martes, 18 de septiembre de 2012

La mirada del Amor


Una de las tantas paradojas que nos toca vivir en esta segunda década del Siglo XXI tiene que ver con el amor. Probablemente, nunca se ha hablado ni escrito tanto sobre él como en los años que corren. Sin embargo, una cosa son las palabras y algo muy diferente los hechos.
Mientras se predica desde todas partes que el amor es lo más esplendoroso que puede ocurrir sobre la superficie entera de la Tierra, en contrapartida se cultivan odios y egoísmos de una intensidad increíble.
Los mismos jóvenes viven en medio de una tremenda confusión, ya que por una parte trataron masivamente de incorporar el concepto lanzado al mundo por el Sumo Pontífice Juan Pablo II, de “civilización del amor” y, por otra vertiente, llevan la mayoría de ellos un camino de vida que no se condice para nada con lo que sería una forma o una intención verdadera de amar al prójimo.
Uno llega a preguntarse realmente que es lo que se quiere significar cuando se trata de referirse al tema del amor y sus distintas y múltiples facetas.
Durante la mayor parte cronológica del Siglo XX el amor fue, por sobre todas las cosas, visto como la perspectiva de un sentimiento, desarrollado desde una persona hacia otra.
Para muchos psicoanalistas y estudiosos de la mente humana, el amor era una especie de estado mental de inteligencia y razonamiento obstruidos, ciego aún ante evidencias muy claras, e incluso considerado como una ola irracional dentro del ser. Caer en el amor, o enamorarse, era comparado a “perder la cabeza”.
Otros lo veían desde la órbita del misticismo, más ciego y menos inteligente que desde cualquier otra perspectiva. También lo identificaron con ideas o concepciones políticas y lo aproximaron peligrosamente al fanatismo.
Así, el amor se fue extendiendo paulatinamente para depositarse en cuanto objeto posible pudiera caer: amor a los animales, a las plantas, a los niños, a la naturaleza, etcétera, etcétera, etcétera.
El amor llegó a ser tanta cosa a la vez que hoy en día cuesta realmente conceptualizarlo en pocas palabras y en algún hecho aislado. De cualquier manera, a través del tiempo, se han ido viendo tendencias que han pasado sucesivamente desde una subvaloración a una sobrevaloración del amor.
Actualmente es la bandera que, casi por unanimidad, se enarbola toda vez que alguien quiere referirse al mundo del futuro. ¿De qué sirve todo el oro de la tierra si no hay amor?, se preguntan los juglares de estos días. Solamente en la evolución de formas muy desarrolladas del amor será posible imaginarse una convivencia pacífica y no competitiva entre los distintos seres que habitan esta porción del universo.

El amor pareciera ser el único medio válido para evitar una catástrofe destructiva total de lo que se ha construido en la civilización humana. Pero, lo que parece tan claro en expresiones orales o escritas, queda borrado casi automáticamente cuando uno analiza la forma como está estructurada la sociedad en que vivimos.
Una sociedad que se ha pasado, desde tiempos inmemoriales, buscando su manera más justa y equitativa de organización. Todo lo cual desembocó en fundamentalismos y disputas de poder que aún continúan, en medio de un mundo convulsionado, dividido en bloques geopolíticos y económicos.
Creo sinceramente que todavía no se ha incorporado definitivamente en la conciencia de los seres humanos un concepto real y verdadero de lo que es el amor y lo que significa el verbo amar. Por ello es que seguiremos y esperamos que muchos otros también lo hagan, insistiendo con el tema.
A lo largo de toda nuestra vida necesitamos sentirnos amados, pero de lo que no nos damos cuenta muy a menudo, es que debemos comenzar por amarnos a nosotros mismos. En un mundo cada vez más competitivo y materialista, como el actual, estamos luchando solos y apartados, lo que le quita fuerza de cohesión a todas nuestras acciones.                                                                                Es por eso que tenemos que lograr descubrirnos,  entendiéndose por ello encontrar y desarrollar nuestro verdadero “Yo”. Para ello, debemos unir nuestra mente, cuerpo y espíritu en cada persona. La vida en general parece  estar destinada a ser el héroe o la heroína de una historia de amor, que implica precisamente derramar ese sentimiento en derredor de nuestro ser.                         Este amor debe hacer su aparición en la familia y es en ese núcleo de la sociedad, donde primero deben implementarse tales conceptos.

Deepak Chopra nos expresa, en su libro “El camino hacia el  amor”, que ninguna de todas las historias de amor debe jamás marchitarse, que la unión del yo con el espíritu es posible, solamente reconociendo la potencialidad pura, a través del reencuentro con nuestro Yo. Y agrega que, con la técnica de la meditación, nos llevaremos nosotros mismos por el camino que penetra hacia nuestro interior, ese mundo frecuentemente desconocido, al que casi nunca nos atrevemos a visitar.                                                                                                                              El contacto con nuestra madre naturaleza, en un estado de comunión con ella, es el paso inicial que nos conduce a disfrutar el rencuentro con mi Yo fundido en ella. La naturaleza está en mí y yo “soy” parte de ella, formando una unidad indivisible e inseparable.                                                                                                         El amor es la llave que nos debe renovar, curar, protegernos e inspirarnos con su poder. Un poder sin límites que se extiende por todo el universo. El amor es espíritu y el espíritu es parte fundamental del yo.                                                                   El objetivo del camino propuesto por uno, desde lo más profundo de su interior, debe de ser el de transformar la conciencia, quebrando la dicotomía  de la separación para convertirla en unidad. Entonces, a través de ello, percibimos el amor y solo “somos” amor, para lo cual debemos dejarnos conducir por el mismo, dándole lugar dentro de nosotros e imprimiéndole una transformación día a día, para de esa manera lograr una mejor comunicación con el mundo exterior y hacer que, entre éste y el interior, haya una solución de continuidad sin bloqueos ni escisiones.                                                                                                     Este camino del amor se puede ver a lo largo de toda la historia espiritual bajo disfraces que lo ocultan y le impiden su natural expresión, pero son precisamente esas máscaras las que debemos eliminar, puesto que están en casi todos nosotros escondidas en nuestro inconsciente.                                                    

El amor fomenta el crecimiento natural y normal del cuerpo humano y nos conduce con su sana sabiduría hacia la recuperación de todas las virtudes que nos llevarán al equilibrio homeostático (es decir el estado ideal de funcionamiento armónico de todos nuestros órganos y sistemas corporales).           Debemos descubrir instancias muy encubiertas en nuestra mente, como el yo niño, el yo abandonado, el yo desvalido, para darles la fortaleza que, desde nuestro consciente,  no podemos darles sin temor a ser juzgados. Tenemos la obligación de comprender a nuestro niño inválido interior para que, reconociéndolo, podamos darle paso a un yo adulto, sólido, creativo y solidario. Verdadera solidaridad, la que brota espontáneamente del amor.                                     Uno de los caminos para acercarnos a todo lo desconocido que habita dentro de nosotros es practicando la meditación. Por ella podemos llegar a comprender y a prestar atención a los dictados de nuestro corazón. Además, nos ayuda a distender las tensiones acumuladas en el diario vivir, nos lleva a una mejor aceptación y apreciación del simple hecho de existir.                              Chopra también nos habla de la “ley del menor esfuerzo”, no como un abandono de la búsqueda interior, sino como un simple dejar brotar espontáneamente lo que nos viene de adentro. Hace referencia a que nosotros debemos practicar la aceptación: de personas, situaciones, sucesos, tal como se van presentando, con la fluidez de un manantial.                                                         Se aceptan las cosas como son en este momento, no como me gustaría o me convendría que fueran aceptándolas. Se acepta la responsabilidad propia de mi situación y de todos los sucesos que percibo como problemas. Se transforma dicho momento en un beneficio mayor al rechazar formas defensivas inconscientes que todos las tenemos ante la evidencia del problema, no adoptando actitudes rígidas que responden a mecanismos neuróticos.

Debemos mirarnos hacia adentro con la mirada profunda del amor y poder observar las decisiones que tomamos. Con solo observarlas y traerlas al plano de la conciencia no fallaremos.                                                                               Debemos contestarnos: ¿Cuáles son las consecuencias de éstas decisiones?  ¿Traerán felicidad y realización para mí y para aquellos a quienes afectarán? Finalmente, pediré orientación a mi corazón, es decir a las voces profundas de mis afectos, a mi Yo emocional, a lo que siento más que a lo que pienso. Si estoy a gusto con la decisión, seguiré sin temor porque la misma es un brote de mi ser, algo que salió de mi raíz más profunda.                                                                   En el campo de la potencialidad pura, donde se reúne toda  la energía cuántica, campo de la conciencia pura, influirán la intención y el deseo. Al ponerlo en práctica en todos nuestros actos, el amor nos permitirá que los obstáculos no disipen nuestra atención en el momento presente.                      Aceptaremos el presente como es y proyectaremos el futuro a través de nuestras intenciones y mis deseos más profundos y más queridos. Creo que, a medida que recorremos nuestro mundo interior, tratándonos de conocer un poco más día a día, tomando coraje para enfrentar nuestro pasado, daremos paso a la fortaleza para emprender el hoy sin bloqueos. Y lo haremos con seguridad, debido que el yo nos estará acompañando en este difícil transitar de la vida.                                                                                                                                 

Los miedos, los apegos, las ansiedades y las angustias  quedarán atrás. Este extraordinario pensador (Chopra), nos da una esperanza de vida porque cree y nos convence que el amor es la fuerza que regula la armonía del universo, aunque los seres humanos seamos todavía tan propensos a cultivar los valores materiales y hacer sentir el peso del poder.                                                                             Un acontecimiento vital es el descubrimiento de nuestra energía, base de una buena salud, de relaciones personales equilibradas, de seres hacedores, creativos, positivos, en el marco de éste, un mundo tan desvalido. Tendremos que descubrir los talentos que se encuentran en cada uno de nosotros, porque ello nos llevará a estar en una dicha absoluta; debemos saber en el fondo de cada uno cómo se puede servir a la humanidad y ponernos en práctica.          Así llegaremos a un saber que no conoce fronteras: el unir las necesidades de nuestros semejantes con nuestros deseos de ayuda y de servicio. Al descubrir nuestra divinidad espiritual, esencia pura del amor, encontraremos el talento único que se halla en nuestro ser  interior. Seremos entonces hacedores y generadores de la riqueza, ya que las necesidades de éste mundo concuerdan con las expresiones creativas de nosotros, que pasan de lo inmanifiesto a  lo manifiesto, del reino del espíritu al mundo de la forma.
Cultivemos el amor, prestemos atención al espíritu interior y así despertaremos el mañana en un gozo celestial conjugado. 

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