Dentro de las
múltiples manifestaciones de pensamientos modernos encontramos, sobre todo en
los Estados Unidos, aunque la idea original vino desde Europa, grupos de
estudiosos y expertos que alaban las bondades de la ciencia filosófica en la
resolución de casi todos los problemas que encuentra el hombre contemporáneo en
su vida cotidiana. Aunque para ello denostan por igual a la psicología clásica,
al psicoanálisis, a la psiquiatría farmacológica y a las religiones.
Precisamente, en
el avanzado país del Norte de América y también en el viejo continente europeo,
como en la mayor parte del mundo, es inmensa la cantidad de personas que buscan
en distintos profesionales de la salud mental una ayuda en procura de la
solución de los múltiples problemas existenciales que los abruman. También
están, en número cada vez más creciente, los que acuden a consejeros de
distintas índoles, maestros de artes o disciplinas orientales, guías
espirituales, religiosos, chamanes, etcétera.
Pareciera que un
gran vacío interior se ha apropiado, como sentimiento, del espacio vivencial de
seres que entienden o creen estar dotados de muchas potencialidades que ellos
solos no pueden captar y necesitan imprescindiblemente de una guía espiritual
que, tan pronto puede ser una doctrina novedosa, un modo de vida diferente y
aislado en comunidades específicas o, sin modificar mayormente sus hábitos
normales de acción y protagonismo en la cotidianeidad, los lleva a la entrega
intelectual hacia maestros que, por distintas vías, han alcanzado un grado superior de conocimiento vital.
Esto no está
pasando en general dentro de personas aisladas en la vida, o perdidas en la
monotonía, o condenadas a un futuro sin perspectivas, sino que es inquietud de
gentes que han alcanzado grados profesionales importantes en distintas ramas
académicas, egresados de universidades y practicantes exitosos de sus tareas
específicas, pero disconformes con el sentido incompleto y vacío que ellos
mismos le pueden dar o encontrar a sus vidas.
Son individuos
que, por lo general, piensan o sienten que la psiquiatría es una rama más de
una medicina actualmente muy deshumanizada, de una psicología aferrada con uñas
y dientes a sus bases tradicionales o a la ortodoxia de las distintas escuelas
(llámense freudianos, lacanianos, junguianos, guestálticos). En una palabra,
son descreídos del valor intrínseco de la psiquiatría y la psicología, viendo
en cambio muchas mayores posibilidades de comprensión humana en escuelas
orientales, o en rituales repetitivos de movimientos corporales a los que
consideran expresión de sus cosas profundas, o se entregan también al influjo
energético que ejercen sobre ellos los maestros del arte de manejar la energía
vital que no es otra cosa que la energía cósmica del universo.
Una enorme
cantidad de creencias de esa naturaleza ha encontrado un terreno fértil donde
crecer, dentro de las mentes de personas conflictuadas consigo mismas y con el
mundo que los rodea y los contiene. Son los disconformes existenciales que no
hallaron en el materialismo, ni tampoco en el consumismo, la esencia
fundamental que alimenta la ilusión de sus pensamientos superiores.
Sin embargo, para
Lou Marinoff, famoso por su libro “Más Platón y menos Prozac” y otros colegas
suyos que siguen la misma corriente de pensamiento, hay una nueva opción para
todas aquellas personas que se muestran insatisfechas o contrarias a las
terapias psicológicas y los tratamientos psiquiátricos. Se trata del
asesoramiento individual o grupal, brindado por profesionales de la Filosofía que entienden
a dicha ciencia como una forma de vida y no solamente en el marco de estudios
académicos, investigaciones y postulaciones teóricas.
Visto así,
podríamos decir que el planteo de estos estudiosos es interesante y lógico,
especialmente como dice Marinoff: “Para
aquellos individuos que necesitan un diálogo y no un diagnóstico”. No obstante,
más allá de esta postulación, lo cierto es que la mayoría de los autores
involucrados en esta corriente de pensamiento trabaja más por el descrédito de
lo que serían sus disciplinas rivales que por el fundamento de sus propias
teorías.
Con un facilismo
que no es tan real, se formulan afirmaciones categóricas en el sentido de que,
por ejemplo, las instituciones religiosas oficiales vienen perdiendo autoridad
ante un número creciente de personas. Esto es verdad hasta cierto punto y los
propios responsables de perpetuar los dogmas de fe tradicionales también lo
saben y están permanentemente tratando de darle una salida a ese problema, que
no es patrimonio exclusivo de ninguna religión en particular sino más bien algo
que, en mayor o menor medida, las afecta a todas por igual.
También da la
impresión que exageran mucho los filósofos con tendencias o veleidades
psicoterapéuticas, cuando afirman conceptos francamente agresivos, como que:
“la psicología y la psiquiatría traspasan los límites de su utilidad en la vida
de la gente y comienzan a hacer más mal que bien”. Y engloban, casi como
síntesis de su pensamiento, que: “se puede encontrar una verdadera tranquilidad
de espíritu mediante la contemplación y no con medicamentos. Platón sí, Prozac
no”. Tal sería el teorema de Marinoff. Cabe consignar que el Prozac es uno de
los nombres comerciales más conocido en el mundo de una droga antidepresiva de
última generación, la
Fluoxetina.
Destacan también
las propuestas de quienes ven a la filosofía con verdaderas posibilidades de
aplicación en los comportamientos de la gente, que el asesoramiento filosófico
es un campo nuevo de la
Filosofía, aplicado tanto a las personas individuales cuanto
a las instituciones, surgido en Europa en la década de los ’80 con Gerd
Achenbach, en Alemania, y que se viene expandiendo rápidamente en Norteamérica
desde los ’90.
Funcionalmente, explican
además que, como consejero filosófico, el trabajo consiste en ayudar a las
personas a comprender con que clase de problemas se enfrentan, mediante el
diálogo desenmarañar y clasificar sus componentes e implicaciones y,
finalmente, ayudar a encontrar las mejores soluciones posibles desde un enfoque
filosófico compatible con las creencias de quien consulta.
Marinoff entiende
que, los grandes pensadores de la
Filosofía universal han dejado enseñanzas valiosísimas, más
allá de las épocas en las cuales hayan vivido, y que dichas enseñanzas no son
solo material para estudiosos sino lecciones cuyo ámbito de aplicación deben
ser los problemas de la vida cotidiana.
En esto concuerdo
en líneas generales porque me ha pasado varias veces que, en la lectura de
textos clásicos de la
Filosofía, he encontrado pensamientos de mucha profundidad y
he pensado por mi mismo más de una vez cuán importante puede ser para un
psiquiatra o un psicólogo tener conocimientos de Filosofía.
Tratando de
definir el perfil de quienes recurren al asesoramiento filosófico, el sentido
de este trabajo parece orientarse en primer lugar “a personas que pueden salir
mal paradas de un tratamiento psicológico o psiquiátrico, si la raíz de su
problema es de carácter filosófico y el terapeuta o el médico al que acuden no
lo entiende así”.
Otro aspecto en
el cual el autor hace hincapié tiene que ver con que “tener problemas es algo
normal en la vida y la congoja emocional no constituye necesariamente una
enfermedad”. Ahí Marinoff carga las tintas de la crítica contra los manuales de
diagnóstico y estadística de las enfermedades mentales, de uso demasiado
extendido y tiranizante a la vez, hoy en la psiquiatría principalmente.
Su expresión es
muy dura: “Cualquier comportamiento imaginab puede terminar ocupando un lugar
en el manual de diagnóstico y estadística, donde aparecerá como síntoma de una
enfermedad mental. Aunque la mayoría de estas supuestas enfermedades mentales
jamás se han podido demostrar que estén causadas por una verdadera base
orgánica, la industria farmacéutica y los psiquiatras que recetan sus
medicamentos insisten en identificar tantas enfermedades mentales como sea
posible. ¿Por qué? Por las razones de siempre: poder y dinero”.
La autocrítica al
uso desmesurado de los manuales de diagnóstico y estadística psiquiátricos la
han hecho también y muy bien psiquiatras prestigiosos de todo el mundo,
señalando además con claridad el abuso en la utilización de ciertos rótulos
diagnósticos (por caso, ataque de pánico, trastorno bipolar y trastorno
obsesivo compulsivo), para justificar la prescripción de determinados
psicofármacos.
Los filósofos
terapeutas aceptan y entienden que muchos pacientes necesitan medicación psico
farmacológica y, en determinados momentos de la evolución de sus enfermedades,
de una internación psiquiátrica. Pero denuncian y no sin razón un enorme abuso
en ambos sentidos, como si se tratara de una sociedad mentalmente enferma
cuando en realidad lo que se han perdido de verdad son valores filosóficos y
morales.
Por eso, esta es
una de las causas fundamentales por las cuales se recomienda especialmente el asesoramiento
filosófico “si su problema está relacionado con la identidad, los valores o la
ética. En ese caso, lo peor que se puede hacer es permitir que alguien le
endilgue una enfermedad mental y le extienda una receta. Ninguna pastilla hará
que nadie se encuentre a si mismo, que alcance sus metas en la vida o que obre
como es debido” (Marinoff).
Quizás, una de
las partes más interesantes de esta propuesta filosófico terapéutica sea cuando
se refiere al método con que actúa o debería actuar el asesor filosófico. Se
sugieren al respecto cinco pasos fundamentales: 1) Lo primero que debe hacerse
apenas se consulta es identificar con claridad el problema. A veces, llegar a
concretizar el mismo es mucho más difícil de lo que parece. Pero no debería
pasarse a la etapa siguiente sin haber dejado claramente definida la situación
problemática sobre la cual se va a ejecutar el resto del trabajo.
2) Se debe hacer
acopio de las emociones que provoca el problema, experimentarlas y canalizarlas
si es posible en forma constructiva. Las emociones están directamente
relacionadas con el problema.
3) En el tercer
paso, habiendo sido identificado el problema y sabiendo las emociones que
genera, es necesario examinar y enumerar las opciones de que se dispone, o se
podría disponer, para la resolución de la problemática. Hay que recorrer las
distintas opciones mentales hasta encontrar, de acuerdo con el asesor, la más
adecuada.
4) La cuarta
etapa es el momento de contemplar lo acontecido en conjunto. Hay que integrar
en una situación unitaria el problema, las emociones por él generadas y todas
las posibles soluciones. Es decir, se sientan las bases para cultivar una
visión filosófica unificada de lo que ocurre, para adoptar una postura filosófica
frente a la misma, siendo importante contemplar los fenómenos sin emitir
juicios. A esta altura del proceso, el consultor debe estar en condiciones de
encontrar una salida filosófica en consonancia con la persona que consulta.
Para ello es tarea fundamental del asesor filosófico ir tomando las corrientes
filosóficas que más se adecuen al problema, los demás elementos, y la filosofía
de vida de quien consulta.
5) El quinto y
último paso es, a la luz y a través de todo lo anterior, alcanzar un equilibrio
que prepare y permita a la persona consultante emprender los actos adecuados y
afrontar los inevitables cambios que le esperan en su intento de solucionar
filosóficamente el problema por el cual inició todo este operativo.
En base al
desarrollo de este esquema, con algunas variantes según los casos particulares,
se va ejecutando un trabajo cuya extensión por lo general va de unas pocas
semanas a unos pocos meses. No debiera ser una tarea a largo plazo. Alguien
especializado en esta materia debería tener, con precisión y claridad, un
acabado conocimiento de las numerosas corrientes filosóficas de pensamiento,
desde las clásicas hasta las más modernas.
Lo que no termina
de convencerme, a través de la lectura y el estudio de los numerosos casos
presentados en las obras de este género, es la efectividad del asesoramiento
filosófico porque el cierre que tiene la extensa casuística descripta y
analizada da la impresión de que se llega a un borde o periferia en el cual el
consultante recibe el asesoramiento y la información buscada, pero queda de
nuevo ante la situación original tan solo como cuando empezó la consulta.
Es probable que,
desde la psicología, el psicoanálisis y la psiquiatría, se esté acostumbrado a
cierres clínicos diferentes, más completos, mientras en el asesoramiento
filosófico probablemente siempre queden varios canales abiertos. De todos
modos, la lectura de libros y trabajos como “Más Platón y menos Prozac” es
válida tanto para psicólogos como psiquiatras.
Una lástima que
los cultores de esta corriente se hayan preocupado tanto más en criticar a una
psicología y una psiquiatría muy susceptibles de críticas, que en dejar
solidamente afianzado este método que, lo quiera o no, es psicoterapéutico.
Todo el mundo
cree tener o tiene su propia filosofía de vida y esta guarda poca o nula
relación con la ciencia filosófica que tradicionalmente estuvo orientada a
buscar la verdad última de todas las cosas. Sin embargo, creo positivo que en
procura de encontrar esa causalidad que trata de explicar lo más profundo del
conocimiento, se incluya en la búsqueda todos aquellos elementos que puedan
servir para ayudar a develar a las personas el camino que les permita arribar a
un conocimiento interior que sea la base de un comportamiento e interacción
social que formen parte de una salud mental libre y sin condicionamientos.
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