Una de las tantas paradojas que nos toca vivir en esta segunda
década del Siglo XXI tiene que ver con el amor. Probablemente, nunca se ha
hablado ni escrito tanto sobre él como en los años que corren. Sin embargo, una
cosa son las palabras y algo muy diferente los hechos.
Mientras se predica desde todas partes que el amor es lo más
esplendoroso que puede ocurrir sobre la superficie entera de la Tierra, en contrapartida se
cultivan odios y egoísmos de una intensidad increíble.
Los mismos jóvenes viven en medio de una tremenda confusión, ya
que por una parte trataron masivamente de incorporar el concepto lanzado al
mundo por el Sumo Pontífice Juan Pablo II, de “civilización del amor” y, por
otra vertiente, llevan la mayoría de ellos un camino de vida que no se condice
para nada con lo que sería una forma o una intención verdadera de amar al
prójimo.
Uno llega a preguntarse realmente que es lo que se quiere
significar cuando se trata de referirse al tema del amor y sus distintas y
múltiples facetas.
Durante la mayor parte cronológica del Siglo XX el amor fue, por
sobre todas las cosas, visto como la perspectiva de un sentimiento,
desarrollado desde una persona hacia otra.
Para muchos psicoanalistas y estudiosos de la mente humana, el
amor era una especie de estado mental de inteligencia y razonamiento
obstruidos, ciego aún ante evidencias muy claras, e incluso considerado como
una ola irracional dentro del ser. Caer en el amor, o enamorarse, era comparado
a “perder la cabeza”.
Otros lo veían desde la órbita del misticismo, más ciego y menos
inteligente que desde cualquier otra perspectiva. También lo identificaron con
ideas o concepciones políticas y lo aproximaron peligrosamente al fanatismo.
Así, el amor se fue extendiendo paulatinamente para depositarse en
cuanto objeto posible pudiera caer: amor a los animales, a las plantas, a los
niños, a la naturaleza, etcétera, etcétera, etcétera.
El amor llegó a ser tanta cosa a la vez que hoy en día cuesta
realmente conceptualizarlo en pocas palabras y en algún hecho aislado. De
cualquier manera, a través del tiempo, se han ido viendo tendencias que han
pasado sucesivamente desde una subvaloración a una sobrevaloración del amor.
Actualmente es la bandera que, casi por unanimidad, se enarbola
toda vez que alguien quiere referirse al mundo del futuro. ¿De qué sirve todo
el oro de la tierra si no hay amor?, se preguntan los juglares de estos días.
Solamente en la evolución de formas muy desarrolladas del amor será posible
imaginarse una convivencia pacífica y no competitiva entre los distintos seres
que habitan esta porción del universo.
El amor pareciera ser el único medio válido para evitar una
catástrofe destructiva total de lo que se ha construido en la civilización
humana. Pero, lo que parece tan claro en expresiones orales o escritas, queda
borrado casi automáticamente cuando uno analiza la forma como está estructurada
la sociedad en que vivimos.
Una sociedad que se ha pasado, desde tiempos inmemoriales,
buscando su manera más justa y equitativa de organización. Todo lo cual
desembocó en fundamentalismos y disputas de poder que aún continúan, en medio
de un mundo convulsionado, dividido en bloques geopolíticos y económicos.
Creo sinceramente que todavía no se ha incorporado definitivamente
en la conciencia de los seres humanos un concepto real y verdadero de lo que es
el amor y lo que significa el verbo amar. Por ello es que seguiremos y
esperamos que muchos otros también lo hagan, insistiendo con el tema.
A lo largo de toda nuestra vida necesitamos sentirnos amados, pero
de lo que no nos damos cuenta muy a menudo, es que debemos comenzar por amarnos
a nosotros mismos. En un mundo cada vez más competitivo y materialista, como el
actual, estamos luchando solos y apartados, lo que le quita fuerza de cohesión
a todas nuestras acciones. Es
por eso que tenemos que lograr descubrirnos, entendiéndose por ello
encontrar y desarrollar nuestro verdadero “Yo”. Para ello, debemos unir
nuestra mente, cuerpo y espíritu en cada persona. La vida en general
parece estar destinada a ser el héroe o la heroína de una historia de
amor, que implica precisamente derramar ese sentimiento en derredor de nuestro
ser. Este amor debe hacer su aparición
en la familia y es en ese núcleo de la sociedad, donde primero deben
implementarse tales conceptos.
Deepak Chopra nos expresa, en su libro “El camino hacia el amor”, que
ninguna de todas las historias de amor debe jamás marchitarse, que la unión del
yo con el espíritu es posible, solamente reconociendo la potencialidad pura, a
través del reencuentro con nuestro Yo. Y agrega que, con la técnica de la
meditación, nos llevaremos nosotros mismos por el camino que penetra hacia
nuestro interior, ese mundo frecuentemente desconocido, al que casi nunca nos
atrevemos a visitar.
El contacto con nuestra madre naturaleza, en un estado de comunión con
ella, es el paso inicial que nos conduce a disfrutar el rencuentro con mi Yo
fundido en ella. La naturaleza está en mí y yo “soy” parte de ella, formando
una unidad indivisible e inseparable.
El
amor es la llave que nos debe renovar, curar, protegernos e inspirarnos con su
poder. Un poder sin límites que se extiende por todo el universo. El amor es
espíritu y el espíritu es parte fundamental del yo.
El objetivo del camino propuesto por uno, desde lo más profundo de su
interior, debe de ser el de transformar la conciencia, quebrando la
dicotomía de la separación para convertirla en unidad. Entonces, a través
de ello, percibimos el amor y solo “somos” amor, para lo cual debemos
dejarnos conducir por el mismo, dándole lugar dentro de nosotros e
imprimiéndole una transformación día a día, para de esa manera lograr una mejor
comunicación con el mundo exterior y hacer que, entre éste y el interior, haya
una solución de continuidad sin bloqueos ni escisiones. Este camino del amor se
puede ver a lo largo de toda la historia espiritual bajo disfraces que lo
ocultan y le impiden su natural expresión, pero son precisamente esas máscaras
las que debemos eliminar, puesto que están en casi todos nosotros escondidas en
nuestro inconsciente.
El amor fomenta el crecimiento natural y normal del cuerpo humano
y nos conduce con su sana sabiduría hacia la recuperación de todas las virtudes
que nos llevarán al equilibrio homeostático (es decir el estado ideal de
funcionamiento armónico de todos nuestros órganos y sistemas corporales). Debemos descubrir instancias muy
encubiertas en nuestra mente, como el yo niño, el yo abandonado, el yo
desvalido, para darles la fortaleza que, desde nuestro consciente, no
podemos darles sin temor a ser juzgados. Tenemos la obligación de comprender a
nuestro niño inválido interior para que, reconociéndolo, podamos darle paso a
un yo adulto, sólido, creativo y solidario. Verdadera solidaridad, la que brota
espontáneamente del amor. Uno de los
caminos para acercarnos a todo lo desconocido que habita dentro de nosotros es
practicando la meditación. Por ella podemos llegar a comprender y a prestar
atención a los dictados de nuestro corazón. Además, nos ayuda a distender las
tensiones acumuladas en el diario vivir, nos lleva a una mejor aceptación y
apreciación del simple hecho de existir. Chopra también
nos habla de la “ley del menor esfuerzo”, no como un abandono de la búsqueda
interior, sino como un simple dejar brotar espontáneamente lo que nos viene de
adentro. Hace referencia a que nosotros debemos practicar la aceptación: de
personas, situaciones, sucesos, tal como se van presentando, con la fluidez de
un manantial.
Se aceptan las cosas como son en este momento, no como me gustaría o me
convendría que fueran aceptándolas. Se acepta la responsabilidad propia de mi
situación y de todos los sucesos que percibo como problemas. Se transforma
dicho momento en un beneficio mayor al rechazar formas defensivas inconscientes
que todos las tenemos ante la evidencia del problema, no adoptando actitudes
rígidas que responden a mecanismos neuróticos.
Debemos mirarnos hacia adentro con la mirada profunda del amor y
poder observar las decisiones que tomamos. Con solo observarlas y traerlas al
plano de la conciencia no fallaremos. Debemos
contestarnos: ¿Cuáles son las consecuencias de éstas decisiones? ¿Traerán felicidad y realización para mí y
para aquellos a quienes afectarán? Finalmente, pediré orientación a mi corazón,
es decir a las voces profundas de mis afectos, a mi Yo emocional, a lo que
siento más que a lo que pienso. Si estoy a gusto con la decisión, seguiré sin
temor porque la misma es un brote de mi ser, algo que salió de mi raíz más
profunda.
En
el campo de la potencialidad pura, donde se reúne toda la energía
cuántica, campo de la conciencia pura, influirán la intención y el deseo. Al
ponerlo en práctica en todos nuestros actos, el amor nos permitirá que los obstáculos
no disipen nuestra atención en el momento presente. Aceptaremos el presente
como es y proyectaremos el futuro a través de nuestras intenciones y mis deseos
más profundos y más queridos. Creo que, a medida que recorremos nuestro mundo
interior, tratándonos de conocer un poco más día a día, tomando coraje para
enfrentar nuestro pasado, daremos paso a la fortaleza para emprender el hoy sin
bloqueos. Y lo haremos con seguridad, debido que el yo nos estará acompañando
en este difícil transitar de la vida.
Los miedos, los apegos, las ansiedades y las angustias
quedarán atrás. Este extraordinario pensador (Chopra), nos da una esperanza de
vida porque cree y nos convence que el amor es la fuerza que regula la armonía
del universo, aunque los seres humanos seamos todavía tan propensos a cultivar
los valores materiales y hacer sentir el peso del poder. Un
acontecimiento vital es el descubrimiento de nuestra energía, base de una buena
salud, de relaciones personales equilibradas, de seres hacedores, creativos,
positivos, en el marco de éste, un mundo tan desvalido. Tendremos que descubrir
los talentos que se encuentran en cada uno de nosotros, porque ello nos llevará
a estar en una dicha absoluta; debemos saber en el fondo de cada uno cómo se
puede servir a la humanidad y ponernos en práctica. Así llegaremos a un saber que no
conoce fronteras: el unir las necesidades de nuestros semejantes con nuestros
deseos de ayuda y de servicio. Al descubrir nuestra divinidad espiritual,
esencia pura del amor, encontraremos el talento único que se halla en nuestro
ser interior. Seremos entonces
hacedores y generadores de la riqueza, ya que las necesidades de éste mundo
concuerdan con las expresiones creativas de nosotros, que pasan de lo
inmanifiesto a lo manifiesto, del reino del espíritu al mundo de la
forma.
Cultivemos el amor, prestemos atención al espíritu interior y así
despertaremos el mañana en un gozo celestial conjugado.
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