Con la energía apropiada el sistema puede mutar, rediseñarse y reestructurarse, en una verdadera autoorganización. Este tipo de consideración de los fenómenos ha dado lugar a una nueva perspectiva de la ciencia, la ciencia de la dinámica, de los sistemas complejos, de las estructuras disipativas, de la matemática del caos. Todas las criaturas vivientes somos sistemas autoorganizados y somos también la Tierra y el Cosmos. Si Luis XV podía decir: “El Estado soy yo”, cualquiera de nosotros puede afirmar hoy con mucho mayor fundamento: “El Universo soy yo”. Un universo dinámico, interactivo e interrelacionado.
Aún en el mayor de los caos existe un orden complejo que todavía no hemos podido reconocer porque no tenemos los instrumentos para verlo o describirlo. Los sistemas no lineales y casi caóticos son profundamente influenciados por las condiciones que los han determinado. El más pequeño cambio puede producir un enorme efecto, como el “efecto mariposa”, según el cual el extremadamente pequeño e insignificante fenómeno de batir alas una mariposa puede desencadenar en su sistema una cadena de consecuencias en cascada. Quien quizás mejor lo explicó fue Bell, en 1969, en el enunciado del teorema que lleva su nombre: “Cuando vibra un electrón (la más minúscula de las partículas subatómicas) tiembla el universo”.
Casi todos los sistemas de nuestro universo son no lineales, caóticos e imprevisibles. Por ser indeterminados, su comportamiento no puede ser previsto con exactitud. Imposibilidad de predecir, irracionalidad, caos e impetuosidad, son la esencia prima del universo. No vivimos en un cosmos predeterminado, mecánico, ni que funcione como un reloj; siempre está abierta la puerta a la revelación, a la emergencia, a la novedad o la transformación.
La visión científica que nos va introduciendo el Siglo XXI, que es muy difusa y tiende a alimentar nuestras fantasías, postula un mundo pleno de vida, de cosas e individuos separados del tiempo y del espacio, un mundo de partículas individuales que interactúan con el todo, pero sin estar obligadamente ligadas a las leyes mecánicas del movimiento, ni a los principios de causalidad y efectos, lo que nos conlleva a una serie de interrogantes.
Por lo pronto, la física moderna nos está sugiriendo que no estamos separados del universo ni somos unidades completas en nosotros mismos, por el contrario, estamos ligados al universo de un modo sutil e importante. Tres son los pilares fundamentales de esta estructura: mente, esencia y unidad, como trilogía integrada de algo mayor y aglutinante que bien podemos llamar espíritu. Cuerpo y alma no son dos cosas separadas sino dos aspectos de un solo misterio: la encarnación universal.  

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