martes, 18 de septiembre de 2012

El Estres y el Sueño


En la actualidad, la mayoría de los trabajos científicos sobre el sueño están referidos a investigaciones biológicas que, desde hace varios años a esta parte, vienen tratando de demostrar la existencia de distintos patrones (o registros típicos) de sueño, todos ellos susceptibles de ser captados y sistematizados por aparatos electrónicos de alta sensibilidad.
 Los cambios que se han podido observar en esos "patrones" de sueño han sido y son asociados a acontecimientos vitales negativos y, en especial, al estrés, que es el enemigo número uno no sólo del buen dormir sino también de la buena salud.
Habitualmente, el estrés psicosocial tan común en la actual vida cotidiana determina a priori que el sueño sea muy irregular, con períodos de latencia más prolongada para su inducción, aumento de las fases de sueño liviano", mayor cantidad de interrupciones en el dormir y disminución de las horas en sueño delta o "profundo". En otros casos, el estrés parece provocar también pesadillas y despertares agitados. 
Pero, el problema principal derivado del estrés en relación con el sueño es que, como consecuencia de esa situación, se producen mecanismos biológicos de adaptación subyacente que alteran los "mecanismos normales de equilibrio".
 Esto, que ya es de por sí un inconveniente para la correcta salud física y mental, se agrava cuando la relación entre el estrés y el sueño es funcionalmente no adaptativa y provoca entonces una serie de efectos perniciosos que incluyen: estado de ánimo negativo, disminución del rendimiento corporal, vulnerabilidad a la depresión, deterioro de la respuesta inmunitaria por caída de las defensas naturales, todo lo cual lleva a un lento y progresivo deterioro de la salud que puede adquirir múltiples variables de expresión. 
Se ha observado que, ciertos episodios vitales negativos, que han ocurrido dentro de un marco de tiempo determinado, como divorcios, duelos, cambios o pérdidas de trabajo, crean un estado de tensión relativamente constante que lleva a una calidad de sueño muy pobre o a la sensación subjetiva de que, si bien se ha dormido, no se ha descansado. Esto, por acumulación, puede llevar hacia marcados sentimientos de depresión y/o ansiedad, en los que nunca falta el insomnio como síntoma agregado. 
En los adolescentes con tendencia a la depresión, uno de los primeros síntomas clínicos que se observa es un aumento significativo en el tiempo de latencia del sueño, lo cual nos debe alertar hacia el tratamiento precoz de la patología depresiva, casi siempre asociada a un mayor o menor grado de insomnio. 
Distintos estudios científicos han llegado a la misma conclusión: que los acontecimientos vitales negativos importantes, caracterizados por incertidumbre y falta de control, que requieren un mayor esfuerzo adaptativo, son los más fuertemente asociados con informes subjetivos de alteraciones en el dormir.
Los ancianos con menores niveles de apoyo y menos actividades regulares se caracterizan por tener un sueño de escasa eficacia. El estrés también puede afectar el sueño entre los adolescentes sanos. 
Las experiencias psíquicamente traumáticas se reflejan directamente en el sueño, durmiéndose menos, despertándose con mayor facilidad, teniendo pesadillas que repiten el suceso traumático original y requiriendo en cualquiera de éstas variantes tiempos mayores para volver a conciliar el sueño.
Cuando el estrés se hace crónico y las alteraciones en el sueño se transforman en una constante, se producen signos biológicos típicos como por ejemplo el aumento en la concentración de catecolaminas en la orina.
Experimentalmente se ha provocado el aumento de las catecolaminas urinarias con sólo incrementar las interrupciones del sueño normal y alargar el tiempo para volver a dormirse. 
En una serie de estudios científicos, la separación de la pareja y el divorcio han demostrado afectar el sueño subjetivo y el sueño evaluado en el laboratorio, tanto en hombres como en mujeres, independientemente de quien fue el que inició la vía de la separación.

Las personas con tendencia o antecedentes a la depresión, puestas en situación de divorcio o ruptura de la pareja, sufren en un 83 por ciento de los casos alteraciones de mayor o menor severidad en el sueño; en tanto para los individuos en proceso de separación o divorcio, sin tendencia o antecedentes depresivos, los problemas para dormir se encontraron también en una proporción elevada, un 66 por ciento.

Otro hallazgo de los modernos laboratorios del sueño es que los cambios que se producen debido a la tristeza pueden ser bastante diferentes de los cambios asociados a estados depresivos, siendo éstos últimos de mayor severidad.
Los acontecimientos que causan ansiedad pueden alterar más profundamente la aparición y profundidad del sueño, mientras que los acontecimientos caracterizados por pérdida o duda de uno mismo producen casi los mismos efectos que la depresión. 
La pobre calidad del sueño ha sido también correlacionada con un amplio rango de sucesos estresantes, como catástrofes naturales y tecnológicas, muertes inesperadas, situaciones de violencia, violaciones y abuso sexual.
Las alteraciones del sueño constituyen el síntoma más frecuente en los casos de trastorno por estrés post traumático y se ha demostrado que las mismas pueden persistir durante décadas, como se ha visto en ex combatientes militares, testigos de crímenes o actos de violencia extrema, sobrevivientes de accidentes automovilísticos, de accidentes de trabajo, de catástrofes o encierros angustiantes en cárceles.
La inmensa mayoría de quienes han sufrido en trastorno por estrés post traumático tienden a tener un sueño liviano, superficial o como si se estuviera despierto al dormir.
Esta observación coincide con la hipótesis de que el sueño es más "liviano" durante los períodos de estrés y también aquellos que son percibidos como situaciones amenazantes. 
La ansiedad, asociada con las dificultades para dormir, durante una situación de estrés, puede tomar vida propia y prolongarse más allá de la persistencia del acontecimiento estresante desencadenante, dando lugar a un insomnio crónico.
Ese insomnio crónico es el que se presenta después como un factor de riesgo y va deteriorando la salud física. En general, cuando se duermen menos de seis horas por día, se incrementan los riesgos relativos de mortalidad por enfermedad cardíaca isquémica, cáncer y accidente cerebro vascular, además de incrementarse la posibilidad de descontrol de cualquier enfermedad preexistente y agravarse los factores generales de riesgo estándar. 
Cuando el mal dormir lleva a un estado de cansancio vital, se incrementan notablemente las posibilidades de sufrir episodios graves como preinfartos, infartos no mortales y anginas de pecho.
De todo lo cual se desprende que, los profesionales de la salud deben prestar especial atención a todas las consultas por alteraciones del sueño, ya que el correcto equilibrio de esta importante función es uno de los indicadores fundamentales para una buena salud. como bien lo señalan la mayoría de los investigadores modernos, el sueño constituye una importante función adaptativa.
Por lo tanto, todos los individuos expuestos a situaciones de estrés debieran recibir una atención adecuada para minimizar el riesgo de insomnio crónico y sus consecuencias potencialmente severas.

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